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Caminando por la Ciudad | El Club

Redacción República
26 de julio, 2020

Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

–Ojalá que alguien lo ayude de manera más directa –comenté.

–Ja, si ese es un maldito, poco está pagando, si ese tipo es el vivo diablo en persona –comenta una señora que pasa al lado–.

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No sabe usted, pero yo le contaré que este personaje era parte de la policía secreta. Él y sus amigos se autodenominaban Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis.

Todos los viernes llegaban a El Club, sí, ese barcito que está situado frente a la emergencia del Hospital San Juan de Dios. Todo marcha con normalidad hasta que se aparecen El Chino, Don Rafa, El Negro y El Chicote, seres tétricos, mal encarados, con cicatrices en la cara y en el alma, buscando no quién se las debe, sino quién se las paga hoy con intereses.

Rápidamente don Tonito corre a limpiarles la mesa del fondo en la esquina derecha, la que nadie puede ocupar los días viernes después de las seis de la tarde, porque los caballeros apocalípticos la ocupan siempre.

Más que saludar a los clientes, parece que están haciendo inventario humano y monetario del botín que pronto tomarán para sí.

La música suena más discretamente, las luces como que perdieron su fugaz brillo y hasta la mascota del lugar se retira a maullar en otro sitio.

No cabe duda que paran las bromas, las risas y el relajo, porque ha llegado la hora en que todos amablemente deben colaborar con una ronda de licor y comida para la mesa de la esquinita; eso sí, todo debe ser de lo mejor de la tarde, no lo más barato.

La música de la antigua rocola cambia sus notas y debe empezar a programar la música que a ellos les gusta.

Con discreción alguno que otro logró salir, pagar su cuenta y dejar cancelada una ronda para la mesa del fondo y retirarse a toda prisa antes que se le notifique que se parece a un peligroso delincuente buscado por la policía.

Los que no lograron salir deben fingir sonrisas amables y brindar con su copa a la distancia, como reiterando que ya enviaron su cuota y poniéndose a la orden y por si hubiera sido poca la colaboración.

No deben faltar los cigarros, y otras cortesías para evitar que alguno de los señores lo vea mal, se pare y dirija a su mesa de manera enojona y acusarlo de ser líder político contrario, delincuente famoso o parte del grupo que quiere desestabilizar al Gobierno.

Con ello se haría acreedor a una inspección minuciosa de sus bolsillos, mochilas, papeles de identificación, decomiso de todo su dinero en efectivo, joyas y prendas de vestir ostentosas.

Y debe retirarse del lugar por la fuerza y será obligarlo a irse sin sus pertenencias. Agradeciendo que no ha sido arrestado y llevado al sótano de las comisarías.

Salen en silencio total, los Caballeros del Apocalipsis se sacian de comida, bebida, música y vanagloria al ver que han sometido a todos los presentes.

Los han convertido en un grupo de patrocinadores que deben sentirse favorecidos que este viernes no fueron llevados a la bartolina.

Hicieron bien su trabajo invitándolos, y así vuelven a las calles a buscar más posibles rufianes a quienes someter, atropellar y torturar por su forma de vestir, o por el aviso de algún vecino envidioso que llamó para reportarlo.

No se sabe hasta la fecha cuántas víctimas han sido sometidas por este cuarteto, desaparecido ya, y de los cuales se sabe poco.

Quizá ya están cargando tierra en la veinte calle, precisamente separados por la pared que protege a este ancianito, con sordera, manos reumáticas, rodillas destrozadas y poco pelo.

Pero con fuego en su apagada mirada y salivación amarga al notar que alguien no le regaló la moneda que ayudará a ajustar el pago del alquiler del cuarto donde sus conocidos lo dejaron abandonado.

Cuánta razón tenía mi vecina al decir que este personaje poco ha pagado de lo que le debe a la sociedad.

Caminando por la Ciudad | El Club

Redacción República
26 de julio, 2020

Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

–Ojalá que alguien lo ayude de manera más directa –comenté.

–Ja, si ese es un maldito, poco está pagando, si ese tipo es el vivo diablo en persona –comenta una señora que pasa al lado–.

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No sabe usted, pero yo le contaré que este personaje era parte de la policía secreta. Él y sus amigos se autodenominaban Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis.

Todos los viernes llegaban a El Club, sí, ese barcito que está situado frente a la emergencia del Hospital San Juan de Dios. Todo marcha con normalidad hasta que se aparecen El Chino, Don Rafa, El Negro y El Chicote, seres tétricos, mal encarados, con cicatrices en la cara y en el alma, buscando no quién se las debe, sino quién se las paga hoy con intereses.

Rápidamente don Tonito corre a limpiarles la mesa del fondo en la esquina derecha, la que nadie puede ocupar los días viernes después de las seis de la tarde, porque los caballeros apocalípticos la ocupan siempre.

Más que saludar a los clientes, parece que están haciendo inventario humano y monetario del botín que pronto tomarán para sí.

La música suena más discretamente, las luces como que perdieron su fugaz brillo y hasta la mascota del lugar se retira a maullar en otro sitio.

No cabe duda que paran las bromas, las risas y el relajo, porque ha llegado la hora en que todos amablemente deben colaborar con una ronda de licor y comida para la mesa de la esquinita; eso sí, todo debe ser de lo mejor de la tarde, no lo más barato.

La música de la antigua rocola cambia sus notas y debe empezar a programar la música que a ellos les gusta.

Con discreción alguno que otro logró salir, pagar su cuenta y dejar cancelada una ronda para la mesa del fondo y retirarse a toda prisa antes que se le notifique que se parece a un peligroso delincuente buscado por la policía.

Los que no lograron salir deben fingir sonrisas amables y brindar con su copa a la distancia, como reiterando que ya enviaron su cuota y poniéndose a la orden y por si hubiera sido poca la colaboración.

No deben faltar los cigarros, y otras cortesías para evitar que alguno de los señores lo vea mal, se pare y dirija a su mesa de manera enojona y acusarlo de ser líder político contrario, delincuente famoso o parte del grupo que quiere desestabilizar al Gobierno.

Con ello se haría acreedor a una inspección minuciosa de sus bolsillos, mochilas, papeles de identificación, decomiso de todo su dinero en efectivo, joyas y prendas de vestir ostentosas.

Y debe retirarse del lugar por la fuerza y será obligarlo a irse sin sus pertenencias. Agradeciendo que no ha sido arrestado y llevado al sótano de las comisarías.

Salen en silencio total, los Caballeros del Apocalipsis se sacian de comida, bebida, música y vanagloria al ver que han sometido a todos los presentes.

Los han convertido en un grupo de patrocinadores que deben sentirse favorecidos que este viernes no fueron llevados a la bartolina.

Hicieron bien su trabajo invitándolos, y así vuelven a las calles a buscar más posibles rufianes a quienes someter, atropellar y torturar por su forma de vestir, o por el aviso de algún vecino envidioso que llamó para reportarlo.

No se sabe hasta la fecha cuántas víctimas han sido sometidas por este cuarteto, desaparecido ya, y de los cuales se sabe poco.

Quizá ya están cargando tierra en la veinte calle, precisamente separados por la pared que protege a este ancianito, con sordera, manos reumáticas, rodillas destrozadas y poco pelo.

Pero con fuego en su apagada mirada y salivación amarga al notar que alguien no le regaló la moneda que ayudará a ajustar el pago del alquiler del cuarto donde sus conocidos lo dejaron abandonado.

Cuánta razón tenía mi vecina al decir que este personaje poco ha pagado de lo que le debe a la sociedad.