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Cuando la seguridad no basta

Redacción
24 de diciembre, 2014

En las últimas semanas, hemos visto en Estado Unidos una serie de airadas protestas en contra de la violencia policial ejercida, esencialmente, en contra de la minoría afroamericana. Al mismo tiempo, un informe del Senado estadounidense ha denunciado las prácticas violentas, a la par que inútiles, de la CIA en su lucha contra el terrorismo islamista.
Aunque pudieran parecer temas alejados, la marginación social y el contraterrorismo, en realidad estamos ante un giro en la actitud social de los norteamericanos. Después de una larga década donde la seguridad primaba sobre los derechos civiles, esta estrategia se pone en cuestión al acusar a las “fuerzas policiales” (en el país o fuera) de abuso de autoridad.

Podemos preguntarnos si vivimos en un mundo más tranquilo hoy que en 2001, cuando se produjo el ataque a las torres gemelas de New York. Posiblemente, no. Desde el ataque terrorista a una planta de gas argelina hace más de un año y su brutal desenlace, con más de medio centenar de muertos, hasta los sanguinarios ajusticiamientos de periodistas y cooperantes occidentales por parte del Estado Islámico asentado en el norte de Iraq y Siria, la realidad se empecina en demostrarnos que en el mundo no cesa la violencia.

Sin embargo, lo que sí parece ir quedando claro que esas limitaciones de los derechos civiles no han sido la solución. Hemos cambiado libertad por seguridad, pero no hemos ganado seguridad, y sí hemos perdido libertad.

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Quizás por eso las protestas en las calles de Estados Unidos o la crítica del Senado a la CIA.

Sin duda, el hecho de no tener que actuar en caliente, como ocurrió tras el 11 de septiembre de 2001, ayuda a entender que aplicar violencia contra violencia nunca es la solución. Parece difícil decirlo en un país como Guatemala, donde los delitos de sangre son moneda corriente. Y donde pareciera que sólo el ojo por ojo puede llegar a funcionar.

En realidad, éste es un debate sobre los derechos de las personas. Pensemos en lo ocurrido hace unos días en Sidney, donde un integrista islámico, Man Haron Monis, secuestra a los clientes de una cafetería y todo termina con la muerte del secuestrador y dos de sus rehenes. Monis ya había demostrado, mucho antes del secuestro, su radicalismo, su empeño en no reconocer los derechos de los demás. Su objetivo era imponer sus principios al margen de la voluntad de los otros.

No podemos dejar que nuestros escrúpulos, confundiendo libertad con entreguismo, o nuestro miedo, pensando que la seguridad es lo primero, nos puedan. La defensa de nuestros derechos civiles también pasa por enfrentarse a aquellos que nos lo niegan, pero no desde el campo de la violencia, sino del ostracismo: si no estás dispuesto a permitir que yo disfrute de mis derechos, no puedes formar parte de mi sociedad.

Claro que eso implica asumir nuestro papel como miembros de una sociedad y no delegar la solución de todos los problemas a un Estado que no los va a resolver, pero sí va a limitar mi libertad.

Cuando la seguridad no basta

Redacción
24 de diciembre, 2014

En las últimas semanas, hemos visto en Estado Unidos una serie de airadas protestas en contra de la violencia policial ejercida, esencialmente, en contra de la minoría afroamericana. Al mismo tiempo, un informe del Senado estadounidense ha denunciado las prácticas violentas, a la par que inútiles, de la CIA en su lucha contra el terrorismo islamista.
Aunque pudieran parecer temas alejados, la marginación social y el contraterrorismo, en realidad estamos ante un giro en la actitud social de los norteamericanos. Después de una larga década donde la seguridad primaba sobre los derechos civiles, esta estrategia se pone en cuestión al acusar a las “fuerzas policiales” (en el país o fuera) de abuso de autoridad.

Podemos preguntarnos si vivimos en un mundo más tranquilo hoy que en 2001, cuando se produjo el ataque a las torres gemelas de New York. Posiblemente, no. Desde el ataque terrorista a una planta de gas argelina hace más de un año y su brutal desenlace, con más de medio centenar de muertos, hasta los sanguinarios ajusticiamientos de periodistas y cooperantes occidentales por parte del Estado Islámico asentado en el norte de Iraq y Siria, la realidad se empecina en demostrarnos que en el mundo no cesa la violencia.

Sin embargo, lo que sí parece ir quedando claro que esas limitaciones de los derechos civiles no han sido la solución. Hemos cambiado libertad por seguridad, pero no hemos ganado seguridad, y sí hemos perdido libertad.

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Quizás por eso las protestas en las calles de Estados Unidos o la crítica del Senado a la CIA.

Sin duda, el hecho de no tener que actuar en caliente, como ocurrió tras el 11 de septiembre de 2001, ayuda a entender que aplicar violencia contra violencia nunca es la solución. Parece difícil decirlo en un país como Guatemala, donde los delitos de sangre son moneda corriente. Y donde pareciera que sólo el ojo por ojo puede llegar a funcionar.

En realidad, éste es un debate sobre los derechos de las personas. Pensemos en lo ocurrido hace unos días en Sidney, donde un integrista islámico, Man Haron Monis, secuestra a los clientes de una cafetería y todo termina con la muerte del secuestrador y dos de sus rehenes. Monis ya había demostrado, mucho antes del secuestro, su radicalismo, su empeño en no reconocer los derechos de los demás. Su objetivo era imponer sus principios al margen de la voluntad de los otros.

No podemos dejar que nuestros escrúpulos, confundiendo libertad con entreguismo, o nuestro miedo, pensando que la seguridad es lo primero, nos puedan. La defensa de nuestros derechos civiles también pasa por enfrentarse a aquellos que nos lo niegan, pero no desde el campo de la violencia, sino del ostracismo: si no estás dispuesto a permitir que yo disfrute de mis derechos, no puedes formar parte de mi sociedad.

Claro que eso implica asumir nuestro papel como miembros de una sociedad y no delegar la solución de todos los problemas a un Estado que no los va a resolver, pero sí va a limitar mi libertad.