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Correo a propósito de She-Ra y las Princesas del Poder

Redacción República
31 de mayo, 2020

Correo a propósito de She-Ra y las Princesas del Poder, ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Con el permiso de cierto amigo mío (no quiso que lo mencionara), reproduzco el correo electrónico que me mandó acerca del punto final a She-Ra y las Princesas del Poder (DreamWorks Animation, 2018-2020).

No está de más advertir que anticipa parte del contenido. Sobre aviso no hay engaño y en guerra anunciada no caen soldados.

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Mirá vos, a mí me sublevan todos esos cambios de raza y orientación sexual que de unos años para acá hicieron con varios personajes de los cómics.

Poné por ejemplo a Alan Scott, el primer Linterna Verde, fundador de la Sociedad de la Justicia y figura clave entre los superhéroes de la Edad de Oro.

Cuando relanzaron a los personajes de la DC Comics, allá por el 2012, a saber quién tuvo la ocurrencia de rejuvenecerlo y «pasarlo al otro bando».

Lo mismo hizo la Marvel con Iceman, uno de los X-Men originales, al que presentaban como el Deslizador de Plata en la serie del Hombre Araña y sus sorprendentes amigos que miramos cuando niños en la tele.

Sólo les falta darle la razón al doctor Frederick Bartholomew (1), autor del libro Seducción del inocente, acerca de que Bruce Wayne y Dick Grayson se disfrazaban de Batman y Robin para sostener relaciones ilícitas bajo la atenta complicidad de Alfredo el mayordomo.

¿Pero sabés qué? Acabo de ver el último episodio de la quinta temporada de She-Ra y las Princesas del Poder.

Me gustaron las entregas anteriores, a pesar de su postura a favor del «amor que no se atreve a decir su nombre», como le llamó Oscar Wilde a la afición que le profesó a lord Alfred Douglas.

¿Qué querés que haga? Me eduqué en un pueblo, cuesta quitarse los prejuicios; recién ahora llegué a comprender que un hombre se sienta inclinado por otro hombre y una mujer se descubra atraída por otra mujer.

En la serie original nos encontrábamos con Adora, la hermana gemela de He-Man, transformándose en She-Ra para ganarle batalla tras batalla a Hordak y sus secuaces.

Cada capítulo era el mismo cuento: los buenos siempre se imponían sobre los malos. Y encima se despedían con moraleja.

Querían que sus pequeños televidentes fueran niños bien portados para que sus papás les compraran los juguetes derivados de la serie (a mi hermana le regalaron la muñeca de Glimmer).

Acá es otro asunto. Estamos ante personajes más vulnerables. Salen golpeados, dudan de sus acciones, se cuestionan si tiene algún sentido lo que están haciendo.

Alternan victorias y derrotas, sufren pérdidas, guardan duelo. Reciben tanto poder y responsabilidad que terminan abrumados, pero los aceptan y marchan al frente. Si no, se los carga el enemigo.

Hacía ratos que no me prendaba de un personaje de dibujos animados desde que me fasciné con Lady Jaye (a vos te gustaba la Baronesa, me acuerdo (2)) y ya no abandoné el puesto de mando a cargo de Lisa Hayes en Robotech.

No oculto mi debilidad por las mujeres militares. Ahora le prendo mis velas a Catra, la amiga, rival y amante de Adora, la portadora de la espada de She-Ra. Si le organizan club de admiradores, pido mi membresía. Tenelo por seguro.

Catra vivió su niñez y adolescencia en un ambiente hostil. Siempre se la pasó caminando encima de un techo en llamas a punto de venirse al suelo, y todo el tiempo le guardó afecto a quien de veras le importaba.

Su relación con Adora se planteó desde la infancia, cuando las prepararon para ser capitanas de la fuerza hordiana bajo la estricta guía de la hechicera Shadow Weaver.

Aunque se separaron y lucharon en bandos opuestos, nunca se apartaron de sus pensamientos.

A media saga me dije que algo iba a suceder entre Catra y Adora, y cuando sentí ya estaba echando porras para que ese algo sucediera.

No comí ansias, me despaché uno o dos capítulos diarios según estuviera de tiempo, y poco faltó para levantarme y ponerme a aplaudir cuando ese algo por fin sucedió. Tenemos que sentirnos afortunados si alguien nos ama como Adora es amada por Catra.

Vos sabés, uno aprende que si no se deja de pensar en alguien, en desearle lo mejor, en preocuparse por su bienestar así pasen años sin verse, «y en vez de maldecirte con justo encono/ en mi sueño te colmo de bendiciones» –como escribió el maestro cubano Miguel Matamoros en su bolero «Lágrimas negras»–, pues eso es amor y no otra cosa.

No hace falta poseer el cuerpo deseado, con roce de labios incluido, para demostrarlo.

