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Francisco Juárez: “El escritor tiene que pensar que su labor tiene sentido”

Redacción República
04 de octubre, 2020

“El escritor tiene que pensar que su labor tiene sentido“, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Diálogo a distancia con el poeta Francisco Juárez

Gusta de pasar sus poemas a máquina para acompañarse con el ritmo que brota al pulsar cada tecla. Coleccionó los artículos publicados por la poeta Margarita Carrera en el diario Prensa Libre y no vacilaría en aprender el alfabeto cirílico para leer las novelas del escritor ruso Fiódor Dostoyevski.

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En 2017 la Editorial Cultura le publicó el poemario La noche también es un altar y obtuvo mención en el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» 2020 con su libro Cantar en vano. Es profesor en lengua y literatura por la Universidad de San Carlos de Guatemala, y contador público y auditor por la Universidad Rafael Landívar.

Ahora llegó el momento de cederle la palabra al poeta Francisco Juárez (Ciudad de Guatemala, 1989).

Tengo entendido que venís de familia de contadores y auditores. ¿En qué momento se encontraron las letras con los números?

En realidad, en mi familia las profesiones han sido variadas. Mi madre es administradora en un cementerio. Sí, hay parte de la familia que está relacionada con la contabilidad, pero también hay otra parte que está en el sector de la salud y los recursos humanos.

Creo que habría que invertir la pregunta pues las letras llegaron antes que los números. Las letras me acompañan desde mi niñez. La razón fundamental es que siendo hijo único de una madre trabajadora mi pasatiempo era buscar compañía en los personajes de los libros. Luego, los números aparecen como una necesidad. La de procurar el pan en la mesa. Fue como adquirir un seguro, una herramienta de trabajo. Sin embargo, no lo digo con desdén. Estoy plenamente agradecido porque esa herramienta me ha propiciado muchas satisfacciones.

¿Recordás cuáles fueron tus primeros tanes poéticos?

En primaria participé cada año en los certámenes de declamación que organizaba la escuela. En ese entonces más que disfrutar del contenido veía la poesía como un juego de la memoria. A pesar de ello, aún quedan en mí algunos versos. Por ejemplo, el «Tecún-Umán» de Miguel Ángel Asturias.

Ahora ya hablando de la poesía como forma de expresión de mis sentimientos, fue un poco más adelante. Tal vez entre los once y doce años. Comencé a llevar el registro en cuadernos de escuela que todavía conservo.

¿Probaste a escribir verso medido y rimado a la manera de sonetos, décimas y octavas reales?

Sí, quería imitar a Rubén Darío. Comencé a escribir poemas a la patria, era lo que creía que debía escribirse en verso. Abundaban los libros que incluían ese tipo de poesía. Recopilé un conjunto de poemas y los metí a un concurso homenaje a Margarita Carrera. Obviamente no gané pero tuve oportunidad de conocerla en el acto de premiación. Yo coleccionaba sus columnas de opinión y las pegaba en cuadernos. Se lo mostré y seguramente la halagó el gesto. En una esquina del cuaderno escribió «Francisco Juárez: Poeta joven quiere decir poeta de siempre». Para mí ese fue el premio de aquella noche. Y lo sigue siendo.

No me desanimé y le envié mi recopilación a Ana María Pedroni, quien muy amablemente los ojeó. Al parecer tenía problemas de salud y me refirió con una amiga, Cristina Stábile, quien me aconsejó alejarme de aquella temática ya pasada de moda.

¿Escribís tus poemas a mano, a máquina o a computadora?

Escribo con lo que tengo a mano. Más el proceso que sigo normalmente es escribir la primera versión a mano, luego por placer los paso a máquina pues el sonido de su repiqueteo me agrada, además corrijo mientras transcribo. Y la tercera etapa es pasarlo a la computadora, es el tercer momento de corrección.

¿Cuántas versiones hacés de un poema hasta darlo por terminado?

Como mínimo tres versiones, oficiales podría decirse. Pero usualmente dejo la primera versión archivada por semanas. Luego puedo hacer correcciones a mano antes de preparar la segunda versión a máquina. Pareciera que nunca pueden darse por terminados porque siempre se encuentran cosas que podrían haberse corregido.

