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Por querer ser los primeros….

Redacción
25 de julio, 2014
Hace poco estaba en un avión, recién acababa de aterrizar y estaba allí de pie y encorvado esperando a que abrieran la compuerta y así poder salir. En la fila de atrás una niña se quejaba con su papá por un moco que le molestaba. El padre angustiado por las quejas de su pobre hija se lamentaba no tener una servilleta para sacarle el moco. El padre le pedía paciencia, ella insistía sobre la incomodidad que el moco le provocaba. Yo tenía una servilleta en el bolsillo (no usada) y se la proporcioné. Me lo agradeció. Abrieron la compuerta, la cola empezó a avanzar, él accedió primero al pasillo y cuando yo disponía a incorporarme, suponiendo que me dejaría pasar, por cortesía y reciprocidad, él empujo a sus hijos diciéndoles que avanzaran. Le clave la mirada. Lo notó y con cabeza agachada, sin verme de vuelta, susurró: ‘con permiso’; y yo, resignado y suspirando: ‘pase’. 
La actitud del padre de familia en el avión era, francamente, la de esperarse. Todos los días me subo al carro y todos los días es la misma historia: pongo el ‘pidevias’ para cambiar de carril y… bueno, ya sabemos lo que pasa. Luego veo como otros guatemaltecos optan por sacar el brazo, la cabeza y algunos incluso medio torso y solo así consiguen cambiar de carril. El asunto es que aquí no da vía ni el más rico ni el más pobre, ni quien conduce la Porsche Cayenne del año ni quien conduce el Toyota desvencijado del cincuenta. No es una cuestión de clase. 
Me encontraba sobre el bulevar Los Próceres luchando por cambiar de carril cuando veo que en la vía opuesta una señora ya muy anciana intentaba cruzar la calle casi despejada. A la distancia se veía un carro aproximarse. Con bastón en mano la viejecilla decide cruzar la calle. Craso error. Teniendo tres carriles disponibles y espacio suficiente para reducir la velocidad el conductor hizo todo lo contrario: permaneció en el mismo carril y aumentó la velocidad. Difícil es pensar que no la había notado (aunque dándole el beneficio de la duda, puede que haya ido chateando por teléfono). Yo creo que sí la vio y pensó: ‘a mí esta vieja no me gana, voy a pasar antes que ella’. La señora se afanaba en cruzar la calle, el tipo aceleraba, la colisión era inminente, inevitable… cinco, cuatro, tres, dos, uno… el conductor decide pisar el freno, las llantas rechinan, el carro se derrapa y queda a escaso metro y medio de la anciana que da cuatro pasos más y logra refugio en la acera. El piloto le bocina, la insulta y luego sigue su camino. 
¿Tan difícil es ceder? ¿Por qué un acto tan, a simple vista, insignificante requiere de nosotros tan grande esfuerzo? La mejor respuesta quizá sea la de Spinoza: ‘los hombres son necesariamente susceptibles de pasiones; están hechos de tal manera que experimentan piedad hacia los desgraciados y sienten envidia de los felices; que se inclinan más a la venganza que al perdón; además cada uno de ellos desea que los demás vivan conforme a lo que él cree oportuno, aprueben lo que él apruebe, y rechacen lo que él rechaza. De donde resulta que, deseando todos con la misma intensidad ser los primeros, estallan entre ellos conflictos y se esfuerzan por oprimirse unos a otros y el vencedor se enorgullece más del daño que ha hecho a su rival que del bien que ha logrado procurarse.’ Leído lo de Spinoza no queda mucho que decir, así es el humano, así es Guatemala.

Por querer ser los primeros….

Redacción
25 de julio, 2014
Hace poco estaba en un avión, recién acababa de aterrizar y estaba allí de pie y encorvado esperando a que abrieran la compuerta y así poder salir. En la fila de atrás una niña se quejaba con su papá por un moco que le molestaba. El padre angustiado por las quejas de su pobre hija se lamentaba no tener una servilleta para sacarle el moco. El padre le pedía paciencia, ella insistía sobre la incomodidad que el moco le provocaba. Yo tenía una servilleta en el bolsillo (no usada) y se la proporcioné. Me lo agradeció. Abrieron la compuerta, la cola empezó a avanzar, él accedió primero al pasillo y cuando yo disponía a incorporarme, suponiendo que me dejaría pasar, por cortesía y reciprocidad, él empujo a sus hijos diciéndoles que avanzaran. Le clave la mirada. Lo notó y con cabeza agachada, sin verme de vuelta, susurró: ‘con permiso’; y yo, resignado y suspirando: ‘pase’. 
La actitud del padre de familia en el avión era, francamente, la de esperarse. Todos los días me subo al carro y todos los días es la misma historia: pongo el ‘pidevias’ para cambiar de carril y… bueno, ya sabemos lo que pasa. Luego veo como otros guatemaltecos optan por sacar el brazo, la cabeza y algunos incluso medio torso y solo así consiguen cambiar de carril. El asunto es que aquí no da vía ni el más rico ni el más pobre, ni quien conduce la Porsche Cayenne del año ni quien conduce el Toyota desvencijado del cincuenta. No es una cuestión de clase. 
Me encontraba sobre el bulevar Los Próceres luchando por cambiar de carril cuando veo que en la vía opuesta una señora ya muy anciana intentaba cruzar la calle casi despejada. A la distancia se veía un carro aproximarse. Con bastón en mano la viejecilla decide cruzar la calle. Craso error. Teniendo tres carriles disponibles y espacio suficiente para reducir la velocidad el conductor hizo todo lo contrario: permaneció en el mismo carril y aumentó la velocidad. Difícil es pensar que no la había notado (aunque dándole el beneficio de la duda, puede que haya ido chateando por teléfono). Yo creo que sí la vio y pensó: ‘a mí esta vieja no me gana, voy a pasar antes que ella’. La señora se afanaba en cruzar la calle, el tipo aceleraba, la colisión era inminente, inevitable… cinco, cuatro, tres, dos, uno… el conductor decide pisar el freno, las llantas rechinan, el carro se derrapa y queda a escaso metro y medio de la anciana que da cuatro pasos más y logra refugio en la acera. El piloto le bocina, la insulta y luego sigue su camino. 
¿Tan difícil es ceder? ¿Por qué un acto tan, a simple vista, insignificante requiere de nosotros tan grande esfuerzo? La mejor respuesta quizá sea la de Spinoza: ‘los hombres son necesariamente susceptibles de pasiones; están hechos de tal manera que experimentan piedad hacia los desgraciados y sienten envidia de los felices; que se inclinan más a la venganza que al perdón; además cada uno de ellos desea que los demás vivan conforme a lo que él cree oportuno, aprueben lo que él apruebe, y rechacen lo que él rechaza. De donde resulta que, deseando todos con la misma intensidad ser los primeros, estallan entre ellos conflictos y se esfuerzan por oprimirse unos a otros y el vencedor se enorgullece más del daño que ha hecho a su rival que del bien que ha logrado procurarse.’ Leído lo de Spinoza no queda mucho que decir, así es el humano, así es Guatemala.