Comentaba la última vez cómo llegué al hospital muy enfermo en busca de atención médica pero en lugar de ello lo que conseguí fue que me despojaran de mi identificación, me cobraran un termómetro que no me querían entregar y me hicieran firmar varios documentos liberando de responsabilidad al hospital. Para colmo, cuando estaba por irme recordé que los resultados de los exámenes que ordenó el médico de turno, el Dr.V, no me los habían dado. Los solicité y resultó que aún no estaban listos. Tuve que esperarlos por casi media hora. Era evidente que el Dr.V no los pudo haber tenido a la vista cuando emitió su diagnóstico y posterior prescripción, sentí que me había timado, de mala fe.
Los medicamentos no dieron resultado y pasé varios meses viendo a varios especialistas. Al Dr.V lo había tratado de contactar pero no atendía mis llamadas, no me concedía cita, su secretaria alegaba que estaba fuera en un congreso médico. La historia se repitió con el Dr.C, un gastroenterólogo que tiene una S.A. en un edificio al final del bulevar Vista Hermosa. Y luego con el Dr.R en las clínicas del hospital que mencioné en la zona 10. La metodología fue casi siempre idéntica. Atender en primera cita, entrevistar sobre síntomas, recetar medicamentos, ordenar exámenes de laboratorio, cobrar. Puesto que en la mayoría de casos no mejoraba si no más bien empeoraba los contactaba por teléfono. Las recepcionistas se limitaban a decir que los médicos me devolverían la llamadas. Las sigo esperando. Si solicitaba otra cita, alegaban estar en un congreso médico en el extranjero, decían que la cita sería programada cuando el médico volviese. Creo que nunca volvieron de esos congresos pues sus llamadas nunca llegaron.
Al cabo de algún tiempo, cuando ya había perdido la fe, por obra de la casualidad o del destino supe de la Dra. Nóchez. Me examinó, me diagnosticó y se tomó el tiempo para explicarme qué sucedía con mi cuerpo, con mi organismo, con mi ser. Eso me impresionó. Pocos hacen eso. Evidentemente ella entendió el alcance de mi angustia pues luego sucedió lo verdaderamente insólito. Me acompaño hasta la puerta y cuando casi estábamos en el umbral me colocó la mano sobre la espalda, hizo un gesto y me vio directo a los ojos con ternura y comprensión, luego con voz suave y tranquila me dijo: ‘No te preocupés, te vamos a curar.’ Quise llorar.
El padre de un amigo me dijo que para sobrellevar esta vida, y especialmente en este país, lo importante es conseguir un buen médico, un buen mecánico y un buen abogado. Me pareció que en mi vida ya no había preocupación pues había encontrado a esas tres personas. Pero ahora que la Dra. Nochez ya no está entre nosotros siento que mi mundo se ha nublado y me pregunto cuánto más costará encontrar a un buen médico, uno de corazón, cuyo interés sea genuinamente sanar a los demás, así como lo hacía ella.
Comentaba la última vez cómo llegué al hospital muy enfermo en busca de atención médica pero en lugar de ello lo que conseguí fue que me despojaran de mi identificación, me cobraran un termómetro que no me querían entregar y me hicieran firmar varios documentos liberando de responsabilidad al hospital. Para colmo, cuando estaba por irme recordé que los resultados de los exámenes que ordenó el médico de turno, el Dr.V, no me los habían dado. Los solicité y resultó que aún no estaban listos. Tuve que esperarlos por casi media hora. Era evidente que el Dr.V no los pudo haber tenido a la vista cuando emitió su diagnóstico y posterior prescripción, sentí que me había timado, de mala fe.
Los medicamentos no dieron resultado y pasé varios meses viendo a varios especialistas. Al Dr.V lo había tratado de contactar pero no atendía mis llamadas, no me concedía cita, su secretaria alegaba que estaba fuera en un congreso médico. La historia se repitió con el Dr.C, un gastroenterólogo que tiene una S.A. en un edificio al final del bulevar Vista Hermosa. Y luego con el Dr.R en las clínicas del hospital que mencioné en la zona 10. La metodología fue casi siempre idéntica. Atender en primera cita, entrevistar sobre síntomas, recetar medicamentos, ordenar exámenes de laboratorio, cobrar. Puesto que en la mayoría de casos no mejoraba si no más bien empeoraba los contactaba por teléfono. Las recepcionistas se limitaban a decir que los médicos me devolverían la llamadas. Las sigo esperando. Si solicitaba otra cita, alegaban estar en un congreso médico en el extranjero, decían que la cita sería programada cuando el médico volviese. Creo que nunca volvieron de esos congresos pues sus llamadas nunca llegaron.
Al cabo de algún tiempo, cuando ya había perdido la fe, por obra de la casualidad o del destino supe de la Dra. Nóchez. Me examinó, me diagnosticó y se tomó el tiempo para explicarme qué sucedía con mi cuerpo, con mi organismo, con mi ser. Eso me impresionó. Pocos hacen eso. Evidentemente ella entendió el alcance de mi angustia pues luego sucedió lo verdaderamente insólito. Me acompaño hasta la puerta y cuando casi estábamos en el umbral me colocó la mano sobre la espalda, hizo un gesto y me vio directo a los ojos con ternura y comprensión, luego con voz suave y tranquila me dijo: ‘No te preocupés, te vamos a curar.’ Quise llorar.
El padre de un amigo me dijo que para sobrellevar esta vida, y especialmente en este país, lo importante es conseguir un buen médico, un buen mecánico y un buen abogado. Me pareció que en mi vida ya no había preocupación pues había encontrado a esas tres personas. Pero ahora que la Dra. Nochez ya no está entre nosotros siento que mi mundo se ha nublado y me pregunto cuánto más costará encontrar a un buen médico, uno de corazón, cuyo interés sea genuinamente sanar a los demás, así como lo hacía ella.