¿Cuáles escritores guatemaltecos reconocés dentro de tu formación como poeta y lector?

El primer nombre que viene a mi mente es el de Margarita Carrera, sin vacilación. En mis inicios para mí ese fue el modelo de Poeta al cual yo admiré. Erudita y obsesionada con los temas de la muerte, el amor y la fatalidad.

Debo confesar que mi acercamiento a la literatura nacional ha sido posterior. Me refiero a un acercamiento intencional con plena consciencia de mi «ser y estar» guatemalteco. En la escuela tuve que leer las novelas de Virgilio Rodríguez Macal y todavía me queda un triste recuerdo de Carazamba.

Posteriormente descubrí a Otto René Castillo en los largos trayectos del bus hacia la Usac (estudié inglés en Calusac y viajaba los fines de semana desde el periférico al campus central). Recuerdo que su poesía amorosa fue la que me impresionó.

Con el paso de los años descubrí por mi propia cuenta muchas obras que estoy seguro han llegado a mi vida en el momento propicio.

Y como joven poeta que sos, ¿a quiénes citás como tus guías y mentores?

Bueno, he tenido la dicha de encontrar en mi camino a muchas personas que han tenido la bondad de aconsejarme. Inicialmente y de forma indirecta Ana María Pedroni. Luego directamente y de forma cronológica Cristina Stábile, Jorge Carro, Denise Phé-Funchal, Víctor Muñoz, Carmen Matute y Delia Quiñónez.

A todos les debo eterna gratitud por el tiempo que desaprovecharon leyendo mis borradores y el que me regalaron aconsejándome o motivándome a seguir adelante en este solitario camino.

¿Cuáles idiomas estudiarías para leer a sus poetas y pensadores en versión original?

La vida y la buena guía de mi madre me regalaron el don del inglés el cual es un idioma con el que me siento bastante cómodo. Con él he podido disfrutar de los poemas de Dylan Thomas, John Keats, Emily Dickinson, entre otros. Poseo un francés rudimentario, pero permanece en mi horizonte dominarlo para leer la Comedia Humana de Balzac en su idioma original. También a Víctor Hugo. Y ¿por qué no pensar en grande?, el ruso para leer a Dostoyevski y el japonés para leer «El relato de Genji».

¿Cuánto tiempo te tomó escribir y seleccionar los poemas incluidos en La noche también es un altar?

Fue un proceso de tres años entre escritura, edición y selección.

Si la noche también es un altar, ¿qué le ofrendarías?

La noche es una metáfora y un actor principal del libro. La noche es el momento del sueño, de la aparición del miedo, de las esperanzas y los deseos.

Es decir, representa la parte no racional del ser humano, es el reverso de la vigilia y la razón. Para los poetas románticos representaba el momento en el que el ser humano se encontraba con su verdadera naturaleza.

Sin embargo, desde mi forma de entender el mundo tanto la vigilia como el sueño cumplen papeles fundamentales en la vida. Un aspecto no debe valorarse en menoscabo del otro pues esa dualidad es la que nos hace humanos. Es por ello que veo a la poesía como una reivindicación de nuestra humanidad pues expresa el cúmulo de visiones, imágenes y sentimientos que no tienen cabida en el día a día.

Esta característica simbolizante de la poesía es similar al mecanismo de los sueños y de las pesadillas en las que todo aparece bajo máscaras que tienen que ser interpretadas. La noche es, pues, el escenario en el que ocurre toda la acción de ese reverso de la moneda y mi ofrenda fue tratar de reivindicar su papel en nuestra vida.

Para ampliar esta respuesta podría citar un fragmento el poema The Dream de Lord Byron traducido por María Alfaro en 1950 y publicado en el libro Poemas Líricos de editorial Adonais:

La vida es doble. El sueño tiene un mundo propio,

límite de las cosas que no están definidas.

La vida y muerte… El sueño tiene un mundo propio

y un extenso dominio salvaje y realista.

