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Guatemala queda al margen del “momentum reformista” latinoamericano

Redacción
09 de mayo, 2014

Guatemala está perdiendo nuevamente un tren de la historia. En este caso el tren de las reformas estructurales. En realidad, gobierno tras gobierno desde los años 90, ninguno ha impulsado los cambios integrales y necesarios. El de Alfonso Portillo cayó en la pocilga de la corrupción, el de Óscar Berger fue un quiero y no puedo que abonó la decepción entre la ciudadanía y el de Álvaro Colom fue, directamente, un cuatrienio perdido. Ahora Otto Pérez Molina ha quedado muy por debajo de las expectativas creadas aunque haya habido algunas mejorías. El futuro no pinta bien sobre todo si el populismo desenfrenado y el capitalismo de amigos que encarga Manuel Baldizón ganara las elecciones en 2015. 

Mientras, de México a Chile, pasando por Costa Rica o Paraguay, varios países de la región afrontan interesantes procesos de reformas tanto de tipo político como económico. Otros (Brasil, Argentina o Venezuela) podrían estar a su vez a las puertas de iniciar esa senda reformista una vez que haya algún tipo de cambio político o proceso electoral. 
Tras una década de crecimiento (2003-2013) el modelo parece agotado en algunos países lo cual ha llevado a que se estén emprendiendo diversas reformas de características muy heterogéneas. En líneas generales se puede hablar de la existencia de dos modelos. Por un lado está el modelo mexicano que apostó, al menos en 2012-2013, por la concertación política (Pacto por México) y por la apertura del sistema en ámbitos como el de las Telecomunicaciones y el de la Energía. Fueron reformas de carácter económico pero también político (reforma política) y social (reforma educativa). 
Por otro está el modelo chileno. Aquí no se ha apostado por la búsqueda de consensos y pactos interpartidarios sino que el gobierno impulsa un conjunto de reformas (fiscal, educativa y política) apoyado solo en su propia coalición (Nueva Mayoría) y sin el concurso opositor (la Alianza) que no acepta esos cambios y se encuentra al margen de los mismos. 
Guatemala parece encontrarse más en la línea de Brasil, Argentina y Venezuela que comparten una característica similar: el modelo que sustentó su éxito en la pasada década está dando signos de agotamiento (Brasil), de estar en crisis (Argentina) y de encontrarse colapsado (Venezuela).

Una incertidumbre que ha golpeado a Dilma Rousseff en sus expectativas para conseguir la reelección, a Cristina Kirchner le ha puesto contra las cuerdas por la crisis económica y que ha provocado una oleada de protestas en Venezuela.
En el caso brasileño lo lógico es que Dilma sea reelecta y sea ella quien lidere los cambios necesarios en el próximo cuatrienio aunque lo hará teniendo menos fuerza política y menos apoyos legislativos y con la sensación creciente de que es un “pato cojo”. 

En Argentina, ante el final del kirchnerismo dado que Cristina Kirchner no puede optar a la reelección, la “patata caliente” de la reforma le caerá a Sergio Massa, Daniel Scioli, Mauricio Macri o al candidato del Frente Amplio (Hermes Binner, Julio Cobos, Ernesto Sanz…). 
Sea quien sea de todos ellos, su primer deber será construir poder (como tuvo que hacer Néstor Kirchner entre 2003 y 2005), pactar, transar y transigir. Y luego, emprender la grandes reformas que necesita el país. 
En Venezuela, mientras no se soluciones el empate catastrófico entre gobierno y oposición es inútil pensar en grandes cambios (como quiere la oposición) o reformas para adecuar el modelo y profundizarlo, como desea el gobierno de Nicolás Maduro. 
Las reformas son más necesarias que nunca en los países de la región. Cambia el ciclo económico y ahora toca ser más competitivo, luchar en un mundo más volátil, con menor crecimiento y más exigencias sociales. En 2015 Guatemala deberá elegir entre tres caminos: reformas incluyentes y consensuadas como México, reformas sin consenso como en Chile, o lo que es peor, seguir inmersa en la parálisis, como Argentina.

