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La Sociedad Civil y el neo-corporativismo

Redacción República
11 de marzo, 2014

Desde muchos años atrás, en el lenguaje político cotidiano de América Latina, pero con particular fuerza, en el de Guatemala, ha irrumpido el concepto de “Sociedad civil”, agregando de pronto a la agenda pública nacional un sinnúmero de actores, organizaciones, y por supuesto, temas. Esto ha marcado la vida política de nuestro país, a tal grado que hoy, sin el concurso de la “sociedad civil” ningún proceso es tomado por válido o al menos legítimo. 

Ha llegado el momento de examinar de una manera desapasionada el tema y replantear si el modelo que hemos seguido fortalece a la democracia o por el contrario la debilita. El concepto de “sociedad civil” en teoría política se remonta varios siglos atrás, pero han sido Locke y Gramsci dos exponentes de ella muy importantes, aunque absolutamente divergentes. En la visión Lockeana, la sociedad civil es la organización social de base que se constituye para ejercer sus libertades frente al poder del Estado. Para Gramsci, intelectual marxista de principios de siglo pasado, la sociedad civil es un componente clave dentro del proceso revolucionario, pues actúa e interactúa con las estructuras de la sociedad capitalista, para minarlas desde dentro. 
Pero cómo y por qué surgió este concepto en Guatemala? Cuánto ha contribuido a la cultura política del país? En Guatemala organizaciones sociales con gran vitalidad y muy representativas han existido siempre. El cooperativismo, las iglesias, la academia o las organizaciones de servicio son un ejemplo de ello. Pero el concepto reciente de sociedad civil tomó forma y se asignó casi sin discusión alguna, a esa galaxia de entidades y organizaciones que acompañaron las negociaciones de paz. Muchas de estas entidades tenían un compromiso con la paz y la democracia. Otras fueron simplemente el resultado de un cambio de frente de operaciones de la subversión, que se movió del campo militar al tablero de lo político, aprovechando este acompañamiento social. De allí, que muchas organizaciones de esta sociedad civil estuvieran políticamente comprometidas con una de las partes del conflicto. Esto ha provocado, entre otras cosas, que organizaciones sociales legítimas y de base, que no fueron parte de esta dinámica política, hoy no sean tomadas en cuenta por no llenar el “perfil”. O sea, no son “sociedad civil”. 
Pero ahora el concepto ha migrado de nuevo. De lo que fue originalmente un intento de oponer a las estructuras militares de gobierno una corriente que privilegiara lo civil, -lo no uniformado-, hoy se habla más bien de oponer a la clase política partidista una nueva élite de dirigencia social, que desde la comodidad de sus oficinas, promueven agendas, ideas y personas. Esta tendencia tiene dos efectos inmediatos: por un lado estigmatizar el quehacer político partidario y por el otro, el hacer surgir una especie de neo-corporativismo. Esta doctrina política, por cierto muy propia del fascismo, considera que la estructura de poder se nutre mejor de una representación orgánica de la sociedad, y eso es precisamente lo que ha ocurrido. Nadie podrá discutir el hecho que la agenda política más reciente del país se mueve en la dirección que muchas de estas organizaciones de “sociedad civil” plantean. 
Que toda sociedad debe aspirar a organizarse y a influir por medios lícitos en las decisiones de Estado, estamos de acuerdo. Que estas organizaciones han desempeñado un rol frente a una ausencia casi completa de la discusión político partidista en Guatemala también es cierto. Que sustituyan o deban sustituir la función de los Partidos Políticos, me parece un error. 
El hecho que organizaciones monotemáticas, financiadas privadamente y con estructuras poco democráticas tengan en sus manos decidir por otros los cursos de acción política del Estado, es cuando menos arriesgado e irresponsable. El reto en Guatemala es como acompañamos a esa vitalidad organizativa, un verdadero renacimiento de las instituciones político partidarias, para que sea el contraste de las ideas políticas y no solo la visión parcelada de ciertos grupos, lo que construya la democracia.

