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Objetivismo y autoestima

Redacción
19 de agosto, 2014

No hay juicio de
valor más importante para uno, que la estimación que uno se hace de sí mismo,
siendo ésta el factor decisivo en nuestro desarrollo psicológico y en nuestra
motivación de vivir. Ésta se experimenta, de ordinario, no en la forma de un
juicio verbalizado, sino que en la forma de una sensación difícil de aislar e
identificar, ya que se siente constantemente y es parte de toda sensación
involucrada en cada respuesta emocional.

Una emoción es
el producto de una evaluación, de una apreciación de la relación beneficiosa o
dañina de algún aspecto de la realidad para con uno mismo. Por tanto, la visión
que uno tiene de sí mismo está implícita en toda repuesta valorativa. Cuando uno juzga: “Es esto bueno o
dañino para mí” el juicio contiene siempre el “mí”. Esta autoevaluación es un
factor omnipresente en nuestra psicología.

La naturaleza de
la autoevaluación tiene efectos profundos en nuestros procesos de discurrir, de responder
emocionalmente, de desear, de valorar y de proponernos metas. Uno experimenta su deseo de autoestima como una
necesidad básica, sin poder evitar sentir que la estimación de sí mismo es de
importancia vital, de vida o muerte.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Tan intensa es
la necesidad del humano de tener una
visión positiva de sí mismo, que puede evadir, reprimir, distorsionar su
juicio, o desintegrar su mente, con tal de evitar confrontar hechos que puedan afectar negativamente su auto
evaluación. Quien no tiene autoestima, se ve impulsado a fingir, a crear la
ilusión de tenerla, porque siente desesperadamente que enfrentar la existencia
sin autoestima, es como haber sido entregado
desvalido y desarmado a la realidad para ser destruido. Al fingir tener
una autoestima que de hecho no se tiene, uno se condena a vivir un fraude
psicológico crónico.

La autoestima
tiene dos aspectos interrelacionados: una sensación de eficacia personal y una
sensación de valía; de que uno puede y de que uno vale. Es la suma integrada de
autoconfianza y auto respeto. Es la convicción de que uno es competente para
vivir y que merece vivir.

Aunque la
necesidad de autoestima es inherente a nuestra naturaleza, uno no nace con el conocimiento de cómo
satisfacer esa necesidad. Uno debe descubrirlo respondiendo a las preguntas: ¿Por
qué necesita el humano de la autoestima? ¿Cómo se relaciona a su supervivencia?
¿Cuáles son las condiciones para conseguirla? ¿Cuál es la causa de su profundo
poder motivacional? La respuesta está en dos hechos de la naturaleza humana: la
primera es que la razón es el medió básico de supervivencia del humano; la
segunda es que el ejercicio de la facultad racional es voluntario.

Como la realidad
nos confronta con opciones constantemente, y como debemos elegir metas, medios,
y qué acciones tomar, nuestra vida y felicidad dependen de que las conclusiones
y elecciones hechas sean las correctas. Pero no podemos exceder las
posibilidades que la naturaleza nos impone, no podemos esperar ser omniscientes ni infalibles. Lo que necesitamos
es que aquello que está dentro de nuestras
posibilidades: la convicción de que nuestro método para elegir y para tomar
decisiones, sea correcto, correcto en principio, es decir, apropiado a los
requerimientos de sobrevivencia que la realidad exige. No obstante, uno puede rechazar, sabotear y traicionar a su
mente, su medio propio de sobrevivencia. Sin embargo, como organismo vivo, es nuestra
responsabilidad fundamental hacernos competente para vivir, ejercitando
apropiadamente nuestra facultad racional. Si uno falla o rechaza o evade el
esfuerzo de pensar y la responsabilidad de razonar bien, el resultado será la
ineficacia cognitiva.

Nuestra elección
básica es pensar o no pensar, enfocar la mente o no enfocarla, tratar de
entender o no tratar. Esta elección involucra
tres alternativas fundamentales de nuestro patrón básico de
funcionamiento cognitivo y reflejan el estado que ocupa la razón, el
entendimiento y la realidad en nuestra mente.