Guatemala queda al margen del “momentum reformista” latinoamericano

Redacción
09 de mayo, 2014

Guatemala está perdiendo nuevamente un tren de la historia. En este caso el tren de las reformas estructurales. En realidad, gobierno tras gobierno desde los años 90, ninguno ha impulsado los cambios integrales y necesarios. El de Alfonso Portillo cayó en la pocilga de la corrupción, el de Óscar Berger fue un quiero y no puedo que abonó la decepción entre la ciudadanía y el de Álvaro Colom fue, directamente, un cuatrienio perdido. Ahora Otto Pérez Molina ha quedado muy por debajo de las expectativas creadas aunque haya habido algunas mejorías. El futuro no pinta bien sobre todo si el populismo desenfrenado y el capitalismo de amigos que encarga Manuel Baldizón ganara las elecciones en 2015. 

Mientras, de México a Chile, pasando por Costa Rica o Paraguay, varios países de la región afrontan interesantes procesos de reformas tanto de tipo político como económico. Otros (Brasil, Argentina o Venezuela) podrían estar a su vez a las puertas de iniciar esa senda reformista una vez que haya algún tipo de cambio político o proceso electoral. 
Tras una década de crecimiento (2003-2013) el modelo parece agotado en algunos países lo cual ha llevado a que se estén emprendiendo diversas reformas de características muy heterogéneas. En líneas generales se puede hablar de la existencia de dos modelos. Por un lado está el modelo mexicano que apostó, al menos en 2012-2013, por la concertación política (Pacto por México) y por la apertura del sistema en ámbitos como el de las Telecomunicaciones y el de la Energía. Fueron reformas de carácter económico pero también político (reforma política) y social (reforma educativa). 
Por otro está el modelo chileno. Aquí no se ha apostado por la búsqueda de consensos y pactos interpartidarios sino que el gobierno impulsa un conjunto de reformas (fiscal, educativa y política) apoyado solo en su propia coalición (Nueva Mayoría) y sin el concurso opositor (la Alianza) que no acepta esos cambios y se encuentra al margen de los mismos. 
Guatemala parece encontrarse más en la línea de Brasil, Argentina y Venezuela que comparten una característica similar: el modelo que sustentó su éxito en la pasada década está dando signos de agotamiento (Brasil), de estar en crisis (Argentina) y de encontrarse colapsado (Venezuela).

Una incertidumbre que ha golpeado a Dilma Rousseff en sus expectativas para conseguir la reelección, a Cristina Kirchner le ha puesto contra las cuerdas por la crisis económica y que ha provocado una oleada de protestas en Venezuela.
En el caso brasileño lo lógico es que Dilma sea reelecta y sea ella quien lidere los cambios necesarios en el próximo cuatrienio aunque lo hará teniendo menos fuerza política y menos apoyos legislativos y con la sensación creciente de que es un “pato cojo”. 

En Argentina, ante el final del kirchnerismo dado que Cristina Kirchner no puede optar a la reelección, la “patata caliente” de la reforma le caerá a Sergio Massa, Daniel Scioli, Mauricio Macri o al candidato del Frente Amplio (Hermes Binner, Julio Cobos, Ernesto Sanz…). 
Sea quien sea de todos ellos, su primer deber será construir poder (como tuvo que hacer Néstor Kirchner entre 2003 y 2005), pactar, transar y transigir. Y luego, emprender la grandes reformas que necesita el país. 
En Venezuela, mientras no se soluciones el empate catastrófico entre gobierno y oposición es inútil pensar en grandes cambios (como quiere la oposición) o reformas para adecuar el modelo y profundizarlo, como desea el gobierno de Nicolás Maduro. 
Las reformas son más necesarias que nunca en los países de la región. Cambia el ciclo económico y ahora toca ser más competitivo, luchar en un mundo más volátil, con menor crecimiento y más exigencias sociales. En 2015 Guatemala deberá elegir entre tres caminos: reformas incluyentes y consensuadas como México, reformas sin consenso como en Chile, o lo que es peor, seguir inmersa en la parálisis, como Argentina.