Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Historias Urbanas | Confesiones de un prófugo

Invitado
28 de febrero, 2021

Confesiones de un prófugo. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Llegaron bien temprano a buscarme. Mi contacto me avisó al mismo tiempo que autorizaban el allanamiento de mi casa. Todavía pensé meterme a un sanatorio e inventar que necesitaba tratamiento de urgencia porque se me bajó el azúcar. Pero no. La única vez que estuve en el hospital, cuando se me rompió el apéndice —iba a cumplir catorce años—, me tuvieron con un señor que se la pasaba llamando a su mamá todo el santo día. No sé cómo aguanté ese olor a orines y esa comida toda insípida que nos pasaban ofreciendo. Aparte, está el riesgo de que le peguen a uno el coronavirus.

Mejor me vine para acá. Ya estaba preparado. No se vayan a creer que me atraparán así de fácil. Tampoco me iba a pegar un tiro a la manera de Alan García cuando al fin lo fueron a citar en el Perú, ¿eh?

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibí los resultados de los exámenes que me mandé hacer en Los Ángeles, no hace falta operarme de nada, calculo que todavía me quedan treinta años más. Tendré que ser muy cuidadoso para no acabarme los licores y los alimentos que tengo almacenados.

Uno se malacostumbra a vestir bien, comer fino, estrenar carro del año, llevar a los patojos a Disneylandia, acompañar a la señora cuando se va de compras a Miami, ponerse de acuerdo con la agencia de viajes para que mi mamá y la suegra se vayan a peregrinación a Tierra Santa.

Ni me recuerde todo lo que me costó tapar el escándalo que se armó cuando se enteraron de cómo le hice para que el papa Francisco las recibiera en audiencia. A partir de ahí me siguieron, ahora lo sé. Pues de castigo se quedaron sin nada. Mandé avisarles que sólo pueden molestarme por algo muy pero muy importante. Que se olviden de que existo.

Pero no lo oculto, me costará pasarme el tiempo sin utilizar el teléfono e internet. Ahora nos pueden localizar con el simple aparato encendido, igual que en las películas. Tampoco es que me vayan a tirar un cohete como le hicieron a Dzhojar Dudayev, el que fue presidente de Chechenia y se le plantó a los rusos.

Se admira, ¿verdad? Para que vea que no por gusto fui asesor, escribí discursos y ocupé mis cargos en la administración pública. No es que me vayan a bombardear, como le decía, pero tampoco les mando la lucecita para que me ubiquen.

Mejor prófugo

Si toca pasármela escondido como prófugo por varios meses, pues a echarle ganas. Siempre preveo varios escenarios para estar preparado. Veremos si expira la persecución penal en mi contra, si despiden a mis acusadores, o si mis facciones resultan tan irreconocibles que pueda salir a dar la caminata de 30 minutos diarios que me recomendó el doctor sin que nadie se fije en mí y me compare con la foto donde se ofrece un millón de quetzales a quien sepa reportar mi paradero.

Trato de imaginarme cómo le hacen Donaldo Álvarez Ruiz, Juan Osorio Valencia, este muchacho que mató a su esposa y lo ayudaron a escaparse disfrazado de mujer… ¿No se aburrirán de pasarse todo el tiempo escondidos, por muy a salvo que se sientan? ¿Será que ni pueden asomarse a la ventana o al patio por temor a que los identifiquen los vecinos fisgones?

Sé que esto irá para largo, para qué le voy a mentir. Pero a mí no me agarran. No les daré el gusto de que me vean esposado en la carceleta de la Torre de Tribunales, no me expondré a que los demás presos me insulten y me maltraten.

Es cierto, mis abogados tienen instrucciones de presentar cuanto recurso sea necesario para atrasar el juicio y ordenar mi reclusión en la brigada Mariscal Zavala. Pero no quiero estar encerrado con los demás. A mí no me van los reclamos o sentarme en grupo aparte para ver cómo le hacemos para escapar. Como diría mi padrino, sólo cuento conmigo mismo. Nunca confío en nadie, todos se rajan al final. Hasta Jesús se quedó abandonado en el Monte de los Olivos.

Ahora me doy cuenta que vivo en mi propio arresto domiciliario. Soy mi propio carcelero, elegí mi encierro, fijé mi propio régimen. Resulta preferible prófugo a que me exhiban con el uniforme naranja delante de la prensa y la televisión.

