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Caminando por la ciudad | El Astro de Oro

Redacción República
06 de septiembre, 2020

El Astro de Oro. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

“No se muevan esto es un asalto”, grita un joven en la parte frontal del bus urbano que circula del centro de la ciudad hacia el Trébol. Después con una irónica sonrisa explica que eso es lo que decía y hacía antes de cambiar su forma de vivir. Ahora trabaja honradamente, abordando los buses urbanos para vender golosinas y alguna que otra “chuchería”.

La camioneta urbana sigue su marcha entre más vendedores ambulantes, predicadores del apocalipsis y enfermos terminales que solicitan una ayuda. Además de payasos creativos y personas que lo abordan para trasladarse hacia sus lugares de trabajo en la hora que más tráfico.

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Pero me llamó la atención un señor que subió desde el centro de la ciudad y al instante hizo contacto visual con mi ventana del alma y por más que evite verlo, no dejaba de mirarme sigilosa, minuciosa y sospechosamente.

Conforme pasaban los minutos y kilómetros recorridos en el bullicio del automotor, me resultó incómoda la constante y retadora mirada del señor, no mayor de unos cuarenta años, desaliñado, de condición humilde y con su maletín de trabajo.

Seguramente era un obrero de alguna de las fábricas que se ubican por la zona maquilera de la Avenida Petapa. Me inquietó que miraba a su alrededor, como tratando de que ninguno lo notara y esquivaba a los demás pasajeros, pero de inmediato me fijaba la mirada, como un perro de presa que ya encontró a quien atacar.

En ese momento de tensión, suspenso y desconfianza, imaginé quién podía ser y solo se me ocurrían oscuras ideas. Se me figuró desde un asaltante que me vio como su víctima o un loco enfermo que me confundía con un familiar enemistado, un asesino a sueldo pagado por algún enemigo del pasado.

Hasta pensé un traficante de partes humanas y al notar mi complexión física pensó que podía vender mis órganos en el mercado negro. También creí que podría tratarse de algún tipo de sádico y loco escapado de alguna institución mental.

Así pasaron los minutos y poco a poco el bus empezó a quedarse vacío. Conforme se acercaba a su destino final, el hombre que ocultaba su rostro viendo siempre al suelo cuando alguien pasaba junto al él, pero regresando su mirada retadora y terca hacia mí, se levantó y decidió sentarse a la par mía.

Astro de Oro.

Mirando hacia todos lados, y procurando de manera sigilosa que el conductor del bus y las pocas gentes cercanas no escucharan, sentí cómo se acercaba a mi oreja izquierda y casi susurrando un secreto de vida o muerte, me dijo con voz entrecortada y mal aliento, “te conozco, se quién sos y cómo te llamás”.

Fueron segundos que sentí eternos, ya que no sabía si sacaría una pistola, un cuchillo tipo Rambo o algún somnífero para noquearme. Casi petrificado por la desconfianza y la incertidumbre, esperé esos eternos y largos segundos que completaron la oración que aun rezaba de manera tosca y silenciosa.

“Te conozco, a mí no me engañás, conozco tu secreto”, continuó diciendo mientras yo apretaba mis puños para intentar defenderme, o salir corriendo por algún lugar que quedara libre entre este hombre y el mío, cuando de manera casi frenética y cambiando su expresión facial y con ojos de admiración, insistió “te conozco, sé quién sos”.

“Todos los domingos hacés mi vida más feliz, me ayudas a olvidar mis penas, el mal trabajo que tengo de lunes a sábado, las incomodidades del transporte, los pagos que mes a mes debo realizar por los servicios básicos, el divorcio que sufrí, la deplorable salud que padezco, todas las deudas y llamadas del banco”.

“Todo eso se borra cuando te veo entrar y subir al cuadrilátero con tu mascara dorada, tu alta corpulencia, tus gritos hacia nosotros el público que te aclamamos y mis infinitas hojas de cuaderno con tu firma, tus garabatos en medio de los empujones y gritos de los contrarios y la gente queriéndote tocar y saludar”.

“Yo te conozco, te reconocí aunque no traigás tu brillante mascara, ni el traje que te hace ver como un titán reluciente. Soy tu más grande admirador y tengo todos tus pósters, publicaciones de prensa, fotos y llevo un registro manual de todos tus triunfos, la cantidad de máscaras y cabelleras que has ganado y esas giras en el extranjero poniendo el nombre del país en alto. Nunca creí conocer a mi héroe en persona, yo sé que todas las personas alrededor no te conocen sin esa excelsa máscara, solo un megafanático como yo podría hacerlo. Gracias Astro de Oro por alegrarme la vida de domingo en domingo y hacer mi vida menos miserable”

Se retiró sonriendo, no sin antes pedirme un autógrafo en un cuaderno que sacó de su mochila y de manera muy emocionada se bajó del autobús, aduciendo que se pasó diez paradas del lugar donde se encuentra su lugar de trabajo.

En verdad no sé exactamente con quién me confundió el carismático señor, pero de algo sí estoy seguro y es que yo no soy el grandioso enmascarado dorado con el que me comparó: el recordado Astro de Oro.

