Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

En boca de terceros (I)

Redacción
30 de marzo, 2014

Empiezo hoy una serie de escritos comentando ideas de terceros. Y aunque lo que propongo no es un formato novedoso, sus autores sí lo son. A todos a los que nos referiremos en adelante, fueron guatemaltecos que ejercieron funciones públicas en algún momento de nuestra historia y nos dejaron en sus discursos, apuntes o correspondencia, algunas reflexiones importantes, que me parece necesario rescatar, para disipar ese denso humo de cinismo político que enturbia el ambiente nacional en la actualidad. 

Al primero de ellos al que vamos echar mano es a don Alejandro Díaz Cabeza de Vaca, primer Jefe del Estado de Guatemala dentro de la República Federal de Centroamérica, que ejerció el poder ejecutivo del Estado en forma interina del 30 de enero al 12 de octubre de 1824, y recuperado del olvido de forma magistral por el historiador Ramiro Ordóñez Jonama, quien publicó un sesudo ensayo sobre nuestro gobernante, titulado “El doctor Alejandro Díaz Cabeza de Vaca, primer jefe del Estado de Guatemala”, en la revista Anales, de la Academia de Geografía e Historia, Tomo LXXXIX, correspondiente al año 2004, desenterrándolo para los lectores de los papeles que resguarda el Archivo General de Centroamérica. En dicho ensayo, el historiador guatemalteco no sólo recupera los aspectos públicos del señor Díaz, sino también ahonda en los aspectos más humanos del político criollo, presentándonos un esbozo del ser humano que por un breve período, dirigió los destinos de los guatemaltecos. 
Es interesante que poco o nada se le recuerde a este personaje, que desarrolló una carrera pública en la Guatemala del primer cuarto del siglo XIX, pero es que en general, los guatemaltecos somos muy poco dados a la lectura en general, y mucho menos interesados en la lectura de la historia patria, en lo particular. Es sin embargo, importante destacar que pese al reducido grupo de lectores, en Guatemala se publican anualmente una buena cantidad de libros de historia local, que renuevan, haciendo un esfuerzo importante, nuestros conocimientos sobre tan importante materia. 
El caso es que don Alejandro, de formación jurídica principalmente, pasó por el ejecutivo haciendo un trabajo eficiente y sin mayor conflicto, comparado, claro está, con la guerra civil que se le vendría encima a la república federal tan sólo dos años después, destruyendo todas las esperanzas que la recién independizada región había puesto en su proyecto político. Don Alejandro fue un administrador sabio de la “cosa pública”, a pesar de que el nombramiento como ejecutivo interino le inspiró la frase: “No solicité el destino, ni es de los que ambiciona mi corazón”, con la que selló su aceptación al cargo. 
Pero es aún más iluminadora una frase que escribió ya separado de la vida pública, el 7 de noviembre de 1830, declinando el ofrecimiento de concursar para una judicatura en el departamento de Guatemala. Don Alejandro, con una honradez y sinceridad desarmante, que bien quisiéramos adoptaran todos los politicastros que infestan los medios de comunicación hoy en día con ofrecimientos de feria, informa que desde hace cuatro años sufre de “debilidad del cerebro”, y que considera poco honrado aceptar un puesto público sabiendo que carece de las energías y la capacidad para desempeñarlo. En ese punto, este brillante hombre público nos lega una frase digna de ser fundida en bronce y colocada en la Plaza de la Constitución: “… [a mi] juicio el que admite un empleo con conocimiento de que no puede desempeñarlo cual debe, engaña; falta el respeto al gobierno a la buena administración del ramo que es a su cargo, ocupando un lugar que otras personas más aptas servirán con notables ventajas. Es, en fin, un hombre sin honor, sin delicadeza, temerario e indigno de existir en una sociedad bien ordenada…” 
Como se ve, la pureza del pensamiento moral de don Alejandro no merece comentario que la desluzca. Su integridad política se explica sola.

