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Marlon Francisco: “Más que urgencia por publicar algo nuevo, tengo urgencia por vivir algo nuevo, para luego escribir”

Invitado
22 de agosto, 2021

Cuestionario para Marlon Francisco a propósito de Anticitera. “Más que urgencia por publicar algo nuevo, tengo urgencia por vivir algo nuevo, para luego escribir”. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Marlon Francisco, para sus amistades y sus oyentes, es la Diva de Sal. Es poeta, cantante lírica y locutora. Parte de su tiempo lo consagra a la formación de jóvenes que desean incursionar en el canto y en las letras. Dirige el programa Ingeniería con Sentimiento (transmitido por Radio Universidad), donde difunde a los artistas que carecen de espacios en otros medios escritos, radiales y electrónicos.

Publicó cinco libros entre 1999 y 2020. Reconoce como maestro a Marco Antonio «El Bolo» Flores y da fe de que el arte le puede salvar la vida a mucha gente en Guatemala. Eso sí: prefiere que sus lectores lean sus versos y le den su interpretación. Ahora van las respuestas al cuestionario que surgió tras el recorrido por las páginas de Anticitera, respaldado por Serie Periférica.

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Del oficio

«[…] Podemos estar seguros de que en ningún buen poema el primer verso se escribió al principio». Así lo afirmó el escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg. ¿Estás de acuerdo con esa aseveración?

Creo que más que estar de acuerdo con lo escrito por alguien más, puedo hablar acerca de cómo yo veo el asunto. Un buen poema sale rara vez a la primera, de «primera intención». A veces hay que trabajar, indagar, pulir o llanamente rehacer. Ese es mi caso, es mi proceso, no quedarse nunca con las primeras intenciones ni con los versos de primera intención.

¿Sos el poeta que se queda satisfecho con la primera versión, o rehacés cada apunte hasta decir ya no?

El decir «ya no» me suena a hartazgo. Yo más bien busco quedar con satisfacción de lo que he escrito, estar en paz con el texto, si no, seguiría haciendo correcciones hasta el infinito. En algún momento debo dejar ir al texto y que se confronte con los lectores.

Al pasar lista a los escritores guatemaltecos, ¿a quiénes reconocés como tus referencias?

Hay muchos, muchas. Les quedo en deuda y les haría demérito al no mencionar todos los nombres relevantes. Mi espectro va desde doña Clemencia Morales Tinoco, autora del primer libro de poesía guatemalteca que leí a los cinco años. Hasta el maestro Gustavo Adolfo Wyld Ferraté, última pieza lírica que he tenido la dicha de leer y que pronto seré su comentarista. Todos los y las poetas que me han acompañado en estos veinticinco años de amor por la literatura guatemalteca están presentes en mi trabajo.

Entre Piel inédita (1999) y Espejo espejo (2000), media un año de diferencia. De ahí pasan cuatro años para Casa de pasos ocultos (2004), cinco para Recintos olvidados (2009) y once para Anticitera (2020). ¿Por qué se prolongan los intervalos entre libro y libro?

En realidad, en la brecha entre Recintos… y Anticitera hay un poemario inédito que ha permanecido así por diversos motivos. Desde la falta de financiamiento para el proyecto hasta distancias geográficas con personas involucradas en dicho emprendimiento. También mis tiempos de publicar se alargan. Creo yo, porque más que urgencia por publicar algo nuevo, tengo urgencia por vivir algo nuevo, para luego escribir. Siempre estoy a la búsqueda de un nuevo cielo, una nueva flor para disfrutar y escribir bajo su influjo. Muy probablemente ese poemario salga a luz a mediano plazo.

Manejás la palabra a través de la poesía, el canto y la locución. ¿Cuáles matices y qué diferencias implica cada oficio?

La poesía y el canto en mi caso están íntimamente vinculadas, son la lírica, ambas caras de una misma moneda, el mismo cuidado y primor de una, le invierto a la otra. Ambas son mis manos, una la derecha y la otra, la izquierda. Así como un texto lleva trabajo que nadie ve, en solitario, íntimo, también el canto conlleva práctica, técnica, disciplina, pulimento.

El público sólo recibe los cinco minutos de escenario al escuchar un aria, pero para llegar ahí hay que trabajar duro, muchas horas, muchos años. Con el micrófono radial ocurre parecido, pero mi papel ahí es mediar entre la audiencia y el artista invitado. Yo soy un fan más del artista, solamente que tengo la dicha de tenerlo en cabina.