La Sociedad Civil y el neo-corporativismo

Redacción República
11 de marzo, 2014

Desde muchos años atrás, en el lenguaje político cotidiano de América Latina, pero con particular fuerza, en el de Guatemala, ha irrumpido el concepto de “Sociedad civil”, agregando de pronto a la agenda pública nacional un sinnúmero de actores, organizaciones, y por supuesto, temas. Esto ha marcado la vida política de nuestro país, a tal grado que hoy, sin el concurso de la “sociedad civil” ningún proceso es tomado por válido o al menos legítimo. 

Ha llegado el momento de examinar de una manera desapasionada el tema y replantear si el modelo que hemos seguido fortalece a la democracia o por el contrario la debilita. El concepto de “sociedad civil” en teoría política se remonta varios siglos atrás, pero han sido Locke y Gramsci dos exponentes de ella muy importantes, aunque absolutamente divergentes. En la visión Lockeana, la sociedad civil es la organización social de base que se constituye para ejercer sus libertades frente al poder del Estado. Para Gramsci, intelectual marxista de principios de siglo pasado, la sociedad civil es un componente clave dentro del proceso revolucionario, pues actúa e interactúa con las estructuras de la sociedad capitalista, para minarlas desde dentro. 
Pero cómo y por qué surgió este concepto en Guatemala? Cuánto ha contribuido a la cultura política del país? En Guatemala organizaciones sociales con gran vitalidad y muy representativas han existido siempre. El cooperativismo, las iglesias, la academia o las organizaciones de servicio son un ejemplo de ello. Pero el concepto reciente de sociedad civil tomó forma y se asignó casi sin discusión alguna, a esa galaxia de entidades y organizaciones que acompañaron las negociaciones de paz. Muchas de estas entidades tenían un compromiso con la paz y la democracia. Otras fueron simplemente el resultado de un cambio de frente de operaciones de la subversión, que se movió del campo militar al tablero de lo político, aprovechando este acompañamiento social. De allí, que muchas organizaciones de esta sociedad civil estuvieran políticamente comprometidas con una de las partes del conflicto. Esto ha provocado, entre otras cosas, que organizaciones sociales legítimas y de base, que no fueron parte de esta dinámica política, hoy no sean tomadas en cuenta por no llenar el “perfil”. O sea, no son “sociedad civil”. 
Pero ahora el concepto ha migrado de nuevo. De lo que fue originalmente un intento de oponer a las estructuras militares de gobierno una corriente que privilegiara lo civil, -lo no uniformado-, hoy se habla más bien de oponer a la clase política partidista una nueva élite de dirigencia social, que desde la comodidad de sus oficinas, promueven agendas, ideas y personas. Esta tendencia tiene dos efectos inmediatos: por un lado estigmatizar el quehacer político partidario y por el otro, el hacer surgir una especie de neo-corporativismo. Esta doctrina política, por cierto muy propia del fascismo, considera que la estructura de poder se nutre mejor de una representación orgánica de la sociedad, y eso es precisamente lo que ha ocurrido. Nadie podrá discutir el hecho que la agenda política más reciente del país se mueve en la dirección que muchas de estas organizaciones de “sociedad civil” plantean. 
Que toda sociedad debe aspirar a organizarse y a influir por medios lícitos en las decisiones de Estado, estamos de acuerdo. Que estas organizaciones han desempeñado un rol frente a una ausencia casi completa de la discusión político partidista en Guatemala también es cierto. Que sustituyan o deban sustituir la función de los Partidos Políticos, me parece un error. 
El hecho que organizaciones monotemáticas, financiadas privadamente y con estructuras poco democráticas tengan en sus manos decidir por otros los cursos de acción política del Estado, es cuando menos arriesgado e irresponsable. El reto en Guatemala es como acompañamos a esa vitalidad organizativa, un verdadero renacimiento de las instituciones político partidarias, para que sea el contraste de las ideas políticas y no solo la visión parcelada de ciertos grupos, lo que construya la democracia.