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Mártires en vano

Redacción
25 de abril, 2014

¿Qué hacer este uno de mayo? ¿Quedarse en casa viendo televisión? ¿Unirse a alguna marcha y cantar La Internacional para que luego lo acusen de comunista? ¿O será mejor ir a trabajar? 

Hace unos 127 años George Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons, August Spies y Louis Lingg murieron en la horca; Samuel Fieldman, Oscar Neebe y Michael Schawb fueron condenados a prisión de por vida y trabajos forzosos. ¿Cuál fue su delito? Digamos: la reivindicación de una jornada laboral de ocho horas. Y por lo visto en Guatemala no se toma muy en serio eso de los límites de la jornada laboral. De tal forma que, cuando alguien dice que trabaja horas extra y no se las pagan, los mártires de Chicago seguramente se revolcarán en sus tumbas. 
Seguramente está pensando en los patronos como los culpables de esta infamia. Es verídico, el desequilibrio de poderes en las relaciones laborales existe. Una persona que con desesperación necesita un trabajo para procurarse techo y alimento difícilmente está en la posición de poner condiciones. Muchos empleadores se aprovechan de la circunstancia y también de la ignorancia. Una vez atendí a una entrevista de trabajo. La entrevistadora me dijo que la jornada de trabajo era continua, de tan solo ocho horas y media; pues, ya que la jornada de trabajo consiste en ocho horas, ellos me concederían media hora de descanso, y de allí la media hora de más (supuse que debía sentirme agradecido por tan sublime gesto de condescendencia). Los artículos 102.g de la Constitución de la República y 116 del Código de Trabajo son los que establecen que la jornada ordinaria diurna no puede exceder de ocho horas; y el 119 del Código de Trabajo establece: “Siempre que se pacte una jornada ordinaria continua, el trabajador tiene derecho a un descanso mínimo de media hora dentro de esa jornada, el que debe computarse como tiempo de trabajo efectivo.” No hay que ser jurista para entender esto. Algún tiempo después esta empresa colocó vallas por doquier, anunciando: “jornadas de tan solo ocho horas y media” con el afán de reclutar empleados, sus mercadólogos son sin duda astutos y sus asesores jurídicos… sin comentarios. Cabe mencionar que las ocho horas y media eran para una jornada mixta (que no debería exceder de siete horas diarias), supongo que también aplicaban esto a la nocturna (no mayor de seis); pues allí se trabaja las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días. Claro, peor es trabajar de ocho a ocho (o incluso nueve o diez… o más) sin ‘derecho’ al pago de jornada extraordinaria porque ‘no es política de la empresa’. ¿Por qué no? Los trabajadores agradecidos, afortunados y dichosos deberían sentirse por la gran benevolencia de sus Señores, que les han concedido la gracia y el favor de un empleo. 
Pero no nos engañemos, los trabajadores son también autores de su propia tragedia. Es común ver como la gente llega puntual o incluso con anticipación a sus lugares de trabajo. Pero al salir de allí con igual puntualidad, no solo el patrono hace caras, también sus colegas, preguntándole “¿y qué… ya te vás?”, insinuando que es holgazán. La presión de grupo es grande, y a veces esos mismos compañeros, con aire paternal le dicen al desadaptado (especialmente si es recién llegado) que en esa empresa “hay que dar un poquito más”, al jefe se le debe agradecimiento, le ha dado a uno la oportunidad, afuera la cosa está difícil. 
Pobres y desdichados mártires, en el patíbulo se balancearon, lo hicieron por gusto. Pero, con estas cosas debe uno tener cuidado, la historia (que a pocos gusta estudiarla) tiene una curiosa forma de repetirse.

Mártires en vano

Redacción
25 de abril, 2014

¿Qué hacer este uno de mayo? ¿Quedarse en casa viendo televisión? ¿Unirse a alguna marcha y cantar La Internacional para que luego lo acusen de comunista? ¿O será mejor ir a trabajar? 

Hace unos 127 años George Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons, August Spies y Louis Lingg murieron en la horca; Samuel Fieldman, Oscar Neebe y Michael Schawb fueron condenados a prisión de por vida y trabajos forzosos. ¿Cuál fue su delito? Digamos: la reivindicación de una jornada laboral de ocho horas. Y por lo visto en Guatemala no se toma muy en serio eso de los límites de la jornada laboral. De tal forma que, cuando alguien dice que trabaja horas extra y no se las pagan, los mártires de Chicago seguramente se revolcarán en sus tumbas. 
Seguramente está pensando en los patronos como los culpables de esta infamia. Es verídico, el desequilibrio de poderes en las relaciones laborales existe. Una persona que con desesperación necesita un trabajo para procurarse techo y alimento difícilmente está en la posición de poner condiciones. Muchos empleadores se aprovechan de la circunstancia y también de la ignorancia. Una vez atendí a una entrevista de trabajo. La entrevistadora me dijo que la jornada de trabajo era continua, de tan solo ocho horas y media; pues, ya que la jornada de trabajo consiste en ocho horas, ellos me concederían media hora de descanso, y de allí la media hora de más (supuse que debía sentirme agradecido por tan sublime gesto de condescendencia). Los artículos 102.g de la Constitución de la República y 116 del Código de Trabajo son los que establecen que la jornada ordinaria diurna no puede exceder de ocho horas; y el 119 del Código de Trabajo establece: “Siempre que se pacte una jornada ordinaria continua, el trabajador tiene derecho a un descanso mínimo de media hora dentro de esa jornada, el que debe computarse como tiempo de trabajo efectivo.” No hay que ser jurista para entender esto. Algún tiempo después esta empresa colocó vallas por doquier, anunciando: “jornadas de tan solo ocho horas y media” con el afán de reclutar empleados, sus mercadólogos son sin duda astutos y sus asesores jurídicos… sin comentarios. Cabe mencionar que las ocho horas y media eran para una jornada mixta (que no debería exceder de siete horas diarias), supongo que también aplicaban esto a la nocturna (no mayor de seis); pues allí se trabaja las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días. Claro, peor es trabajar de ocho a ocho (o incluso nueve o diez… o más) sin ‘derecho’ al pago de jornada extraordinaria porque ‘no es política de la empresa’. ¿Por qué no? Los trabajadores agradecidos, afortunados y dichosos deberían sentirse por la gran benevolencia de sus Señores, que les han concedido la gracia y el favor de un empleo. 
Pero no nos engañemos, los trabajadores son también autores de su propia tragedia. Es común ver como la gente llega puntual o incluso con anticipación a sus lugares de trabajo. Pero al salir de allí con igual puntualidad, no solo el patrono hace caras, también sus colegas, preguntándole “¿y qué… ya te vás?”, insinuando que es holgazán. La presión de grupo es grande, y a veces esos mismos compañeros, con aire paternal le dicen al desadaptado (especialmente si es recién llegado) que en esa empresa “hay que dar un poquito más”, al jefe se le debe agradecimiento, le ha dado a uno la oportunidad, afuera la cosa está difícil. 
Pobres y desdichados mártires, en el patíbulo se balancearon, lo hicieron por gusto. Pero, con estas cosas debe uno tener cuidado, la historia (que a pocos gusta estudiarla) tiene una curiosa forma de repetirse.