El sueño revelado respira con su aliento

lágrimas y torturas tocadas de alegría

que aligeran su peso cuando nos despertamos

quitándonos el peso de luchas y fatigas.

Dividen nuestro ser, aunque luego se vuelvan

parte de nuestro tiempo, de nuestra propia vida;

heraldos de lo eterno que pasan como sombras

sobre nuestro pasado y hablan como sibilas

que predican futuros. Su fuerza y poderío

son el gozo o la angustia, constante tiranía

que nos vuelve hacia aquello que no hemos sido nunca.

Visiones esfumadas nos despiertan y agitan.

¿Es acaso el temor de fantasmas errantes?

¿No es el pasado espectro? ¿Sombra desvanecida,

creación de la mente que puede hacer substancia

poblando las estrellas de refulgente vida

y dando aliento a formas impalpables, etéreas,

que a la materia anulen y que la sobrevivan?

Una visión soñada quiero recordar siempre…

Tal vez durante el sueño una idea en sí misma

–pensamiento dormido capaz de eternizarse

remansa en una hora toda una larga vida.

Para el poeta cubano José Lezama Lima, «la inmensa piel de la noche me dejaba innumerables sentidos para innumerables comprobaciones». Si tuvieras esos sentidos, ¿qué comprobarías?

Seguramente trataría de comprobar si con innumerables sentidos podría escuchar la voz del Absoluto pues al parecer su voz es tan tenue que parece inexistente.

¿Se puede cerrar la noche con «siete candados, con cincuenta puertas, leguas y leguas de muralla china», como lo imaginó el poeta guatemalteco Francisco Méndez?

Depende qué noche es la que se desee cerrar. Quizá la de los recuerdos dolorosos o la noche que ha maravillado tanto los sentidos que no se desea escapar detalle alguno.

¿Es cierto que escribir a media noche «es desatar el nudo con manos hechas navaja, con la boca cerrada y los ojos bien abiertos»?

Es cierto para quien escribió esas palabras. En su caso particular fue como un ritual que le permitió desatar el nudo con plena consciencia de su ser.

Los armenios profesan gratitud al árbol de granadas, el cedro es el símbolo del Líbano y vos declarás que el olivo te resulta un árbol íntimo. ¿Por qué?

El olivo es un árbol que ha estado presente en el imaginario humano desde Grecia. Así mismo, es un árbol estrechamente relacionado con episodios religiosos como el Huerto de los olivos o hace su aparición en la poesía de Santa Teresa de Jesús. Podría decirse que tengo un espíritu religioso, aunque no practique una religión en específico. Es un árbol que llegó a mí a través de la poesía y que ahora ya da posada a las aves que llegan a comer a mi jardín por las mañanas.

¿Por qué definís al espacio entre la página de un libro y tus ojos como «el universo»?

Bueno, hay algo que sucede entre las páginas de un libro y los ojos del lector: la imaginación. A través de ella nuestra vida se llena de mundos y aventuras.

¿Vale la pena «ir tan lejos como el lenguaje lo permita» y «moldearlo con la mirada, con las manos puestas sobre el filo de las hojas»?

El escritor tiene que pensar que su labor tiene sentido, que hay algo en su vocación que es necesario para la humanidad. Nunca he estado de acuerdo con aquellos que opinan que la literatura no sirve para nada. Esa es una visión utilitarista del mundo, en la cual únicamente aquello que puede ser cuantificado es digno de existencia. En consecuencia, si el escritor tiene la convicción de que su labor es necesaria, querrá darlo todo de sí en su arte. El escritor trabaja con el lenguaje, se sirve de él y es por ello que tiene que dominarlo, llevarlo tan lejos como este se lo permita. No me refiero a frivolidades y a juegos con el lenguaje, eso no tendría más sentido que la forma y no sería digno de llamarse arte. Usar el lenguaje para expresar aquello que está en las profundidades del corazón humano.

«¿Qué será de este árbol y este mundo sin estos ojos?», te preguntás. ¿Será necesaria la mirada del poeta para dotarlos de sentido?