Catra bien pudo susurrarle a los oídos de Adora estas palabras escritas y cantadas por Lemmy de Motörhead: «and I will plead no contest if loving you is a crime, so go on and find me guilty just one more fucking time», o decirle con toda la fuerza de Tina Turner: «but only now my love has grown, and it gets stronger in every way, and it gets deeper let me say, and it gets higher day by day» (3).

Eso sí, considero que She-Ra y las Princesas del Poder no debe ser vista por niños menores de 15 años.

Hasta esa edad ya saben para dónde tiran las hormonas. Mi sobrina que está por cumplir los siete no se la pierde y le diré a mi hermana que le explique el contenido de ciertos pasajes si la niña insiste en verla.

Tiene su carácter, vos. Pero el último episodio de la quinta temporada es una obra de amor y bien podría rematarse con este fragmento del poema XI del libro Ecos de casa vacía, escrito por Carmen Matute:

Ahora solamente

somos dos mujeres

soplando las cenizas

que nos ocultan a la una de la otra.

Notas y enmiendas

(1) Mi amigo suele citar de memoria y no le gusta que lo corrijan cuando habla.

Puedo hacerlo por escrito; el nombre correcto del autor mencionado es Fredric Wertham (Nuremberg, 1895-Kempton, 1981) psicólogo nacido en Alemania y nacionalizado estadunidense.

Su libro Seducción del inocente (Rinehart & Company, 1954) pretendió alertar a la opinión pública acerca de los supuestos efectos nocivos que la lectura de chistes causaba entre la juventud, desde la delincuencia hasta la homosexualidad; influyó en la elaboración del código moral que rigió la industria del cómic made in USA de 1954 a 2011.

(2) Mi favorita de la serie G.I. Joe: A Real American Hero (Hasbro, 1983-1986) era Scarlett.

(3) Acá alude a las canciones «One More Fucking Time», quinto corte del disco We Are Motörhead (Steamhammer, 2000; reeditado diecinueve años después por BMG/Murder One Records) del trío inglés Motörhead, y «River Deep – Mountain High», grabada en 1966 por la cantante estadunidense Tina

Turner bajo la producción de Phil Spector.

En versión literal al español rezan así: «y no refutaré los cargos si amarte a ti es un crimen, así que andá y declarame culpable por una jodida vez más»; «pero no sólo aumentó mi amor, sino que se fortaleció en toda manera, y se profundizó, te lo digo, y se engrandece día a día».


Correo a propósito de She-Ra y las Princesas del Poder

Redacción República
31 de mayo, 2020

Correo a propósito de She-Ra y las Princesas del Poder, ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

Con el permiso de cierto amigo mío (no quiso que lo mencionara), reproduzco el correo electrónico que me mandó acerca del punto final a She-Ra y las Princesas del Poder (DreamWorks Animation, 2018-2020).

No está de más advertir que anticipa parte del contenido. Sobre aviso no hay engaño y en guerra anunciada no caen soldados.

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Mirá vos, a mí me sublevan todos esos cambios de raza y orientación sexual que de unos años para acá hicieron con varios personajes de los cómics.

Poné por ejemplo a Alan Scott, el primer Linterna Verde, fundador de la Sociedad de la Justicia y figura clave entre los superhéroes de la Edad de Oro.

Cuando relanzaron a los personajes de la DC Comics, allá por el 2012, a saber quién tuvo la ocurrencia de rejuvenecerlo y «pasarlo al otro bando».

Lo mismo hizo la Marvel con Iceman, uno de los X-Men originales, al que presentaban como el Deslizador de Plata en la serie del Hombre Araña y sus sorprendentes amigos que miramos cuando niños en la tele.

Sólo les falta darle la razón al doctor Frederick Bartholomew (1), autor del libro Seducción del inocente, acerca de que Bruce Wayne y Dick Grayson se disfrazaban de Batman y Robin para sostener relaciones ilícitas bajo la atenta complicidad de Alfredo el mayordomo.

¿Pero sabés qué? Acabo de ver el último episodio de la quinta temporada de She-Ra y las Princesas del Poder.

Me gustaron las entregas anteriores, a pesar de su postura a favor del «amor que no se atreve a decir su nombre», como le llamó Oscar Wilde a la afición que le profesó a lord Alfred Douglas.

¿Qué querés que haga? Me eduqué en un pueblo, cuesta quitarse los prejuicios; recién ahora llegué a comprender que un hombre se sienta inclinado por otro hombre y una mujer se descubra atraída por otra mujer.

En la serie original nos encontrábamos con Adora, la hermana gemela de He-Man, transformándose en She-Ra para ganarle batalla tras batalla a Hordak y sus secuaces.

Cada capítulo era el mismo cuento: los buenos siempre se imponían sobre los malos. Y encima se despedían con moraleja.