Primero, uno
puede activar y sostener un enfoque mental agudo e intenso, tratando de llevar
su entendimiento a un nivel óptimo de precisión y claridad; o puede mantener su
enfoque al nivel de aproximaciones borrosas, llevando su entendimiento a un
estado pasivo de divagación indiscriminada y sin rumbo. (Ejercitar la razón o
no).

Segundo, uno
puede diferenciar entre conocimiento y emociones, dirigiendo así su juicio por
su intelecto y no por sus emociones; o puede suspender su intelecto bajo la
presión de emociones fuertes, deseos o miedos, y entregarse a la dirección de
impulsos cuya validez uno no quiere tan siquiera considerar. (Identificación o
no).

Tercero, uno
puede hacer un análisis independiente, sopesando la verdad o falsedad de cada
aserción, o lo correcto o incorrecto de cada asunto; o uno puede aceptar,
pasivamente sin crítica, las opiniones y aserciones de los otros, sustituyendo
el juicio de ellos por el propio. (Primacía de la existencia o primacía de la
conciencia).

En tanto elija
habitualmente lo correcto en estos asuntos, uno experimenta una sensación de
control sobre su existencia –el control de una mente en relación apropiada con
la realidad. La confianza en uno mismo, es la confianza en la propia mente –en
que es un instrumento cognitivo fiable. Tal confianza no es la convicción de
que uno es inerrable. Es la convicción de que uno es competente para pensar,
para juzgar, para conocer, para saber, y para corregir los errores que uno
cometa. Es la convicción de que uno es competente en principio. Es la
convicción de estar comprometido, sin reservas, por el poder de la propia
voluntad, a mantener un contacto inquebrantable con la realidad. Es la
confianza de saber que uno no pone ningún valor o consideración por encima de
la realidad, ninguna devoción o interés por encima del respeto por los hechos.

Esta autoconfianza básica, no es un juicio sobre el
conocimiento de uno, o sobre alguna habilidad en particular; es un juicio sobre
aquello que adquiere conocimiento y habilidades. Es confianza en uno mismo. Es
un juicio –implícito, no necesariamente consciente –que uno hace de la manera
característica de uno de enfrentar y tratar con los hechos de la realidad.

Uno necesita esa autoconfianza, porque el dudar de la
eficacia de nuestro instrumento de supervivencia, nos paraliza, condenándonos a
la ansiedad y a la incapacidad, haciéndonos no aptos para vivir.

Nuestro carácter
es la suma de los principios y valores que guían nuestras accione ante las
alternativas éticas. Al ser consciente de poder elegir sus cursos de acción, uno
adquiere el sentido de ser una persona y experimenta la necesidad de sentirse
bueno como tal, bueno en su manera característica de actuar. Ser bueno o estar
en lo correcto como persona es ser apto para ser feliz; ser malo o estar
equivocado es ser amenazado por el dolor. Uno enfrenta ineludiblemente preguntas como: ¿Qué clase de entidad debiera
buscar ser? ¿Por cuáles principios morales debería guiar mi vida? Uno no puede
librarse del ámbito de los valores y de los juicios de valor. Ya sea que los
valores por los que se juzga a sí mismo sean conscientes o subconscientes,
razonables o irrazonables, consistentes o contradictorios, pro vida o anti vida,
uno se juzga a sí mismo según algún estándar; y en tanto falle en satisfacer
ese estándar, su sensación de valía personal, su respeto por sí mismo, sufre.

Uno necesita respetarse a sí mismo porque tiene que
actuar para conseguir valores, y para actuar, necesita valorar al beneficiario
de su acción
. Para buscar valores el humano debe
considerarse digno de poder disfrutarlos. Para poder luchar por alcanzar su
felicidad, debe considerarse a sí mismo merecedor de ser feliz.

Los dos aspectos
de la autoestima –la confianza en sí mismo y el respeto por sí mismo –se pueden
aislar conceptualmente, pero son
inseparables en la psicología humana.
Uno se hace digno de vivir haciéndose competente para vivir, al dedicar su
mente a la tarea de descubrir lo que es verdadero y lo que es correcto, y
dirigiendo así sus acciones de acuerdo a sus conclusiones
.