En boca de terceros (I)

Redacción
30 de marzo, 2014

Empiezo hoy una serie de escritos comentando ideas de terceros. Y aunque lo que propongo no es un formato novedoso, sus autores sí lo son. A todos a los que nos referiremos en adelante, fueron guatemaltecos que ejercieron funciones públicas en algún momento de nuestra historia y nos dejaron en sus discursos, apuntes o correspondencia, algunas reflexiones importantes, que me parece necesario rescatar, para disipar ese denso humo de cinismo político que enturbia el ambiente nacional en la actualidad. 

Al primero de ellos al que vamos echar mano es a don Alejandro Díaz Cabeza de Vaca, primer Jefe del Estado de Guatemala dentro de la República Federal de Centroamérica, que ejerció el poder ejecutivo del Estado en forma interina del 30 de enero al 12 de octubre de 1824, y recuperado del olvido de forma magistral por el historiador Ramiro Ordóñez Jonama, quien publicó un sesudo ensayo sobre nuestro gobernante, titulado “El doctor Alejandro Díaz Cabeza de Vaca, primer jefe del Estado de Guatemala”, en la revista Anales, de la Academia de Geografía e Historia, Tomo LXXXIX, correspondiente al año 2004, desenterrándolo para los lectores de los papeles que resguarda el Archivo General de Centroamérica. En dicho ensayo, el historiador guatemalteco no sólo recupera los aspectos públicos del señor Díaz, sino también ahonda en los aspectos más humanos del político criollo, presentándonos un esbozo del ser humano que por un breve período, dirigió los destinos de los guatemaltecos. 
Es interesante que poco o nada se le recuerde a este personaje, que desarrolló una carrera pública en la Guatemala del primer cuarto del siglo XIX, pero es que en general, los guatemaltecos somos muy poco dados a la lectura en general, y mucho menos interesados en la lectura de la historia patria, en lo particular. Es sin embargo, importante destacar que pese al reducido grupo de lectores, en Guatemala se publican anualmente una buena cantidad de libros de historia local, que renuevan, haciendo un esfuerzo importante, nuestros conocimientos sobre tan importante materia. 
El caso es que don Alejandro, de formación jurídica principalmente, pasó por el ejecutivo haciendo un trabajo eficiente y sin mayor conflicto, comparado, claro está, con la guerra civil que se le vendría encima a la república federal tan sólo dos años después, destruyendo todas las esperanzas que la recién independizada región había puesto en su proyecto político. Don Alejandro fue un administrador sabio de la “cosa pública”, a pesar de que el nombramiento como ejecutivo interino le inspiró la frase: “No solicité el destino, ni es de los que ambiciona mi corazón”, con la que selló su aceptación al cargo. 
Pero es aún más iluminadora una frase que escribió ya separado de la vida pública, el 7 de noviembre de 1830, declinando el ofrecimiento de concursar para una judicatura en el departamento de Guatemala. Don Alejandro, con una honradez y sinceridad desarmante, que bien quisiéramos adoptaran todos los politicastros que infestan los medios de comunicación hoy en día con ofrecimientos de feria, informa que desde hace cuatro años sufre de “debilidad del cerebro”, y que considera poco honrado aceptar un puesto público sabiendo que carece de las energías y la capacidad para desempeñarlo. En ese punto, este brillante hombre público nos lega una frase digna de ser fundida en bronce y colocada en la Plaza de la Constitución: “… [a mi] juicio el que admite un empleo con conocimiento de que no puede desempeñarlo cual debe, engaña; falta el respeto al gobierno a la buena administración del ramo que es a su cargo, ocupando un lugar que otras personas más aptas servirán con notables ventajas. Es, en fin, un hombre sin honor, sin delicadeza, temerario e indigno de existir en una sociedad bien ordenada…” 
Como se ve, la pureza del pensamiento moral de don Alejandro no merece comentario que la desluzca. Su integridad política se explica sola.