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Añoranza y patria

Redacción República
08 de octubre, 2014

Al hilo del debate sobre el referéndum en Cataluña, la
novelista Elvira Lindo (a quien leo semanalmente con gusto) defendía, en su
columna de El País, su concepto de patria. Comenzaba por reconocer lo aleatorio
que es el lugar en el que uno nace. Pero dado que la cosa ya estuvo, ese lugar
marca. Allí están los primeros amigos. Una forma de entonar el idioma. El colegio
donde estudió. Y, claro está, la nacionalidad con la que uno se presenta cuando
te preguntan de dónde eres.

Cada vez que escucho hablar a alguien de patria y
patriotismo, si me pongo a pensar bien los ejemplos que utiliza, y Elvira Lindo
no es una excepción, lo que hallo es añoranza. Añoranza de un tiempo inocente,
de un mundo cargado de expectativas, quizás de unos años mozos donde todo era
posible y el cuerpo aguantaba más.

La misma añoranza que he conocido al visitar muchos lugares
(da igual que sea San Francisco en California, la Antigua Guatemala o la ciudad
vieja de Jerusalén). Cuando a los lugareños les dices que es un hermoso sitio,
la mayoría responderán: “Antes, antes sí que era lindo, cuando estábamos los
verdaderos…” y ponga ahí sanfranciscanos, antigüeños, o jerosolimitanos.
Añoranza. Añoranza de lo que esperaban ser y no fueron. O, quizás,
resentimiento. Ese “no logré mi objetivo, porque vino el otro que me lo
impidió”.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

El otro puede ser el turista, la multinacional, la crisis
económica, el huracán Mitch, el antiguo novio de mi esposa, o el extranjero.
Pero siempre hay otro que vino a estropearlo todo, a romper las esencias y sólo
podemos recuperar el buen tono si acabamos con ese otro o le reconducimos al
redil.

No me siento patriota, porque desde hace tiempo tengo dos
pasaportes y puedo elegir, legalmente, “mi” país. Es más, resulta divertido
confundir al contrario soltando la nacionalidad más inesperada. Me gustaría
tener más pasaportes, doce o catorce, pero seguro que a más de un servicio de
inteligencia le resultaría sospechoso.

No me siento patriota porque añoro el pequeño pueblo en el
que me crie, con tanta intensidad como varias de las ciudades en las que he
vivido. No me siento patriota porque tengo amigos que hablan diferentes idiomas
y lo mejor es que me entiendo bien con todos ellos, porque, al final, la
amistad vale más que las lenguas.

No me siento patriota porque no necesito aferrarme a ninguna
particularidad cultural, tradición gastronómica, símbolo nacional o fiesta
local para ser yo. Es más, cuando alguien se empecina en clasificarme por mi
lugar de nacimiento, siento que mi imponen, sobre mi personalidad, sus propios
prejuicios.

No me siento patriota porque los cosmopolitas nunca hemos
hecho guerras para imponer el cosmopolitismo a todos. Pero los patriotas sí se
empeñan en levantar aduanas, fronteras, banderas y barreras y, si es posible,
eliminar al otro si está en la tierra inadecuada.

En definitiva, que será hermoso cuando los añorantes
dediquen su tiempo a recrearse en su pasado y no a imponérnoslo a los demás en
forma de supuestas patrias.

Añoranza y patria

Redacción República
08 de octubre, 2014

Al hilo del debate sobre el referéndum en Cataluña, la
novelista Elvira Lindo (a quien leo semanalmente con gusto) defendía, en su
columna de El País, su concepto de patria. Comenzaba por reconocer lo aleatorio
que es el lugar en el que uno nace. Pero dado que la cosa ya estuvo, ese lugar
marca. Allí están los primeros amigos. Una forma de entonar el idioma. El colegio
donde estudió. Y, claro está, la nacionalidad con la que uno se presenta cuando
te preguntan de dónde eres.

Cada vez que escucho hablar a alguien de patria y
patriotismo, si me pongo a pensar bien los ejemplos que utiliza, y Elvira Lindo
no es una excepción, lo que hallo es añoranza. Añoranza de un tiempo inocente,
de un mundo cargado de expectativas, quizás de unos años mozos donde todo era
posible y el cuerpo aguantaba más.

La misma añoranza que he conocido al visitar muchos lugares
(da igual que sea San Francisco en California, la Antigua Guatemala o la ciudad
vieja de Jerusalén). Cuando a los lugareños les dices que es un hermoso sitio,
la mayoría responderán: “Antes, antes sí que era lindo, cuando estábamos los
verdaderos…” y ponga ahí sanfranciscanos, antigüeños, o jerosolimitanos.
Añoranza. Añoranza de lo que esperaban ser y no fueron. O, quizás,
resentimiento. Ese “no logré mi objetivo, porque vino el otro que me lo
impidió”.

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El otro puede ser el turista, la multinacional, la crisis
económica, el huracán Mitch, el antiguo novio de mi esposa, o el extranjero.
Pero siempre hay otro que vino a estropearlo todo, a romper las esencias y sólo
podemos recuperar el buen tono si acabamos con ese otro o le reconducimos al
redil.

No me siento patriota, porque desde hace tiempo tengo dos
pasaportes y puedo elegir, legalmente, “mi” país. Es más, resulta divertido
confundir al contrario soltando la nacionalidad más inesperada. Me gustaría
tener más pasaportes, doce o catorce, pero seguro que a más de un servicio de
inteligencia le resultaría sospechoso.

No me siento patriota porque añoro el pequeño pueblo en el
que me crie, con tanta intensidad como varias de las ciudades en las que he
vivido. No me siento patriota porque tengo amigos que hablan diferentes idiomas
y lo mejor es que me entiendo bien con todos ellos, porque, al final, la
amistad vale más que las lenguas.

No me siento patriota porque no necesito aferrarme a ninguna
particularidad cultural, tradición gastronómica, símbolo nacional o fiesta
local para ser yo. Es más, cuando alguien se empecina en clasificarme por mi
lugar de nacimiento, siento que mi imponen, sobre mi personalidad, sus propios
prejuicios.

No me siento patriota porque los cosmopolitas nunca hemos
hecho guerras para imponer el cosmopolitismo a todos. Pero los patriotas sí se
empeñan en levantar aduanas, fronteras, banderas y barreras y, si es posible,
eliminar al otro si está en la tierra inadecuada.

En definitiva, que será hermoso cuando los añorantes
dediquen su tiempo a recrearse en su pasado y no a imponérnoslo a los demás en
forma de supuestas patrias.