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En boca de terceros (II)

Redacción
06 de abril, 2014

El doctor Mariano Gálvez, Jefe del Estado de Guatemala en la República Federal de Centroamérica, fue electo para desempeñar dicho cargo por primera vez en agosto de 1831 y reelecto en 1835. El doctor Gálvez, que era un hombre muy inteligente, declinó la reelección, argumentando que sus deseos eran más bien retirarse a la vida privada. En febrero de 1835, en su mensaje ante el Poder Legislativo del Estado, declinando la nueva elección, pronunció unas palabras que leídas a la distancia ponen en evidencia al sagaz hombre político que era: “Al terminar mi período me retiro lleno de gratitud, porque no me veo lanzado por el voto público. Los sufragios del Estado me designan para otro período constitucional en el Gobierno: pero yo quiero corresponder tanta confianza y generosidad pública, dejando una silla en que ningún hombre puede largo tiempo hacer el bien: pronto estoy a hacer el sacrificio de mi vida y el de mi pequeña fortuna; pero el de aceptar el mando podría confundirse con la ambición. ¡Desgraciado del Estado si en él no hubiesen otros ciudadanos que mejor que yo puedan conducir sus destinos!” 

Desgraciado de don Mariano que ante la insistencia del Legislativo del Estado se dejó convencer de aceptar la Jefatura del Estado por un nuevo período, el que le sería imposible culminar. Gracias a ciertos autores sabemos ahora que en realidad lo que hacía don Mariano con su discurso era jugar con las facciones internas de su partido, el Liberal, para asegurarse un amplio margen de acción. Desgraciadamente sus reformas de carácter modernizante fueron impulsadas, creo yo, sin la debida prudencia, creyendo que avasallar a la oposición mediante el fácil recurso de ignorarla era una buena solución para salir del atolladero político. Finalmente, los famosos Códigos de Livingston en materia penal y las necesarias medidas de urgencia que se decretaron para controlar el brote de Cólera Morbus en 1837 desencadenaron los hechos que terminarían por expulsarlo del país, rumbo a México en donde permanecería hasta su muerte en 1862. 
Para ahondar un poco en la vida de este escasamente estudiado líder político de Guatemala, contamos con obras interesantes como la recién reeditada obra de don Jorge Luis Arriola, Gálvez en la encrucijada, dentro de la Biblioteca Guatemala (2013), en la que su autor realiza un detallado estudio sobre las medidas de orden público que se tomaron durante la epidemia y que fueron interpretadas, o malinterpretadas, por sus enemigos políticos (tanto liberales como conservadores), como los pasos previos a la construcción de una dictadura. Los cordones militares en la montaña, la protección de fuentes públicas por la tropa, el toque de queda y las cuarentenas en las poblaciones afectadas fueron denunciados como autoritarios intentos de Gálvez de aferrarse al poder. Resulta increíble que la suma de todos los miedos de sus enemigos que terminaron por dejar a Gálvez completamente solo, posibilitaron precisamente lo que pretendían evitar. Cuando Morazán se rehúsa a prestar auxilio al Jefe de Estado agobiado por la rebelión de la montaña acaudillada por un inteligente y audaz líder rural de nombre Rafael Carrera Turcios, se firmó la sentencia de muerte del régimen liberal en el Estado de Guatemala y de la República Federal en última instancia, pues era éste estado el principal soporte ideológico y financiero del experimento federal. 
Esos amargos recuerdos habrán acudido a la mente del doctor Gálvez en su exilio en ciudad de México, que retoma con sumo detalle José Clodoveo Torres Moss en su libro El doctor Mariano Gálvez en el exilio, editado por la Universidad Mariano Gálvez (1999), reprochándose tal vez no haber sido consecuente con su discurso de 1835, y definitivamente habrán atormentado al general Francisco Morazán, cuando en esa tenebrosa noche de marzo de 1840 tuvo que huir de ciudad de Guatemala gritando él mismo “¡Viva Carrera!¡Muera Morazán!”, para escapar de la toma a degüello de la ciudad por las tropas del caudillo de la montaña, acción que terminó con la vida política del militar hondureño.

