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Caminando por la Ciudad | El chato made in Guatemala

Invitado
03 de octubre, 2021

El chato made in Guatemala. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

«Súbanse patojos que ya va a empezar el partido». Así les grita don Jorge a todos los muchachos de la cuadra, domingo a domingo, cuando juega su equipo favorito en el estadio nacional. Don Jorge tiene como misión semanal ir y pedir permiso a las mamás de todos para llevárselos en su carrito motor 1200 cc, carrocería de puro metal galvanizado.

El vehículo se limita a una cabina de piloto sin tantos lujos. Con los medidores de revoluciones, temperatura, velocímetro, palanca al piso. Además de dos sillones de cuero con base de metal para dos personas.

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Según don Jorge, es suficiente para ir a disfrutar de ese viaje de cuarenta y cinco minutos rumbo al estadio. Lleva consigo a sus hijos y a todos sus amigos del barrio. En todo el camino van coreando y vaticinando como quedará el partido. El equipo mimado de la cuadra lleva varias fechas sin ganar, es necesario por lo menos sacar un empate y así recuperar terreno en la tabla de posiciones de la Liga Nacional.

Muchos se les quedan viendo cada vez que va la caravana en el carrito. Algunos dicen que es por el relajo de porras que llevan adentro. Otros por las grandes banderas que ondean todo el recorrido y alguno más atrevido jura que todas las chicas se van fijando en él.

Pero lo que realmente va viendo la gente es ese modelo setentero muy bien conservado. Con esa cabina trompuda, una carrocería muy bien cuidada, llantas rurales, un escape algo bullicioso y defensas de puro acero. Las cuales son capaces de doblegar cualquier carro moderno sin tan siquiera rayarse.

Tiene sus vidrios manuales y claros, dos espejos grandes que dan la impresión de pertenecer a un camión pequeño.

No falta la frase en el bómper trasero que cuenta parte de las penas amorosas del dueño. Y dos bases de hule industrial para retener el lodo en las llantas traseras con logotipos de marcas famosas, platos cromados y muy bien pulidos a mano.

Son tareas que don Jorge realiza los sábados por la tarde mientras prepara el festín, banderolas y porras para el día siguiente, sabiendo que está bien con la ley y con la vida.

Así va «El Chato», ese pequeño carro creado, manufacturado, ensamblado y distribuido en la Ciudad de Guatemala.

Por razones que nadie se explica, sus ventas nunca alcanzaron el mínimo para mantenerse vigente en el mercado.

Para seguir existiendo con nuevos modelos o mejoras al original. Sólo se sabe de un tiraje y a pesar de la buena calidad no se volvió a ver más Chatos en las calles.

Poco a poco empiezan a extinguirse y a desaparecer. Mientras que marcas chinas, europeas y estadounidenses llenaron toda América con sus modelos más recientes.

Ahora se ve pasar a pocos Chatos en las calles con su singular bocina en forma de chicharra que espanta a los distraídos que caminan debajo de las banquetas peatonales, o los distraídos motoristas que torean los carriles en busca del primer puesto en la luz roja del semáforo.

Ahí va el Chato con toda su elegancia, particularidad, muy emperifollado. Pavoneándose con ese orgullo de ser el único vehículo fabricado y construido en Guatemala.

Don Jorge, muy serio y orgulloso de su nave, la satura de adolecentes semana tras semana sabiendo que El Chato podrá llevar a todos, sean chicos o grandes, flacos o gorditos dentro de la carrocería o en su cabina diseñada para dos personas.

Mete cuatro patojos como mínimo cuando hay un partido oficial de campeonato nacional o clásico regional.

Todos llegan felices y seguros al estadio; mientras se alejan a comprar sus entradas para el partido, El Chato saca el pecho orgulloso de saberse único entre todos los demás vehículos ahí parqueados. Aunque no es tan fino y famoso como sus vecinos, sabe que es único.

Don Jorge tendrá que esperar una semana más a ver si su mimado logra ganar, porque en esta ocasión a duras penas pudo empatar el partido.

Y eso ya es algo según le cuenta al Chato, mientras lo enciende y espera que todos los muchachos se suban, con la condición de que tiren dentro del bote de la basura las hojas de elote cocido que venían comiendo con mucho limón y sal, bolsitas de los algodones de azúcar, envases y latas vacías de gaseosas vacías, volantes y demás publicidad sin valor de marcas patrocinadoras que les dieron al salir del recinto.

Tampoco faltan las pepitas chupadas del mango en bolsita con bastante limón, chile y pepita que traían sus hijos, y bolsas vacías de papalinas, yuquitas y plataninas que se comieron en el parqueo.

Entonces empieza el regreso a la cuadra para después darle un buen baño y aspirada al Chato. Así estará guapo para el siguiente día laboral y llegar con buena vista al trabajo.

