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Historias Urbanas | Reencuentro con la tripulación del SDF-1

Redacción República
09 de agosto, 2020

Reencuentro con la tripulación del SDF-1, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

La tecnología me permitió reencontrarme con varios amigos a los que no miraba desde 1989. Ahora sé dónde puedo buscarlos, siempre que no sea muy temprano o demasiado tarde: tampoco debo importunarlos. Pero sé que están ahí, al otro lado de la pantalla, y me recibirán apenas me conecte.

Me refiero, faltaba más, a los personajes de la serie que los japoneses idearon como Super Dimension Fortress Macross (Studio Nue, 1982), abreviada como Macross para no citar de corrido el nombre completo y conocida entre el público americano por su adaptación como la primera saga de Robotech (Harmony Gold, 1985).

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No recuerdo que Robotech se emitiera en la franja de dibujos animados que pasaban de lunes a viernes por Canal 3, o de perdida en Canal 5, entre las emisiones de La abeja Maya, Banner y Flappy y los documentales de El mundo al instante.

Pude seguirla a retazos por el cable, a través del canal mexicano XHGC. Lo poco que alcancé a ver supo atraparme y la sigo considerando como la mejor serie de robots y naves espaciales que vi cuando niño.

Macross/Robotech nos planteó a los patojos, cipotes, chibolos, cabrochicos y pibes –la serie tuvo amplia aceptación entre los televidentes de Perú, Chile y Argentina– el escenario opuesto a la visión maniquea que emana de cada episodio de G. I. Joe. Los «buenos» defienden la libertad e impiden que el mundo caiga en poder de los «malos».

Las armas son tan avanzadas que disparan rayos láser en lugar de balas, ningún soldado sufre mutilaciones aunque les estalle una granada cerca y nadie cae en combate: siempre saltan en paracaídas del avión o el helicóptero impactado por cohetes.

A manera de gracia, sólo permiten que los «malos» tomen la delantera durante tres episodios para sufrir tremenda derrota a manos de los «buenos» en el último minuto. Y apenas se preocupan por la suerte de los civiles atrapados entre los combates.

La animación japonesa enfrenta a la teleaudiencia infantil con el horror de la guerra, los destrozos causados por los terremotos y el final de todo ser viviente inmolado por el holocausto nuclear.

No escamotea las muertes de personajes que llegan a sernos queridos; también nos revela que los «buenos» no siempre defienden causas justas y los «malos» tienen razones bien argumentadas para combatirlos.

Evita los finales donde todos terminan sonrientes: las conclusiones se acercan a lo que puede ocurrir a nuestro alrededor.

Cuando niño me pregunté al final de la primera saga de Robotech: ¿tanto luchó el piloto Rick Hunter para estar al lado de la pequeña Minmay y terminó quedándose con la capitana Lisa Hayes?

Seguro existen series mejor escritas y dirigidas, seguro habrá dramas que reflejen a plenitud esas ambivalencias que rigen la mente y el corazón del ser humano.

El anime japonés posee ofertas para todos los paladares. Pero Macross/Robotech se asentó con firmeza en nuestra memoria al facilitarnos los primeros encuentros con la tecnología, los viajes al espacio exterior, la posibilidad de vida en otros rincones del Universo, la guerra interestelar, el amor.

¿Quién no se impresionó ante el tamaño que alcanzaba el SDF-1, la superfortaleza dimensional teletransportada por error a la vecindad del planeta Plutón en el segundo episodio, cuando se transformaba en robot?

¿Y quién no quiso quedarse con el papel de Roy Fokker para jugar al líder del escuadrón Skull durante los recreos? ¿Quién no suspiró de cerca por una Minmay o una Lisa Hayes o una Claudia Grant?

¿Otra interrogante, quién no quiso ejercer el mando como el almirante Henry J. Gloval y salir victorioso ante las maniobras de la artillería enemiga como Max Sterling? ¿O ser tan impredecible como Khyron, el comandante zentraedi temido por sus propios camaradas, tantas pérdidas provocaba entre sus hombres?

¿O tener la suerte de Rick Hunter de gustarle a dos mujeres al mismo tiempo, aunque preferir a una resulte en la pérdida de la otra? Uso los nombres que nos legó Robotech: ahora sé que mis amigos se llaman Hikaru Ichijyo, Lynn Minmay, Misa Hayase, Roy Focker y Claudia LaSalle en su versión original.

Lo cierto es que poco iguala a la introducción de Robotech, con la música compuesta por Ulpio Minucci: cuando niño era el llamado para correr a los puestos de mando, ponerse a las órdenes del almirante Gloval y vigilar la pantalla del radar a la espera de que el enemigo se pusiera a tiro.

También poco iguala al reencuentro con la tripulación del SDF-1 y sus enemigos: lleva a escena la posible reacción de los extraterrestres ante la forma de vestir, el gusto por la música popular y las muestras de afecto entre hombres y mujeres.

No faltarán la camaradería, el valor puesto a prueba, la posibilidad del romance y también el miedo, sentirse abrumado por lo que sucede alrededor, sin tener la menor idea de cómo se puede lidiar con lo desconocido.

En resumen, Macross/Robotech fue primero y terminó como la cinta métrica para medir la estatura de todas las series que llegaron después. Por eso cuesta detectarles valores y concederles la posibilidad de que puedan mandar a nuestros favoritos directo al cuarto de los objetos inservibles.

