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Sobre la renuncia de Jacobo Arbenz

Redacción
02 de julio, 2014

La proliferación de artículos de opinión y reportajes motivados por el aniversario en que se produjera la renuncia del expresidente Jacobo Arbenz Guzmán 60 años atrás, reproduce las alabanzas que anualmente proliferan en relación su participación en la arena política y el desempeño de una gestión idealizada y ajena la realidad de la condición humana. 

El Lic. Acisclo Valladares acertadamente aludió al tema en El Periódico el pasado martes 1, a partir del análisis especulativo sobre lo qué hubiera ocurrido en Guatemala si se hubiera dado seguimiento a la prevalencia de gobernantes civiles. Por supuesto eso podría haber sido factible si durante el gobierno de Juan José Arévalo no se hubiera politizado la estructura militar con la creación de una jefatura de las Fuerzas Armadas paralela al Ministerio de la Defensa. 
Inicialmente recuerda cómo el triunfo del Coronel Arbenz, candidato del oficialismo, fue determinado por el hecho de que los votantes analfabetas debían emitir su voto a viva voz, bajo vigilancia militar ubicada en los centros de votación, lo que obviamente permitía controlar a los votantes instruidos al respecto. Cabe agregar la represión y persecución a los demás candidatos además de limitarse la actividad proselitista electoral de los opositores. 
Debe recordarse el preludio de esa contienda electoral que partió de las propias filas del Ejército con la disputa por la preferencia gremial entre el Jefe de las Fuerzas Armadas Francisco Javier Arana y el Ministro de la Defensa Jacobo Arbenz Guzmán, ya que aun cuando éste último gozaba de la preferencia del entonces presidente Juan José Arévalo, el Coronel Arana dominaba las simpatías en el medio castrense. 
De allí la pugna que en 1949 fue subiendo de tono entre las corrientes de la oficialidad que definirían el apoyo hacia el contendiente que sería ungido como el candidato oficial ante el inminente proceso electoral para la elección general, que determinaría al sucesor del doctor Arévalo. 
Consecuente con esa dualidad de las jefaturas, se conformaron dos planillas: una encabezada por el Jefe de las Fuerzas Armadas, el Coronel Francisco Javier Arana, y la otra, por el Ministro de la Defensa, Coronel Jacobo Arbenz Guzmán. Obviamente, el Presidente se inclinaba por Arbenz con quien había estrechado relaciones durante su gobierno ante la visión de promover la transformación de Guatemala hacia un Estado socialista. Arana creía en el sistema republicano y democrático y por eso rechazó las propuestas que le instaban a dar un golpe de Estado. Su respuesta siempre fue, “Si llego al Palacio quiero hacerlo por la puerta grande” 
Cabe recordar cómo la pugna entre estos dos militares terminó con el asesinato de Arana con lo cual se puso fin a los obstáculos pavimentando la vía a la presidencia de Arbenz. Por supuesto rápidamente fueron creadas versiones sobre ese crimen político, para publicitar una versión conveniente de los hechos que diluyera las evidencias sobre la responsabilidad oficial. 
A decir de mi padre, Arturo Altolaguirre Ubico, la muerte del Coronel Arana se debió a que habiendo ganado la elección la planilla que él encabezada por el voto favorable de los oficiales, quedaba definido el apoyo del Consejo Nacional de la Defensa para lanzar su candidatura en las elecciones generales que ya se perfilaban. Por supuesto aquello no era lo deseado ni esperado ni por el Presidente ni por sus cercanos colaboradores, de manera que la muerte de Arana, vino a resolver aquel estorbo; se anularon las elecciones, se repitió el proceso y el triunfo de Arbenz quedó asegurado. 
Ya instalado en la presidencia impulsa el famoso Decreto 900, la Ley de Reforma Agraria, mediante la cual suponía expropiar las tierras ociosas en manos privadas, situación que merece ser abordado en otra entrega, porque ya refleja el despotismo con el que actuó el gobernante cuya gestión se retrata la ilegal destitución de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, por el hecho de haber amparado a un finquero que impugnaba la expropiación de sus tierras. De allí la salida de magistrados, ilustres y de excepcional integridad como el Lic. Arturo Herbruger, y el Lic. José Vicente Rodríguez como nos lo recuerda el Lic. Valladares. Pero acciones como la referida, quedan en las tinieblas a conveniencia de la imagen que ahora pretende calcarse en la mente de las nuevas generaciones.