Sé que asististe al taller de poesía coordinado por Marco Antonio Flores y te inscribiste en el taller de narrativa reflejado en el libro Voces desde el encierro (2021). ¿Qué se aprende al exponer tus escritos frente a los demás participantes?

Depende de cada espacio, de los y las participantes, mucho también del facilitador o tallerista, y por supuesto, de qué expectativas lleve uno a dicho espacio.

Sinceramente, al taller de El Bolo Flores, mi gran maestro, iba yo muy verde, quizás al rezago incluso en comparación con otros participantes. Y tanto El Bolo como yo lo sabíamos. Así me recibió y procuró aportarme según lo que yo pudiera asimilar.

Le sigo estando en deuda por todo lo prodigado. En el taller de narrativa tenía yo desde la primera sesión muy claro qué quería obtener del taller, qué era lo que iba a producir como fruto del taller. Los compañeros y yo fuimos viendo cómo ese producto cultural, mi relato «Pies de loto», se materializaba. También mi propia forma de hacer las cosas y participar de un taller se han pulido con el tiempo entre El Bolo (1998) y [Estuardo] Prado en la Editorial X (2020).

También sé que ejercés de mentor para jóvenes interesados en escribir y en cantar. ¿Cómo se les provee de las lecturas y los conocimientos que necesitan para no incurrir en lugares comunes?

Primero hay que tener honestidad en lo que se hace y se comparte con la juventud, porque nunca se pierde de vista que ya se fue joven. Entiendo la desconfianza que muchos jóvenes le tienen a cualquiera que sea de la edad de sus papás, pero lo primero que hago es decirles que el adultismo es en dos vías: tanto ellos pueden subestimar a los mayores como los adultos pueden trivializar la capacidad de asombro de los chavos.

Yo no hago ninguna de las dos cosas, yo tanto a mayores que yo como a más jóvenes que yo les exijo ganas de aprender, cero excusas y que de verdad se esmeren por ser buenos, por conocer cosas nuevas, por cuestionarse todo, incluso ellos mismos y sus ideas preconcebidas sobre la otredad (o sea sobre el más viejo que yo y viceversa).

A partir de ahí todo es un viaje y los saberes no son «enseñados» por mí sino compartidos por ambas partes. Quien quiera así, aprenderá y quien no, se irá. No todos los pollitos pintarrajeados «se logran» y en este punto de mi vida, estoy en paz con eso.

En tu programa de radio le tomás el pulso a buena parte del arte guatemalteco contemporáneo. ¿Cuál es tu diagnóstico, cómo lo encontrás en este momento?

Hay una vertiente de lo pop, de lo mediático y lo «célebre», o sea lo que genera likes en redes sociales, y luego está la periferia, lo que no vende anuncios, que apenas y se difunde en medios.

He dado cabida a lo segundo, aquellos artistas de calidad que no son tomados en cuenta por los medios masivos y tradicionales, lo que no consigue patrocinios de ninguna marca de cerveza, que no se presta para hacer de su trabajo un sketch cómico con tal de salir a cuadro.

Por eso trato a quienes aceptan mi invitación a la radio con el mayor respeto y admiración, es una deferencia con la cual yo también quiero ser tratado. El arte sigue presente en la vida de muchísima gente, hay muchas más personas que se dedican a él, que lo consumen, que lo estudian y que admiran el esfuerzo de los y las artistas. En estos tiempos confirmo que el arte incluso le puede salvar la vida a mucha gente en Guatemala.

De la obra

¿Cómo llegaste a la conclusión de que «la vida / es lo que le pasa a la flor / cuando decae»?

La pregunta me parece insólita. Como preguntarle al ave cómo supo que debía volar y cantar. Lo más que puedo decir es: observación, experiencia, análisis de mi realidad, de mi ser, de mis miedos y grandes esperanzas, introspección y búsqueda de la canción que me habita. Más que una conclusión es una puerta para que el lector indague en su vida y ver si también ve la flor que cada día, mientras se marchita, va transformándose en semilla para generar nueva vida.

Por cierto, ¿notás el parentesco que existe con la aseveración de John Lennon acerca de que «life is what happens to you / while you’re busy making other plans»?

