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El S.O.S. de la justicia

Redacción República
12 de octubre, 2014

Recuerdo que cerca de la casa de mi abuela en el actual Centro Histórico corría la vía del tren. En los sitios en los que la vía se cruzaba con las calles enormes rótulos rojos con letras blancas decían “Alto, Mire, Oiga”. Era la necesaria prevención para que el tren no se pasara por delante a un distraído conductor. Ese anuncio me vino a la mente la semana pasada cuando salió en las noticias la valiente jueza Claudia Lissette Escobar y sus denuncias en contra del proceso de elección de magistrados para integrar las salas de justicia.

Las acciones de la valiente profesional pretenden despertar a la población de su permanente indiferencia y desinterés ante los asuntos públicos. La República cada vez es menos un asunto de los ciudadanos y cada vez más un asunto de una cleptocracia que extiende sus tentáculos por todas y cada una de las oficinas de un Estado avasallado por la incompetencia y el cortoplacismo de las administraciones que lo llegan a ocupar cada cuatro años. Lastimosamente, la indiferencia termina cuando cualquier ciudadano termina en las manos de uno de esos jueces o magistrados que han sido puestos por amiguismos y no por criterios profesionales y éticos. Entonces todos critican la corrupción y la incapacidad de los funcionarios. “La justicia está podrida”, se quejan. Por ello, la denuncia valiente de la jueza Escobar reviste una importancia capital, pues es un dedo en la llaga en un proceso viciado, que suscitó quejas desde su inicio.

La jueza Escobar es, según quienes la conocen personalmente, una mujer callada, discreta, buena profesional. Yo le sumo la valentía y la sinceridad. Porque su denuncia parece provenir de la indignación ante un sistema que todo lo corrompe, incluso a los operadores de la justicia. Por supuesto, no han faltado voces que han intentado descalificarla, atribuyéndole oscuros intereses de terceros, de los que ella vendría a ser una especie de testaferro. Yo me niego a darle crédito a estas acusaciones. Llámeme cándido si quiere, pero yo confío en que no todos hemos sido vencidos por el sistema y que aún quedan algunos disidentes convencidos de que los buenos somos más, de las cosas se pueden hacer bien, respetando los intereses más sagrados que la Constitución garantiza. Yo creo en la sinceridad de la jueza Escobar y la felicito y deseo con toda sinceridad que ella y los demás operadores de justicia que me consta son honrados, morales y escrupulosos en el cumplimiento de su deber, salgan victoriosos de su lucha por preservar la independencia judicial.

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Dentro de la lista de magistrados electos para integrar nuevas Salas resultó electo un gran amigo de los años de la Universidad, el Gabo, a quien profeso una admiración ilimitada proveniente de su ejemplo de profesional recto, digno, probo. Pero me preocupa que dentro del saco en el que meten a estos buenos abogados (el Gabo, la jueza Escobar), se cuelen otros personajes de dudosa reputación que manchen el buen nombre de los profesionales que logran ascender en el complicado escalafón de la justicia gracias a su buen desempeño. Por esos criterios antojadizos, tendientes a cooptar las instituciones en beneficio de los políticos inescrupulosos que viven del saqueo y la carroña institucional, es que cada vez es más difícil encontrar gente honorable que se postule para los cargos públicos. No trae cuenta. Se arriesga el buen nombre y toda una vida de esfuerzos y trabajo ético. Por eso, me despido con unas palabras de la abogada Claudia Lissette Escobar, publicadas en un medio escrito este fin de semana: “Si se anula el proceso, creo que los jueces se van a unir como gremio para que realmente velemos por nuestra independencia.”

Ojalá que sus palabras se hagan realidad, y los intereses de la República se impongan a las mezquindades parasitarias de la clase política y al secuestro progresivo del Estado.


El S.O.S. de la justicia

Redacción República
12 de octubre, 2014

Recuerdo que cerca de la casa de mi abuela en el actual Centro Histórico corría la vía del tren. En los sitios en los que la vía se cruzaba con las calles enormes rótulos rojos con letras blancas decían “Alto, Mire, Oiga”. Era la necesaria prevención para que el tren no se pasara por delante a un distraído conductor. Ese anuncio me vino a la mente la semana pasada cuando salió en las noticias la valiente jueza Claudia Lissette Escobar y sus denuncias en contra del proceso de elección de magistrados para integrar las salas de justicia.

Las acciones de la valiente profesional pretenden despertar a la población de su permanente indiferencia y desinterés ante los asuntos públicos. La República cada vez es menos un asunto de los ciudadanos y cada vez más un asunto de una cleptocracia que extiende sus tentáculos por todas y cada una de las oficinas de un Estado avasallado por la incompetencia y el cortoplacismo de las administraciones que lo llegan a ocupar cada cuatro años. Lastimosamente, la indiferencia termina cuando cualquier ciudadano termina en las manos de uno de esos jueces o magistrados que han sido puestos por amiguismos y no por criterios profesionales y éticos. Entonces todos critican la corrupción y la incapacidad de los funcionarios. “La justicia está podrida”, se quejan. Por ello, la denuncia valiente de la jueza Escobar reviste una importancia capital, pues es un dedo en la llaga en un proceso viciado, que suscitó quejas desde su inicio.

La jueza Escobar es, según quienes la conocen personalmente, una mujer callada, discreta, buena profesional. Yo le sumo la valentía y la sinceridad. Porque su denuncia parece provenir de la indignación ante un sistema que todo lo corrompe, incluso a los operadores de la justicia. Por supuesto, no han faltado voces que han intentado descalificarla, atribuyéndole oscuros intereses de terceros, de los que ella vendría a ser una especie de testaferro. Yo me niego a darle crédito a estas acusaciones. Llámeme cándido si quiere, pero yo confío en que no todos hemos sido vencidos por el sistema y que aún quedan algunos disidentes convencidos de que los buenos somos más, de las cosas se pueden hacer bien, respetando los intereses más sagrados que la Constitución garantiza. Yo creo en la sinceridad de la jueza Escobar y la felicito y deseo con toda sinceridad que ella y los demás operadores de justicia que me consta son honrados, morales y escrupulosos en el cumplimiento de su deber, salgan victoriosos de su lucha por preservar la independencia judicial.

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Ojalá que sus palabras se hagan realidad, y los intereses de la República se impongan a las mezquindades parasitarias de la clase política y al secuestro progresivo del Estado.