Considero que le somos completamente indiferentes al universo, todo cuanto existe seguirá existiendo a pesar de nuestra ausencia. Somos los seres humanos quienes dotamos de sentido a cuanto nos rodea. Es nuestra mirada la que categoriza, la que juzga y valora. Sin el ser humano no existe el bien ni el mal. Somos los espectadores y los actores en un inmenso escenario el cual permanecerá, eterno, cuando ya no estemos en sus graderíos. Los versos que citas son más bien una expresión de nostalgia en la cual descargo la pena sobre el objeto, pero en realidad de haber sido más honesto habría escrito: ¿Qué será de mí sin ese árbol y sin este mundo?

Por último, ¿nos podés compartir dos de tus poemas inéditos?

Hace poco mi nuevo poemario obtuvo una mención honorífica en el certamen Manuel José Arce de poesía de la Editorial Universitaria. Los siguientes poemas están incluidos en dicho libro, aún inédito:

Distancia

Visto desde el cielo

el mundo debe ser un hormiguero,

del que Tus ojos se apartan

en el caro silencio

de las alturas.

Aquí abajo el tiempo corre

y la luz del sol permanece

escueta en el sendero,

lo que tarda en Tu recuerdo

el mar y su vaivén.

Visto desde el cielo,

el grito se pierde, ligero,

en la honda ignorancia

de la más cruel de las verdades:

la distancia

entre Lo amado y el amante.

No existe proporción,

por lo tanto, es imposible

lograr que Tu mirada

eterna, unida a los astros,

nos conceda, quizás

el consuelo

o la vanidad de Tu perdón.

Dulce engaño

Nos has dado los rosales blancos

y los cielos límpidos del verano.

El cálido aire del estío

el olivo en el atardecer.

Ahí cantan los grillos

incesantes cuando muere el día.

Todo esto nos fue dado,

dulce engaño.

Nada es nuestro,

es agua que se pierde en el agua.

Todo esto nos fue dado

como el mar se entrega a la playa.

Es la pérdida incesante

o la visión de un cometa.

Viniste una sola vez,

probaste el destino humano

y no volverás.

Francisco Juárez: “El escritor tiene que pensar que su labor tiene sentido”

Redacción República
04 de octubre, 2020

“El escritor tiene que pensar que su labor tiene sentido“, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Diálogo a distancia con el poeta Francisco Juárez

Gusta de pasar sus poemas a máquina para acompañarse con el ritmo que brota al pulsar cada tecla. Coleccionó los artículos publicados por la poeta Margarita Carrera en el diario Prensa Libre y no vacilaría en aprender el alfabeto cirílico para leer las novelas del escritor ruso Fiódor Dostoyevski.

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En 2017 la Editorial Cultura le publicó el poemario La noche también es un altar y obtuvo mención en el Premio Editorial Universitaria «Manuel José Arce» 2020 con su libro Cantar en vano. Es profesor en lengua y literatura por la Universidad de San Carlos de Guatemala, y contador público y auditor por la Universidad Rafael Landívar.

Ahora llegó el momento de cederle la palabra al poeta Francisco Juárez (Ciudad de Guatemala, 1989).

Tengo entendido que venís de familia de contadores y auditores. ¿En qué momento se encontraron las letras con los números?

En realidad, en mi familia las profesiones han sido variadas. Mi madre es administradora en un cementerio. Sí, hay parte de la familia que está relacionada con la contabilidad, pero también hay otra parte que está en el sector de la salud y los recursos humanos.

Creo que habría que invertir la pregunta pues las letras llegaron antes que los números. Las letras me acompañan desde mi niñez. La razón fundamental es que siendo hijo único de una madre trabajadora mi pasatiempo era buscar compañía en los personajes de los libros. Luego, los números aparecen como una necesidad. La de procurar el pan en la mesa. Fue como adquirir un seguro, una herramienta de trabajo. Sin embargo, no lo digo con desdén. Estoy plenamente agradecido porque esa herramienta me ha propiciado muchas satisfacciones.

¿Recordás cuáles fueron tus primeros tanes poéticos?