Objetivismo y autoestima

Redacción
19 de agosto, 2014

No hay juicio de
valor más importante para uno, que la estimación que uno se hace de sí mismo,
siendo ésta el factor decisivo en nuestro desarrollo psicológico y en nuestra
motivación de vivir. Ésta se experimenta, de ordinario, no en la forma de un
juicio verbalizado, sino que en la forma de una sensación difícil de aislar e
identificar, ya que se siente constantemente y es parte de toda sensación
involucrada en cada respuesta emocional.

Una emoción es
el producto de una evaluación, de una apreciación de la relación beneficiosa o
dañina de algún aspecto de la realidad para con uno mismo. Por tanto, la visión
que uno tiene de sí mismo está implícita en toda repuesta valorativa. Cuando uno juzga: “Es esto bueno o
dañino para mí” el juicio contiene siempre el “mí”. Esta autoevaluación es un
factor omnipresente en nuestra psicología.

La naturaleza de
la autoevaluación tiene efectos profundos en nuestros procesos de discurrir, de responder
emocionalmente, de desear, de valorar y de proponernos metas. Uno experimenta su deseo de autoestima como una
necesidad básica, sin poder evitar sentir que la estimación de sí mismo es de
importancia vital, de vida o muerte.

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Tan intensa es
la necesidad del humano de tener una
visión positiva de sí mismo, que puede evadir, reprimir, distorsionar su
juicio, o desintegrar su mente, con tal de evitar confrontar hechos que puedan afectar negativamente su auto
evaluación. Quien no tiene autoestima, se ve impulsado a fingir, a crear la
ilusión de tenerla, porque siente desesperadamente que enfrentar la existencia
sin autoestima, es como haber sido entregado
desvalido y desarmado a la realidad para ser destruido. Al fingir tener
una autoestima que de hecho no se tiene, uno se condena a vivir un fraude
psicológico crónico.

La autoestima
tiene dos aspectos interrelacionados: una sensación de eficacia personal y una
sensación de valía; de que uno puede y de que uno vale. Es la suma integrada de
autoconfianza y auto respeto. Es la convicción de que uno es competente para
vivir y que merece vivir.

Aunque la
necesidad de autoestima es inherente a nuestra naturaleza, uno no nace con el conocimiento de cómo
satisfacer esa necesidad. Uno debe descubrirlo respondiendo a las preguntas: ¿Por
qué necesita el humano de la autoestima? ¿Cómo se relaciona a su supervivencia?
¿Cuáles son las condiciones para conseguirla? ¿Cuál es la causa de su profundo
poder motivacional? La respuesta está en dos hechos de la naturaleza humana: la
primera es que la razón es el medió básico de supervivencia del humano; la
segunda es que el ejercicio de la facultad racional es voluntario.

Como la realidad
nos confronta con opciones constantemente, y como debemos elegir metas, medios,
y qué acciones tomar, nuestra vida y felicidad dependen de que las conclusiones
y elecciones hechas sean las correctas. Pero no podemos exceder las
posibilidades que la naturaleza nos impone, no podemos esperar ser omniscientes ni infalibles. Lo que necesitamos
es que aquello que está dentro de nuestras
posibilidades: la convicción de que nuestro método para elegir y para tomar
decisiones, sea correcto, correcto en principio, es decir, apropiado a los
requerimientos de sobrevivencia que la realidad exige. No obstante, uno puede rechazar, sabotear y traicionar a su
mente, su medio propio de sobrevivencia. Sin embargo, como organismo vivo, es nuestra
responsabilidad fundamental hacernos competente para vivir, ejercitando
apropiadamente nuestra facultad racional. Si uno falla o rechaza o evade el
esfuerzo de pensar y la responsabilidad de razonar bien, el resultado será la
ineficacia cognitiva.

Nuestra elección
básica es pensar o no pensar, enfocar la mente o no enfocarla, tratar de
entender o no tratar. Esta elección involucra
tres alternativas fundamentales de nuestro patrón básico de
funcionamiento cognitivo y reflejan el estado que ocupa la razón, el
entendimiento y la realidad en nuestra mente.

