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El doble estándar moral del racismo

Redacción
08 de junio, 2014

Me llamó mucho la atención la reciente noticia relacionada con una comunidad judía ortodoxa asentada en Sololá, al sur-occidente de Guatemala. Para quienes no están al tanto, el caso es que los pobladores de San Juan la Laguna, Sololá, consideran inapropiadas las costumbres de este grupo de personas y el alcalde ha anunciado que les da un mes y medio para abandonar el sitio. 

Quizá el incidente me habría causado menos malestar de no ser porque, al leer la noticia en las redes sociales, pude ver cómo mucha gente apoyaba la decisión de invitar a esta comunidad a abandonar el lugar. Aducían que los habitantes que piden la expulsión de este grupo de judíos está en su derecho de preservar sus tradiciones y de pedir en consecuencia la expulsión de estas personas. 
El problema consiste en aplicar un doble estándar moral al tema del racismo. En última instancia el racismo no se justifica desde el momento que reconocemos que todos los seres humanos somos dignos e iguales ante la ley sin importar nuestro color de piel, credo religioso, equipo de fútbol, etc. 
El racismo carece de total sentido especialmente para quienes defendemos un código de valores basado en la defensa de la libertad individual. Da igual si es un «blanco» quien discrimina a un «indígena» o un «afroamericano» quien discrimina a un «indígena» o viceversa. El punto central es que esas características físicas son irrelevantes. Todos somos personas y punto. 
Mi impresión es que las políticas progres han alimentado este debate con un elemento perverso. Han dado énfasis a la necesidad de redistribuir el ingreso para «igualar» la situación de ciertos «grupos» considerados oprimidos (por razón de etnia, sexo, etc.). Lo importante para esta línea de pensamiento es considerar a unos grupos más afectados que a otros y, como siempre, pedir al Estado medidas redistributivas para privilegiar a ciertos grupos por razón de su etnia, sexo, etc. 
Como consecuencia de la inclusión de esos elementos en el debate mucha gente justifica que los miembros de una comunidad indígena discriminen abiertamente a miembros de otra comunidad, como ocurre en el presente caso. Lo que no se concibe es que un mestizo discrimine a un indígena. Y me permito decir mestizo porque en Guatemala prácticamente ninguno de los que no somos considerados indígenas somos blancos. En realidad somos producto de múltiples mezclas étnicas como consecuencia de la conquista y las migraciones. 
Parece pues que no cualquier persona puede ser racista. Pueden serlo únicamente quienes pertenecen a grupos ‘históricamente privilegiados’, utilizando la jerga de quienes suscriben tales ideas. Pero este razonamiento es erróneo. Es suponer que existen diferentes categorías de personas y atribuir una «lógica» distinta a los miembros de cada categoría de personas. 
No es un fenómeno exclusivamente local. En Estados Unidos ocurre lo mismo. No se concibe que un afroamericano discrimine a un blanco, pero sí se concibe si es al revés. En España si el Athletic de Bilbao decide jugar exclusivamente con futbolistas vascos se interpreta como una oda a su cultura, pero si un hispanoparlante en España exige que hable castellano a un sujeto que habla alguna de las otras lenguas que se hablan en la península, se dice que reprime las raíces o vascas o catalanas o gallegas. 
Todo por aplicar un doble estándar. La discusión debería quedar a un solo nivel: cada individuo es digno e igual ante la ley. No se vale discriminar a alguien violando sus derechos por ser diferente a lo que, a nuestro gusto, es el estándar de vida ‘correcto’. El mensaje liberal es al final el respeto al proyecto de vida de los demás.

El doble estándar moral del racismo

Redacción
08 de junio, 2014

Me llamó mucho la atención la reciente noticia relacionada con una comunidad judía ortodoxa asentada en Sololá, al sur-occidente de Guatemala. Para quienes no están al tanto, el caso es que los pobladores de San Juan la Laguna, Sololá, consideran inapropiadas las costumbres de este grupo de personas y el alcalde ha anunciado que les da un mes y medio para abandonar el sitio. 

Quizá el incidente me habría causado menos malestar de no ser porque, al leer la noticia en las redes sociales, pude ver cómo mucha gente apoyaba la decisión de invitar a esta comunidad a abandonar el lugar. Aducían que los habitantes que piden la expulsión de este grupo de judíos está en su derecho de preservar sus tradiciones y de pedir en consecuencia la expulsión de estas personas. 
El problema consiste en aplicar un doble estándar moral al tema del racismo. En última instancia el racismo no se justifica desde el momento que reconocemos que todos los seres humanos somos dignos e iguales ante la ley sin importar nuestro color de piel, credo religioso, equipo de fútbol, etc. 
El racismo carece de total sentido especialmente para quienes defendemos un código de valores basado en la defensa de la libertad individual. Da igual si es un «blanco» quien discrimina a un «indígena» o un «afroamericano» quien discrimina a un «indígena» o viceversa. El punto central es que esas características físicas son irrelevantes. Todos somos personas y punto. 
Mi impresión es que las políticas progres han alimentado este debate con un elemento perverso. Han dado énfasis a la necesidad de redistribuir el ingreso para «igualar» la situación de ciertos «grupos» considerados oprimidos (por razón de etnia, sexo, etc.). Lo importante para esta línea de pensamiento es considerar a unos grupos más afectados que a otros y, como siempre, pedir al Estado medidas redistributivas para privilegiar a ciertos grupos por razón de su etnia, sexo, etc. 
Como consecuencia de la inclusión de esos elementos en el debate mucha gente justifica que los miembros de una comunidad indígena discriminen abiertamente a miembros de otra comunidad, como ocurre en el presente caso. Lo que no se concibe es que un mestizo discrimine a un indígena. Y me permito decir mestizo porque en Guatemala prácticamente ninguno de los que no somos considerados indígenas somos blancos. En realidad somos producto de múltiples mezclas étnicas como consecuencia de la conquista y las migraciones. 
Parece pues que no cualquier persona puede ser racista. Pueden serlo únicamente quienes pertenecen a grupos ‘históricamente privilegiados’, utilizando la jerga de quienes suscriben tales ideas. Pero este razonamiento es erróneo. Es suponer que existen diferentes categorías de personas y atribuir una «lógica» distinta a los miembros de cada categoría de personas. 
No es un fenómeno exclusivamente local. En Estados Unidos ocurre lo mismo. No se concibe que un afroamericano discrimine a un blanco, pero sí se concibe si es al revés. En España si el Athletic de Bilbao decide jugar exclusivamente con futbolistas vascos se interpreta como una oda a su cultura, pero si un hispanoparlante en España exige que hable castellano a un sujeto que habla alguna de las otras lenguas que se hablan en la península, se dice que reprime las raíces o vascas o catalanas o gallegas. 
Todo por aplicar un doble estándar. La discusión debería quedar a un solo nivel: cada individuo es digno e igual ante la ley. No se vale discriminar a alguien violando sus derechos por ser diferente a lo que, a nuestro gusto, es el estándar de vida ‘correcto’. El mensaje liberal es al final el respeto al proyecto de vida de los demás.