En primaria participé cada año en los certámenes de declamación que organizaba la escuela. En ese entonces más que disfrutar del contenido veía la poesía como un juego de la memoria. A pesar de ello, aún quedan en mí algunos versos. Por ejemplo, el «Tecún-Umán» de Miguel Ángel Asturias.

Ahora ya hablando de la poesía como forma de expresión de mis sentimientos, fue un poco más adelante. Tal vez entre los once y doce años. Comencé a llevar el registro en cuadernos de escuela que todavía conservo.

¿Probaste a escribir verso medido y rimado a la manera de sonetos, décimas y octavas reales?

Sí, quería imitar a Rubén Darío. Comencé a escribir poemas a la patria, era lo que creía que debía escribirse en verso. Abundaban los libros que incluían ese tipo de poesía. Recopilé un conjunto de poemas y los metí a un concurso homenaje a Margarita Carrera. Obviamente no gané pero tuve oportunidad de conocerla en el acto de premiación. Yo coleccionaba sus columnas de opinión y las pegaba en cuadernos. Se lo mostré y seguramente la halagó el gesto. En una esquina del cuaderno escribió «Francisco Juárez: Poeta joven quiere decir poeta de siempre». Para mí ese fue el premio de aquella noche. Y lo sigue siendo.

No me desanimé y le envié mi recopilación a Ana María Pedroni, quien muy amablemente los ojeó. Al parecer tenía problemas de salud y me refirió con una amiga, Cristina Stábile, quien me aconsejó alejarme de aquella temática ya pasada de moda.

¿Escribís tus poemas a mano, a máquina o a computadora?

Escribo con lo que tengo a mano. Más el proceso que sigo normalmente es escribir la primera versión a mano, luego por placer los paso a máquina pues el sonido de su repiqueteo me agrada, además corrijo mientras transcribo. Y la tercera etapa es pasarlo a la computadora, es el tercer momento de corrección.

¿Cuántas versiones hacés de un poema hasta darlo por terminado?

Como mínimo tres versiones, oficiales podría decirse. Pero usualmente dejo la primera versión archivada por semanas. Luego puedo hacer correcciones a mano antes de preparar la segunda versión a máquina. Pareciera que nunca pueden darse por terminados porque siempre se encuentran cosas que podrían haberse corregido.

¿Cuáles escritores guatemaltecos reconocés dentro de tu formación como poeta y lector?

El primer nombre que viene a mi mente es el de Margarita Carrera, sin vacilación. En mis inicios para mí ese fue el modelo de Poeta al cual yo admiré. Erudita y obsesionada con los temas de la muerte, el amor y la fatalidad.

Debo confesar que mi acercamiento a la literatura nacional ha sido posterior. Me refiero a un acercamiento intencional con plena consciencia de mi «ser y estar» guatemalteco. En la escuela tuve que leer las novelas de Virgilio Rodríguez Macal y todavía me queda un triste recuerdo de Carazamba.

Posteriormente descubrí a Otto René Castillo en los largos trayectos del bus hacia la Usac (estudié inglés en Calusac y viajaba los fines de semana desde el periférico al campus central). Recuerdo que su poesía amorosa fue la que me impresionó.

Con el paso de los años descubrí por mi propia cuenta muchas obras que estoy seguro han llegado a mi vida en el momento propicio.

Y como joven poeta que sos, ¿a quiénes citás como tus guías y mentores?

Bueno, he tenido la dicha de encontrar en mi camino a muchas personas que han tenido la bondad de aconsejarme. Inicialmente y de forma indirecta Ana María Pedroni. Luego directamente y de forma cronológica Cristina Stábile, Jorge Carro, Denise Phé-Funchal, Víctor Muñoz, Carmen Matute y Delia Quiñónez.

A todos les debo eterna gratitud por el tiempo que desaprovecharon leyendo mis borradores y el que me regalaron aconsejándome o motivándome a seguir adelante en este solitario camino.

¿Cuáles idiomas estudiarías para leer a sus poetas y pensadores en versión original?

