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Historias urbanas: Defensa no solicitada de Ricardo Arjona

Redacción República
26 de abril, 2020

Defensa no solicitada de Ricardo Arjona, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

No entiendo por qué mis amigos letrados y mis cuates músicos detestan tanto las canciones de Ricardo Arjona.

Las consideran pura copia y pega de las rimas escritas por Joaquín Sabina; la sola mención de su nombre les hace torcer el gesto; seguro rasgaron sus vestiduras a la par de Fito Páez cuando declaró, en marzo de 2010, «si la ciudad (Buenos Aires) le da 35 Luna Parks a Ricardo Arjona y a Charly García le da dos, tenés que pensar qué significa la política, los diarios, en esa ciudad en la que hay valores que fueron aniquilados» (1).

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Fito Páez, apreciado por hombres y mujeres pensantes –la intelligentsia guatemalteca abarrotó dos noches consecutivas el Teatro Nacional para verlo en octubre de 2002–, coincidió sin querer con su compatriota Ricardo Iorio –prócer del metal pesado argentino y defensor de las tradiciones ligadas al tango, la milonga y la pampa–, quien afirmó para una emisora radial de Rosario, ciudad natal de Páez: «La nación entera está perdiendo una batalla.

Acá nació Luis Alberto Spinetta y ahora estamos escuchando a Arjona».

Los dos presentan el gusto por las canciones de Arjona como síntomas de retroceso cultural; Iorio cree que desbaratan los cimientos del país que ocupó el décimo lugar entre las potencias mundiales allá por 1913; cargos graves, gravísimos.

Tampoco entiendo por qué le dedican memes del tipo «Arjona tiene discos espectaculares… como por ejemplo uno de Pink Floyd que le prestó su cuñado».

Y «colocan bocinas con música de Arjona por todo Yucatán para que la gente no salga».

Los coleccionistas se inclinan por los tres discos de Arjona producidos por Miguel Ángel Villagrán para el sello Sony Music (Animal nocturno, 1993; Historias, 1994; Si el Norte fuera el Sur, 1996).

Y el monstruo, el público que asiste al festival de Viña del Mar, suele premiarlo con gaviotas de oro y plata.

El problema, siento yo, se centra en el rechazo que buena parte de los intelectuales manifiesta hacia todo artista masivo.

Si no es oscuro y difícil de entender, si no es del consumo exclusivo para un público selecto y exquisito, no tiene validez. Así lo afirman, copa de vino en mano, al cuestionar el criterio de la gente común.

La verdad me gustaría que los vecinos escucharan las canciones de Arjona cuando les da por probar el volumen, la potencia y el alcance de sus equipos de sonido justo a la hora que estudiamos para el examen parcial, necesitamos un momento a solas o queremos entregarnos a esas cuatro o cinco horas de sueño que medio arañamos de lunes a viernes.

En vez de padecer esas amenazas rebosantes de alcohol y misoginia –brotadas en lugares donde se crían puros machos de camisa a cuadros, pistola al cinto y sombrero bien puesto–, prefiero oír los cantos a la señora de las cuatro décadas e imaginarme cómo sería el Norte si fuera el Sur.

Ya es hora que nuestro paisano más internacional, quien repitió el logro de Miguel Ángel Asturias al imponerse en la escena cultural de Buenos Aires, ocupe sitio entre las preferencias del pueblo raso al que pertenecemos.

Sus letras ampliarían el vocabulario popular; los periódicos que circulan en el país adaptarían sus títulos para encabezar la primera plana –«Detectan pingüinos en la cama» podría servir para encabezar un reportaje acerca de los desacuerdos entre parejas–, y acompañarían los murales pintados en las paredes de los edificios abandonados.

Pero no me hago ilusiones. La hija del vecino acaba de tomar el relevo. Las ventanas de la casa donde vivo resuenan a cada trepidar de bocinas. Y eso que estamos algo retirados. Guglielmo Marconi, inventor de la radio, no se imaginó que el aparato ideado para abrirle paso a las comunicaciones estaría entre los medios para facilitar, este sí, la aniquilación de valores y la pérdida de batallas como país.

(1) A ver, saquemos cuentas. El aforo del Luna Park es de 9020 espectadores.

Al multiplicarlos por 35 funciones, dan la cifra de 315,700 personas. La cantidad supera en 5598 a toda la población del municipio de Cobán, cabecera del departamento de Alta Verapaz, según lo proyectó el Instituto Nacional de Estadística para el año 2020 (310,102 personas).

Tal es la convocatoria de Ricardo Arjona en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el conurbano bonaerense.

Seguro hay admiradores que asistieron a todas las funciones que pudieron; tampoco faltaron los uruguayos que cruzaron el Río de la Plata desde Montevideo, Colonia del Sacramento y otras localidades costeras para verlo en persona.

