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Historias Urbanas | Vacuna recibida

Invitado
29 de agosto, 2021

Vacuna recibida. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Desde esta semana pertenezco al ínfimo porcentaje de guatemaltecos que completó el esquema de vacunación contra la covid-19. Tuve la suerte de no peregrinar de un puesto a otro: la segunda dosis de Moderna estaba disponible en el mismo lugar donde recibí la primera.

Tampoco debí esperar que se juntaran las diez personas para destapar un frasco de vacuna. Las había en cantidad suficiente para que la cola diera la vuelta a la manzana y tuviera que usar un paraguas para defenderme del sol.

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Leí y firmé el papel donde declaré que venía por mi propia voluntad, haciéndome cargo de los posibles efectos secundarios.

Sólo me duele el hombro derecho (donde recibí la inyección) y sentí un leve dolor de cabeza al mediodía del sábado. Otros de mis conocidos sufrieron reacciones más fuertes; supe de una amiga que resultó con fiebre y guardó cama por dos días. Cada cuerpo sabe cómo recibir a sus nuevos componentes inmunológicos.

Eso sí: todavía no podemos librarnos de andar con la mascarilla puesta cuando salimos a la calle. El medicamento (eso lo recalcaron las enfermeras) sólo refuerza nuestras defensas contra la enfermedad y nos permitirá salir bien librados si nos contagiamos. No nos blinda al cien por ciento como sucedió con las vacunas contra la polio, el tétanos y la tos ferina que recibimos en la infancia.

No se me olvida lo que afirmaron años atrás, en pleno auge del sida: «llegará el día en que todos tendremos a un familiar afectado por la pandemia».

Lo mismo sucede con la covid-19: poco a poco se estrecha el cerco sobre nuestra gente. Se cuela a las fiestas, se sienta a la par nuestra en el comedor o el restaurante, entra de puntillas a la casa cuando abrimos la puerta para comprar verduras y se incorpora al paquete enviado por correspondencia.

Entonces sólo queda cuidarse a la espera de que no se reporten más demoras con las Sputnik (por algo las pagaron por adelantado) y a olvidarse de todos esos cuentos relacionados con el nuevo orden mundial, la invasión de nanobots al organismo y demás frivolidades.

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Tampoco debí esperar que se juntaran las diez personas para destapar un frasco de vacuna. Las había en cantidad suficiente para que la cola diera la vuelta a la manzana y tuviera que usar un paraguas para defenderme del sol.

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Sólo me duele el hombro derecho (donde recibí la inyección) y sentí un leve dolor de cabeza al mediodía del sábado. Otros de mis conocidos sufrieron reacciones más fuertes; supe de una amiga que resultó con fiebre y guardó cama por dos días. Cada cuerpo sabe cómo recibir a sus nuevos componentes inmunológicos.

Eso sí: todavía no podemos librarnos de andar con la mascarilla puesta cuando salimos a la calle. El medicamento (eso lo recalcaron las enfermeras) sólo refuerza nuestras defensas contra la enfermedad y nos permitirá salir bien librados si nos contagiamos. No nos blinda al cien por ciento como sucedió con las vacunas contra la polio, el tétanos y la tos ferina que recibimos en la infancia.

No se me olvida lo que afirmaron años atrás, en pleno auge del sida: «llegará el día en que todos tendremos a un familiar afectado por la pandemia».

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Entonces sólo queda cuidarse a la espera de que no se reporten más demoras con las Sputnik (por algo las pagaron por adelantado) y a olvidarse de todos esos cuentos relacionados con el nuevo orden mundial, la invasión de nanobots al organismo y demás frivolidades.

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