En realidad no, esta cita habla de la vida como lo fortuito que nos ocurre mientras perseguimos otros afanes, seguramente influenciado Lennon por la cultura védica que conoció en India. Mi impresión de la vida como flor es hablar de la constante transformación que estamos viviendo y cómo la muerte y la vida están acá todo el tiempo, como una ocurre siempre al lado de la otra. La flor muere pero nace el fruto y nos alimenta. El fruto muere pero nace la semilla para la próxima generación. Amo a The Beatles pero acá sí no veo relación.

¿Se puede sobrevivir a la certeza de que «nada me han enseñado los años / sólo estragos me han hecho / me arrancan vivos / los pedazos más amados»?

El afirmarlo en un texto y seguir aquí «sobreviviendo» podría responder tu pregunta, pero en realidad no lo sé. La experiencia de cada lector de estos textos puede ser muy distinta y ninguna posibilidad es inválida. Yo solamente estoy hablando de la feria según me ha ido en ella.

¿Existen medios para conjurar «el inherente temor a lo oscuro / que nos habita / en que habitamos»?

No soy un autor que se nutra mucho de esos lugares interiores que son oscuros, más bien los sorteo y salgo de ellos vivo. Para mí, el punto de tener monstruos y quimeras es enfrentarlos, verlos en su justa dimensión, aprender y seguir adelante.

¿Es posible adaptarse a la idea de que la muerte «te acompaña / siempre un paso atrás / en cada paso» que des?

Vivir en Guatemala te hace estar consciente de eso, que la muerte más que un «coco» lejano al cual tenerle miedo, es una acompañante diaria, real, tangible. Pues si es posible o no, los lectores amablemente deberán responderse a sí mismos. Yo he visto suficiente vida y muerte para responder en lo que escribo.

¿Y qué, o quiénes, son merecedores de recibir la visita de la pena «infestada de oscuridades / menesterosa»?

Me hace demasiado ruido esa idea «merecer», nadie merece la pena ni la esperanza ni el dolor o el placer, eso suena muy judeocristiano y yo desde que hice apostasía hace ya más de veinte años me quité de encima la tonelada de ladrillos que representan el pecado, la culpa y demás parientes tóxicos. La pena viene sin ser invitada, igual que llega la muerte. Ocurre porque estamos vivos y la vida es hermosa, salvaje e implacable. Nadie la merece y tampoco nadie ha escapado a su toque de hielo. Todos y todas hemos tenido al menos una pena en nuestro paso por el mundo.

¿A cuáles «recintos verdes y cálidos» te gustaría migrar?

El entrecomillado es certero, como mucho de lo que escribo, es un signo que representa algo más. Como las golondrinas literales, que viajan a climas más favorables, mi corazón siempre anhela ir hacia lo nuevo, lo propicio, lo sorprendente. ¿Qué es exactamente? Cuando llegue ahí, lo sabré.

En materia de separaciones, de las distancias impuestas entre seres amados por el mar y la deriva, ¿cómo se acepta que «no se ofrece lo que no se tiene / y lo eterno / nunca lo he poseído por más que lo intenté»?

Creo que este tipo de preguntas (¿es posible? ¿cómo se hace? ¿se puede? ¿cómo se acepta?), le quitan al lector o interlocutor, en este caso, la posibilidad muy linda de tomar el texto por lo que es, por lo que dice y ver si hay correspondencias con la vida propia, ver si estas piezas mías también encajan en su «rompecabezas» de la realidad.

Estas interrogantes me parecen como los tutoriales que te dan «todos los trucos» para pasar de nivel en un videojuego y la poesía, como la vida, no se trata de atajos, sino de ensuciarse un poco y vivir la experiencia. Yo lo acepto y lo reafirmo escribiendo porque es parte de mi camino, mi aprendizaje y mis conclusiones sobre mi caminar por la vida. No le robemos a cada lector la oportunidad de descubrirse en mis palabras.

«Aún hay formas que no discierno / magnitudes que no alcanzo a vislumbrar / la pequeñez humana me entrampa». ¿Qué se te escapa?

Si lo supiera, ya lo habría discernido. Dijo Einstein que para un hombre el universo es del tamaño de lo que conoce. Mi experiencia humana es limitada, lo sé porque afuera se intuyen más voces, más lugares, no es de mi tamaño la vida, hay más vida, más lejanías, más camino para andar.

¿Por qué asegurás que «desde muy pequeños / hemos sentido la necesidad de faenarnos / de estrellar las astas para foguearnos»?

