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Historias Urbanas | Retrato del Huésped

Invitado
21 de marzo, 2021

Retrato del Huésped. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Cierto día, me encontré a un barcino comiéndose las porciones que suelo servirles a mis gatas. Lo hacía de prisa, seguro de que le aventarían una piedra o terminaría bañado en agua helada apenas lo descubrieran.

Los gatos visitantes me caen simpáticos; permito que hagan sus rondas a condición de que las bolsas donde guardo el pan no amanezcan arañadas y tampoco detonen la caída de los trastos que se acumulan en el lavadero. De hacerlo, incurren en delito y se les condena a perpetuo alejamiento.

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Dejé que el barcino comiera hasta saciarse y me acerqué sigiloso para contemplarlo mejor. Imposible sorprenderlo, salió disparado hacia el techo. Pensé que sería su única visita; mi previsión resultó errónea.

El barcino se asomaba cuando menos lo sentía para tragarse toda la comida a su alcance. Supongo que tiene buen pedigrí: a las pocas semanas ganó peso y aumentó de tamaño. Decidí comprarle su recipiente para que coma aparte: viene de la calle, no está de más evitarles las pulgas y las enfermedades a las mascotas.

Poco a poco fue ganando confianza. El Huésped, así lo bauticé, comenzó a tomar el sol en el patio o a pasarse las horas dormido encima del techo. A veces se desaparece por un par de días y regresa con la cabeza repleta de cortes a la manera del monstruo de Frankenstein. Es arisco, apenas se deja que le eche ceniza para que no se le infecten.

Supe que es un gato feral, esa variante del gato doméstico que un día de tantos encuentra dónde comer y dónde reposar sin establecer sumisión con nadie. Opera como los marineros que bajan a puerto, se atracan de vino y especias en la taberna, luego se van y pagan su deuda hasta el próximo desembarque. El Huésped viene a sus horas, husmea un rato entre los muebles, come y se va. Marca su territorio, las gatas lo miran con recelo, procuro que coman separados para evitarles pleitos.

Dudo que corra peligro de envenenamiento. Ya conté cinco o seis gatos distintos, aparte de los míos, señal de que no hay vecinos que los consideren como plaga. Todo inconveniente se reduce a los coros nocturnos cuando están en celo, o las peleas sin empate y sin indulto que arman para defender su territorio de los forasteros. Ahí sí es necesario recurrir al guacalazo para que se restablezca la concordia y podamos retomar el sueño interrumpido.

Declaro, pues, que tengo dos gatas y un Huésped. Ya está muy grande para mandarlo a operar (años atrás me opuse a ese tipo de prácticas médicas) y siempre le recito las normas de conducta que debe seguir para que le aparte su comida. Mientras yo viva en este lugar, será un santuario protector de gatos.

Pero que tampoco abusen.

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  • gato

Historias Urbanas | Retrato del Huésped

Invitado
21 de marzo, 2021

Retrato del Huésped. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Cierto día, me encontré a un barcino comiéndose las porciones que suelo servirles a mis gatas. Lo hacía de prisa, seguro de que le aventarían una piedra o terminaría bañado en agua helada apenas lo descubrieran.

Los gatos visitantes me caen simpáticos; permito que hagan sus rondas a condición de que las bolsas donde guardo el pan no amanezcan arañadas y tampoco detonen la caída de los trastos que se acumulan en el lavadero. De hacerlo, incurren en delito y se les condena a perpetuo alejamiento.

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Dejé que el barcino comiera hasta saciarse y me acerqué sigiloso para contemplarlo mejor. Imposible sorprenderlo, salió disparado hacia el techo. Pensé que sería su única visita; mi previsión resultó errónea.

El barcino se asomaba cuando menos lo sentía para tragarse toda la comida a su alcance. Supongo que tiene buen pedigrí: a las pocas semanas ganó peso y aumentó de tamaño. Decidí comprarle su recipiente para que coma aparte: viene de la calle, no está de más evitarles las pulgas y las enfermedades a las mascotas.

Poco a poco fue ganando confianza. El Huésped, así lo bauticé, comenzó a tomar el sol en el patio o a pasarse las horas dormido encima del techo. A veces se desaparece por un par de días y regresa con la cabeza repleta de cortes a la manera del monstruo de Frankenstein. Es arisco, apenas se deja que le eche ceniza para que no se le infecten.

Supe que es un gato feral, esa variante del gato doméstico que un día de tantos encuentra dónde comer y dónde reposar sin establecer sumisión con nadie. Opera como los marineros que bajan a puerto, se atracan de vino y especias en la taberna, luego se van y pagan su deuda hasta el próximo desembarque. El Huésped viene a sus horas, husmea un rato entre los muebles, come y se va. Marca su territorio, las gatas lo miran con recelo, procuro que coman separados para evitarles pleitos.

Dudo que corra peligro de envenenamiento. Ya conté cinco o seis gatos distintos, aparte de los míos, señal de que no hay vecinos que los consideren como plaga. Todo inconveniente se reduce a los coros nocturnos cuando están en celo, o las peleas sin empate y sin indulto que arman para defender su territorio de los forasteros. Ahí sí es necesario recurrir al guacalazo para que se restablezca la concordia y podamos retomar el sueño interrumpido.

Declaro, pues, que tengo dos gatas y un Huésped. Ya está muy grande para mandarlo a operar (años atrás me opuse a ese tipo de prácticas médicas) y siempre le recito las normas de conducta que debe seguir para que le aparte su comida. Mientras yo viva en este lugar, será un santuario protector de gatos.

Pero que tampoco abusen.

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