El doctor Mariano Gálvez, Jefe del Estado de Guatemala en la República Federal de Centroamérica, fue electo para desempeñar dicho cargo por primera vez en agosto de 1831 y reelecto en 1835. El doctor Gálvez, que era un hombre muy inteligente, declinó la reelección, argumentando que sus deseos eran más bien retirarse a la vida privada. En febrero de 1835, en su mensaje ante el Poder Legislativo del Estado, declinando la nueva elección, pronunció unas palabras que leídas a la distancia ponen en evidencia al sagaz hombre político que era: “Al terminar mi período me retiro lleno de gratitud, porque no me veo lanzado por el voto público. Los sufragios del Estado me designan para otro período constitucional en el Gobierno: pero yo quiero corresponder tanta confianza y generosidad pública, dejando una silla en que ningún hombre puede largo tiempo hacer el bien: pronto estoy a hacer el sacrificio de mi vida y el de mi pequeña fortuna; pero el de aceptar el mando podría confundirse con la ambición. ¡Desgraciado del Estado si en él no hubiesen otros ciudadanos que mejor que yo puedan conducir sus destinos!”
El doctor Mariano Gálvez, Jefe del Estado de Guatemala en la República Federal de Centroamérica, fue electo para desempeñar dicho cargo por primera vez en agosto de 1831 y reelecto en 1835. El doctor Gálvez, que era un hombre muy inteligente, declinó la reelección, argumentando que sus deseos eran más bien retirarse a la vida privada. En febrero de 1835, en su mensaje ante el Poder Legislativo del Estado, declinando la nueva elección, pronunció unas palabras que leídas a la distancia ponen en evidencia al sagaz hombre político que era: “Al terminar mi período me retiro lleno de gratitud, porque no me veo lanzado por el voto público. Los sufragios del Estado me designan para otro período constitucional en el Gobierno: pero yo quiero corresponder tanta confianza y generosidad pública, dejando una silla en que ningún hombre puede largo tiempo hacer el bien: pronto estoy a hacer el sacrificio de mi vida y el de mi pequeña fortuna; pero el de aceptar el mando podría confundirse con la ambición. ¡Desgraciado del Estado si en él no hubiesen otros ciudadanos que mejor que yo puedan conducir sus destinos!”