Se nos pide que demostremos que somos los más fuertes, los más valerosos, de hacer una jerarquía de alimentación, a ver quién se impone, quién come más y mejor, quién llega primero, quién «triunfa» y quién no. Lo comparo con los ciervos porque me parecía la analogía apropiada: desde jóvenes, su instinto de sobrevivencia los impulsa. Creo que se parece mucho a los impulsos que nos guían y moldean (o deforman) en nuestras interacciones.

¿Toca «quedarse callado / viendo cómo se nos incendian los navíos»? ¿No se puede intervenir para impedirlo?

La clave, como el diablo, está en los detalles. El verso anterior dice «la vida muchas veces/es quedarse callado» no siempre va a ser así, muchas veces debemos luchar para que no haga agua el barco, otras veces debemos dejar ir para sobrevivir un día más y emprender un nuevo viaje.

Sacado de contexto, parece que soy pesimista y no, simplemente acepto que no todas las batallas se ganan, pero mientras haya vida, se puede volver a navegar. Cómo una frase fuera de su genuino contexto puede prestarse a otros significados, me sorprende, pero no, no es lo que dije, yo no me doy por derrotado fácilmente, al contrario, pero también sé cuándo es momento de volar en vez de navegar y sé cuándo es momento de dejar ir para emprender algo nuevo.

Por último, ¿nos podés compartir un par de poemas inéditos?

***

Recuerdas aquella isla

donde las campanas flotaban entre árboles

el perfume cantaba arrullos

y se tatuaba en tus ojos

millones de pájaros

se amontonaban en las esquinas

salían disparados

hacia la severidad de la noche

en las nubes se intuía

el cotilleo minúsculo

amoroso

de los paseantes

la tarde moría entre el humo de un café

y anunciaba

tropelías deliciosas para después

Yo lo recuerdo

porque nunca me he ido

estoy como la Rosa de Sarón

a la espera de nuevas lluvias

de encontrar manos frescas

la espesura de un bosque nevado

con palabras nuevas

minúsculas

… amorosas

***

A La Fran

La vida no era

después de todo

beberse el alma de los árboles en zancos

reparar la relojería dialéctica del pasado

ni acostarse con gamberros suicidas

—uno o dos por cada noche

buscando en sus cuerpos

un grial nunca extraviado—

La vida

mi estimada Fran

estaba irónicamente

en las tumbas abiertas

en las esquinas de un mundo siempre cambiante

y en los diminutos ruidos

que colectivamente

gritan «aquí estoy»

en la oscuridad del universo

Fotografía de Marlon Francisco: Emmanuel Perla.

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Invitado
22 de agosto, 2021

Cuestionario para Marlon Francisco a propósito de Anticitera. “Más que urgencia por publicar algo nuevo, tengo urgencia por vivir algo nuevo, para luego escribir”. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Marlon Francisco, para sus amistades y sus oyentes, es la Diva de Sal. Es poeta, cantante lírica y locutora. Parte de su tiempo lo consagra a la formación de jóvenes que desean incursionar en el canto y en las letras. Dirige el programa Ingeniería con Sentimiento (transmitido por Radio Universidad), donde difunde a los artistas que carecen de espacios en otros medios escritos, radiales y electrónicos.

Publicó cinco libros entre 1999 y 2020. Reconoce como maestro a Marco Antonio «El Bolo» Flores y da fe de que el arte le puede salvar la vida a mucha gente en Guatemala. Eso sí: prefiere que sus lectores lean sus versos y le den su interpretación. Ahora van las respuestas al cuestionario que surgió tras el recorrido por las páginas de Anticitera, respaldado por Serie Periférica.

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Del oficio

«[…] Podemos estar seguros de que en ningún buen poema el primer verso se escribió al principio». Así lo afirmó el escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg. ¿Estás de acuerdo con esa aseveración?

Creo que más que estar de acuerdo con lo escrito por alguien más, puedo hablar acerca de cómo yo veo el asunto. Un buen poema sale rara vez a la primera, de «primera intención». A veces hay que trabajar, indagar, pulir o llanamente rehacer. Ese es mi caso, es mi proceso, no quedarse nunca con las primeras intenciones ni con los versos de primera intención.

¿Sos el poeta que se queda satisfecho con la primera versión, o rehacés cada apunte hasta decir ya no?

El decir «ya no» me suena a hartazgo. Yo más bien busco quedar con satisfacción de lo que he escrito, estar en paz con el texto, si no, seguiría haciendo correcciones hasta el infinito. En algún momento debo dejar ir al texto y que se confronte con los lectores.

