Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Historias Urbanas | Visita de la mariposa negra

Redacción República
23 de agosto, 2020

Visita de la mariposa negra, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

En uno de los relatos que incluyó en su libro Han de estar y estarán (Zig-Zag, Santiago de Chile, 1938; reeditado hacia 1987 por la editorial Piedra Santa como Cuentos y leyendas de Guatemala), el escritor Francisco Barnoya Gálvez aludió a la creencia popular según la cual alguien cercano está por morir cuando una mariposa negra entra a la habitación, la sala, o el comedor, cualquier lugar donde se encuentre alguien que la observe.

Idéntico tema se toca en «Melpómene», cuento firmado por la narradora Vania Vargas, y también lo recreó Héctor Gaitán en su programa dominical «Hablemos de Guatemala».

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Dos mariposas buscan refugio dentro del cuarto, según la versión contada por Gaitán, y una sirvienta las ahuyentó para conjurar el peligro ante el escepticismo de las demás personas. Sus prevenciones fueron en vano: poco después falleció cierto conocido de la familia.

Ya se pueden imaginar mi nerviosismo, teniendo esos referentes, cuando estaba por acostarme y dejé abierta la puerta de mi cuarto.

En eso oí un aleteo y algo negro se puso a revolotear cerca del techo. Pensé que era un murciélago –llegan a alimentarse al guayabal que rebrotó en el patio cuando ya lo dábamos por acabado, cierta enfermedad le royó el tronco–, y apagué la luz para que se orientara con su radar nocturno. Al encenderla me encontré con una mariposa negra posada sobre la cortina del lado derecho de la ventana.

Cabría entera en la palma de mi mano.

Me sobresalté. Desde marzo, cuando el covid-19 irrumpió a escala planetaria, estamos más atentos ante las pérdidas de familiares, amigos, conocidos y gente a la que no se trató pero se sabe que goza de cierta importancia local. Sólo reporto una baja entre mis amistades a causa de la enfermedad; las restantes se debieron a otras enfermedades.

Tampoco estoy de humor para recibir premoniciones, así que me armé de valor, fui por una escoba y pasé buen rato tratando de sacarla. No tenía intención de lastimarla, sólo quería que saliera al corredor y buscara otro lugar para quedarse en reposo. Sudé frío cuando pasó encima de mí como bombardero a ras de tierra. Al fin salió, cuando faltaban dos minutos para la medianoche.

A la tarde siguiente, poco faltaba para que dieran las seis, paseaba cerca del jardín. El cielo estaba nublado y hacía un poco de frío. Cerca del almendro, donde florecen las orquídeas que injertó mi hermano, revoloteaba otra mariposa negra.

«Melpómene», le dije, «andate lejos. Todavía no nos llevés».

El insecto se alejó patio adentro.

Historias Urbanas | Visita de la mariposa negra

Redacción República
23 de agosto, 2020

Visita de la mariposa negra, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

En uno de los relatos que incluyó en su libro Han de estar y estarán (Zig-Zag, Santiago de Chile, 1938; reeditado hacia 1987 por la editorial Piedra Santa como Cuentos y leyendas de Guatemala), el escritor Francisco Barnoya Gálvez aludió a la creencia popular según la cual alguien cercano está por morir cuando una mariposa negra entra a la habitación, la sala, o el comedor, cualquier lugar donde se encuentre alguien que la observe.

Idéntico tema se toca en «Melpómene», cuento firmado por la narradora Vania Vargas, y también lo recreó Héctor Gaitán en su programa dominical «Hablemos de Guatemala».

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Dos mariposas buscan refugio dentro del cuarto, según la versión contada por Gaitán, y una sirvienta las ahuyentó para conjurar el peligro ante el escepticismo de las demás personas. Sus prevenciones fueron en vano: poco después falleció cierto conocido de la familia.

Ya se pueden imaginar mi nerviosismo, teniendo esos referentes, cuando estaba por acostarme y dejé abierta la puerta de mi cuarto.

En eso oí un aleteo y algo negro se puso a revolotear cerca del techo. Pensé que era un murciélago –llegan a alimentarse al guayabal que rebrotó en el patio cuando ya lo dábamos por acabado, cierta enfermedad le royó el tronco–, y apagué la luz para que se orientara con su radar nocturno. Al encenderla me encontré con una mariposa negra posada sobre la cortina del lado derecho de la ventana.

Cabría entera en la palma de mi mano.

Me sobresalté. Desde marzo, cuando el covid-19 irrumpió a escala planetaria, estamos más atentos ante las pérdidas de familiares, amigos, conocidos y gente a la que no se trató pero se sabe que goza de cierta importancia local. Sólo reporto una baja entre mis amistades a causa de la enfermedad; las restantes se debieron a otras enfermedades.

Tampoco estoy de humor para recibir premoniciones, así que me armé de valor, fui por una escoba y pasé buen rato tratando de sacarla. No tenía intención de lastimarla, sólo quería que saliera al corredor y buscara otro lugar para quedarse en reposo. Sudé frío cuando pasó encima de mí como bombardero a ras de tierra. Al fin salió, cuando faltaban dos minutos para la medianoche.

A la tarde siguiente, poco faltaba para que dieran las seis, paseaba cerca del jardín. El cielo estaba nublado y hacía un poco de frío. Cerca del almendro, donde florecen las orquídeas que injertó mi hermano, revoloteaba otra mariposa negra.

«Melpómene», le dije, «andate lejos. Todavía no nos llevés».

El insecto se alejó patio adentro.