Lectura recomendada:

https://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op02487.htm

Historias Urbanas | Reencuentro con la tripulación del SDF-1

Redacción República
09 de agosto, 2020

Reencuentro con la tripulación del SDF-1, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

La tecnología me permitió reencontrarme con varios amigos a los que no miraba desde 1989. Ahora sé dónde puedo buscarlos, siempre que no sea muy temprano o demasiado tarde: tampoco debo importunarlos. Pero sé que están ahí, al otro lado de la pantalla, y me recibirán apenas me conecte.

Me refiero, faltaba más, a los personajes de la serie que los japoneses idearon como Super Dimension Fortress Macross (Studio Nue, 1982), abreviada como Macross para no citar de corrido el nombre completo y conocida entre el público americano por su adaptación como la primera saga de Robotech (Harmony Gold, 1985).

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No recuerdo que Robotech se emitiera en la franja de dibujos animados que pasaban de lunes a viernes por Canal 3, o de perdida en Canal 5, entre las emisiones de La abeja Maya, Banner y Flappy y los documentales de El mundo al instante.

Pude seguirla a retazos por el cable, a través del canal mexicano XHGC. Lo poco que alcancé a ver supo atraparme y la sigo considerando como la mejor serie de robots y naves espaciales que vi cuando niño.

Macross/Robotech nos planteó a los patojos, cipotes, chibolos, cabrochicos y pibes –la serie tuvo amplia aceptación entre los televidentes de Perú, Chile y Argentina– el escenario opuesto a la visión maniquea que emana de cada episodio de G. I. Joe. Los «buenos» defienden la libertad e impiden que el mundo caiga en poder de los «malos».

Las armas son tan avanzadas que disparan rayos láser en lugar de balas, ningún soldado sufre mutilaciones aunque les estalle una granada cerca y nadie cae en combate: siempre saltan en paracaídas del avión o el helicóptero impactado por cohetes.

A manera de gracia, sólo permiten que los «malos» tomen la delantera durante tres episodios para sufrir tremenda derrota a manos de los «buenos» en el último minuto. Y apenas se preocupan por la suerte de los civiles atrapados entre los combates.

La animación japonesa enfrenta a la teleaudiencia infantil con el horror de la guerra, los destrozos causados por los terremotos y el final de todo ser viviente inmolado por el holocausto nuclear.

No escamotea las muertes de personajes que llegan a sernos queridos; también nos revela que los «buenos» no siempre defienden causas justas y los «malos» tienen razones bien argumentadas para combatirlos.

Evita los finales donde todos terminan sonrientes: las conclusiones se acercan a lo que puede ocurrir a nuestro alrededor.

Cuando niño me pregunté al final de la primera saga de Robotech: ¿tanto luchó el piloto Rick Hunter para estar al lado de la pequeña Minmay y terminó quedándose con la capitana Lisa Hayes?

Seguro existen series mejor escritas y dirigidas, seguro habrá dramas que reflejen a plenitud esas ambivalencias que rigen la mente y el corazón del ser humano.

El anime japonés posee ofertas para todos los paladares. Pero Macross/Robotech se asentó con firmeza en nuestra memoria al facilitarnos los primeros encuentros con la tecnología, los viajes al espacio exterior, la posibilidad de vida en otros rincones del Universo, la guerra interestelar, el amor.

¿Quién no se impresionó ante el tamaño que alcanzaba el SDF-1, la superfortaleza dimensional teletransportada por error a la vecindad del planeta Plutón en el segundo episodio, cuando se transformaba en robot?

¿Y quién no quiso quedarse con el papel de Roy Fokker para jugar al líder del escuadrón Skull durante los recreos? ¿Quién no suspiró de cerca por una Minmay o una Lisa Hayes o una Claudia Grant?

¿Otra interrogante, quién no quiso ejercer el mando como el almirante Henry J. Gloval y salir victorioso ante las maniobras de la artillería enemiga como Max Sterling? ¿O ser tan impredecible como Khyron, el comandante zentraedi temido por sus propios camaradas, tantas pérdidas provocaba entre sus hombres?

¿O tener la suerte de Rick Hunter de gustarle a dos mujeres al mismo tiempo, aunque preferir a una resulte en la pérdida de la otra? Uso los nombres que nos legó Robotech: ahora sé que mis amigos se llaman Hikaru Ichijyo, Lynn Minmay, Misa Hayase, Roy Focker y Claudia LaSalle en su versión original.

Lo cierto es que poco iguala a la introducción de Robotech, con la música compuesta por Ulpio Minucci: cuando niño era el llamado para correr a los puestos de mando, ponerse a las órdenes del almirante Gloval y vigilar la pantalla del radar a la espera de que el enemigo se pusiera a tiro.

También poco iguala al reencuentro con la tripulación del SDF-1 y sus enemigos: lleva a escena la posible reacción de los extraterrestres ante la forma de vestir, el gusto por la música popular y las muestras de afecto entre hombres y mujeres.

No faltarán la camaradería, el valor puesto a prueba, la posibilidad del romance y también el miedo, sentirse abrumado por lo que sucede alrededor, sin tener la menor idea de cómo se puede lidiar con lo desconocido.

En resumen, Macross/Robotech fue primero y terminó como la cinta métrica para medir la estatura de todas las series que llegaron después. Por eso cuesta detectarles valores y concederles la posibilidad de que puedan mandar a nuestros favoritos directo al cuarto de los objetos inservibles.

Lectura recomendada:

https://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op02487.htm