Los shucos de la universidad. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.
«Dame dos con todo Chino, porfa, y una gaseosa», se les oye decir a los futuros ingenieros, licenciados y doctores. Estos estudiantes que van todos los días a su trabajo. Que corren a buscar un bus urbano que los lleve directo a la universidad antes que empiecen las clases por aquello de que los catedráticos se enojen cuando entran tarde. Mueven los escritorios haciendo bulla, pasan saludando a los demás, o peor aún les va sonando el celular mientras se ubican en sus lugares.
A todos los futuros profesionales les toca conseguir un trabajo para estudiar en la jornada nocturna o plan fin de semana. Ahí van, después de una larga jornada laboral, a recibir clases sentados o medio parados. Desde atrás no se logra ver bien, y le preguntan al compañero de al lado «¿qué dijo el Lic?». No importa si tienes otros estudidos superiores, siempre es e Lic.
Para todos es sólo el Lic sino ha sido acreedor de un buen apodo, ya sea por su forma de hablar, de caminar o comportarse ya en confianza. De ahí que se conocen a los Lics como el Solopas, el Inge, Un Minuto Más y Nos Vamos, Soy Doctor y No Lic, Les Contaré Algo de Mi Vida y Esto Viene En El Examen. Estos son algunos de los apodos más conocidos.
- Deberías leer: Caminando por la Ciudad | El chato made in Guatemala
En los corredores también se dejan ver compañeros famosos por sobrenombres, como La Risitas, El Chivero, Los Bolos, Los Nerditos y La Cuaresma. Todos andan de un lado a otro viendo cómo logran llegar a la zona mínima para derecho a examen antes de llegar a los cursos de vacaciones. Como dice alguno que otro: «61 es nota, lo demás es vanidad».
Todos son amigos, compañeros y colaboradores en la larga carrera que de cinco años se les alarga a quince o más años. Eso sin contar los exámenes finales o privados, la tesis o proyecto final de graduación, y las angustiosas y eternas prácticas profesionales.
Parece que nunca van a terminar. «Cuando sea profesional nada de Lic o Inge, yo sigo siendo simplemente yo a secas». Eso repiten los compañeros cuando andan con unos cuantos litros encima, ya sea donde Mike, donde el chino o en la carretilla.
La tropa jura fidelidad a la universidad, al título y a la eterna amistad del salón de clases, aunque a alguno se les olvida. Ya graduados hasta vergüenza les da decir en qué universidad estudiaron.
Tampoco admiten que comían en las carretas donde preparaban esos panes con salchicha, aguacate y repollo medio sancochado aderezados con mostaza, salsa dulce y mayonesa.
El reparto incluía la ollita de peltre azul que guardaba el elixir mágico. Es una mezcla de chile machacado con tomate asado, culantro, perejil, cebolla picada, una pizca de sal, limón y consomé en polvo para dejar un sabor picoso. Eso sí, que el pan esté bien tostado.
Dicen algunos compañeros que los shucos de la cafetería o del local nunca saben igual a los que se venden en las afueras de la universidad.
Se condimentan con el sabor a moneda de las manos del Chino o del Mike; a billetes recién contados; a metal del cuchillo afilado en el poste cercano. También a gotitas de sudor que cayeron a la hora de batir el guacamole, con sus dos pepitas de aguacate para que no se ponga negro; a humo de camionetas que pasan cerca, o al polvillo de los campos recreativos que quedan cerca de la Universidad.
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«Dame dos con todo Chino, porfa, y una gaseosa», se les oye decir a los futuros ingenieros, licenciados y doctores. Estos estudiantes que van todos los días a su trabajo. Que corren a buscar un bus urbano que los lleve directo a la universidad antes que empiecen las clases por aquello de que los catedráticos se enojen cuando entran tarde. Mueven los escritorios haciendo bulla, pasan saludando a los demás, o peor aún les va sonando el celular mientras se ubican en sus lugares.
A todos los futuros profesionales les toca conseguir un trabajo para estudiar en la jornada nocturna o plan fin de semana. Ahí van, después de una larga jornada laboral, a recibir clases sentados o medio parados. Desde atrás no se logra ver bien, y le preguntan al compañero de al lado «¿qué dijo el Lic?». No importa si tienes otros estudidos superiores, siempre es e Lic.
Para todos es sólo el Lic sino ha sido acreedor de un buen apodo, ya sea por su forma de hablar, de caminar o comportarse ya en confianza. De ahí que se conocen a los Lics como el Solopas, el Inge, Un Minuto Más y Nos Vamos, Soy Doctor y No Lic, Les Contaré Algo de Mi Vida y Esto Viene En El Examen. Estos son algunos de los apodos más conocidos.
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Todos son amigos, compañeros y colaboradores en la larga carrera que de cinco años se les alarga a quince o más años. Eso sin contar los exámenes finales o privados, la tesis o proyecto final de graduación, y las angustiosas y eternas prácticas profesionales.
Parece que nunca van a terminar. «Cuando sea profesional nada de Lic o Inge, yo sigo siendo simplemente yo a secas». Eso repiten los compañeros cuando andan con unos cuantos litros encima, ya sea donde Mike, donde el chino o en la carretilla.
La tropa jura fidelidad a la universidad, al título y a la eterna amistad del salón de clases, aunque a alguno se les olvida. Ya graduados hasta vergüenza les da decir en qué universidad estudiaron.
Tampoco admiten que comían en las carretas donde preparaban esos panes con salchicha, aguacate y repollo medio sancochado aderezados con mostaza, salsa dulce y mayonesa.
El reparto incluía la ollita de peltre azul que guardaba el elixir mágico. Es una mezcla de chile machacado con tomate asado, culantro, perejil, cebolla picada, una pizca de sal, limón y consomé en polvo para dejar un sabor picoso. Eso sí, que el pan esté bien tostado.
Dicen algunos compañeros que los shucos de la cafetería o del local nunca saben igual a los que se venden en las afueras de la universidad.
Se condimentan con el sabor a moneda de las manos del Chino o del Mike; a billetes recién contados; a metal del cuchillo afilado en el poste cercano. También a gotitas de sudor que cayeron a la hora de batir el guacamole, con sus dos pepitas de aguacate para que no se ponga negro; a humo de camionetas que pasan cerca, o al polvillo de los campos recreativos que quedan cerca de la Universidad.
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