Historias urbanas: Defensa no solicitada de Ricardo Arjona

Redacción República
26 de abril, 2020

Defensa no solicitada de Ricardo Arjona, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

No entiendo por qué mis amigos letrados y mis cuates músicos detestan tanto las canciones de Ricardo Arjona.

Las consideran pura copia y pega de las rimas escritas por Joaquín Sabina; la sola mención de su nombre les hace torcer el gesto; seguro rasgaron sus vestiduras a la par de Fito Páez cuando declaró, en marzo de 2010, «si la ciudad (Buenos Aires) le da 35 Luna Parks a Ricardo Arjona y a Charly García le da dos, tenés que pensar qué significa la política, los diarios, en esa ciudad en la que hay valores que fueron aniquilados» (1).

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Fito Páez, apreciado por hombres y mujeres pensantes –la intelligentsia guatemalteca abarrotó dos noches consecutivas el Teatro Nacional para verlo en octubre de 2002–, coincidió sin querer con su compatriota Ricardo Iorio –prócer del metal pesado argentino y defensor de las tradiciones ligadas al tango, la milonga y la pampa–, quien afirmó para una emisora radial de Rosario, ciudad natal de Páez: «La nación entera está perdiendo una batalla.

Acá nació Luis Alberto Spinetta y ahora estamos escuchando a Arjona».

Los dos presentan el gusto por las canciones de Arjona como síntomas de retroceso cultural; Iorio cree que desbaratan los cimientos del país que ocupó el décimo lugar entre las potencias mundiales allá por 1913; cargos graves, gravísimos.

Tampoco entiendo por qué le dedican memes del tipo «Arjona tiene discos espectaculares… como por ejemplo uno de Pink Floyd que le prestó su cuñado».

Y «colocan bocinas con música de Arjona por todo Yucatán para que la gente no salga».

Los coleccionistas se inclinan por los tres discos de Arjona producidos por Miguel Ángel Villagrán para el sello Sony Music (Animal nocturno, 1993; Historias, 1994; Si el Norte fuera el Sur, 1996).

Y el monstruo, el público que asiste al festival de Viña del Mar, suele premiarlo con gaviotas de oro y plata.

El problema, siento yo, se centra en el rechazo que buena parte de los intelectuales manifiesta hacia todo artista masivo.

Si no es oscuro y difícil de entender, si no es del consumo exclusivo para un público selecto y exquisito, no tiene validez. Así lo afirman, copa de vino en mano, al cuestionar el criterio de la gente común.

La verdad me gustaría que los vecinos escucharan las canciones de Arjona cuando les da por probar el volumen, la potencia y el alcance de sus equipos de sonido justo a la hora que estudiamos para el examen parcial, necesitamos un momento a solas o queremos entregarnos a esas cuatro o cinco horas de sueño que medio arañamos de lunes a viernes.

En vez de padecer esas amenazas rebosantes de alcohol y misoginia –brotadas en lugares donde se crían puros machos de camisa a cuadros, pistola al cinto y sombrero bien puesto–, prefiero oír los cantos a la señora de las cuatro décadas e imaginarme cómo sería el Norte si fuera el Sur.

Ya es hora que nuestro paisano más internacional, quien repitió el logro de Miguel Ángel Asturias al imponerse en la escena cultural de Buenos Aires, ocupe sitio entre las preferencias del pueblo raso al que pertenecemos.

Sus letras ampliarían el vocabulario popular; los periódicos que circulan en el país adaptarían sus títulos para encabezar la primera plana –«Detectan pingüinos en la cama» podría servir para encabezar un reportaje acerca de los desacuerdos entre parejas–, y acompañarían los murales pintados en las paredes de los edificios abandonados.

Pero no me hago ilusiones. La hija del vecino acaba de tomar el relevo. Las ventanas de la casa donde vivo resuenan a cada trepidar de bocinas. Y eso que estamos algo retirados. Guglielmo Marconi, inventor de la radio, no se imaginó que el aparato ideado para abrirle paso a las comunicaciones estaría entre los medios para facilitar, este sí, la aniquilación de valores y la pérdida de batallas como país.

(1) A ver, saquemos cuentas. El aforo del Luna Park es de 9020 espectadores.

Al multiplicarlos por 35 funciones, dan la cifra de 315,700 personas. La cantidad supera en 5598 a toda la población del municipio de Cobán, cabecera del departamento de Alta Verapaz, según lo proyectó el Instituto Nacional de Estadística para el año 2020 (310,102 personas).

Tal es la convocatoria de Ricardo Arjona en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el conurbano bonaerense.

Seguro hay admiradores que asistieron a todas las funciones que pudieron; tampoco faltaron los uruguayos que cruzaron el Río de la Plata desde Montevideo, Colonia del Sacramento y otras localidades costeras para verlo en persona.