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Historias Urbanas: Orfandad

Invitado
14 de noviembre, 2021

Orfandad. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Uno se desconecta de las redes sociales, se olvida del celular para no distraerse mientras dura su estancia dentro del monte, y a su regreso se encuentra con las noticias.

Apenas encendí el teléfono, me cayeron un par de mensajes. Me avisaban del fallecimiento de Elba, la tendera que continuó el negocio abierto en la cuadra por don Benito y doña Con, sus muy severos padres.

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Ambos coincidieron en que murió al rodar por las gradas que dan al segundo piso de su casa. Se contradecían en las causas: uno afirmó que perdió el equilibrio al darle un ataque cardíaco y otro de un resbalón cuando estaba por bajar.

La muerte se especializa en despoblar nuestro mapa sentimental. Mientras vamos ganando años, y nos afanamos por prolongar la existencia, nos vamos quedando solos.

Cierto día se nos muere un compañero de la escuela de párvulos. De repente se va el profesor que nos enseñó de tercero a sexto primaria. Nuestros padrinos de bautismo. El señor que pasaba con su carreta, vendiendo queso de hoja. Y así se acumulan las pérdidas.

Elba conservó la lealtad de la clientela que pasaba a buscar sus botellitas de azúcar y sus helados de chocolate con leche. El músico aficionado podía conseguir sus cuerdas para guitarra y el ciclista en apuros encontraba el repuesto que precisaba.

De recibir encargos, a los pocos días se asomaba con un canasto de empanadas bajo el brazo. Y nunca faltó la plática para recordar esos tiempos de antes que parecen recién transcurridos.

Su partida nos dejó huérfanos.

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Uno se desconecta de las redes sociales, se olvida del celular para no distraerse mientras dura su estancia dentro del monte, y a su regreso se encuentra con las noticias.

Apenas encendí el teléfono, me cayeron un par de mensajes. Me avisaban del fallecimiento de Elba, la tendera que continuó el negocio abierto en la cuadra por don Benito y doña Con, sus muy severos padres.

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Ambos coincidieron en que murió al rodar por las gradas que dan al segundo piso de su casa. Se contradecían en las causas: uno afirmó que perdió el equilibrio al darle un ataque cardíaco y otro de un resbalón cuando estaba por bajar.

La muerte se especializa en despoblar nuestro mapa sentimental. Mientras vamos ganando años, y nos afanamos por prolongar la existencia, nos vamos quedando solos.

Cierto día se nos muere un compañero de la escuela de párvulos. De repente se va el profesor que nos enseñó de tercero a sexto primaria. Nuestros padrinos de bautismo. El señor que pasaba con su carreta, vendiendo queso de hoja. Y así se acumulan las pérdidas.

Elba conservó la lealtad de la clientela que pasaba a buscar sus botellitas de azúcar y sus helados de chocolate con leche. El músico aficionado podía conseguir sus cuerdas para guitarra y el ciclista en apuros encontraba el repuesto que precisaba.

De recibir encargos, a los pocos días se asomaba con un canasto de empanadas bajo el brazo. Y nunca faltó la plática para recordar esos tiempos de antes que parecen recién transcurridos.

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