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El chato made in Guatemala. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

«Súbanse patojos que ya va a empezar el partido». Así les grita don Jorge a todos los muchachos de la cuadra, domingo a domingo, cuando juega su equipo favorito en el estadio nacional. Don Jorge tiene como misión semanal ir y pedir permiso a las mamás de todos para llevárselos en su carrito motor 1200 cc, carrocería de puro metal galvanizado.

El vehículo se limita a una cabina de piloto sin tantos lujos. Con los medidores de revoluciones, temperatura, velocímetro, palanca al piso. Además de dos sillones de cuero con base de metal para dos personas.

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Según don Jorge, es suficiente para ir a disfrutar de ese viaje de cuarenta y cinco minutos rumbo al estadio. Lleva consigo a sus hijos y a todos sus amigos del barrio. En todo el camino van coreando y vaticinando como quedará el partido. El equipo mimado de la cuadra lleva varias fechas sin ganar, es necesario por lo menos sacar un empate y así recuperar terreno en la tabla de posiciones de la Liga Nacional.

Muchos se les quedan viendo cada vez que va la caravana en el carrito. Algunos dicen que es por el relajo de porras que llevan adentro. Otros por las grandes banderas que ondean todo el recorrido y alguno más atrevido jura que todas las chicas se van fijando en él.

Pero lo que realmente va viendo la gente es ese modelo setentero muy bien conservado. Con esa cabina trompuda, una carrocería muy bien cuidada, llantas rurales, un escape algo bullicioso y defensas de puro acero. Las cuales son capaces de doblegar cualquier carro moderno sin tan siquiera rayarse.

Tiene sus vidrios manuales y claros, dos espejos grandes que dan la impresión de pertenecer a un camión pequeño.

No falta la frase en el bómper trasero que cuenta parte de las penas amorosas del dueño. Y dos bases de hule industrial para retener el lodo en las llantas traseras con logotipos de marcas famosas, platos cromados y muy bien pulidos a mano.

Son tareas que don Jorge realiza los sábados por la tarde mientras prepara el festín, banderolas y porras para el día siguiente, sabiendo que está bien con la ley y con la vida.

Así va «El Chato», ese pequeño carro creado, manufacturado, ensamblado y distribuido en la Ciudad de Guatemala.

Por razones que nadie se explica, sus ventas nunca alcanzaron el mínimo para mantenerse vigente en el mercado.

Para seguir existiendo con nuevos modelos o mejoras al original. Sólo se sabe de un tiraje y a pesar de la buena calidad no se volvió a ver más Chatos en las calles.

Poco a poco empiezan a extinguirse y a desaparecer. Mientras que marcas chinas, europeas y estadounidenses llenaron toda América con sus modelos más recientes.

Ahora se ve pasar a pocos Chatos en las calles con su singular bocina en forma de chicharra que espanta a los distraídos que caminan debajo de las banquetas peatonales, o los distraídos motoristas que torean los carriles en busca del primer puesto en la luz roja del semáforo.

Ahí va el Chato con toda su elegancia, particularidad, muy emperifollado. Pavoneándose con ese orgullo de ser el único vehículo fabricado y construido en Guatemala.

Don Jorge, muy serio y orgulloso de su nave, la satura de adolecentes semana tras semana sabiendo que El Chato podrá llevar a todos, sean chicos o grandes, flacos o gorditos dentro de la carrocería o en su cabina diseñada para dos personas.

Mete cuatro patojos como mínimo cuando hay un partido oficial de campeonato nacional o clásico regional.

Todos llegan felices y seguros al estadio; mientras se alejan a comprar sus entradas para el partido, El Chato saca el pecho orgulloso de saberse único entre todos los demás vehículos ahí parqueados. Aunque no es tan fino y famoso como sus vecinos, sabe que es único.

Don Jorge tendrá que esperar una semana más a ver si su mimado logra ganar, porque en esta ocasión a duras penas pudo empatar el partido.

Y eso ya es algo según le cuenta al Chato, mientras lo enciende y espera que todos los muchachos se suban, con la condición de que tiren dentro del bote de la basura las hojas de elote cocido que venían comiendo con mucho limón y sal, bolsitas de los algodones de azúcar, envases y latas vacías de gaseosas vacías, volantes y demás publicidad sin valor de marcas patrocinadoras que les dieron al salir del recinto.

Tampoco faltan las pepitas chupadas del mango en bolsita con bastante limón, chile y pepita que traían sus hijos, y bolsas vacías de papalinas, yuquitas y plataninas que se comieron en el parqueo.

Entonces empieza el regreso a la cuadra para después darle un buen baño y aspirada al Chato. Así estará guapo para el siguiente día laboral y llegar con buena vista al trabajo.

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