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Que paren el mundo y… ¡bajemos a algunos!

Carolina Castellanos
08 de octubre, 2021

Hay una frase que dice “que paren el mundo que me quiero bajar”. La atribuyen a Mafalda pero su creador, Quino, lo desmintió. Me tomé el atrevimiento de modificarla, con las disculpas del caso al autor desconocido.

Si paran el mundo y nos bajamos, resultaríamos actuando como la gran mayoría que prefiere callar para no ofender, no pelear, no generar enemistades ni discusiones y, como decimos en buen chapín, “llevar la fiesta en paz”.

Sin embargo, el avance de tantas amenazas a lo que hemos considerado importante, están volviéndose una realidad. Me refiero al avance de lo que ahora se llama “progresismo”. Antes era comunismo, luego se “suavizó” y se volvió socialismo y ahora se le llama progresismo, que intenta aparentar que el mundo va hacia adelante, “progresando”. Después de más de una década de esta “ocurrencia” de nombre, los valores, principios, costumbres, cultura, lenguaje, educación, integridad, género, responsabilidad y tantas otras cosas, van camino al precipicio.

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Siempre vimos a Rusia, Cuba y, más recientemente, a Venezuela, como las víctimas de esa forma de pensar, actuar y gobernar. Tuvimos los países “detrás de la cortina de hierro”, que se cayó con la “apertura” de Rusia hacia un país más libre. Nos cuesta creer que países que han sido estandartes de la libertad, como Estados Unidos, ahora van en camino a la autodestrucción, con China ganando terreno y alcanzando la tan ansiada hegemonía mundial.

¿Y nosotros? Somos un país atascado en un subdesarrollo que se incrusta cada vez más ante la incapacidad de los gobernantes de turno a dar el tan necesitado giro hacia la prosperidad. Un porcentaje enorme aún vive en la pobreza, con carencias básicas como agua potable, educación con visión de futuro, una carretera decente que les permita sacar sus productos a mercados que los paguen a precios justos, una salud precaria con alta desnutrición infantil, y un largo etcétera de problemas y deficiencias.

Es aquí donde el “progresismo” encuentra un campo fértil y ofrece una alternativa que, para alguien sin educación, parece la salvación. Todo será gratis, dado por el benevolente gobierno, con excesiva cantidad de burócratas para cumplir tan “noble” misión, con el dinero de los que sí producimos y cumplimos con el pago de impuestos. Nosotros, los que sostenemos a Guatemala, nos conformamos con lo que vamos obteniendo, nos quejamos por tantas trabas y burocracia, con los obstáculos que retrasan cualquier plan porque un funcionario quiere dinero a cambio de un permiso.

Ahora es obvio que a los primeros que queremos bajar de este mundo es a tanto “progresista” que pregona esa forma de vida por interés propio pues, en su fuero interno, sabe que no funcionará. La igualdad económica, uno de los grandes atractivos, es imposible, aún dentro del seno familiar, mucho menos entre más de 16 millones de habitantes. Pero suena bien el ofrecimiento de tener más, igual que los “ricos”, sin tener que esforzarse para obtenerlo.

También suena bonito el libertinaje, o sea, la libertad sin responsabilidad. Las feministas protestan desnudas, denigrándose a sí mismas, para hacer valer su “igualdad” con los hombres. Las abortistas asesinan bebés porque ellas deciden sobre su cuerpo, sin pensar que están decidiendo sobre el cuerpo de otro ser viviente. La comunidad LGBTIQ protesta en contra de la discriminación cuando ellos mismos, con sus exigencias de privilegios, generan ese rechazo.

¿Son las abortistas, feministas, comunidad LGBTIQ, etc. a quienes hay que bajar del mundo?  NO. Es a quienes les meten tanto odio en sus mentes, esos que ahora se dicen llamar progresistas, los que están dispuestos a destruirlo todo en beneficio propio. El nombre del juego es, y será siempre, dinero. CODECA es el ejemplo cercano y vivo.

Toca bajar del mundo a tanto burócrata que busca llegar a un cargo público para corromper y no para servir. Ya se nos había olvidado que esa es su función. Los que tributamos le pagamos su sueldo. También hay que bajar a los políticos que crecen y crecen el tamaño del gobierno sin ninguna otra intención más que dar empleo a sus amigos, controlar más a los ciudadanos aprobando ley tras ley para que el gobierno (los funcionarios) tengan autoridad para meterse en nuestras vidas y decidir qué deben comer los niños (ley de alimentación escolar), qué deben estudiar (currículo escolar base), cómo debo tener la relación laboral con los colaboradores, cuánto deben devengar y pagarles en exceso para despedirlos después de haber sido malos trabajadores o incluso robado.

La lista es interminable, como lo es la cantidad de gente que sería bueno bajarla del mundo. Lamentablemente, no podemos hacerlo pues nuestros principios y valores nos lo impiden. Lo que sí debemos hacer es denunciar públicamente para que ya no puedan hacer más daño. También tenemos que evitar caer en esas agendas progresistas, empezando por el uso del lenguaje inclusivo, rechazar las imposiciones de cambiar nuestra forma de vida cediendo nuestra libertad de pensar y actuar para no ser acusados de discriminar y ofender. 

Lo que queremos y necesitamos es vivir en paz.