Querían que sus pequeños televidentes fueran niños bien portados para que sus papás les compraran los juguetes derivados de la serie (a mi hermana le regalaron la muñeca de Glimmer).

Acá es otro asunto. Estamos ante personajes más vulnerables. Salen golpeados, dudan de sus acciones, se cuestionan si tiene algún sentido lo que están haciendo.

Alternan victorias y derrotas, sufren pérdidas, guardan duelo. Reciben tanto poder y responsabilidad que terminan abrumados, pero los aceptan y marchan al frente. Si no, se los carga el enemigo.

Hacía ratos que no me prendaba de un personaje de dibujos animados desde que me fasciné con Lady Jaye (a vos te gustaba la Baronesa, me acuerdo (2)) y ya no abandoné el puesto de mando a cargo de Lisa Hayes en Robotech.

No oculto mi debilidad por las mujeres militares. Ahora le prendo mis velas a Catra, la amiga, rival y amante de Adora, la portadora de la espada de She-Ra. Si le organizan club de admiradores, pido mi membresía. Tenelo por seguro.

Catra vivió su niñez y adolescencia en un ambiente hostil. Siempre se la pasó caminando encima de un techo en llamas a punto de venirse al suelo, y todo el tiempo le guardó afecto a quien de veras le importaba.

Su relación con Adora se planteó desde la infancia, cuando las prepararon para ser capitanas de la fuerza hordiana bajo la estricta guía de la hechicera Shadow Weaver.

Aunque se separaron y lucharon en bandos opuestos, nunca se apartaron de sus pensamientos.

A media saga me dije que algo iba a suceder entre Catra y Adora, y cuando sentí ya estaba echando porras para que ese algo sucediera.

No comí ansias, me despaché uno o dos capítulos diarios según estuviera de tiempo, y poco faltó para levantarme y ponerme a aplaudir cuando ese algo por fin sucedió. Tenemos que sentirnos afortunados si alguien nos ama como Adora es amada por Catra.

Vos sabés, uno aprende que si no se deja de pensar en alguien, en desearle lo mejor, en preocuparse por su bienestar así pasen años sin verse, «y en vez de maldecirte con justo encono/ en mi sueño te colmo de bendiciones» –como escribió el maestro cubano Miguel Matamoros en su bolero «Lágrimas negras»–, pues eso es amor y no otra cosa.

No hace falta poseer el cuerpo deseado, con roce de labios incluido, para demostrarlo.

Catra bien pudo susurrarle a los oídos de Adora estas palabras escritas y cantadas por Lemmy de Motörhead: «and I will plead no contest if loving you is a crime, so go on and find me guilty just one more fucking time», o decirle con toda la fuerza de Tina Turner: «but only now my love has grown, and it gets stronger in every way, and it gets deeper let me say, and it gets higher day by day» (3).

Eso sí, considero que She-Ra y las Princesas del Poder no debe ser vista por niños menores de 15 años.

Hasta esa edad ya saben para dónde tiran las hormonas. Mi sobrina que está por cumplir los siete no se la pierde y le diré a mi hermana que le explique el contenido de ciertos pasajes si la niña insiste en verla.

Tiene su carácter, vos. Pero el último episodio de la quinta temporada es una obra de amor y bien podría rematarse con este fragmento del poema XI del libro Ecos de casa vacía, escrito por Carmen Matute:

Ahora solamente

somos dos mujeres

soplando las cenizas

que nos ocultan a la una de la otra.

Notas y enmiendas

(1) Mi amigo suele citar de memoria y no le gusta que lo corrijan cuando habla.

Puedo hacerlo por escrito; el nombre correcto del autor mencionado es Fredric Wertham (Nuremberg, 1895-Kempton, 1981) psicólogo nacido en Alemania y nacionalizado estadunidense.

Su libro Seducción del inocente (Rinehart & Company, 1954) pretendió alertar a la opinión pública acerca de los supuestos efectos nocivos que la lectura de chistes causaba entre la juventud, desde la delincuencia hasta la homosexualidad; influyó en la elaboración del código moral que rigió la industria del cómic made in USA de 1954 a 2011.

(2) Mi favorita de la serie G.I. Joe: A Real American Hero (Hasbro, 1983-1986) era Scarlett.

(3) Acá alude a las canciones «One More Fucking Time», quinto corte del disco We Are Motörhead (Steamhammer, 2000; reeditado diecinueve años después por BMG/Murder One Records) del trío inglés Motörhead, y «River Deep – Mountain High», grabada en 1966 por la cantante estadunidense Tina

Turner bajo la producción de Phil Spector.

En versión literal al español rezan así: «y no refutaré los cargos si amarte a ti es un crimen, así que andá y declarame culpable por una jodida vez más»; «pero no sólo aumentó mi amor, sino que se fortaleció en toda manera, y se profundizó, te lo digo, y se engrandece día a día».