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Sobre los libertarios (III)

Redacción
04 de abril, 2014

Continúo señalando las razones por las que creo que el liberalismo no se ha convertido en una corriente política exitosa en Guatemala.

Hay que arreglar los problemas en casa. Muchas veces queremos ubicarnos en la forma más pura de esta doctrina a tal punto que descalificamos cualquier otra perspectiva de lo que se debe entender por liberalismo. He leído varios disparates en este sentido.

 Por ejemplo, Hans-Hermann Hoppe llamó a Hayek un izquierdista moderado y Walter Block cuestionó si Friedman era un liberal.

Lo cierto es que Hayek fue el teórico más importante del liberalismo austriaco: escribió de economía y política y consolidó la teoría evolutiva del derecho. Además es el único Nobel de Economía dentro de la Escuela Austriaca. Friedman es probablemente el propagandista más exitoso del capitalismo en los últimos tiempos, a diferencia de los austriacos, cuyas teorías podrán ser muy buenas pero han tenido poca acogida en la práctica. 

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 Friedman se dedicó a escribir en revistas de economía, a comprobar las teorías con datos empíricos, sus programas de televisión y entrevistas seguro cautivaron muchas más mentes de lo que podría haber hecho un libro. La revolución de Reagan tuvo como guía intelectual a Friedman.

No abogo porque el liberalismo se convierta en una corriente monolítica de pensamiento. Es necesario que compitan varias teorías. Lo que critico es la costumbre de negarles el título de liberal a grandes pensadores por el hecho de no compartir las mismas ideas.

Evitar los radicalismos. No podemos andar diciendo que toda intervención estatal es socialismo, tampoco que Estados Unidos dejó de ser capitalista. Claro que ahora tiene un Estado grande, pero sus instituciones públicas siguen siendo tan exitosas que su clima de libertad –no sólo económica sino, y sobretodo, política y civil– sigue siendo uno de los mayores del mundo. Ni siquiera a los países nórdicos se les puede calificar de socialistas. 

El liberalismo es una doctrina que plantea la necesidad de instituciones públicas para proteger al individuo; el Estado benefactor es muy popular, pero detrás del mismo se levantan tribunales respetables y un alto control a la administración pública que permiten una vigorosa economía de mercado.

Debemos aceptar la política por lo que es. Mucho me temo que si algún día se organiza un partido liberal serio en Guatemala, sus mayores críticos serán los propios liberales. 

La política es negociar, en unos casos se debe ceder con miras a obtener un mayor beneficio y la profundidad de las reformas que se puedan plantear dependerá en todo caso de lo que la opinión pública esté dispuesta a soportar. En la academia se puede hablar de las ventajas de la educación privada sobre la pública, pero dudo mucho que la gente quiera abolir la educación estatal.

Hay que priorizar. Nunca me cansaré de tocar este punto. 

En un país como Guatemala, que está al borde de la anarquía, antes de hablar de reformas económicas, debemos ocuparnos de las reformas a las instituciones públicas. Hay mucho por hacer, por ejemplo, que las elecciones de diputados no sean en el mismo año que las del Presidente, prohibirle al gobierno de turno hacer publicidad, despolitizar la forma de elegir a magistrados (de Salas, Corte Suprema de Justicia, Corte de Constitucionalidad) y al Fiscal General, separar la función administrativa de la CSJ para que se dedique con exclusividad a lo jurisdiccional. 
Bien dice Mark Klugman: el desarrollo requiere de la dimensión legal, de la administración de justicia. Podemos tener un código tributario perfecto o tratados de libre comercio, pero si nos hace falta tribunales de alta credibilidad, no habrá progreso económico.

Sobre los libertarios (III)

Redacción
04 de abril, 2014

Continúo señalando las razones por las que creo que el liberalismo no se ha convertido en una corriente política exitosa en Guatemala.

Hay que arreglar los problemas en casa. Muchas veces queremos ubicarnos en la forma más pura de esta doctrina a tal punto que descalificamos cualquier otra perspectiva de lo que se debe entender por liberalismo. He leído varios disparates en este sentido.

 Por ejemplo, Hans-Hermann Hoppe llamó a Hayek un izquierdista moderado y Walter Block cuestionó si Friedman era un liberal.

Lo cierto es que Hayek fue el teórico más importante del liberalismo austriaco: escribió de economía y política y consolidó la teoría evolutiva del derecho. Además es el único Nobel de Economía dentro de la Escuela Austriaca. Friedman es probablemente el propagandista más exitoso del capitalismo en los últimos tiempos, a diferencia de los austriacos, cuyas teorías podrán ser muy buenas pero han tenido poca acogida en la práctica. 

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 Friedman se dedicó a escribir en revistas de economía, a comprobar las teorías con datos empíricos, sus programas de televisión y entrevistas seguro cautivaron muchas más mentes de lo que podría haber hecho un libro. La revolución de Reagan tuvo como guía intelectual a Friedman.

No abogo porque el liberalismo se convierta en una corriente monolítica de pensamiento. Es necesario que compitan varias teorías. Lo que critico es la costumbre de negarles el título de liberal a grandes pensadores por el hecho de no compartir las mismas ideas.

Evitar los radicalismos. No podemos andar diciendo que toda intervención estatal es socialismo, tampoco que Estados Unidos dejó de ser capitalista. Claro que ahora tiene un Estado grande, pero sus instituciones públicas siguen siendo tan exitosas que su clima de libertad –no sólo económica sino, y sobretodo, política y civil– sigue siendo uno de los mayores del mundo. Ni siquiera a los países nórdicos se les puede calificar de socialistas. 

El liberalismo es una doctrina que plantea la necesidad de instituciones públicas para proteger al individuo; el Estado benefactor es muy popular, pero detrás del mismo se levantan tribunales respetables y un alto control a la administración pública que permiten una vigorosa economía de mercado.

Debemos aceptar la política por lo que es. Mucho me temo que si algún día se organiza un partido liberal serio en Guatemala, sus mayores críticos serán los propios liberales. 

La política es negociar, en unos casos se debe ceder con miras a obtener un mayor beneficio y la profundidad de las reformas que se puedan plantear dependerá en todo caso de lo que la opinión pública esté dispuesta a soportar. En la academia se puede hablar de las ventajas de la educación privada sobre la pública, pero dudo mucho que la gente quiera abolir la educación estatal.

Hay que priorizar. Nunca me cansaré de tocar este punto. 

En un país como Guatemala, que está al borde de la anarquía, antes de hablar de reformas económicas, debemos ocuparnos de las reformas a las instituciones públicas. Hay mucho por hacer, por ejemplo, que las elecciones de diputados no sean en el mismo año que las del Presidente, prohibirle al gobierno de turno hacer publicidad, despolitizar la forma de elegir a magistrados (de Salas, Corte Suprema de Justicia, Corte de Constitucionalidad) y al Fiscal General, separar la función administrativa de la CSJ para que se dedique con exclusividad a lo jurisdiccional. 
Bien dice Mark Klugman: el desarrollo requiere de la dimensión legal, de la administración de justicia. Podemos tener un código tributario perfecto o tratados de libre comercio, pero si nos hace falta tribunales de alta credibilidad, no habrá progreso económico.