Que paren el mundo y… ¡bajemos a algunos!

Carolina Castellanos
08 de octubre, 2021

Hay una frase que dice “que paren el mundo que me quiero bajar”. La atribuyen a Mafalda pero su creador, Quino, lo desmintió. Me tomé el atrevimiento de modificarla, con las disculpas del caso al autor desconocido.

Si paran el mundo y nos bajamos, resultaríamos actuando como la gran mayoría que prefiere callar para no ofender, no pelear, no generar enemistades ni discusiones y, como decimos en buen chapín, “llevar la fiesta en paz”.

Sin embargo, el avance de tantas amenazas a lo que hemos considerado importante, están volviéndose una realidad. Me refiero al avance de lo que ahora se llama “progresismo”. Antes era comunismo, luego se “suavizó” y se volvió socialismo y ahora se le llama progresismo, que intenta aparentar que el mundo va hacia adelante, “progresando”. Después de más de una década de esta “ocurrencia” de nombre, los valores, principios, costumbres, cultura, lenguaje, educación, integridad, género, responsabilidad y tantas otras cosas, van camino al precipicio.

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Siempre vimos a Rusia, Cuba y, más recientemente, a Venezuela, como las víctimas de esa forma de pensar, actuar y gobernar. Tuvimos los países “detrás de la cortina de hierro”, que se cayó con la “apertura” de Rusia hacia un país más libre. Nos cuesta creer que países que han sido estandartes de la libertad, como Estados Unidos, ahora van en camino a la autodestrucción, con China ganando terreno y alcanzando la tan ansiada hegemonía mundial.

¿Y nosotros? Somos un país atascado en un subdesarrollo que se incrusta cada vez más ante la incapacidad de los gobernantes de turno a dar el tan necesitado giro hacia la prosperidad. Un porcentaje enorme aún vive en la pobreza, con carencias básicas como agua potable, educación con visión de futuro, una carretera decente que les permita sacar sus productos a mercados que los paguen a precios justos, una salud precaria con alta desnutrición infantil, y un largo etcétera de problemas y deficiencias.

Es aquí donde el “progresismo” encuentra un campo fértil y ofrece una alternativa que, para alguien sin educación, parece la salvación. Todo será gratis, dado por el benevolente gobierno, con excesiva cantidad de burócratas para cumplir tan “noble” misión, con el dinero de los que sí producimos y cumplimos con el pago de impuestos. Nosotros, los que sostenemos a Guatemala, nos conformamos con lo que vamos obteniendo, nos quejamos por tantas trabas y burocracia, con los obstáculos que retrasan cualquier plan porque un funcionario quiere dinero a cambio de un permiso.

Ahora es obvio que a los primeros que queremos bajar de este mundo es a tanto “progresista” que pregona esa forma de vida por interés propio pues, en su fuero interno, sabe que no funcionará. La igualdad económica, uno de los grandes atractivos, es imposible, aún dentro del seno familiar, mucho menos entre más de 16 millones de habitantes. Pero suena bien el ofrecimiento de tener más, igual que los “ricos”, sin tener que esforzarse para obtenerlo.

También suena bonito el libertinaje, o sea, la libertad sin responsabilidad. Las feministas protestan desnudas, denigrándose a sí mismas, para hacer valer su “igualdad” con los hombres. Las abortistas asesinan bebés porque ellas deciden sobre su cuerpo, sin pensar que están decidiendo sobre el cuerpo de otro ser viviente. La comunidad LGBTIQ protesta en contra de la discriminación cuando ellos mismos, con sus exigencias de privilegios, generan ese rechazo.

¿Son las abortistas, feministas, comunidad LGBTIQ, etc. a quienes hay que bajar del mundo?  NO. Es a quienes les meten tanto odio en sus mentes, esos que ahora se dicen llamar progresistas, los que están dispuestos a destruirlo todo en beneficio propio. El nombre del juego es, y será siempre, dinero. CODECA es el ejemplo cercano y vivo.

Toca bajar del mundo a tanto burócrata que busca llegar a un cargo público para corromper y no para servir. Ya se nos había olvidado que esa es su función. Los que tributamos le pagamos su sueldo. También hay que bajar a los políticos que crecen y crecen el tamaño del gobierno sin ninguna otra intención más que dar empleo a sus amigos, controlar más a los ciudadanos aprobando ley tras ley para que el gobierno (los funcionarios) tengan autoridad para meterse en nuestras vidas y decidir qué deben comer los niños (ley de alimentación escolar), qué deben estudiar (currículo escolar base), cómo debo tener la relación laboral con los colaboradores, cuánto deben devengar y pagarles en exceso para despedirlos después de haber sido malos trabajadores o incluso robado.

La lista es interminable, como lo es la cantidad de gente que sería bueno bajarla del mundo. Lamentablemente, no podemos hacerlo pues nuestros principios y valores nos lo impiden. Lo que sí debemos hacer es denunciar públicamente para que ya no puedan hacer más daño. También tenemos que evitar caer en esas agendas progresistas, empezando por el uso del lenguaje inclusivo, rechazar las imposiciones de cambiar nuestra forma de vida cediendo nuestra libertad de pensar y actuar para no ser acusados de discriminar y ofender. 

Lo que queremos y necesitamos es vivir en paz.