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Historias Urbanas | Fuera de mi camino

Redacción República
16 de agosto, 2020

Fuera de mi camino, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

El rey Layo salió de la ciudad amurallada de Tebas para consultar el oráculo de Delfos. Iba en su carro tirado por caballos, acompañado por varios criados. En cierta encrucijada del camino se encontró con un hombre que venía en sentido contrario.

No se pusieron de acuerdo para ver quién iba a ceder el paso, por lo que el rey se valió del recurso favorito de todo funcionario importante: ordenó a sus sirvientes que le echaran el carro encima al hombre y lo apartaran del camino, de grado o a la fuerza.

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El hombre no se dejó humillar. Tenía prisa: quería huir tan lejos como pudiera para que no se cumpliera el vaticinio de que mataría a su padre y terminaría compartiendo alcoba con su madre.

La leyenda no refiere si acabó con sus enemigos a mano, al estilo Sansón contra el león, o a filo de espada cual ninja americano.

Lo cierto es que Edipo, así se llamaba el desconocido, dio muerte a Layo, acabó con el séquito del rey y sólo un criado escapó para contárselo a la reina Yocasta.

Este comportamiento, el de echar el carro encima al primero que le obstaculice el camino, lo vemos replicado en calles, bulevares y avenidas con los resoplidos del escape para ver si esa molesta tortuga que va adelante se hace por fin a la orilla y les permita seguir porque tienen urgencia de llegar, quién manda a los lentos a interponerse.

Tanta prisa se justifica si el apresurado teme llegar tarde a la lectura del testamento para ver qué le dejó la abuela, o el tío en segundo grado de consanguinidad al que medio vio de lejos un par de veces, o el primo con el que se peleó hace años pero a lo mejor lo perdonó en su lecho de muerte para que no le pidieran cuentas por vengativo apenas se presentara ante el registro celestial y se portó generoso con todos sus parientes.

También se comprende si es un marido ofendido, o una mujer de armas tomar, con pleno conocimiento de la infidelidad de su pareja, dispuestos a sorprenderla en las afueras del motel o de la discoteca donde se fue a pasar el rato con su amante.

Es natural que la impaciencia prevalezca sobre el sentido común y aceleren para obtener las pruebas que piensan mostrar cuando exijan el divorcio.

No se puede tener consideración con los que manejan despacio: no tienen ni idea de lo que está pasando y tampoco tienen por qué saberlo.

Ese afán se muestra cuando un carro está por entrar al garaje o salir a la calle. En vez de ser comprensivos, también les toca entrar o salir, los demás conductores acribillan la cuadra a bocinazos.

Los motoristas buscan cualquier atajo, por estrecho que sea, para seguir con su camino. Todos se enojan cuando les interrumpen el trayecto y no se ahorran los insultos, tampoco las malas miradas, cuando rebasan al responsable de que perdieran varios segundos de su muy valioso tiempo.

La sabiduría popular sentenció que «no por mucho madrugar se llega más temprano».

El refrán podría adaptarse al son presente como «no por mucho correr se llega a tiempo». Que lo digan los espejos laterales rotos, los parachoques desbaratados y los motoristas que terminan bajo las ruedas de un cabezal.

El dramaturgo griego Sófocles relató las consecuencias de la muerte de Layo en su tragedia Edipo rey, el médico austríaco Sigmund Freud las utilizó para explicar el comportamiento del varón que siente adoración por la madre y rechaza visceralmente a su padre, y le sirvieron a Jim Morrison el vocalista de The Doors para recitarlas en la canción «The End».

Historias Urbanas | Fuera de mi camino

Redacción República
16 de agosto, 2020

Fuera de mi camino, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

El rey Layo salió de la ciudad amurallada de Tebas para consultar el oráculo de Delfos. Iba en su carro tirado por caballos, acompañado por varios criados. En cierta encrucijada del camino se encontró con un hombre que venía en sentido contrario.

No se pusieron de acuerdo para ver quién iba a ceder el paso, por lo que el rey se valió del recurso favorito de todo funcionario importante: ordenó a sus sirvientes que le echaran el carro encima al hombre y lo apartaran del camino, de grado o a la fuerza.

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El hombre no se dejó humillar. Tenía prisa: quería huir tan lejos como pudiera para que no se cumpliera el vaticinio de que mataría a su padre y terminaría compartiendo alcoba con su madre.

La leyenda no refiere si acabó con sus enemigos a mano, al estilo Sansón contra el león, o a filo de espada cual ninja americano.

Lo cierto es que Edipo, así se llamaba el desconocido, dio muerte a Layo, acabó con el séquito del rey y sólo un criado escapó para contárselo a la reina Yocasta.

Este comportamiento, el de echar el carro encima al primero que le obstaculice el camino, lo vemos replicado en calles, bulevares y avenidas con los resoplidos del escape para ver si esa molesta tortuga que va adelante se hace por fin a la orilla y les permita seguir porque tienen urgencia de llegar, quién manda a los lentos a interponerse.

Tanta prisa se justifica si el apresurado teme llegar tarde a la lectura del testamento para ver qué le dejó la abuela, o el tío en segundo grado de consanguinidad al que medio vio de lejos un par de veces, o el primo con el que se peleó hace años pero a lo mejor lo perdonó en su lecho de muerte para que no le pidieran cuentas por vengativo apenas se presentara ante el registro celestial y se portó generoso con todos sus parientes.

También se comprende si es un marido ofendido, o una mujer de armas tomar, con pleno conocimiento de la infidelidad de su pareja, dispuestos a sorprenderla en las afueras del motel o de la discoteca donde se fue a pasar el rato con su amante.

Es natural que la impaciencia prevalezca sobre el sentido común y aceleren para obtener las pruebas que piensan mostrar cuando exijan el divorcio.

No se puede tener consideración con los que manejan despacio: no tienen ni idea de lo que está pasando y tampoco tienen por qué saberlo.

Ese afán se muestra cuando un carro está por entrar al garaje o salir a la calle. En vez de ser comprensivos, también les toca entrar o salir, los demás conductores acribillan la cuadra a bocinazos.

Los motoristas buscan cualquier atajo, por estrecho que sea, para seguir con su camino. Todos se enojan cuando les interrumpen el trayecto y no se ahorran los insultos, tampoco las malas miradas, cuando rebasan al responsable de que perdieran varios segundos de su muy valioso tiempo.

La sabiduría popular sentenció que «no por mucho madrugar se llega más temprano».

El refrán podría adaptarse al son presente como «no por mucho correr se llega a tiempo». Que lo digan los espejos laterales rotos, los parachoques desbaratados y los motoristas que terminan bajo las ruedas de un cabezal.

El dramaturgo griego Sófocles relató las consecuencias de la muerte de Layo en su tragedia Edipo rey, el médico austríaco Sigmund Freud las utilizó para explicar el comportamiento del varón que siente adoración por la madre y rechaza visceralmente a su padre, y le sirvieron a Jim Morrison el vocalista de The Doors para recitarlas en la canción «The End».