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historias Urbanas | Kansas City

Redacción República
25 de octubre, 2020

Kansas City, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

—¿Cómo te fue?

—Regular —el hombre colocó sus baquetas a la par de la cama—. Nos quedaron a deber veinte dólares a cada uno. Dijeron que los dan mañana, cuando terminen de sacar cuentas. Ojalá y estos desgraciados no se vayan a tardar; si no, nos perdemos el bus a Nueva York.

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—¿Qué tal seguiste de las manos?

—¿Las muñecas, querrás decir? Pues me las froté con alcohol antes de subir a tocar. Creo que les cayó bien. Ah, y casi me olvidaba —comenzó a desvestirse—. Hoy subió a tocar un patojo con su saxofón. Primera vez que lo veía. Nos descontroló a todos, no sabía llevar el tiempo. Lo peor es que el chato se creía un genio. Si por él fuera, hubiéramos amanecido en el club. Entonces vine yo —apagó la lamparita, se acostó a la par de la mujer—, desenrosqué un plato y se lo aventé. Casi le pasé volando la cabeza.

—¿Por qué lo hiciste?

—Es nuestra manera de decir «vos no servís, mejor andate, largo». Le hubieras visto la cara que puso. Se bajó con su saxofón entre las piernas.

—¿Quién era?

—Ya te dije, nunca lo había visto. Tal vez me lo presentaron en la entrada del club. Sólo me acuerdo que su apellido me sonaba a marca de pluma fuente, Parker o algo así, y tal vez se llame Peter o Charlie. No sé. Mejor véngase para acá mi amor y cuénteme —besó el hombro izquierdo, olió el perfume, saboreó la piel tibia de la mujer—, ¿cómo le fue hoy?  

historias Urbanas | Kansas City

Redacción República
25 de octubre, 2020

Kansas City, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

—¿Cómo te fue?

—Regular —el hombre colocó sus baquetas a la par de la cama—. Nos quedaron a deber veinte dólares a cada uno. Dijeron que los dan mañana, cuando terminen de sacar cuentas. Ojalá y estos desgraciados no se vayan a tardar; si no, nos perdemos el bus a Nueva York.

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—¿Qué tal seguiste de las manos?

—¿Las muñecas, querrás decir? Pues me las froté con alcohol antes de subir a tocar. Creo que les cayó bien. Ah, y casi me olvidaba —comenzó a desvestirse—. Hoy subió a tocar un patojo con su saxofón. Primera vez que lo veía. Nos descontroló a todos, no sabía llevar el tiempo. Lo peor es que el chato se creía un genio. Si por él fuera, hubiéramos amanecido en el club. Entonces vine yo —apagó la lamparita, se acostó a la par de la mujer—, desenrosqué un plato y se lo aventé. Casi le pasé volando la cabeza.

—¿Por qué lo hiciste?

—Es nuestra manera de decir «vos no servís, mejor andate, largo». Le hubieras visto la cara que puso. Se bajó con su saxofón entre las piernas.

—¿Quién era?

—Ya te dije, nunca lo había visto. Tal vez me lo presentaron en la entrada del club. Sólo me acuerdo que su apellido me sonaba a marca de pluma fuente, Parker o algo así, y tal vez se llame Peter o Charlie. No sé. Mejor véngase para acá mi amor y cuénteme —besó el hombro izquierdo, olió el perfume, saboreó la piel tibia de la mujer—, ¿cómo le fue hoy?