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Sobre los libertarios (II)

Redacción
27 de marzo, 2014

En la columna pasada hablaba del libertarismo como el ala más radical del liberalismo. Para muchos de sus seguidores el Estado debe desaparecer y privatizarse la seguridad y justicia. Incluso dicen que una Constitución escrita como límite al poder es ridícula y no funciona. Otros libertarios no van tan lejos. Lo cierto es que el término “libertario” se ajusta mejor al contexto de los Estados Unidos, donde la palabra “liberal” ya no pertenece a los defensores de un gobierno limitado sino todo lo contrario, es propiedad de la izquierda. Mi humilde opinión es que en América Latina debemos seguir usando el término liberal y no libertario. 

Pero hay algo que me preocupa más: ¿por qué los liberales no tenemos éxito en la práctica? Contrario a los que muchos creen, el liberalismo no es hoy el discurso hegemónico en Guatemala. Un repaso de la actualidad de la doctrina tal vez nos dé unas luces. En Guatemala el liberalismo se asocia casi automáticamente con la Escuela Austriaca (EA), la Universidad de Chicago, Ayn Rand y el objetivismo. Todas estas corrientes han hecho grandes aportes al entendimiento de la sociedad. Hayek predijo la Gran Depresión y explicó la incidencia del derecho y la política en la economía; Mises salvó a la EA de su desaparición y pronosticó la caída del socialismo; Friedman combatió a los keynesianos con sus mismas herramientas y cambió el rumbo de la política económica hacia mercados más abiertos; Rand defendió la moralidad del capitalismo desde una trinchera poco usada por los liberales: la novela. 
La primera razón de nuestro fracaso es la creencia que con esas escuelas acaba el liberalismo. Enorme error. El Estado moderno es en gran medida producto del liberalismo de la Ilustración, con su constitución escrita y división de poderes, revisión constitucional de la ley y la igualdad de todos los hombres ante ésta. El liberalismo tiene muchas de las mentes más brillantes de la historia, pero parece que las hemos olvidado. Estoy hablando de Montesquieu y Locke, Adam Smith y Tocqueville, Hume, Voltaire, Beccaria, Bentham, Thomas Jefferson y Alexander Hamilton, Burke y Coke, entre otros. ¿Puede usted afirmar que sus aportes son poca cosa? 
La segunda razón del poco éxito es que la divulgación del liberalismo ha sido cooptada por la economía. Parece que la doctrina se reduce a debates de inversión de capital, aumento de productividad y fronteras abiertas. Creemos que el liberalismo ha fracasado porque hay impuestos redistributivos y proteccionismo, ignorando que la filosofía sigue presente en principios como la prohibición de tortura en el proceso penal, la presunción de inocencia, la libertad de culto o la prohibición de servidumbre. Usted seguro ha visto en la prensa o en las redes sociales encarnizados debates ideológicos sobre economía o impuestos, pero ¿alguna vez vio una discusión sobre la crítica que los liberales hacen al positivismo jurídico o a Hans Kelsen? 
Si el liberalismo va a ser un gladiador de pesos pesados en la política necesitamos hacer dos cosas. Hay que revivir a los liberales de la vieja guardia estudiando la historia de Inglaterra y de los Estados Unidos, su Constitución e instituciones; la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, incluso llegar hasta Grecia y Roma y conocer sobre Aristóteles y Cicerón. Segundo, debemos quitarnos esa peligrosa idea según la cual política y liberalismo son excluyentes o que el estado actual de cosas ya no permite que el liberalismo penetre en la política. Todo lo contrario: debemos hacer política, estar en el Congreso y la Presidencia, en las cortes y el ejército. ¡Liberales de todos los países, uníos!

Sobre los libertarios (II)

Redacción
27 de marzo, 2014

En la columna pasada hablaba del libertarismo como el ala más radical del liberalismo. Para muchos de sus seguidores el Estado debe desaparecer y privatizarse la seguridad y justicia. Incluso dicen que una Constitución escrita como límite al poder es ridícula y no funciona. Otros libertarios no van tan lejos. Lo cierto es que el término “libertario” se ajusta mejor al contexto de los Estados Unidos, donde la palabra “liberal” ya no pertenece a los defensores de un gobierno limitado sino todo lo contrario, es propiedad de la izquierda. Mi humilde opinión es que en América Latina debemos seguir usando el término liberal y no libertario. 

Pero hay algo que me preocupa más: ¿por qué los liberales no tenemos éxito en la práctica? Contrario a los que muchos creen, el liberalismo no es hoy el discurso hegemónico en Guatemala. Un repaso de la actualidad de la doctrina tal vez nos dé unas luces. En Guatemala el liberalismo se asocia casi automáticamente con la Escuela Austriaca (EA), la Universidad de Chicago, Ayn Rand y el objetivismo. Todas estas corrientes han hecho grandes aportes al entendimiento de la sociedad. Hayek predijo la Gran Depresión y explicó la incidencia del derecho y la política en la economía; Mises salvó a la EA de su desaparición y pronosticó la caída del socialismo; Friedman combatió a los keynesianos con sus mismas herramientas y cambió el rumbo de la política económica hacia mercados más abiertos; Rand defendió la moralidad del capitalismo desde una trinchera poco usada por los liberales: la novela. 
La primera razón de nuestro fracaso es la creencia que con esas escuelas acaba el liberalismo. Enorme error. El Estado moderno es en gran medida producto del liberalismo de la Ilustración, con su constitución escrita y división de poderes, revisión constitucional de la ley y la igualdad de todos los hombres ante ésta. El liberalismo tiene muchas de las mentes más brillantes de la historia, pero parece que las hemos olvidado. Estoy hablando de Montesquieu y Locke, Adam Smith y Tocqueville, Hume, Voltaire, Beccaria, Bentham, Thomas Jefferson y Alexander Hamilton, Burke y Coke, entre otros. ¿Puede usted afirmar que sus aportes son poca cosa? 
La segunda razón del poco éxito es que la divulgación del liberalismo ha sido cooptada por la economía. Parece que la doctrina se reduce a debates de inversión de capital, aumento de productividad y fronteras abiertas. Creemos que el liberalismo ha fracasado porque hay impuestos redistributivos y proteccionismo, ignorando que la filosofía sigue presente en principios como la prohibición de tortura en el proceso penal, la presunción de inocencia, la libertad de culto o la prohibición de servidumbre. Usted seguro ha visto en la prensa o en las redes sociales encarnizados debates ideológicos sobre economía o impuestos, pero ¿alguna vez vio una discusión sobre la crítica que los liberales hacen al positivismo jurídico o a Hans Kelsen? 
Si el liberalismo va a ser un gladiador de pesos pesados en la política necesitamos hacer dos cosas. Hay que revivir a los liberales de la vieja guardia estudiando la historia de Inglaterra y de los Estados Unidos, su Constitución e instituciones; la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, incluso llegar hasta Grecia y Roma y conocer sobre Aristóteles y Cicerón. Segundo, debemos quitarnos esa peligrosa idea según la cual política y liberalismo son excluyentes o que el estado actual de cosas ya no permite que el liberalismo penetre en la política. Todo lo contrario: debemos hacer política, estar en el Congreso y la Presidencia, en las cortes y el ejército. ¡Liberales de todos los países, uníos!