Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Sobre los libertarios

Redacción República
08 de marzo, 2014

Los debates de temas sociales se pueden abarcar de dos formas. La primera es aceptando la laxitud de los conceptos que se discuten. Es la forma más amplia de generalización y usualmente ocurre cuando damos glorias o culpas a entes como la derecha o la izquierda. La ventaja de esta forma es que facilita el entendimiento de lo que se discute porque los interlocutores argumentan sobre la base de las características comunes de cada uno de esos entes. La desventaja es que una discusión de horas puede resultar infructuosa porque las partes tienen una idea distinta sobre un mismo concepto. Por ejemplo, dos personas polemizan sobre la crisis económica de 2008 y su relación con el capitalismo. Uno se basa en el supuesto que el capitalismo es un sistema económico en el que el Estado favorece a grupos económicos de enorme poder. El otro parte del capitalismo como un sistema en el que el Estado no interfiere en la economía. Ninguno cede. Al final el debate pudo haber sido mejor si se hacía a un lado la palabra capitalismo y se analizaban las políticas públicas y las decisiones financieras que provocaron la crisis.

La otra forma de tomar el debate es aquella en la que se concreta el significado de los conceptos que se discuten. Será una discusión más sofisticada, menos proclive a crear confusiones; esa es su ventaja. Por el otro lado, su mengua aparece cuando los que rivalizan se vuelven tan exquisitos al escoger las características del concepto que toda discusión se vuelve imposible. Ejemplo: el socialismo es aquel sistema en el que los medios de producción están en manos del Estado. Punto. La realidad es que no hay una regla de oro a aplicar en toda discusión. Unas veces será bueno apelar a conceptos generales, en otras ocasiones resultará conveniente definir bien las ideas que serán el punto de partida. Pero esto no es malo, de la pugna ideológica las sociedades encuentran su rumbo. Algunas ideas probarán ser dañinas en la práctica, pero siempre será mejor la imposición política como resultado de una discusión de ideas que la imposición por el hierro y la sangre.

Sin embargo, en las discusiones actuales la costumbre mayoritaria es la de generalizar. De esta generalización ha aparecido un término relativamente nuevo y muy popular entre sus críticos: libertario. En él se incluye a todo aquel que dé señal de defender la economía de mercado y cuestionar la intervención del gobierno. Pero la derecha liberal es un grupo heterogéneo y los libertarios, como explica Richard A. Epstein, son únicamente su rama más radical. Para los libertarios la mera existencia del Estado es injustificable, por más mínimo que éste sea.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Pero no todos los liberales piensan igual. Muchos no cuestionan la existencia del Estado: la historia no ha dado señales de una sociedad que logre coordinarse sin una autoridad política y precisamente por ello es que los liberales no se cansan de denunciar las graves amenazas del monopolio de la fuerza. Corrientes liberales las hay muchas. En economía está Friedman, la Escuela Austriaca, el análisis económico del derecho y la teoría de la elección pública.

Sin embargo, la economía es consecuencia de otra disciplina que, lamentablemente, ha sido relegada a segundo plano incluso entre los liberales: el derecho. El corazón del liberalismo se encuentra en las instituciones jurídicas que limitan el poder. ¿De qué instituciones hablamos? De una constitución que le impide al Ejecutivo declarar la guerra o confiscar la propiedad; que establece que los impuestos sólo los pueden decretar los representantes del pueblo; que le asegura a todo ciudadano el acceso a tribunales y un debido proceso; que no permite una religión oficial de Estado. Incluye un derecho penal que prohíbe la tortura, en el que al acusado se le presume inocente, donde no puede haber delito ni pena sin ley previa y en el que la pena siempre debe ser proporcional al delito castigado. Ese es el enorme legado del liberalismo a la humanidad.

¿Se imagina usted vivir en una sociedad sin el liberalismo? Yo no.

Sobre los libertarios

Redacción República
08 de marzo, 2014

Los debates de temas sociales se pueden abarcar de dos formas. La primera es aceptando la laxitud de los conceptos que se discuten. Es la forma más amplia de generalización y usualmente ocurre cuando damos glorias o culpas a entes como la derecha o la izquierda. La ventaja de esta forma es que facilita el entendimiento de lo que se discute porque los interlocutores argumentan sobre la base de las características comunes de cada uno de esos entes. La desventaja es que una discusión de horas puede resultar infructuosa porque las partes tienen una idea distinta sobre un mismo concepto. Por ejemplo, dos personas polemizan sobre la crisis económica de 2008 y su relación con el capitalismo. Uno se basa en el supuesto que el capitalismo es un sistema económico en el que el Estado favorece a grupos económicos de enorme poder. El otro parte del capitalismo como un sistema en el que el Estado no interfiere en la economía. Ninguno cede. Al final el debate pudo haber sido mejor si se hacía a un lado la palabra capitalismo y se analizaban las políticas públicas y las decisiones financieras que provocaron la crisis.

La otra forma de tomar el debate es aquella en la que se concreta el significado de los conceptos que se discuten. Será una discusión más sofisticada, menos proclive a crear confusiones; esa es su ventaja. Por el otro lado, su mengua aparece cuando los que rivalizan se vuelven tan exquisitos al escoger las características del concepto que toda discusión se vuelve imposible. Ejemplo: el socialismo es aquel sistema en el que los medios de producción están en manos del Estado. Punto. La realidad es que no hay una regla de oro a aplicar en toda discusión. Unas veces será bueno apelar a conceptos generales, en otras ocasiones resultará conveniente definir bien las ideas que serán el punto de partida. Pero esto no es malo, de la pugna ideológica las sociedades encuentran su rumbo. Algunas ideas probarán ser dañinas en la práctica, pero siempre será mejor la imposición política como resultado de una discusión de ideas que la imposición por el hierro y la sangre.

Sin embargo, en las discusiones actuales la costumbre mayoritaria es la de generalizar. De esta generalización ha aparecido un término relativamente nuevo y muy popular entre sus críticos: libertario. En él se incluye a todo aquel que dé señal de defender la economía de mercado y cuestionar la intervención del gobierno. Pero la derecha liberal es un grupo heterogéneo y los libertarios, como explica Richard A. Epstein, son únicamente su rama más radical. Para los libertarios la mera existencia del Estado es injustificable, por más mínimo que éste sea.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Pero no todos los liberales piensan igual. Muchos no cuestionan la existencia del Estado: la historia no ha dado señales de una sociedad que logre coordinarse sin una autoridad política y precisamente por ello es que los liberales no se cansan de denunciar las graves amenazas del monopolio de la fuerza. Corrientes liberales las hay muchas. En economía está Friedman, la Escuela Austriaca, el análisis económico del derecho y la teoría de la elección pública.

Sin embargo, la economía es consecuencia de otra disciplina que, lamentablemente, ha sido relegada a segundo plano incluso entre los liberales: el derecho. El corazón del liberalismo se encuentra en las instituciones jurídicas que limitan el poder. ¿De qué instituciones hablamos? De una constitución que le impide al Ejecutivo declarar la guerra o confiscar la propiedad; que establece que los impuestos sólo los pueden decretar los representantes del pueblo; que le asegura a todo ciudadano el acceso a tribunales y un debido proceso; que no permite una religión oficial de Estado. Incluye un derecho penal que prohíbe la tortura, en el que al acusado se le presume inocente, donde no puede haber delito ni pena sin ley previa y en el que la pena siempre debe ser proporcional al delito castigado. Ese es el enorme legado del liberalismo a la humanidad.

¿Se imagina usted vivir en una sociedad sin el liberalismo? Yo no.