Primero, uno
puede activar y sostener un enfoque mental agudo e intenso, tratando de llevar
su entendimiento a un nivel óptimo de precisión y claridad; o puede mantener su
enfoque al nivel de aproximaciones borrosas, llevando su entendimiento a un
estado pasivo de divagación indiscriminada y sin rumbo. (Ejercitar la razón o
no).

Segundo, uno
puede diferenciar entre conocimiento y emociones, dirigiendo así su juicio por
su intelecto y no por sus emociones; o puede suspender su intelecto bajo la
presión de emociones fuertes, deseos o miedos, y entregarse a la dirección de
impulsos cuya validez uno no quiere tan siquiera considerar. (Identificación o
no).

Tercero, uno
puede hacer un análisis independiente, sopesando la verdad o falsedad de cada
aserción, o lo correcto o incorrecto de cada asunto; o uno puede aceptar,
pasivamente sin crítica, las opiniones y aserciones de los otros, sustituyendo
el juicio de ellos por el propio. (Primacía de la existencia o primacía de la
conciencia).

En tanto elija
habitualmente lo correcto en estos asuntos, uno experimenta una sensación de
control sobre su existencia –el control de una mente en relación apropiada con
la realidad. La confianza en uno mismo, es la confianza en la propia mente –en
que es un instrumento cognitivo fiable. Tal confianza no es la convicción de
que uno es inerrable. Es la convicción de que uno es competente para pensar,
para juzgar, para conocer, para saber, y para corregir los errores que uno
cometa. Es la convicción de que uno es competente en principio. Es la
convicción de estar comprometido, sin reservas, por el poder de la propia
voluntad, a mantener un contacto inquebrantable con la realidad. Es la
confianza de saber que uno no pone ningún valor o consideración por encima de
la realidad, ninguna devoción o interés por encima del respeto por los hechos.

Esta autoconfianza básica, no es un juicio sobre el
conocimiento de uno, o sobre alguna habilidad en particular; es un juicio sobre
aquello que adquiere conocimiento y habilidades. Es confianza en uno mismo. Es
un juicio –implícito, no necesariamente consciente –que uno hace de la manera
característica de uno de enfrentar y tratar con los hechos de la realidad.

Uno necesita esa autoconfianza, porque el dudar de la
eficacia de nuestro instrumento de supervivencia, nos paraliza, condenándonos a
la ansiedad y a la incapacidad, haciéndonos no aptos para vivir.

Nuestro carácter
es la suma de los principios y valores que guían nuestras accione ante las
alternativas éticas. Al ser consciente de poder elegir sus cursos de acción, uno
adquiere el sentido de ser una persona y experimenta la necesidad de sentirse
bueno como tal, bueno en su manera característica de actuar. Ser bueno o estar
en lo correcto como persona es ser apto para ser feliz; ser malo o estar
equivocado es ser amenazado por el dolor. Uno enfrenta ineludiblemente preguntas como: ¿Qué clase de entidad debiera
buscar ser? ¿Por cuáles principios morales debería guiar mi vida? Uno no puede
librarse del ámbito de los valores y de los juicios de valor. Ya sea que los
valores por los que se juzga a sí mismo sean conscientes o subconscientes,
razonables o irrazonables, consistentes o contradictorios, pro vida o anti vida,
uno se juzga a sí mismo según algún estándar; y en tanto falle en satisfacer
ese estándar, su sensación de valía personal, su respeto por sí mismo, sufre.

Uno necesita respetarse a sí mismo porque tiene que
actuar para conseguir valores, y para actuar, necesita valorar al beneficiario
de su acción
. Para buscar valores el humano debe
considerarse digno de poder disfrutarlos. Para poder luchar por alcanzar su
felicidad, debe considerarse a sí mismo merecedor de ser feliz.

Los dos aspectos
de la autoestima –la confianza en sí mismo y el respeto por sí mismo –se pueden
aislar conceptualmente, pero son
inseparables en la psicología humana.
Uno se hace digno de vivir haciéndose competente para vivir, al dedicar su
mente a la tarea de descubrir lo que es verdadero y lo que es correcto, y
dirigiendo así sus acciones de acuerdo a sus conclusiones
.