Al pasar lista a los escritores guatemaltecos, ¿a quiénes reconocés como tus referencias?

Hay muchos, muchas. Les quedo en deuda y les haría demérito al no mencionar todos los nombres relevantes. Mi espectro va desde doña Clemencia Morales Tinoco, autora del primer libro de poesía guatemalteca que leí a los cinco años. Hasta el maestro Gustavo Adolfo Wyld Ferraté, última pieza lírica que he tenido la dicha de leer y que pronto seré su comentarista. Todos los y las poetas que me han acompañado en estos veinticinco años de amor por la literatura guatemalteca están presentes en mi trabajo.

Entre Piel inédita (1999) y Espejo espejo (2000), media un año de diferencia. De ahí pasan cuatro años para Casa de pasos ocultos (2004), cinco para Recintos olvidados (2009) y once para Anticitera (2020). ¿Por qué se prolongan los intervalos entre libro y libro?

En realidad, en la brecha entre Recintos… y Anticitera hay un poemario inédito que ha permanecido así por diversos motivos. Desde la falta de financiamiento para el proyecto hasta distancias geográficas con personas involucradas en dicho emprendimiento. También mis tiempos de publicar se alargan. Creo yo, porque más que urgencia por publicar algo nuevo, tengo urgencia por vivir algo nuevo, para luego escribir. Siempre estoy a la búsqueda de un nuevo cielo, una nueva flor para disfrutar y escribir bajo su influjo. Muy probablemente ese poemario salga a luz a mediano plazo.

Manejás la palabra a través de la poesía, el canto y la locución. ¿Cuáles matices y qué diferencias implica cada oficio?

La poesía y el canto en mi caso están íntimamente vinculadas, son la lírica, ambas caras de una misma moneda, el mismo cuidado y primor de una, le invierto a la otra. Ambas son mis manos, una la derecha y la otra, la izquierda. Así como un texto lleva trabajo que nadie ve, en solitario, íntimo, también el canto conlleva práctica, técnica, disciplina, pulimento.

El público sólo recibe los cinco minutos de escenario al escuchar un aria, pero para llegar ahí hay que trabajar duro, muchas horas, muchos años. Con el micrófono radial ocurre parecido, pero mi papel ahí es mediar entre la audiencia y el artista invitado. Yo soy un fan más del artista, solamente que tengo la dicha de tenerlo en cabina.

Sé que asististe al taller de poesía coordinado por Marco Antonio Flores y te inscribiste en el taller de narrativa reflejado en el libro Voces desde el encierro (2021). ¿Qué se aprende al exponer tus escritos frente a los demás participantes?

Depende de cada espacio, de los y las participantes, mucho también del facilitador o tallerista, y por supuesto, de qué expectativas lleve uno a dicho espacio.

Sinceramente, al taller de El Bolo Flores, mi gran maestro, iba yo muy verde, quizás al rezago incluso en comparación con otros participantes. Y tanto El Bolo como yo lo sabíamos. Así me recibió y procuró aportarme según lo que yo pudiera asimilar.

Le sigo estando en deuda por todo lo prodigado. En el taller de narrativa tenía yo desde la primera sesión muy claro qué quería obtener del taller, qué era lo que iba a producir como fruto del taller. Los compañeros y yo fuimos viendo cómo ese producto cultural, mi relato «Pies de loto», se materializaba. También mi propia forma de hacer las cosas y participar de un taller se han pulido con el tiempo entre El Bolo (1998) y [Estuardo] Prado en la Editorial X (2020).

También sé que ejercés de mentor para jóvenes interesados en escribir y en cantar. ¿Cómo se les provee de las lecturas y los conocimientos que necesitan para no incurrir en lugares comunes?

Primero hay que tener honestidad en lo que se hace y se comparte con la juventud, porque nunca se pierde de vista que ya se fue joven. Entiendo la desconfianza que muchos jóvenes le tienen a cualquiera que sea de la edad de sus papás, pero lo primero que hago es decirles que el adultismo es en dos vías: tanto ellos pueden subestimar a los mayores como los adultos pueden trivializar la capacidad de asombro de los chavos.

Yo no hago ninguna de las dos cosas, yo tanto a mayores que yo como a más jóvenes que yo les exijo ganas de aprender, cero excusas y que de verdad se esmeren por ser buenos, por conocer cosas nuevas, por cuestionarse todo, incluso ellos mismos y sus ideas preconcebidas sobre la otredad (o sea sobre el más viejo que yo y viceversa).

