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Colombia, entre Montescos y Capuletos

Redacción
13 de junio, 2014

Colombia es uno de los países de América latina que posee instituciones más sólidas capaces de, en pleno gobierno de Álvaro Uribe, negarle la posibilidad de optar a un tercer mandato consecutivo. El poder judicial imponiéndose al ejecutivo y al poder de un caudillo, algo que tiene pocos precedentes en la región. 

Colombia es, asimismo, uno de los países de Latinoamérica con más tradición civilista (solo ha padecido dos dictaduras militares en su historia republicana) y democrática, pues desde finales de los años 50 el régimen de libertades y la democracia han sido dos de los pilares del modelo político de este país. 
Colombia es, además, una economía pujante y moderna, miembro de la Alianza del Pacífico y uno de esos países que llama la atención por sus características como nación emergente. 
Sin embargo, pese a todas esas ventanas abiertas a la modernidad, en la campaña para la segunda vuelta de las presidenciales que tienen lugar este 15 de junio la imagen que está llegando es la de un país atrapado por la pervivencia de los viejos y caducos vicios y modelos políticos, casi decimonónicos. 
La pugna entre el actual presidente Juan Manuel Santos y el opositor, el uribista Óscar Iván Zuluaga, esconde, en realidad, no una pelea ideológica ni de principios sino una querella personal. Una querella entre Santos y su antecesor, Álvaro Uribe que le apoyó para que fuera en 2010 su sucesor. En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Es una antigua historia que se remonta casi a tiempos de Caín y Abel. 
Uribe se sintió casi desde el primer momento traicionado por Santos, que fue su ministro de defensa y uno de los pilares de su presidencia entre 2002 y 2010. 
Uribe le pidió a Santos que “cuidara de sus huevitos (su herencia)” y lo primero que hizo Santos es ir ganando su propio espacio e independizándose de la sombra de su antecesor. 
Inició un acercamiento con el mayor adversario de Uribe, la Venezuela de Hugo Chávez, a quien calificó de “mi nuevo mejor amigo”; y sobre todo dio entrada en el gobierno a enemigos políticos directos de Uribe (Germán Vargas Lleras o Juan Camilo Restrepo), acabó aliándose con el Partido Liberal en 2011 y negociando desde 2012 la paz con las Farc. 
Todo este cúmulo de hechos desencadenó la ira de Uribe quien ha demostrado tener una enorme capacidad de liderazgo, creando de la nada un movimiento político nuevo, el uribismo plasmado en su propio partido, Centro Democrático. No solo consiguió un gran resultado en las legislativas de marzo (segunda fuerza más votada en el Senado) sino que ha llevado a su candidato presidencial (Zuluaga) a ganar la primera vuelta de las presidenciales, a disputar el balotaje y ser el favorito para ganarlo. 
Pero detrás de todo, lo que se perciben son odios africanos, animadversiones personales, caudillismo(el encarnado por Uribe) contra maquinarias políticas basadas en el clientelismo y la cooptación (el santismo). Es la otra cara de esa Colombia moderna, abierta al mundo y al futuro. 
Salvo en el tema de negociar (Santos) o negociar con muchas condiciones (Zuluaga) con las Farc en realidad no les diferencia nada a ambas fuerzas, que dejan como herencia esta campaña un país fracturado, herido y polarizado. Un presidente Santos muy desgastado que en, caso de ganar, asumirá la presidencia mermado de fuerzas personales y políticas. Y un Zuluaga emergente que si llega al Palacio de Nariño se encontrará con escasos apoyos para impulsar su programa. 
En definitiva, que en Colombia se abre un nuevo periodo histórico lleno de sobresaltos, retos y grandes obstáculos que superar. Un nuevo tiempo que requiere de estadistas, figura de la cual, lamentablemente, Colombia carece.

Colombia, entre Montescos y Capuletos

Redacción
13 de junio, 2014

Colombia es uno de los países de América latina que posee instituciones más sólidas capaces de, en pleno gobierno de Álvaro Uribe, negarle la posibilidad de optar a un tercer mandato consecutivo. El poder judicial imponiéndose al ejecutivo y al poder de un caudillo, algo que tiene pocos precedentes en la región. 

Colombia es, asimismo, uno de los países de Latinoamérica con más tradición civilista (solo ha padecido dos dictaduras militares en su historia republicana) y democrática, pues desde finales de los años 50 el régimen de libertades y la democracia han sido dos de los pilares del modelo político de este país. 
Colombia es, además, una economía pujante y moderna, miembro de la Alianza del Pacífico y uno de esos países que llama la atención por sus características como nación emergente. 
Sin embargo, pese a todas esas ventanas abiertas a la modernidad, en la campaña para la segunda vuelta de las presidenciales que tienen lugar este 15 de junio la imagen que está llegando es la de un país atrapado por la pervivencia de los viejos y caducos vicios y modelos políticos, casi decimonónicos. 
La pugna entre el actual presidente Juan Manuel Santos y el opositor, el uribista Óscar Iván Zuluaga, esconde, en realidad, no una pelea ideológica ni de principios sino una querella personal. Una querella entre Santos y su antecesor, Álvaro Uribe que le apoyó para que fuera en 2010 su sucesor. En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Es una antigua historia que se remonta casi a tiempos de Caín y Abel. 
Uribe se sintió casi desde el primer momento traicionado por Santos, que fue su ministro de defensa y uno de los pilares de su presidencia entre 2002 y 2010. 
Uribe le pidió a Santos que “cuidara de sus huevitos (su herencia)” y lo primero que hizo Santos es ir ganando su propio espacio e independizándose de la sombra de su antecesor. 
Inició un acercamiento con el mayor adversario de Uribe, la Venezuela de Hugo Chávez, a quien calificó de “mi nuevo mejor amigo”; y sobre todo dio entrada en el gobierno a enemigos políticos directos de Uribe (Germán Vargas Lleras o Juan Camilo Restrepo), acabó aliándose con el Partido Liberal en 2011 y negociando desde 2012 la paz con las Farc. 
Todo este cúmulo de hechos desencadenó la ira de Uribe quien ha demostrado tener una enorme capacidad de liderazgo, creando de la nada un movimiento político nuevo, el uribismo plasmado en su propio partido, Centro Democrático. No solo consiguió un gran resultado en las legislativas de marzo (segunda fuerza más votada en el Senado) sino que ha llevado a su candidato presidencial (Zuluaga) a ganar la primera vuelta de las presidenciales, a disputar el balotaje y ser el favorito para ganarlo. 
Pero detrás de todo, lo que se perciben son odios africanos, animadversiones personales, caudillismo(el encarnado por Uribe) contra maquinarias políticas basadas en el clientelismo y la cooptación (el santismo). Es la otra cara de esa Colombia moderna, abierta al mundo y al futuro. 
Salvo en el tema de negociar (Santos) o negociar con muchas condiciones (Zuluaga) con las Farc en realidad no les diferencia nada a ambas fuerzas, que dejan como herencia esta campaña un país fracturado, herido y polarizado. Un presidente Santos muy desgastado que en, caso de ganar, asumirá la presidencia mermado de fuerzas personales y políticas. Y un Zuluaga emergente que si llega al Palacio de Nariño se encontrará con escasos apoyos para impulsar su programa. 
En definitiva, que en Colombia se abre un nuevo periodo histórico lleno de sobresaltos, retos y grandes obstáculos que superar. Un nuevo tiempo que requiere de estadistas, figura de la cual, lamentablemente, Colombia carece.