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Bon Scott, la autobiografía que no se escribió

Redacción República
16 de febrero, 2020

Bon Scott, la autobiografía que no se escribió, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

a Ledianys Olaya

No lo dudo: de sobrevivir a la curda que agarró la noche del 18 de febrero de 1980, Bon Scott habría escrito su autobiografía.

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Tendríamos una historia muy entretenida, repleta de jugosas anécdotas sazonadas con las conclusiones a las que llegó tras años de vagabundeo con micrófono en mano y banda de rock detrás.

Su oficio era cantar, pasárselo bien, echarse los tragos y ligar con toda mujer que tuviera la disposición de hacerlo: sería puro ejemplo de la picaresca australiana.

Imaginemos la escena. Al comienzo se niega a llenar hasta 300 páginas al afirmar que ya contó su vida en las letras de sus canciones.

Pero después le entra el gusanito, se dice por qué no y firma el contrato para recibir el anticipo de parte de la editorial.

Bon Scott lo escribe durante las pausas que se toma AC/DC para grabar su nuevo disco y darlo a conocer ante el público que solo pide las mismas canciones de siempre.

Eso sí, rechaza la ayuda del redactor de apoyo que le asignan para orientarlo con el uso de los signos de puntuación y manda teletransportar al primer editor que se le ocurra intervenir el manuscrito: él solito se lo discute de punta a cabo.

Por algo resumió la historia del rock and roll, con tanta gracia y sapiencia, en «Let There Be Rock»:

In the beginning

Back in nineteen fifty five

Man didn’t knowbout a rocknroll show

And all that jive

The white man had the schmaltz

The black man had the blues

No one knew what they was gonna do

But Tchaikovsky had the news

¿Por dónde empieza? Seguro evocando las travesuras que hizo en su pueblo natal de Forfar, Escocia, y el largo viaje en barco rumbo a Australia.

Luego vendrían la adaptación al medio, rodeado de canguros y cocodrilos de agua salada, el encuentro cercano con el sexo femenino y el descubrimiento del rock and roll.

También su aprendizaje de la batería, los meses que estuvo preso por inadaptado social, el accidente de moto que lo dejó quieto por algún tiempo y su encuentro con una incipiente banda glam llamada AC/DC, primero como chofer, luego como cantante y letrista, superando la diferencia de edad que lo alejaba de los hermanos Malcolm y Angus Young.

Todo lo narraría Bon Scott como si estuviera con sus amigos en el bar, con trago de bourbon en la mano derecha y el brazo izquierdo rodeando la cintura de la siguiente compañera de juergas.

Para captar ciertos pasajes sería necesario adjuntar las notas que aclaren el significado del inglés con tinte aussie y las traducciones al español, con tal de guardarle fidelidad al original, se parcharían del habla chilanga, porteña o gallega según el país de difusión.

Apuesto a que la autobiografía de Bon Scott recibe cantidad de reseñas elogiosas: pocos podrían igualarla en agudeza, candidez, sentido del humor y comentarios acerca del oficio de pasársela de hotel en hotel, de ciudad en ciudad, de país en país, de cama en cama.

La habría escrito con la misma naturalidad que aludió a la invasión de ladillas que padeció en «Crabsody In Blue», y daría su versión acerca de la trompada que le metió al incauto que le preguntó si era un AC o un DC dado que el nombre de la banda, aparte de basarse en la corriente alterna/corriente continua, se utilizaba en lenguaje callejero para aludir a la bisexualidad: «Soy el rayo de en medio», le gritó antes de noquearlo cual Júpiter tronante.

Entre líneas se leería un manual para el trato con promotores que no pagan el dinero convenido o se alzan con la taquilla mientras los músicos pasan hambre y frío, fumándose sus últimos cigarrillos, a la espera de que les rindan cuentas para montarse en la van y seguir con la gira.

Bon Scott asimiló las enseñanzas de Chuck Berry al escribir sus letras, tenía oído para los juegos de palabras y debió ser buen lector.

Por eso supo sentirse como «mano dentro de guante de terciopelo» después de hacer el amor, describió al cercano objeto de deseo con el «rostro de un ángel sonriendo cual pecador, una Venus de Milo con brazos» («Touch Too Much»), se identificó con los personajes fuera de la ley («Problem Child», «Dirty Deeds Done Dirt Cheap») y retrató las penas de quien se la pasa con el miedo de que el comisario venga a somatarle la puerta para cobrarle el alquiler («Down Payment Blues»).

También se cuenta que respondía las cartas que le mandaban sus admiradores.

Hace falta que se localicen y se recopilen para acercarnos a sus confidencias, sus preocupaciones, el afecto que prodigaba a los suyos y los planes que no alcanzó a poner en marcha.

A falta de la autobiografía que no escribió, están los recuerdos de su ex esposa Irene Thorton (Have a drink on me, Red Planet, 2019) y los libros que se publican de tiempo en tiempo acerca de AC/DC.

Ahora se me ocurre: ¿por qué no se rastrean las entrevistas que dio para la prensa y la televisión desde que perteneció a The Spektors, cobró fama con The Valentines, estuvo de paso por Fraternity e hizo residencia con los Mount Lofty Rangers, para extractar sus declaraciones, darles secuencia cronológica y corregir alguna que otra cita inexacta como se hizo con Jimi Hendrix para armar el volumen Empezar de cero (versión al castellano por Sexto Piso Ediciones, 2014)?