A partir de ahí todo es un viaje y los saberes no son «enseñados» por mí sino compartidos por ambas partes. Quien quiera así, aprenderá y quien no, se irá. No todos los pollitos pintarrajeados «se logran» y en este punto de mi vida, estoy en paz con eso.

En tu programa de radio le tomás el pulso a buena parte del arte guatemalteco contemporáneo. ¿Cuál es tu diagnóstico, cómo lo encontrás en este momento?

Hay una vertiente de lo pop, de lo mediático y lo «célebre», o sea lo que genera likes en redes sociales, y luego está la periferia, lo que no vende anuncios, que apenas y se difunde en medios.

He dado cabida a lo segundo, aquellos artistas de calidad que no son tomados en cuenta por los medios masivos y tradicionales, lo que no consigue patrocinios de ninguna marca de cerveza, que no se presta para hacer de su trabajo un sketch cómico con tal de salir a cuadro.

Por eso trato a quienes aceptan mi invitación a la radio con el mayor respeto y admiración, es una deferencia con la cual yo también quiero ser tratado. El arte sigue presente en la vida de muchísima gente, hay muchas más personas que se dedican a él, que lo consumen, que lo estudian y que admiran el esfuerzo de los y las artistas. En estos tiempos confirmo que el arte incluso le puede salvar la vida a mucha gente en Guatemala.

De la obra

¿Cómo llegaste a la conclusión de que «la vida / es lo que le pasa a la flor / cuando decae»?

La pregunta me parece insólita. Como preguntarle al ave cómo supo que debía volar y cantar. Lo más que puedo decir es: observación, experiencia, análisis de mi realidad, de mi ser, de mis miedos y grandes esperanzas, introspección y búsqueda de la canción que me habita. Más que una conclusión es una puerta para que el lector indague en su vida y ver si también ve la flor que cada día, mientras se marchita, va transformándose en semilla para generar nueva vida.

Por cierto, ¿notás el parentesco que existe con la aseveración de John Lennon acerca de que «life is what happens to you / while you’re busy making other plans»?

En realidad no, esta cita habla de la vida como lo fortuito que nos ocurre mientras perseguimos otros afanes, seguramente influenciado Lennon por la cultura védica que conoció en India. Mi impresión de la vida como flor es hablar de la constante transformación que estamos viviendo y cómo la muerte y la vida están acá todo el tiempo, como una ocurre siempre al lado de la otra. La flor muere pero nace el fruto y nos alimenta. El fruto muere pero nace la semilla para la próxima generación. Amo a The Beatles pero acá sí no veo relación.

¿Se puede sobrevivir a la certeza de que «nada me han enseñado los años / sólo estragos me han hecho / me arrancan vivos / los pedazos más amados»?

El afirmarlo en un texto y seguir aquí «sobreviviendo» podría responder tu pregunta, pero en realidad no lo sé. La experiencia de cada lector de estos textos puede ser muy distinta y ninguna posibilidad es inválida. Yo solamente estoy hablando de la feria según me ha ido en ella.

¿Existen medios para conjurar «el inherente temor a lo oscuro / que nos habita / en que habitamos»?

No soy un autor que se nutra mucho de esos lugares interiores que son oscuros, más bien los sorteo y salgo de ellos vivo. Para mí, el punto de tener monstruos y quimeras es enfrentarlos, verlos en su justa dimensión, aprender y seguir adelante.

¿Es posible adaptarse a la idea de que la muerte «te acompaña / siempre un paso atrás / en cada paso» que des?

Vivir en Guatemala te hace estar consciente de eso, que la muerte más que un «coco» lejano al cual tenerle miedo, es una acompañante diaria, real, tangible. Pues si es posible o no, los lectores amablemente deberán responderse a sí mismos. Yo he visto suficiente vida y muerte para responder en lo que escribo.

¿Y qué, o quiénes, son merecedores de recibir la visita de la pena «infestada de oscuridades / menesterosa»?

Me hace demasiado ruido esa idea «merecer», nadie merece la pena ni la esperanza ni el dolor o el placer, eso suena muy judeocristiano y yo desde que hice apostasía hace ya más de veinte años me quité de encima la tonelada de ladrillos que representan el pecado, la culpa y demás parientes tóxicos. La pena viene sin ser invitada, igual que llega la muerte. Ocurre porque estamos vivos y la vida es hermosa, salvaje e implacable. Nadie la merece y tampoco nadie ha escapado a su toque de hielo. Todos y todas hemos tenido al menos una pena en nuestro paso por el mundo.

