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De sapos golpistas

Redacción
23 de julio, 2014

El transfuguismo es mal endémico en las formaciones políticas nacionales. Como ranas -o mejor como sapos- los diputados elegidos por pertenecer a un partido político -esa es la única razón- saltan a otro en función de sus turbios intereses y traicionan la confianza otorgada por el ciudadano votante. 

Imagínese que va al restaurante de su preferencia y le atiende un determinando camarero que el encargado del local asigna. Más tarde, supóngase que el camarero decide irse del restaurante a mitad de su almuerzo por cualquier razón. Su reclamo no será a quien le sirvió, sino al propietario del local que deberá sustituir al ausente. Ejemplo ilustrativo de cuanto vivimos en relación con la politia electoral.
Guste o no -algo por debatir y modificar en su caso- la ciudadanía vota por partidos y no por personas. El voto se endosa a la formación política y es ella quien posiciona los nombres según la prioridad que establezca o las normas internas de postulación. Consecuentemente, la “propiedad” del escaño es del partido. Otra cosa es que hubiese elección uninominal que permitiría que cada quien eligiese al candidato de su preferencia y, por tanto -en ese caso-, “la plaza” correspondería a la persona elegida. 
Los diputados tránsfugas son golpistas de facto. Traicionan la confianza del partido que los llevó a la curul y la del votante que eligió -insisto- al partido. Cuando deciden irse a otra formación política trastocan el equilibrio de fuerzas surgido del procedimiento democrático que supuso la elección. Eso, en cualquier parte del mundo, se asocia con un golpe de estado técnico, una traición al concepto de democracia y una pasada por la entrepierna de elementales principios éticos, la mayoría -o todos- desconocidos por una pléyade de déspotas, ladrones, inmorales, vividores, usureros y calificativos similares que reúnen ese grupo de personajes que enmierdan este país, aunque babeen con frecuencia un falso e inexistente patriotismo. El problema no es cuando el ladrón te elige a ti, sino cuando tu eliges al ladrón. 
Muchos de los “padres de la patria” son unos descarados sinvergüenzas y se alquilan como putas al mejor postor con la diferencia respecto de aquellas que una buena ducha no les quita el hedor que desprenden los sucios clientes. Son deshonestos por naturaleza; viciosos en práctica y petulantes en su discurso. Farsantes profesionales que pretenden convencer a un electoral dócil y estúpido que no termina de enfrentar los desmanes de quienes dilapidan continuamente fortunas públicas en almuerzos, manjares, vinos, viandas y viajes. Nos hemos acostumbrado a ese tipo de bacanales y los partidos colaboran placenteramente al acogerlos en su seno, aunque se justifique con aquella paja de “en beneficio del pueblo, del bien común y del progreso”. 
Hay que salir de esa gentuza. Es preciso una revolución, una rebelión o reclamar contundentemente que las cosas no pueden seguir así, y hay que hacerlo porque la historia, el derecho y la necesidad lo reclaman. Los elegimos nosotros y somos lo únicos que podemos decir qué pueden hacer y cómo y cuándo deben gastan, de lo contrario hay que evidenciarlos primero y sacarlos a la calle después. Ya está bien de criminales camuflados con inmunidad y antejuicio que ríen, aprovechan la frustración ciudadana y mantienen una pobreza prefabricada, mientras en el país mueren seres humanos de hambre. Hablamos de maras pero la clica política es sustancialmente más perversa. Entre el travestismo político y la criminalidad no hay sustancial distancia separadora. 
 www.miradorprensa.blogspot.com 

De sapos golpistas

Redacción
23 de julio, 2014

El transfuguismo es mal endémico en las formaciones políticas nacionales. Como ranas -o mejor como sapos- los diputados elegidos por pertenecer a un partido político -esa es la única razón- saltan a otro en función de sus turbios intereses y traicionan la confianza otorgada por el ciudadano votante. 

Imagínese que va al restaurante de su preferencia y le atiende un determinando camarero que el encargado del local asigna. Más tarde, supóngase que el camarero decide irse del restaurante a mitad de su almuerzo por cualquier razón. Su reclamo no será a quien le sirvió, sino al propietario del local que deberá sustituir al ausente. Ejemplo ilustrativo de cuanto vivimos en relación con la politia electoral.
Guste o no -algo por debatir y modificar en su caso- la ciudadanía vota por partidos y no por personas. El voto se endosa a la formación política y es ella quien posiciona los nombres según la prioridad que establezca o las normas internas de postulación. Consecuentemente, la “propiedad” del escaño es del partido. Otra cosa es que hubiese elección uninominal que permitiría que cada quien eligiese al candidato de su preferencia y, por tanto -en ese caso-, “la plaza” correspondería a la persona elegida. 
Los diputados tránsfugas son golpistas de facto. Traicionan la confianza del partido que los llevó a la curul y la del votante que eligió -insisto- al partido. Cuando deciden irse a otra formación política trastocan el equilibrio de fuerzas surgido del procedimiento democrático que supuso la elección. Eso, en cualquier parte del mundo, se asocia con un golpe de estado técnico, una traición al concepto de democracia y una pasada por la entrepierna de elementales principios éticos, la mayoría -o todos- desconocidos por una pléyade de déspotas, ladrones, inmorales, vividores, usureros y calificativos similares que reúnen ese grupo de personajes que enmierdan este país, aunque babeen con frecuencia un falso e inexistente patriotismo. El problema no es cuando el ladrón te elige a ti, sino cuando tu eliges al ladrón. 
Muchos de los “padres de la patria” son unos descarados sinvergüenzas y se alquilan como putas al mejor postor con la diferencia respecto de aquellas que una buena ducha no les quita el hedor que desprenden los sucios clientes. Son deshonestos por naturaleza; viciosos en práctica y petulantes en su discurso. Farsantes profesionales que pretenden convencer a un electoral dócil y estúpido que no termina de enfrentar los desmanes de quienes dilapidan continuamente fortunas públicas en almuerzos, manjares, vinos, viandas y viajes. Nos hemos acostumbrado a ese tipo de bacanales y los partidos colaboran placenteramente al acogerlos en su seno, aunque se justifique con aquella paja de “en beneficio del pueblo, del bien común y del progreso”. 
Hay que salir de esa gentuza. Es preciso una revolución, una rebelión o reclamar contundentemente que las cosas no pueden seguir así, y hay que hacerlo porque la historia, el derecho y la necesidad lo reclaman. Los elegimos nosotros y somos lo únicos que podemos decir qué pueden hacer y cómo y cuándo deben gastan, de lo contrario hay que evidenciarlos primero y sacarlos a la calle después. Ya está bien de criminales camuflados con inmunidad y antejuicio que ríen, aprovechan la frustración ciudadana y mantienen una pobreza prefabricada, mientras en el país mueren seres humanos de hambre. Hablamos de maras pero la clica política es sustancialmente más perversa. Entre el travestismo político y la criminalidad no hay sustancial distancia separadora. 
 www.miradorprensa.blogspot.com