Caminando por la ciudad | El Astro de Oro

Redacción República
06 de septiembre, 2020

El Astro de Oro. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

“No se muevan esto es un asalto”, grita un joven en la parte frontal del bus urbano que circula del centro de la ciudad hacia el Trébol. Después con una irónica sonrisa explica que eso es lo que decía y hacía antes de cambiar su forma de vivir. Ahora trabaja honradamente, abordando los buses urbanos para vender golosinas y alguna que otra “chuchería”.

La camioneta urbana sigue su marcha entre más vendedores ambulantes, predicadores del apocalipsis y enfermos terminales que solicitan una ayuda. Además de payasos creativos y personas que lo abordan para trasladarse hacia sus lugares de trabajo en la hora que más tráfico.

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Pero me llamó la atención un señor que subió desde el centro de la ciudad y al instante hizo contacto visual con mi ventana del alma y por más que evite verlo, no dejaba de mirarme sigilosa, minuciosa y sospechosamente.

Conforme pasaban los minutos y kilómetros recorridos en el bullicio del automotor, me resultó incómoda la constante y retadora mirada del señor, no mayor de unos cuarenta años, desaliñado, de condición humilde y con su maletín de trabajo.

Seguramente era un obrero de alguna de las fábricas que se ubican por la zona maquilera de la Avenida Petapa. Me inquietó que miraba a su alrededor, como tratando de que ninguno lo notara y esquivaba a los demás pasajeros, pero de inmediato me fijaba la mirada, como un perro de presa que ya encontró a quien atacar.

En ese momento de tensión, suspenso y desconfianza, imaginé quién podía ser y solo se me ocurrían oscuras ideas. Se me figuró desde un asaltante que me vio como su víctima o un loco enfermo que me confundía con un familiar enemistado, un asesino a sueldo pagado por algún enemigo del pasado.

Hasta pensé un traficante de partes humanas y al notar mi complexión física pensó que podía vender mis órganos en el mercado negro. También creí que podría tratarse de algún tipo de sádico y loco escapado de alguna institución mental.

Así pasaron los minutos y poco a poco el bus empezó a quedarse vacío. Conforme se acercaba a su destino final, el hombre que ocultaba su rostro viendo siempre al suelo cuando alguien pasaba junto al él, pero regresando su mirada retadora y terca hacia mí, se levantó y decidió sentarse a la par mía.

Astro de Oro.

Mirando hacia todos lados, y procurando de manera sigilosa que el conductor del bus y las pocas gentes cercanas no escucharan, sentí cómo se acercaba a mi oreja izquierda y casi susurrando un secreto de vida o muerte, me dijo con voz entrecortada y mal aliento, “te conozco, se quién sos y cómo te llamás”.

Fueron segundos que sentí eternos, ya que no sabía si sacaría una pistola, un cuchillo tipo Rambo o algún somnífero para noquearme. Casi petrificado por la desconfianza y la incertidumbre, esperé esos eternos y largos segundos que completaron la oración que aun rezaba de manera tosca y silenciosa.

“Te conozco, a mí no me engañás, conozco tu secreto”, continuó diciendo mientras yo apretaba mis puños para intentar defenderme, o salir corriendo por algún lugar que quedara libre entre este hombre y el mío, cuando de manera casi frenética y cambiando su expresión facial y con ojos de admiración, insistió “te conozco, sé quién sos”.

“Todos los domingos hacés mi vida más feliz, me ayudas a olvidar mis penas, el mal trabajo que tengo de lunes a sábado, las incomodidades del transporte, los pagos que mes a mes debo realizar por los servicios básicos, el divorcio que sufrí, la deplorable salud que padezco, todas las deudas y llamadas del banco”.

“Todo eso se borra cuando te veo entrar y subir al cuadrilátero con tu mascara dorada, tu alta corpulencia, tus gritos hacia nosotros el público que te aclamamos y mis infinitas hojas de cuaderno con tu firma, tus garabatos en medio de los empujones y gritos de los contrarios y la gente queriéndote tocar y saludar”.

“Yo te conozco, te reconocí aunque no traigás tu brillante mascara, ni el traje que te hace ver como un titán reluciente. Soy tu más grande admirador y tengo todos tus pósters, publicaciones de prensa, fotos y llevo un registro manual de todos tus triunfos, la cantidad de máscaras y cabelleras que has ganado y esas giras en el extranjero poniendo el nombre del país en alto. Nunca creí conocer a mi héroe en persona, yo sé que todas las personas alrededor no te conocen sin esa excelsa máscara, solo un megafanático como yo podría hacerlo. Gracias Astro de Oro por alegrarme la vida de domingo en domingo y hacer mi vida menos miserable”

Se retiró sonriendo, no sin antes pedirme un autógrafo en un cuaderno que sacó de su mochila y de manera muy emocionada se bajó del autobús, aduciendo que se pasó diez paradas del lugar donde se encuentra su lugar de trabajo.

En verdad no sé exactamente con quién me confundió el carismático señor, pero de algo sí estoy seguro y es que yo no soy el grandioso enmascarado dorado con el que me comparó: el recordado Astro de Oro.