Sobre la renuncia de Jacobo Arbenz

Redacción
02 de julio, 2014

La proliferación de artículos de opinión y reportajes motivados por el aniversario en que se produjera la renuncia del expresidente Jacobo Arbenz Guzmán 60 años atrás, reproduce las alabanzas que anualmente proliferan en relación su participación en la arena política y el desempeño de una gestión idealizada y ajena la realidad de la condición humana. 

El Lic. Acisclo Valladares acertadamente aludió al tema en El Periódico el pasado martes 1, a partir del análisis especulativo sobre lo qué hubiera ocurrido en Guatemala si se hubiera dado seguimiento a la prevalencia de gobernantes civiles. Por supuesto eso podría haber sido factible si durante el gobierno de Juan José Arévalo no se hubiera politizado la estructura militar con la creación de una jefatura de las Fuerzas Armadas paralela al Ministerio de la Defensa. 
Inicialmente recuerda cómo el triunfo del Coronel Arbenz, candidato del oficialismo, fue determinado por el hecho de que los votantes analfabetas debían emitir su voto a viva voz, bajo vigilancia militar ubicada en los centros de votación, lo que obviamente permitía controlar a los votantes instruidos al respecto. Cabe agregar la represión y persecución a los demás candidatos además de limitarse la actividad proselitista electoral de los opositores. 
Debe recordarse el preludio de esa contienda electoral que partió de las propias filas del Ejército con la disputa por la preferencia gremial entre el Jefe de las Fuerzas Armadas Francisco Javier Arana y el Ministro de la Defensa Jacobo Arbenz Guzmán, ya que aun cuando éste último gozaba de la preferencia del entonces presidente Juan José Arévalo, el Coronel Arana dominaba las simpatías en el medio castrense. 
De allí la pugna que en 1949 fue subiendo de tono entre las corrientes de la oficialidad que definirían el apoyo hacia el contendiente que sería ungido como el candidato oficial ante el inminente proceso electoral para la elección general, que determinaría al sucesor del doctor Arévalo. 
Consecuente con esa dualidad de las jefaturas, se conformaron dos planillas: una encabezada por el Jefe de las Fuerzas Armadas, el Coronel Francisco Javier Arana, y la otra, por el Ministro de la Defensa, Coronel Jacobo Arbenz Guzmán. Obviamente, el Presidente se inclinaba por Arbenz con quien había estrechado relaciones durante su gobierno ante la visión de promover la transformación de Guatemala hacia un Estado socialista. Arana creía en el sistema republicano y democrático y por eso rechazó las propuestas que le instaban a dar un golpe de Estado. Su respuesta siempre fue, “Si llego al Palacio quiero hacerlo por la puerta grande” 
Cabe recordar cómo la pugna entre estos dos militares terminó con el asesinato de Arana con lo cual se puso fin a los obstáculos pavimentando la vía a la presidencia de Arbenz. Por supuesto rápidamente fueron creadas versiones sobre ese crimen político, para publicitar una versión conveniente de los hechos que diluyera las evidencias sobre la responsabilidad oficial. 
A decir de mi padre, Arturo Altolaguirre Ubico, la muerte del Coronel Arana se debió a que habiendo ganado la elección la planilla que él encabezada por el voto favorable de los oficiales, quedaba definido el apoyo del Consejo Nacional de la Defensa para lanzar su candidatura en las elecciones generales que ya se perfilaban. Por supuesto aquello no era lo deseado ni esperado ni por el Presidente ni por sus cercanos colaboradores, de manera que la muerte de Arana, vino a resolver aquel estorbo; se anularon las elecciones, se repitió el proceso y el triunfo de Arbenz quedó asegurado. 
Ya instalado en la presidencia impulsa el famoso Decreto 900, la Ley de Reforma Agraria, mediante la cual suponía expropiar las tierras ociosas en manos privadas, situación que merece ser abordado en otra entrega, porque ya refleja el despotismo con el que actuó el gobernante cuya gestión se retrata la ilegal destitución de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, por el hecho de haber amparado a un finquero que impugnaba la expropiación de sus tierras. De allí la salida de magistrados, ilustres y de excepcional integridad como el Lic. Arturo Herbruger, y el Lic. José Vicente Rodríguez como nos lo recuerda el Lic. Valladares. Pero acciones como la referida, quedan en las tinieblas a conveniencia de la imagen que ahora pretende calcarse en la mente de las nuevas generaciones.