La vida y la buena guía de mi madre me regalaron el don del inglés el cual es un idioma con el que me siento bastante cómodo. Con él he podido disfrutar de los poemas de Dylan Thomas, John Keats, Emily Dickinson, entre otros. Poseo un francés rudimentario, pero permanece en mi horizonte dominarlo para leer la Comedia Humana de Balzac en su idioma original. También a Víctor Hugo. Y ¿por qué no pensar en grande?, el ruso para leer a Dostoyevski y el japonés para leer «El relato de Genji».

¿Cuánto tiempo te tomó escribir y seleccionar los poemas incluidos en La noche también es un altar?

Fue un proceso de tres años entre escritura, edición y selección.

Si la noche también es un altar, ¿qué le ofrendarías?

La noche es una metáfora y un actor principal del libro. La noche es el momento del sueño, de la aparición del miedo, de las esperanzas y los deseos.

Es decir, representa la parte no racional del ser humano, es el reverso de la vigilia y la razón. Para los poetas románticos representaba el momento en el que el ser humano se encontraba con su verdadera naturaleza.

Sin embargo, desde mi forma de entender el mundo tanto la vigilia como el sueño cumplen papeles fundamentales en la vida. Un aspecto no debe valorarse en menoscabo del otro pues esa dualidad es la que nos hace humanos. Es por ello que veo a la poesía como una reivindicación de nuestra humanidad pues expresa el cúmulo de visiones, imágenes y sentimientos que no tienen cabida en el día a día.

Esta característica simbolizante de la poesía es similar al mecanismo de los sueños y de las pesadillas en las que todo aparece bajo máscaras que tienen que ser interpretadas. La noche es, pues, el escenario en el que ocurre toda la acción de ese reverso de la moneda y mi ofrenda fue tratar de reivindicar su papel en nuestra vida.

Para ampliar esta respuesta podría citar un fragmento el poema The Dream de Lord Byron traducido por María Alfaro en 1950 y publicado en el libro Poemas Líricos de editorial Adonais:

La vida es doble. El sueño tiene un mundo propio,

límite de las cosas que no están definidas.

La vida y muerte… El sueño tiene un mundo propio

y un extenso dominio salvaje y realista.

El sueño revelado respira con su aliento

lágrimas y torturas tocadas de alegría

que aligeran su peso cuando nos despertamos

quitándonos el peso de luchas y fatigas.

Dividen nuestro ser, aunque luego se vuelvan

parte de nuestro tiempo, de nuestra propia vida;

heraldos de lo eterno que pasan como sombras

sobre nuestro pasado y hablan como sibilas

que predican futuros. Su fuerza y poderío

son el gozo o la angustia, constante tiranía

que nos vuelve hacia aquello que no hemos sido nunca.

Visiones esfumadas nos despiertan y agitan.

¿Es acaso el temor de fantasmas errantes?

¿No es el pasado espectro? ¿Sombra desvanecida,

creación de la mente que puede hacer substancia

poblando las estrellas de refulgente vida

y dando aliento a formas impalpables, etéreas,

que a la materia anulen y que la sobrevivan?

Una visión soñada quiero recordar siempre…

Tal vez durante el sueño una idea en sí misma

–pensamiento dormido capaz de eternizarse

remansa en una hora toda una larga vida.

Para el poeta cubano José Lezama Lima, «la inmensa piel de la noche me dejaba innumerables sentidos para innumerables comprobaciones». Si tuvieras esos sentidos, ¿qué comprobarías?

Seguramente trataría de comprobar si con innumerables sentidos podría escuchar la voz del Absoluto pues al parecer su voz es tan tenue que parece inexistente.

¿Se puede cerrar la noche con «siete candados, con cincuenta puertas, leguas y leguas de muralla china», como lo imaginó el poeta guatemalteco Francisco Méndez?

Depende qué noche es la que se desee cerrar. Quizá la de los recuerdos dolorosos o la noche que ha maravillado tanto los sentidos que no se desea escapar detalle alguno.

¿Es cierto que escribir a media noche «es desatar el nudo con manos hechas navaja, con la boca cerrada y los ojos bien abiertos»?

Es cierto para quien escribió esas palabras. En su caso particular fue como un ritual que le permitió desatar el nudo con plena consciencia de su ser.