En boca de terceros (II)

Redacción
06 de abril, 2014

El doctor Mariano Gálvez, Jefe del Estado de Guatemala en la República Federal de Centroamérica, fue electo para desempeñar dicho cargo por primera vez en agosto de 1831 y reelecto en 1835. El doctor Gálvez, que era un hombre muy inteligente, declinó la reelección, argumentando que sus deseos eran más bien retirarse a la vida privada. En febrero de 1835, en su mensaje ante el Poder Legislativo del Estado, declinando la nueva elección, pronunció unas palabras que leídas a la distancia ponen en evidencia al sagaz hombre político que era: “Al terminar mi período me retiro lleno de gratitud, porque no me veo lanzado por el voto público. Los sufragios del Estado me designan para otro período constitucional en el Gobierno: pero yo quiero corresponder tanta confianza y generosidad pública, dejando una silla en que ningún hombre puede largo tiempo hacer el bien: pronto estoy a hacer el sacrificio de mi vida y el de mi pequeña fortuna; pero el de aceptar el mando podría confundirse con la ambición. ¡Desgraciado del Estado si en él no hubiesen otros ciudadanos que mejor que yo puedan conducir sus destinos!” 

Desgraciado de don Mariano que ante la insistencia del Legislativo del Estado se dejó convencer de aceptar la Jefatura del Estado por un nuevo período, el que le sería imposible culminar. Gracias a ciertos autores sabemos ahora que en realidad lo que hacía don Mariano con su discurso era jugar con las facciones internas de su partido, el Liberal, para asegurarse un amplio margen de acción. Desgraciadamente sus reformas de carácter modernizante fueron impulsadas, creo yo, sin la debida prudencia, creyendo que avasallar a la oposición mediante el fácil recurso de ignorarla era una buena solución para salir del atolladero político. Finalmente, los famosos Códigos de Livingston en materia penal y las necesarias medidas de urgencia que se decretaron para controlar el brote de Cólera Morbus en 1837 desencadenaron los hechos que terminarían por expulsarlo del país, rumbo a México en donde permanecería hasta su muerte en 1862. 
Para ahondar un poco en la vida de este escasamente estudiado líder político de Guatemala, contamos con obras interesantes como la recién reeditada obra de don Jorge Luis Arriola, Gálvez en la encrucijada, dentro de la Biblioteca Guatemala (2013), en la que su autor realiza un detallado estudio sobre las medidas de orden público que se tomaron durante la epidemia y que fueron interpretadas, o malinterpretadas, por sus enemigos políticos (tanto liberales como conservadores), como los pasos previos a la construcción de una dictadura. Los cordones militares en la montaña, la protección de fuentes públicas por la tropa, el toque de queda y las cuarentenas en las poblaciones afectadas fueron denunciados como autoritarios intentos de Gálvez de aferrarse al poder. Resulta increíble que la suma de todos los miedos de sus enemigos que terminaron por dejar a Gálvez completamente solo, posibilitaron precisamente lo que pretendían evitar. Cuando Morazán se rehúsa a prestar auxilio al Jefe de Estado agobiado por la rebelión de la montaña acaudillada por un inteligente y audaz líder rural de nombre Rafael Carrera Turcios, se firmó la sentencia de muerte del régimen liberal en el Estado de Guatemala y de la República Federal en última instancia, pues era éste estado el principal soporte ideológico y financiero del experimento federal. 
Esos amargos recuerdos habrán acudido a la mente del doctor Gálvez en su exilio en ciudad de México, que retoma con sumo detalle José Clodoveo Torres Moss en su libro El doctor Mariano Gálvez en el exilio, editado por la Universidad Mariano Gálvez (1999), reprochándose tal vez no haber sido consecuente con su discurso de 1835, y definitivamente habrán atormentado al general Francisco Morazán, cuando en esa tenebrosa noche de marzo de 1840 tuvo que huir de ciudad de Guatemala gritando él mismo “¡Viva Carrera!¡Muera Morazán!”, para escapar de la toma a degüello de la ciudad por las tropas del caudillo de la montaña, acción que terminó con la vida política del militar hondureño.