Historias Urbanas | Confesiones de un prófugo

Invitado
28 de febrero, 2021

Confesiones de un prófugo. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Llegaron bien temprano a buscarme. Mi contacto me avisó al mismo tiempo que autorizaban el allanamiento de mi casa. Todavía pensé meterme a un sanatorio e inventar que necesitaba tratamiento de urgencia porque se me bajó el azúcar. Pero no. La única vez que estuve en el hospital, cuando se me rompió el apéndice —iba a cumplir catorce años—, me tuvieron con un señor que se la pasaba llamando a su mamá todo el santo día. No sé cómo aguanté ese olor a orines y esa comida toda insípida que nos pasaban ofreciendo. Aparte, está el riesgo de que le peguen a uno el coronavirus.

Mejor me vine para acá. Ya estaba preparado. No se vayan a creer que me atraparán así de fácil. Tampoco me iba a pegar un tiro a la manera de Alan García cuando al fin lo fueron a citar en el Perú, ¿eh?

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibí los resultados de los exámenes que me mandé hacer en Los Ángeles, no hace falta operarme de nada, calculo que todavía me quedan treinta años más. Tendré que ser muy cuidadoso para no acabarme los licores y los alimentos que tengo almacenados.

Uno se malacostumbra a vestir bien, comer fino, estrenar carro del año, llevar a los patojos a Disneylandia, acompañar a la señora cuando se va de compras a Miami, ponerse de acuerdo con la agencia de viajes para que mi mamá y la suegra se vayan a peregrinación a Tierra Santa.

Ni me recuerde todo lo que me costó tapar el escándalo que se armó cuando se enteraron de cómo le hice para que el papa Francisco las recibiera en audiencia. A partir de ahí me siguieron, ahora lo sé. Pues de castigo se quedaron sin nada. Mandé avisarles que sólo pueden molestarme por algo muy pero muy importante. Que se olviden de que existo.

Pero no lo oculto, me costará pasarme el tiempo sin utilizar el teléfono e internet. Ahora nos pueden localizar con el simple aparato encendido, igual que en las películas. Tampoco es que me vayan a tirar un cohete como le hicieron a Dzhojar Dudayev, el que fue presidente de Chechenia y se le plantó a los rusos.

Se admira, ¿verdad? Para que vea que no por gusto fui asesor, escribí discursos y ocupé mis cargos en la administración pública. No es que me vayan a bombardear, como le decía, pero tampoco les mando la lucecita para que me ubiquen.

Mejor prófugo

Si toca pasármela escondido como prófugo por varios meses, pues a echarle ganas. Siempre preveo varios escenarios para estar preparado. Veremos si expira la persecución penal en mi contra, si despiden a mis acusadores, o si mis facciones resultan tan irreconocibles que pueda salir a dar la caminata de 30 minutos diarios que me recomendó el doctor sin que nadie se fije en mí y me compare con la foto donde se ofrece un millón de quetzales a quien sepa reportar mi paradero.

Trato de imaginarme cómo le hacen Donaldo Álvarez Ruiz, Juan Osorio Valencia, este muchacho que mató a su esposa y lo ayudaron a escaparse disfrazado de mujer… ¿No se aburrirán de pasarse todo el tiempo escondidos, por muy a salvo que se sientan? ¿Será que ni pueden asomarse a la ventana o al patio por temor a que los identifiquen los vecinos fisgones?

Sé que esto irá para largo, para qué le voy a mentir. Pero a mí no me agarran. No les daré el gusto de que me vean esposado en la carceleta de la Torre de Tribunales, no me expondré a que los demás presos me insulten y me maltraten.

Es cierto, mis abogados tienen instrucciones de presentar cuanto recurso sea necesario para atrasar el juicio y ordenar mi reclusión en la brigada Mariscal Zavala. Pero no quiero estar encerrado con los demás. A mí no me van los reclamos o sentarme en grupo aparte para ver cómo le hacemos para escapar. Como diría mi padrino, sólo cuento conmigo mismo. Nunca confío en nadie, todos se rajan al final. Hasta Jesús se quedó abandonado en el Monte de los Olivos.

Ahora me doy cuenta que vivo en mi propio arresto domiciliario. Soy mi propio carcelero, elegí mi encierro, fijé mi propio régimen. Resulta preferible prófugo a que me exhiban con el uniforme naranja delante de la prensa y la televisión.