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La transformación de la riqueza

Redacción República
27 de abril, 2014

La modernidad, la globalización y la revolución de la información, aunado a la corrupción y el crimen organizado, han diversificado las fuentes de riqueza en el país. Economistas, sociólogos y periodistas se refieren al “capital emergente” para aglutinar a aquellos sectores cuya fuente de acumulación es distinta a la del empresariado tradicional. Algunos, incluso, parten de esta dicotomía para analizar el conflicto político. Sin embargo, esta conceptualización dialéctica no considera los matices sobre el origen y proyección de los capitales coexistentes. 

Por un lado, encontramos el capital tradicional, entendido como aquellos sectores dedicados a actividades tradicionales en el agro, la industria, el comercio, las finanzas, el desarrollo inmobiliario, o de exportación. Su proyección ocurre a través de la institucionalidad gremial. 
Por otro lado, el capital naciente aglutina a aquellos sectores cuya fuente de riqueza proviene de las nuevas oportunidades y formas de organización de fines del siglo XX e inicios del XXI. Aquí encontramos al cooperativismo y a sectores de tecnología o comunicaciones, entre otros. Generalmente, aspiran a incidir por medio de instancias alternas a la gremialidad, y en los últimos años, han buscado ampliar sus esferas de influencia en política. 
Desligado del anterior, el capital clientelar reúne los intereses entorno a la proveeduría del Estado. En un país donde el negocio más rentable es vender caro al Estado, dichos actores se esmeran en desarrollar relaciones directas con los partidos, puesto que el financiamiento electoral es la llave para acceder a la repartición del patrimonio público. 
Finalmente, encontramos el capital proveniente del narco, el contrabando, el lavado y otros ilícitos. Su proyección es más sigilosa, pero efectiva, puesto que logra colar sus infinitos recursos en campañas locales y nacionales. Su aspiración es sencilla: que el Estado se haga de la vista gorda frente a los ilícitos que afincan su riqueza. 
De acuerdo a la tesis del materialismo histórico, las relaciones económicas definen al sistema político. Sin ánimo de caer en determinismos económicos, pero reconociendo la aplicabilidad del modelo analítico, es necesario identificar los procesos de recambio en la riqueza para entender la transformación del sistema político nacional.

La transformación de la riqueza

Redacción República
27 de abril, 2014

La modernidad, la globalización y la revolución de la información, aunado a la corrupción y el crimen organizado, han diversificado las fuentes de riqueza en el país. Economistas, sociólogos y periodistas se refieren al “capital emergente” para aglutinar a aquellos sectores cuya fuente de acumulación es distinta a la del empresariado tradicional. Algunos, incluso, parten de esta dicotomía para analizar el conflicto político. Sin embargo, esta conceptualización dialéctica no considera los matices sobre el origen y proyección de los capitales coexistentes. 

Por un lado, encontramos el capital tradicional, entendido como aquellos sectores dedicados a actividades tradicionales en el agro, la industria, el comercio, las finanzas, el desarrollo inmobiliario, o de exportación. Su proyección ocurre a través de la institucionalidad gremial. 
Por otro lado, el capital naciente aglutina a aquellos sectores cuya fuente de riqueza proviene de las nuevas oportunidades y formas de organización de fines del siglo XX e inicios del XXI. Aquí encontramos al cooperativismo y a sectores de tecnología o comunicaciones, entre otros. Generalmente, aspiran a incidir por medio de instancias alternas a la gremialidad, y en los últimos años, han buscado ampliar sus esferas de influencia en política. 
Desligado del anterior, el capital clientelar reúne los intereses entorno a la proveeduría del Estado. En un país donde el negocio más rentable es vender caro al Estado, dichos actores se esmeran en desarrollar relaciones directas con los partidos, puesto que el financiamiento electoral es la llave para acceder a la repartición del patrimonio público. 
Finalmente, encontramos el capital proveniente del narco, el contrabando, el lavado y otros ilícitos. Su proyección es más sigilosa, pero efectiva, puesto que logra colar sus infinitos recursos en campañas locales y nacionales. Su aspiración es sencilla: que el Estado se haga de la vista gorda frente a los ilícitos que afincan su riqueza. 
De acuerdo a la tesis del materialismo histórico, las relaciones económicas definen al sistema político. Sin ánimo de caer en determinismos económicos, pero reconociendo la aplicabilidad del modelo analítico, es necesario identificar los procesos de recambio en la riqueza para entender la transformación del sistema político nacional.