¿A cuáles «recintos verdes y cálidos» te gustaría migrar?

El entrecomillado es certero, como mucho de lo que escribo, es un signo que representa algo más. Como las golondrinas literales, que viajan a climas más favorables, mi corazón siempre anhela ir hacia lo nuevo, lo propicio, lo sorprendente. ¿Qué es exactamente? Cuando llegue ahí, lo sabré.

En materia de separaciones, de las distancias impuestas entre seres amados por el mar y la deriva, ¿cómo se acepta que «no se ofrece lo que no se tiene / y lo eterno / nunca lo he poseído por más que lo intenté»?

Creo que este tipo de preguntas (¿es posible? ¿cómo se hace? ¿se puede? ¿cómo se acepta?), le quitan al lector o interlocutor, en este caso, la posibilidad muy linda de tomar el texto por lo que es, por lo que dice y ver si hay correspondencias con la vida propia, ver si estas piezas mías también encajan en su «rompecabezas» de la realidad.

Estas interrogantes me parecen como los tutoriales que te dan «todos los trucos» para pasar de nivel en un videojuego y la poesía, como la vida, no se trata de atajos, sino de ensuciarse un poco y vivir la experiencia. Yo lo acepto y lo reafirmo escribiendo porque es parte de mi camino, mi aprendizaje y mis conclusiones sobre mi caminar por la vida. No le robemos a cada lector la oportunidad de descubrirse en mis palabras.

«Aún hay formas que no discierno / magnitudes que no alcanzo a vislumbrar / la pequeñez humana me entrampa». ¿Qué se te escapa?

Si lo supiera, ya lo habría discernido. Dijo Einstein que para un hombre el universo es del tamaño de lo que conoce. Mi experiencia humana es limitada, lo sé porque afuera se intuyen más voces, más lugares, no es de mi tamaño la vida, hay más vida, más lejanías, más camino para andar.

¿Por qué asegurás que «desde muy pequeños / hemos sentido la necesidad de faenarnos / de estrellar las astas para foguearnos»?

Se nos pide que demostremos que somos los más fuertes, los más valerosos, de hacer una jerarquía de alimentación, a ver quién se impone, quién come más y mejor, quién llega primero, quién «triunfa» y quién no. Lo comparo con los ciervos porque me parecía la analogía apropiada: desde jóvenes, su instinto de sobrevivencia los impulsa. Creo que se parece mucho a los impulsos que nos guían y moldean (o deforman) en nuestras interacciones.

¿Toca «quedarse callado / viendo cómo se nos incendian los navíos»? ¿No se puede intervenir para impedirlo?

La clave, como el diablo, está en los detalles. El verso anterior dice «la vida muchas veces/es quedarse callado» no siempre va a ser así, muchas veces debemos luchar para que no haga agua el barco, otras veces debemos dejar ir para sobrevivir un día más y emprender un nuevo viaje.

Sacado de contexto, parece que soy pesimista y no, simplemente acepto que no todas las batallas se ganan, pero mientras haya vida, se puede volver a navegar. Cómo una frase fuera de su genuino contexto puede prestarse a otros significados, me sorprende, pero no, no es lo que dije, yo no me doy por derrotado fácilmente, al contrario, pero también sé cuándo es momento de volar en vez de navegar y sé cuándo es momento de dejar ir para emprender algo nuevo.

Por último, ¿nos podés compartir un par de poemas inéditos?

***

Recuerdas aquella isla

donde las campanas flotaban entre árboles

el perfume cantaba arrullos

y se tatuaba en tus ojos

millones de pájaros

se amontonaban en las esquinas

salían disparados

hacia la severidad de la noche

en las nubes se intuía

el cotilleo minúsculo

amoroso

de los paseantes

la tarde moría entre el humo de un café

y anunciaba

tropelías deliciosas para después

Yo lo recuerdo

porque nunca me he ido

estoy como la Rosa de Sarón

a la espera de nuevas lluvias

de encontrar manos frescas

la espesura de un bosque nevado

con palabras nuevas

minúsculas

… amorosas

***

A La Fran

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ni acostarse con gamberros suicidas

—uno o dos por cada noche

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La vida

mi estimada Fran

estaba irónicamente

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