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Mediación gobiernera

Redacción
28 de marzo, 2014

La crisis en Venezuela se extiende. Las protestas se han convertido en una especie de luz intermitente capaces de transformar una plaza tranquila en un campo de guerra en apenas minutos. De este modo, lo que en apariencia se calma un día se transforma a la mañana siguiente en epicentro del clamor ciudadano. 

A medida que pasan los días las protestas derraman su descontento por nuevas vertientes. Las presiones para apagar las protestas han sido inmensas. No solo por parte del gobierno venezolano –lo cual es previsible porque nadie quiere gobernar un país encendido– sino por buena parte de la oposición y de los líderes nominales de la llamada unidad democrática. 
Hasta la fecha, los intentos de enfriamiento han fracasado. De forma inusitada la ciudadanía desbordó el liderazgo que llamaba al apaciguamiento. Dicha conducta es más que comprensible: quien llama a la rendición después de tantos desgarros a la dignidad humana no puede sino producir sospecha. 
Vista la frustración local para llamar al apaciguamiento, la dirigencia anti protestas ha enfilado sus técnicas persuasivas hacia el exterior, y comienza a utilizar el comodín de la comunidad internacional como mecanismo disuasivo para el descontento. Cual Aureliano Buendía, recordando los remotos tiempos en que fue a conocer el hielo con su padre, se apuesta a que la llegada de una legión de forasteros calme las aguas, genere expectativas y conduzca a la ciudadanía al cauce de la normalidad socialista porque “el mundo nos está escuchando”. 
Curiosamente, quienes se han mostrado más proclives a fungir como “facilitadores” para el diálogo entre gobierno y oposición han sido los representantes de gobiernos latinoamericanos y, especialmente, funcionarios de Brasil, Ecuador y Colombia. Todo ello luce muy bien. Al menos en el papel. Después de todo, los gobiernos hermanos deben hacer sus mayores esfuerzos para preservar la paz y estabilidad del continente. Y hoy Venezuela vive momentos difíciles. 
Este estamento cargado de emotiva retórica olvida convenientemente varios elementos: (i) existen instituciones y organizaciones internacionales de las cuales forma parte Venezuela cuyos mecanismos para solventar crisis de gobernabilidad democrática se han obviado y violado olímpicamente; (ii) los gobiernos que pretenden mediar en la crisis venezolana han mantenido en su mayoría una postura ambigua e incluso indiferente ante la situación del país; y (iii) el gobierno venezolano –que al fin de cuentas es quien tiene el monopolio de la coacción y el control de los poderes públicos– no ha tenido ni un solo gesto de buena fe a quienes le adversan. Por el contrario, ha recrudecido su proceder violento y represivo con el paso del tiempo. 
A todo ello habría que agregar una consigna de aplicación universal: desconfía de las intenciones del gobierno. No se está gobernado por ángeles, sino por hombres. Difícilmente los burócratas internacionales escapen a esta consigna y es casi seguro que estos sujetos bajo la excusa de pacificar a Venezuela, comprarán tiempo y jugarán a estabilizar al gobierno venezolano, con el cual no solo simpatizan ideológicamente (socialistas al fin), sino que también se benefician de sus ingentes subsidios derivados de los petrodólares. 
Mientras el hielo de la libertad se derrite en Venezuela, está más que claro que la causa emancipadora del país puede verse seriamente afectada por la injerencia nada desinteresada de quienes no les conviene perder sus migajas a costa del sacrificio de millones de ciudadanos. Si de verdad existiera la voluntad para solventar la crisis venezolana los gobiernos hermanos hubiesen asumido una postura mucho más clara, directa y frontal frente al régimen venezolano ante las señales inequívocas de degradación democrática que desde hace años sufre el país.

Mediación gobiernera

Redacción
28 de marzo, 2014

La crisis en Venezuela se extiende. Las protestas se han convertido en una especie de luz intermitente capaces de transformar una plaza tranquila en un campo de guerra en apenas minutos. De este modo, lo que en apariencia se calma un día se transforma a la mañana siguiente en epicentro del clamor ciudadano. 

A medida que pasan los días las protestas derraman su descontento por nuevas vertientes. Las presiones para apagar las protestas han sido inmensas. No solo por parte del gobierno venezolano –lo cual es previsible porque nadie quiere gobernar un país encendido– sino por buena parte de la oposición y de los líderes nominales de la llamada unidad democrática. 
Hasta la fecha, los intentos de enfriamiento han fracasado. De forma inusitada la ciudadanía desbordó el liderazgo que llamaba al apaciguamiento. Dicha conducta es más que comprensible: quien llama a la rendición después de tantos desgarros a la dignidad humana no puede sino producir sospecha. 
Vista la frustración local para llamar al apaciguamiento, la dirigencia anti protestas ha enfilado sus técnicas persuasivas hacia el exterior, y comienza a utilizar el comodín de la comunidad internacional como mecanismo disuasivo para el descontento. Cual Aureliano Buendía, recordando los remotos tiempos en que fue a conocer el hielo con su padre, se apuesta a que la llegada de una legión de forasteros calme las aguas, genere expectativas y conduzca a la ciudadanía al cauce de la normalidad socialista porque “el mundo nos está escuchando”. 
Curiosamente, quienes se han mostrado más proclives a fungir como “facilitadores” para el diálogo entre gobierno y oposición han sido los representantes de gobiernos latinoamericanos y, especialmente, funcionarios de Brasil, Ecuador y Colombia. Todo ello luce muy bien. Al menos en el papel. Después de todo, los gobiernos hermanos deben hacer sus mayores esfuerzos para preservar la paz y estabilidad del continente. Y hoy Venezuela vive momentos difíciles. 
Este estamento cargado de emotiva retórica olvida convenientemente varios elementos: (i) existen instituciones y organizaciones internacionales de las cuales forma parte Venezuela cuyos mecanismos para solventar crisis de gobernabilidad democrática se han obviado y violado olímpicamente; (ii) los gobiernos que pretenden mediar en la crisis venezolana han mantenido en su mayoría una postura ambigua e incluso indiferente ante la situación del país; y (iii) el gobierno venezolano –que al fin de cuentas es quien tiene el monopolio de la coacción y el control de los poderes públicos– no ha tenido ni un solo gesto de buena fe a quienes le adversan. Por el contrario, ha recrudecido su proceder violento y represivo con el paso del tiempo. 
A todo ello habría que agregar una consigna de aplicación universal: desconfía de las intenciones del gobierno. No se está gobernado por ángeles, sino por hombres. Difícilmente los burócratas internacionales escapen a esta consigna y es casi seguro que estos sujetos bajo la excusa de pacificar a Venezuela, comprarán tiempo y jugarán a estabilizar al gobierno venezolano, con el cual no solo simpatizan ideológicamente (socialistas al fin), sino que también se benefician de sus ingentes subsidios derivados de los petrodólares. 
Mientras el hielo de la libertad se derrite en Venezuela, está más que claro que la causa emancipadora del país puede verse seriamente afectada por la injerencia nada desinteresada de quienes no les conviene perder sus migajas a costa del sacrificio de millones de ciudadanos. Si de verdad existiera la voluntad para solventar la crisis venezolana los gobiernos hermanos hubiesen asumido una postura mucho más clara, directa y frontal frente al régimen venezolano ante las señales inequívocas de degradación democrática que desde hace años sufre el país.