Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Historias Urbanas: ¿Cómo le estarán haciendo?

Luis Gonzalez
05 de abril, 2020

¿Cómo le estarán haciendo?, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Mirá vos, cuando uno se desvela se pone a pensar en cuánta babosada se le ocurra. Como sabés, a mí me toca tomar dos buses de ida para ir a trabajar y dos buses de vuelta para regresar a la casa.

En esos viajes se suben hasta cuatro o cinco vendedores de dulces, dos o tres predicadores, alguna que otra pareja de payasos, y ya me van robando tres veces el celular.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Dos con la pistola justo enfrente y la otra al estilo dedos mágicos.

Sí hombre, se me acercó una señora de suéter rojo, aguantás que no me dejaba pasar, no sé cómo le hizo para meter mano –no seás mal pensado, pues– y hasta que llegué al trabajo me me di cuenta que el teléfono cambió de dueño.

Pues los vendedores dicen que se ganan la vida honradamente y bravos se ponen si no les recibís su «caramelo» o su «goma de mascar».

Los predicadores solo se la pasan puros endemoniados, hablando de la ira que el Señor tiene contra todos los pecadores, y se les nota que mucha alegría sentirían si todo el mundo se fuese derechito al infierno.

Mientras que los payasos repiten los mismos chistes con esas voces que ni les salen de tanto andar en la calle.

Y cuando menos lo pensás, aparecen los ladrones. Están dos por delante y dos por detrás, te gritan «vivos los quiero» y a caerles redondo con todo lo que traigás encima.

¿Cuánto tiempo estarán así?

Entonces me puse a pensar «bueno, sigo trabajando, poco a poco le voy agarrando el modo a la tecnología aunque mejor ni pienso en el pago de la luz, ¿pero ellos?».

Todos se afanan por llevar un plato de comida a su casa, o se imponen la misión de avisarnos que llegó la hora de arrepentirnos, o tratan de hacernos reír para decirnos que agradecidos deberíamos estar pues no salen a asaltar en plan Navajita y Pistolón.

Ahora que todas las urbanas están guardadas, y a saber si será por bastante tiempo, se quedaron sin cómo sacarle dinero a la gente.

No hombre, y cómo van a ahorrar, a veces algunos se suben temprano a pedir dinero porque no tienen ni para comprar una bolsa de dulces de menta.

Y ya que lo pienso, también se quedaron sin mercadería todos los que revenden teléfonos robados. Se interrumpió la cadena alimenticia.

Vos te recordás que antes pasaban calladitos a dejarte un paquete de chicles y tenían un papelito que decía dispense, soy sordomudo, ayúdeme por favor, o algo así.

A mí me sacaba de onda que me lo pasaran dejando encima de las rodillas –sí, en aquel tiempo se podía hacer todo el viaje sentado hasta la Monserrat y no tan apretujado como ahora– cuando quería echarme mi pestañazo.

Solo guardo buen recuerdo de un vendedor. Era un señor gordo, de bigotío de pita, muy amable y tranquilo para hablar.

Sabía vender muy bien lo que fuera; un par de veces le compré lapiceros y la otra no me acuerdo qué fue, un llavero cortaúñas o algo así.

A ellos sí daba gusto escucharlos y si fuera conferencista motivacional los pondría de ejemplo de cómo hablar en público.

Total, a saber cómo le estarán haciendo todos ellos vos. Ya han de estar desesperados. El hambre no tiene contemplaciones. Y eso sí me preocupa.

Historias Urbanas: ¿Cómo le estarán haciendo?

Luis Gonzalez
05 de abril, 2020

¿Cómo le estarán haciendo?, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Mirá vos, cuando uno se desvela se pone a pensar en cuánta babosada se le ocurra. Como sabés, a mí me toca tomar dos buses de ida para ir a trabajar y dos buses de vuelta para regresar a la casa.

En esos viajes se suben hasta cuatro o cinco vendedores de dulces, dos o tres predicadores, alguna que otra pareja de payasos, y ya me van robando tres veces el celular.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Dos con la pistola justo enfrente y la otra al estilo dedos mágicos.

Sí hombre, se me acercó una señora de suéter rojo, aguantás que no me dejaba pasar, no sé cómo le hizo para meter mano –no seás mal pensado, pues– y hasta que llegué al trabajo me me di cuenta que el teléfono cambió de dueño.

Pues los vendedores dicen que se ganan la vida honradamente y bravos se ponen si no les recibís su «caramelo» o su «goma de mascar».

Los predicadores solo se la pasan puros endemoniados, hablando de la ira que el Señor tiene contra todos los pecadores, y se les nota que mucha alegría sentirían si todo el mundo se fuese derechito al infierno.

Mientras que los payasos repiten los mismos chistes con esas voces que ni les salen de tanto andar en la calle.

Y cuando menos lo pensás, aparecen los ladrones. Están dos por delante y dos por detrás, te gritan «vivos los quiero» y a caerles redondo con todo lo que traigás encima.

¿Cuánto tiempo estarán así?

Entonces me puse a pensar «bueno, sigo trabajando, poco a poco le voy agarrando el modo a la tecnología aunque mejor ni pienso en el pago de la luz, ¿pero ellos?».

Todos se afanan por llevar un plato de comida a su casa, o se imponen la misión de avisarnos que llegó la hora de arrepentirnos, o tratan de hacernos reír para decirnos que agradecidos deberíamos estar pues no salen a asaltar en plan Navajita y Pistolón.

Ahora que todas las urbanas están guardadas, y a saber si será por bastante tiempo, se quedaron sin cómo sacarle dinero a la gente.

No hombre, y cómo van a ahorrar, a veces algunos se suben temprano a pedir dinero porque no tienen ni para comprar una bolsa de dulces de menta.

Y ya que lo pienso, también se quedaron sin mercadería todos los que revenden teléfonos robados. Se interrumpió la cadena alimenticia.

Vos te recordás que antes pasaban calladitos a dejarte un paquete de chicles y tenían un papelito que decía dispense, soy sordomudo, ayúdeme por favor, o algo así.

A mí me sacaba de onda que me lo pasaran dejando encima de las rodillas –sí, en aquel tiempo se podía hacer todo el viaje sentado hasta la Monserrat y no tan apretujado como ahora– cuando quería echarme mi pestañazo.

Solo guardo buen recuerdo de un vendedor. Era un señor gordo, de bigotío de pita, muy amable y tranquilo para hablar.

Sabía vender muy bien lo que fuera; un par de veces le compré lapiceros y la otra no me acuerdo qué fue, un llavero cortaúñas o algo así.

A ellos sí daba gusto escucharlos y si fuera conferencista motivacional los pondría de ejemplo de cómo hablar en público.

Total, a saber cómo le estarán haciendo todos ellos vos. Ya han de estar desesperados. El hambre no tiene contemplaciones. Y eso sí me preocupa.