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Los nuevos Jean Paul Marat del periodismo

Redacción
16 de mayo, 2014

El asesinato en España de Isabel Carrasco, la presidenta de la Diputación de León, por parte, presuntamente, de dos compañeras de partido (del Partido Popular) – Montserrat González Fernández y su hija Montserrat Triana Martínez- ha mostrado muy vivamente el triste estado en el que se encuentra el periodismo en España producto de la escasa capacidad intelectual de muchos de sus integrantes que han pasado por la Universidad como quien viaja dormido en un tren. No se han enterado absolutamente de nada. Ellos me recuerdan a Jean Paul Marat porque destilan bilis en cada uno de sus artículos que se convierten en una incitación a la ira. 

Tras producirse el crimen (sin tiempo para conocer o reflexionar sobre el caso ni el contexto, en realidad, sin saber nada de nada) saltaron como buitres, en los periódicos y en la redes, toda esa pléyade de resentidos opinólogos que guardan en sus cabezas a pequeños y temibles Marats. Creyeron ver en ese brutal crimen la señal de una especie de “revolución popular” contra los políticos. Se había abierto la veda de la “caza al político” (y lo de caza no era en sentido metafórico). 
Era para ellos el regreso a los años 20 en la Barcelona del pistolerismo que reflejara tan magistralmente en la novela “Tiempo de Silencio” el escritor Luis Martín Santos.

Sus deseos reprimidos y su frustración habían encontrado una vía de escape. Esos periodistas de baja estofa, paniaguados, incapaces de elevarse ni moral, ni ética ni intelectualmente dieron rienda suelta a su inquina. Como nuevos Marat creyeron que “el pueblo” se tomaba la justicia por su mano asesinando políticos, convertidos para ellos, en su ignorancia infecunda, en culpables de todo. 

Finalmente la realidad vino a contradecir a estos anarquistas de la nada que predican la revolución desde sus mullidos sillones de clase media acomodada (Son los mismos que ensalzan al Che Guevara y ven en las guerrillas a nuevos Robin Hoods). No era un crimen justiciero sino un crimen por venganza personal. Pero eso a ellos no les importa pues como dice el viejo adagio: “Que la realidad no te joda una noticia”. 
Abominan de los políticos (muchos de ellos corruptos, es cierto, pero otros muchos no) sin darse cuenta de que la clase periodística no corre mejor suerte y que si hoy muchos sacan la guillotina para los políticos mañana las víctimas podrían ser los periodistas cuya contribución a la convivencia y a la elevación del debate brilla, casi siempre, por su ausencia.

Somos todos hijos del mundo en el que vivimos y con sinceridad, y pesadumbre, qué se puede esperar de un pueblo que se conmueve más por la muerte de un deportista que por logros científicos de sus compatriotas o que expulsa a sus académicos o los mantiene arrinconados mientras la escoria intelectual se apropia de las pantallas de televisión.

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La clase política española debe renovarse y sintonizar mejor con la población, eso nadie lo niega. 

Pero el ejercicio de autocrítica al que está obligado la sociedad española debe ser integral y abarcar a todos los estamentos, de arriba hacia abajo, sin excluir a nadie. La crisis que padece España es hija directa de la pérdida general de valores éticos y de la capacidad de reflexión intelectual por parte de una sociedad adormecida y sin nervio. Y de entre ellos sobresalen esos hijos de la ira devenidos en periodistas que estimulan los bajos instintos y propician, Dios no lo quiera, cual modernos Marats, que aparezcan nuevas Charlotte Cordays.

Los nuevos Jean Paul Marat del periodismo

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16 de mayo, 2014

El asesinato en España de Isabel Carrasco, la presidenta de la Diputación de León, por parte, presuntamente, de dos compañeras de partido (del Partido Popular) – Montserrat González Fernández y su hija Montserrat Triana Martínez- ha mostrado muy vivamente el triste estado en el que se encuentra el periodismo en España producto de la escasa capacidad intelectual de muchos de sus integrantes que han pasado por la Universidad como quien viaja dormido en un tren. No se han enterado absolutamente de nada. Ellos me recuerdan a Jean Paul Marat porque destilan bilis en cada uno de sus artículos que se convierten en una incitación a la ira. 

Tras producirse el crimen (sin tiempo para conocer o reflexionar sobre el caso ni el contexto, en realidad, sin saber nada de nada) saltaron como buitres, en los periódicos y en la redes, toda esa pléyade de resentidos opinólogos que guardan en sus cabezas a pequeños y temibles Marats. Creyeron ver en ese brutal crimen la señal de una especie de “revolución popular” contra los políticos. Se había abierto la veda de la “caza al político” (y lo de caza no era en sentido metafórico). 
Era para ellos el regreso a los años 20 en la Barcelona del pistolerismo que reflejara tan magistralmente en la novela “Tiempo de Silencio” el escritor Luis Martín Santos.

Sus deseos reprimidos y su frustración habían encontrado una vía de escape. Esos periodistas de baja estofa, paniaguados, incapaces de elevarse ni moral, ni ética ni intelectualmente dieron rienda suelta a su inquina. Como nuevos Marat creyeron que “el pueblo” se tomaba la justicia por su mano asesinando políticos, convertidos para ellos, en su ignorancia infecunda, en culpables de todo. 

Finalmente la realidad vino a contradecir a estos anarquistas de la nada que predican la revolución desde sus mullidos sillones de clase media acomodada (Son los mismos que ensalzan al Che Guevara y ven en las guerrillas a nuevos Robin Hoods). No era un crimen justiciero sino un crimen por venganza personal. Pero eso a ellos no les importa pues como dice el viejo adagio: “Que la realidad no te joda una noticia”. 
Abominan de los políticos (muchos de ellos corruptos, es cierto, pero otros muchos no) sin darse cuenta de que la clase periodística no corre mejor suerte y que si hoy muchos sacan la guillotina para los políticos mañana las víctimas podrían ser los periodistas cuya contribución a la convivencia y a la elevación del debate brilla, casi siempre, por su ausencia.

Somos todos hijos del mundo en el que vivimos y con sinceridad, y pesadumbre, qué se puede esperar de un pueblo que se conmueve más por la muerte de un deportista que por logros científicos de sus compatriotas o que expulsa a sus académicos o los mantiene arrinconados mientras la escoria intelectual se apropia de las pantallas de televisión.

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Pero el ejercicio de autocrítica al que está obligado la sociedad española debe ser integral y abarcar a todos los estamentos, de arriba hacia abajo, sin excluir a nadie. La crisis que padece España es hija directa de la pérdida general de valores éticos y de la capacidad de reflexión intelectual por parte de una sociedad adormecida y sin nervio. Y de entre ellos sobresalen esos hijos de la ira devenidos en periodistas que estimulan los bajos instintos y propician, Dios no lo quiera, cual modernos Marats, que aparezcan nuevas Charlotte Cordays.