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Apología pro vita sua

Redacción
08 de abril, 2014

He querido empezar estas líneas tomando el título de una conocida obra de John Henry Newman, ilustre intelectual inglés, quien con el objeto de explicar su itinerario de transformación personal, hizo una detallada explicación de los procesos de cambio que operaron en su vida y que justificaron sus convicciones religiosas. Es esa necesaria explicación, que muchas veces se deja de expresar, la que me ha motivado a centrar este artículo en un personaje de la sociedad guatemalteca pocas veces comprendido, pero cuyo aporte, muchas veces silencioso, es fundamental para la creación de riqueza. 

Me refiero a un personaje que ha tenido una idea. Que esa idea la ha puesto en marcha, muy a riesgo de su capital personal. Que no se ha detenido frente a aquellos que le han querido disuadir de poner su proyecto en marcha, porque suena utópico o porque es riesgoso. Es este personaje el que ha tenido que buscar muchas veces dinero que no es propio, para poner su idea en ejecución. Ese dinero por cierto que debe devolver puntualmente y con interés, y que tiene que salir necesariamente del producto de su propia obra, de ningún otro lado. Es un personaje que tiene que confiar su idea a otras personas para que le acompañen en el proceso de hacerla realidad. A ellos no solamente brinda la oportunidad de formar parte del proyecto, sino paga a esas personas por ello. Y tiene que hacerlo con la previsión de escoger bien a sus colaboradores teniendo presente que sean los mejores, los más honrados, los más capacitados, para que simplemente no sean otras ideas las que se los lleven. 
Este personaje, autor de la idea y dueño del riesgo, es el único que no tiene asegurado su ingreso a fin de mes. El tiene que velar primero porque otros, sus colaboradores, lo perciban puntualmente. Pero lo que queda no necesariamente es para él; muchas veces para que la idea continúe dando sus frutos tiene que apartar del ingreso una porción suficiente para innovar, para hacer cambios, para mejorar su producto. Y qué decir de la importancia de su aporte a los recursos públicos. El sí sabe lo que es realmente pagar su contribución porque él mismo la ha generado; sin él, sin su idea, no habría dinero para dar al fondo público. Por eso, este personaje ve con mucha tristeza que aquellos que no lo generan muchas veces dispongan de ese recurso no para buscar multiplicarlo con inversión que ayude a muchos personajes similares a él, sino para guardarlo en sus bolsillos. Ve con enfado y no sin cierto cinismo a quienes desde la comodidad de un escritorio pagado por el fondo público, o nacional o de otros países, escriben en contra de él, diciendo cosas que no son, haciendo generalizaciones irresponsables y muchas veces hasta pidiendo que él y su idea, y con ellos a todos sus colaboradores, sean desterrrados. 
Este personaje muchas veces toma la decisión también de buscar a otros personajes como él para intercambiar experiencias, para poner en común sus obstáculos y sus dificultades. Ese paso, no fácil porque debe pagar por ello, muchas veces le genera la crítica de terceros. Esos mismos terceros que celebran la organización social, pero siempre que sea solo la de ellos. Pero aun así el personaje persevera. Sabe que en la organización está el hacerse escuchar, y muchas veces no solo para los temas propios de su idea, sino para los temas de interés nacional. 
A ese personaje que tiene ideas, que toma riesgos, que expone su patrimonio, que contribuye al fondo común de su país, que genera oportunidades para otros anteponiendo el ingreso de ellos al propio, es a ellos a quienes escribo esta “Apología Pro Vita Sua”. Es a ese personaje, al que encarna virtudes a la que toda sociedad aspira, – al empresario- a quien hoy rindo homenaje.

Apología pro vita sua

Redacción
08 de abril, 2014

He querido empezar estas líneas tomando el título de una conocida obra de John Henry Newman, ilustre intelectual inglés, quien con el objeto de explicar su itinerario de transformación personal, hizo una detallada explicación de los procesos de cambio que operaron en su vida y que justificaron sus convicciones religiosas. Es esa necesaria explicación, que muchas veces se deja de expresar, la que me ha motivado a centrar este artículo en un personaje de la sociedad guatemalteca pocas veces comprendido, pero cuyo aporte, muchas veces silencioso, es fundamental para la creación de riqueza. 

Me refiero a un personaje que ha tenido una idea. Que esa idea la ha puesto en marcha, muy a riesgo de su capital personal. Que no se ha detenido frente a aquellos que le han querido disuadir de poner su proyecto en marcha, porque suena utópico o porque es riesgoso. Es este personaje el que ha tenido que buscar muchas veces dinero que no es propio, para poner su idea en ejecución. Ese dinero por cierto que debe devolver puntualmente y con interés, y que tiene que salir necesariamente del producto de su propia obra, de ningún otro lado. Es un personaje que tiene que confiar su idea a otras personas para que le acompañen en el proceso de hacerla realidad. A ellos no solamente brinda la oportunidad de formar parte del proyecto, sino paga a esas personas por ello. Y tiene que hacerlo con la previsión de escoger bien a sus colaboradores teniendo presente que sean los mejores, los más honrados, los más capacitados, para que simplemente no sean otras ideas las que se los lleven. 
Este personaje, autor de la idea y dueño del riesgo, es el único que no tiene asegurado su ingreso a fin de mes. El tiene que velar primero porque otros, sus colaboradores, lo perciban puntualmente. Pero lo que queda no necesariamente es para él; muchas veces para que la idea continúe dando sus frutos tiene que apartar del ingreso una porción suficiente para innovar, para hacer cambios, para mejorar su producto. Y qué decir de la importancia de su aporte a los recursos públicos. El sí sabe lo que es realmente pagar su contribución porque él mismo la ha generado; sin él, sin su idea, no habría dinero para dar al fondo público. Por eso, este personaje ve con mucha tristeza que aquellos que no lo generan muchas veces dispongan de ese recurso no para buscar multiplicarlo con inversión que ayude a muchos personajes similares a él, sino para guardarlo en sus bolsillos. Ve con enfado y no sin cierto cinismo a quienes desde la comodidad de un escritorio pagado por el fondo público, o nacional o de otros países, escriben en contra de él, diciendo cosas que no son, haciendo generalizaciones irresponsables y muchas veces hasta pidiendo que él y su idea, y con ellos a todos sus colaboradores, sean desterrrados. 
Este personaje muchas veces toma la decisión también de buscar a otros personajes como él para intercambiar experiencias, para poner en común sus obstáculos y sus dificultades. Ese paso, no fácil porque debe pagar por ello, muchas veces le genera la crítica de terceros. Esos mismos terceros que celebran la organización social, pero siempre que sea solo la de ellos. Pero aun así el personaje persevera. Sabe que en la organización está el hacerse escuchar, y muchas veces no solo para los temas propios de su idea, sino para los temas de interés nacional. 
A ese personaje que tiene ideas, que toma riesgos, que expone su patrimonio, que contribuye al fondo común de su país, que genera oportunidades para otros anteponiendo el ingreso de ellos al propio, es a ellos a quienes escribo esta “Apología Pro Vita Sua”. Es a ese personaje, al que encarna virtudes a la que toda sociedad aspira, – al empresario- a quien hoy rindo homenaje.