Bon Scott, la autobiografía que no se escribió

Redacción República
16 de febrero, 2020

Bon Scott, la autobiografía que no se escribió, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

a Ledianys Olaya

No lo dudo: de sobrevivir a la curda que agarró la noche del 18 de febrero de 1980, Bon Scott habría escrito su autobiografía.

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Tendríamos una historia muy entretenida, repleta de jugosas anécdotas sazonadas con las conclusiones a las que llegó tras años de vagabundeo con micrófono en mano y banda de rock detrás.

Su oficio era cantar, pasárselo bien, echarse los tragos y ligar con toda mujer que tuviera la disposición de hacerlo: sería puro ejemplo de la picaresca australiana.

Imaginemos la escena. Al comienzo se niega a llenar hasta 300 páginas al afirmar que ya contó su vida en las letras de sus canciones.

Pero después le entra el gusanito, se dice por qué no y firma el contrato para recibir el anticipo de parte de la editorial.

Bon Scott lo escribe durante las pausas que se toma AC/DC para grabar su nuevo disco y darlo a conocer ante el público que solo pide las mismas canciones de siempre.

Eso sí, rechaza la ayuda del redactor de apoyo que le asignan para orientarlo con el uso de los signos de puntuación y manda teletransportar al primer editor que se le ocurra intervenir el manuscrito: él solito se lo discute de punta a cabo.

Por algo resumió la historia del rock and roll, con tanta gracia y sapiencia, en «Let There Be Rock»:

In the beginning

Back in nineteen fifty five

Man didn’t knowbout a rocknroll show

And all that jive

The white man had the schmaltz

The black man had the blues

No one knew what they was gonna do

But Tchaikovsky had the news

¿Por dónde empieza? Seguro evocando las travesuras que hizo en su pueblo natal de Forfar, Escocia, y el largo viaje en barco rumbo a Australia.

Luego vendrían la adaptación al medio, rodeado de canguros y cocodrilos de agua salada, el encuentro cercano con el sexo femenino y el descubrimiento del rock and roll.

También su aprendizaje de la batería, los meses que estuvo preso por inadaptado social, el accidente de moto que lo dejó quieto por algún tiempo y su encuentro con una incipiente banda glam llamada AC/DC, primero como chofer, luego como cantante y letrista, superando la diferencia de edad que lo alejaba de los hermanos Malcolm y Angus Young.

Todo lo narraría Bon Scott como si estuviera con sus amigos en el bar, con trago de bourbon en la mano derecha y el brazo izquierdo rodeando la cintura de la siguiente compañera de juergas.

Para captar ciertos pasajes sería necesario adjuntar las notas que aclaren el significado del inglés con tinte aussie y las traducciones al español, con tal de guardarle fidelidad al original, se parcharían del habla chilanga, porteña o gallega según el país de difusión.

Apuesto a que la autobiografía de Bon Scott recibe cantidad de reseñas elogiosas: pocos podrían igualarla en agudeza, candidez, sentido del humor y comentarios acerca del oficio de pasársela de hotel en hotel, de ciudad en ciudad, de país en país, de cama en cama.

La habría escrito con la misma naturalidad que aludió a la invasión de ladillas que padeció en «Crabsody In Blue», y daría su versión acerca de la trompada que le metió al incauto que le preguntó si era un AC o un DC dado que el nombre de la banda, aparte de basarse en la corriente alterna/corriente continua, se utilizaba en lenguaje callejero para aludir a la bisexualidad: «Soy el rayo de en medio», le gritó antes de noquearlo cual Júpiter tronante.

Entre líneas se leería un manual para el trato con promotores que no pagan el dinero convenido o se alzan con la taquilla mientras los músicos pasan hambre y frío, fumándose sus últimos cigarrillos, a la espera de que les rindan cuentas para montarse en la van y seguir con la gira.

Bon Scott asimiló las enseñanzas de Chuck Berry al escribir sus letras, tenía oído para los juegos de palabras y debió ser buen lector.

Por eso supo sentirse como «mano dentro de guante de terciopelo» después de hacer el amor, describió al cercano objeto de deseo con el «rostro de un ángel sonriendo cual pecador, una Venus de Milo con brazos» («Touch Too Much»), se identificó con los personajes fuera de la ley («Problem Child», «Dirty Deeds Done Dirt Cheap») y retrató las penas de quien se la pasa con el miedo de que el comisario venga a somatarle la puerta para cobrarle el alquiler («Down Payment Blues»).

También se cuenta que respondía las cartas que le mandaban sus admiradores.

Hace falta que se localicen y se recopilen para acercarnos a sus confidencias, sus preocupaciones, el afecto que prodigaba a los suyos y los planes que no alcanzó a poner en marcha.

A falta de la autobiografía que no escribió, están los recuerdos de su ex esposa Irene Thorton (Have a drink on me, Red Planet, 2019) y los libros que se publican de tiempo en tiempo acerca de AC/DC.

Ahora se me ocurre: ¿por qué no se rastrean las entrevistas que dio para la prensa y la televisión desde que perteneció a The Spektors, cobró fama con The Valentines, estuvo de paso por Fraternity e hizo residencia con los Mount Lofty Rangers, para extractar sus declaraciones, darles secuencia cronológica y corregir alguna que otra cita inexacta como se hizo con Jimi Hendrix para armar el volumen Empezar de cero (versión al castellano por Sexto Piso Ediciones, 2014)?