Los armenios profesan gratitud al árbol de granadas, el cedro es el símbolo del Líbano y vos declarás que el olivo te resulta un árbol íntimo. ¿Por qué?

El olivo es un árbol que ha estado presente en el imaginario humano desde Grecia. Así mismo, es un árbol estrechamente relacionado con episodios religiosos como el Huerto de los olivos o hace su aparición en la poesía de Santa Teresa de Jesús. Podría decirse que tengo un espíritu religioso, aunque no practique una religión en específico. Es un árbol que llegó a mí a través de la poesía y que ahora ya da posada a las aves que llegan a comer a mi jardín por las mañanas.

¿Por qué definís al espacio entre la página de un libro y tus ojos como «el universo»?

Bueno, hay algo que sucede entre las páginas de un libro y los ojos del lector: la imaginación. A través de ella nuestra vida se llena de mundos y aventuras.

¿Vale la pena «ir tan lejos como el lenguaje lo permita» y «moldearlo con la mirada, con las manos puestas sobre el filo de las hojas»?

El escritor tiene que pensar que su labor tiene sentido, que hay algo en su vocación que es necesario para la humanidad. Nunca he estado de acuerdo con aquellos que opinan que la literatura no sirve para nada. Esa es una visión utilitarista del mundo, en la cual únicamente aquello que puede ser cuantificado es digno de existencia. En consecuencia, si el escritor tiene la convicción de que su labor es necesaria, querrá darlo todo de sí en su arte. El escritor trabaja con el lenguaje, se sirve de él y es por ello que tiene que dominarlo, llevarlo tan lejos como este se lo permita. No me refiero a frivolidades y a juegos con el lenguaje, eso no tendría más sentido que la forma y no sería digno de llamarse arte. Usar el lenguaje para expresar aquello que está en las profundidades del corazón humano.

«¿Qué será de este árbol y este mundo sin estos ojos?», te preguntás. ¿Será necesaria la mirada del poeta para dotarlos de sentido?

Considero que le somos completamente indiferentes al universo, todo cuanto existe seguirá existiendo a pesar de nuestra ausencia. Somos los seres humanos quienes dotamos de sentido a cuanto nos rodea. Es nuestra mirada la que categoriza, la que juzga y valora. Sin el ser humano no existe el bien ni el mal. Somos los espectadores y los actores en un inmenso escenario el cual permanecerá, eterno, cuando ya no estemos en sus graderíos. Los versos que citas son más bien una expresión de nostalgia en la cual descargo la pena sobre el objeto, pero en realidad de haber sido más honesto habría escrito: ¿Qué será de mí sin ese árbol y sin este mundo?

Por último, ¿nos podés compartir dos de tus poemas inéditos?

Hace poco mi nuevo poemario obtuvo una mención honorífica en el certamen Manuel José Arce de poesía de la Editorial Universitaria. Los siguientes poemas están incluidos en dicho libro, aún inédito:

Distancia

Visto desde el cielo

el mundo debe ser un hormiguero,

del que Tus ojos se apartan

en el caro silencio

de las alturas.

Aquí abajo el tiempo corre

y la luz del sol permanece

escueta en el sendero,

lo que tarda en Tu recuerdo

el mar y su vaivén.

Visto desde el cielo,

el grito se pierde, ligero,

en la honda ignorancia

de la más cruel de las verdades:

la distancia

entre Lo amado y el amante.

No existe proporción,

por lo tanto, es imposible

lograr que Tu mirada

eterna, unida a los astros,

nos conceda, quizás

el consuelo

o la vanidad de Tu perdón.

Dulce engaño

Nos has dado los rosales blancos

y los cielos límpidos del verano.

El cálido aire del estío

el olivo en el atardecer.

Ahí cantan los grillos

incesantes cuando muere el día.

Todo esto nos fue dado,

dulce engaño.

Nada es nuestro,

es agua que se pierde en el agua.

Todo esto nos fue dado

como el mar se entrega a la playa.

Es la pérdida incesante

o la visión de un cometa.

Viniste una sola vez,

probaste el destino humano

y no volverás.