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4 grandes lecciones indígenas

Redacción República
23 de septiembre, 2014

Solemos poner nuestra vista en las cosas
que nos diferencian. Y también solemos reaccionar con mucha cautela frente a
cosas que no son parte de nuestro imaginario o de nuestro modo de vida. Es muy humano
reaccionar así, pero no es sano quedarse con ese sentimiento. Pienso que se
debe estar muy atento a las claves positivas que se pueden descubrir en el
otro, sea para resaltar aquello que nos une, o para aprender todo lo bueno que
el otro tiene por enseñarnos.


Guatemala con su tremenda riqueza
cultural, tiene una oportunidad para que pongamos en clave positiva ese proceso
de descubrimiento recíproco. Pero para empezar quiero proponer aquí 4 elementos
que siendo parte del enorme bagaje social y cultural de las comunidades
indígenas del país, debiéramos conocer mejor y por qué no, ver en ellos una
especie de lección de vida. Paso a exponerlos.


Primeramente la importancia del tejido
social. Es admirable la organización social, ese fuerte entramado que existe en
muchas comunidades del interior, donde familias
y autoridades privilegian la discusión de los problemas comunes, para
encontrar soluciones colectivas. Esta
organización, muy capilar por cierto, es responsable de que en ciertas áreas
del país los indicadores de violencia vayan muy por detrás de otros en lo que
no existe ese tejido. Cuánto hay por aprender, pues en la cultura de las
grandes ciudades y centros urbanos, la comunicación tan siquiera entre vecinos
se ha perdido del todo. Un libro publicado hace algunos años ya, de Francis
Fukuyama, retrataba con datos estadísticos, como aquellas sociedades donde
funcionan elementos de capital social, la convivencia social es mucho más
pacífica y productiva.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Un segundo aspecto es el valor de la
palabra empeñada. Hasta no hace mucho en grandes áreas de población indígena,
la cultura del acuerdo verbal era la norma. Es decir, hablar de poner por
escrito lo convenido era la primera señal de desconfianza entre los
interlocutores. Este valor que en las comunidades indígenas se da para
transacciones comerciales o incluso acuerdos sociales, es un elemento que
debemos rescatar. Cierto es que en la práctica política es donde primero se
pierde este aspecto, pero hacer una reflexión sobre la utilidad social de quien
cumple lo que ofrece, sin necesidad de que medie un papel de por medio, es
signo de gran madurez. De alguna manera, la oralidad es la medida de la
confianza en una sociedad.


La armonía es también un criterio que en
las comunidades indígenas se aspira a promover. De allí que su visión de
naturaleza y sociedad sea de balance y no necesariamente de confrontación, como
se ha pretendido presentar por algunos mal llamados liderazgos de última hora.
El equilibrio, la armonía, son valores que cimentan una sociedad en paz. De
allí, que aquellos que predican la violencia, la separación, la reinvidicación
por medio del odio, no tienen cabida en una auténtica expresión comunitaria
indígena.


Por último la valorización de la tercera
edad es algo admirable. Comunidades donde la ancianidad es símbolo de
sabiduría, de articulación social, de experiencia que hay que escuchar, son
aquellas en las que está mucho más asegurada la continuidad y la permanencia.
En nuestras sociedades “modernas”, donde a veces el criterio de utilidad se mal
entiende, se suele arrinconar, olvidar o hacer de menos a quien tiene ya las
canas. Pero hemos perdido de vista que son ellos, quienes con su recorrido de
vida, ayudan a templar las pasiones sociales y políticas del momento y a
proponer caminos que ayuden a mejorar. Redescubrir la riqueza de la tercera
edad, no como un tema meramente de salud pública sino de trascendencia cultural
y social es un reto que desde las comunidades indígenas nos interpela.


La próxima vez que alguien quiera
plantearnos la dicotomía indígena-ladino en términos de una contradicción
política o cultural, replanteamos los términos de la conversación. Lejos de
dejarnos llevar por la presión para separarnos o para uniformarnos, cambiemos
el enfoque. Qué nos une?, que podemos
aprender del otro? Esta es sin duda la mejor ruta de entendimiento.


4 grandes lecciones indígenas

Redacción República
23 de septiembre, 2014

Solemos poner nuestra vista en las cosas
que nos diferencian. Y también solemos reaccionar con mucha cautela frente a
cosas que no son parte de nuestro imaginario o de nuestro modo de vida. Es muy humano
reaccionar así, pero no es sano quedarse con ese sentimiento. Pienso que se
debe estar muy atento a las claves positivas que se pueden descubrir en el
otro, sea para resaltar aquello que nos une, o para aprender todo lo bueno que
el otro tiene por enseñarnos.


Guatemala con su tremenda riqueza
cultural, tiene una oportunidad para que pongamos en clave positiva ese proceso
de descubrimiento recíproco. Pero para empezar quiero proponer aquí 4 elementos
que siendo parte del enorme bagaje social y cultural de las comunidades
indígenas del país, debiéramos conocer mejor y por qué no, ver en ellos una
especie de lección de vida. Paso a exponerlos.


Primeramente la importancia del tejido
social. Es admirable la organización social, ese fuerte entramado que existe en
muchas comunidades del interior, donde familias
y autoridades privilegian la discusión de los problemas comunes, para
encontrar soluciones colectivas. Esta
organización, muy capilar por cierto, es responsable de que en ciertas áreas
del país los indicadores de violencia vayan muy por detrás de otros en lo que
no existe ese tejido. Cuánto hay por aprender, pues en la cultura de las
grandes ciudades y centros urbanos, la comunicación tan siquiera entre vecinos
se ha perdido del todo. Un libro publicado hace algunos años ya, de Francis
Fukuyama, retrataba con datos estadísticos, como aquellas sociedades donde
funcionan elementos de capital social, la convivencia social es mucho más
pacífica y productiva.

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Un segundo aspecto es el valor de la
palabra empeñada. Hasta no hace mucho en grandes áreas de población indígena,
la cultura del acuerdo verbal era la norma. Es decir, hablar de poner por
escrito lo convenido era la primera señal de desconfianza entre los
interlocutores. Este valor que en las comunidades indígenas se da para
transacciones comerciales o incluso acuerdos sociales, es un elemento que
debemos rescatar. Cierto es que en la práctica política es donde primero se
pierde este aspecto, pero hacer una reflexión sobre la utilidad social de quien
cumple lo que ofrece, sin necesidad de que medie un papel de por medio, es
signo de gran madurez. De alguna manera, la oralidad es la medida de la
confianza en una sociedad.


La armonía es también un criterio que en
las comunidades indígenas se aspira a promover. De allí que su visión de
naturaleza y sociedad sea de balance y no necesariamente de confrontación, como
se ha pretendido presentar por algunos mal llamados liderazgos de última hora.
El equilibrio, la armonía, son valores que cimentan una sociedad en paz. De
allí, que aquellos que predican la violencia, la separación, la reinvidicación
por medio del odio, no tienen cabida en una auténtica expresión comunitaria
indígena.


Por último la valorización de la tercera
edad es algo admirable. Comunidades donde la ancianidad es símbolo de
sabiduría, de articulación social, de experiencia que hay que escuchar, son
aquellas en las que está mucho más asegurada la continuidad y la permanencia.
En nuestras sociedades “modernas”, donde a veces el criterio de utilidad se mal
entiende, se suele arrinconar, olvidar o hacer de menos a quien tiene ya las
canas. Pero hemos perdido de vista que son ellos, quienes con su recorrido de
vida, ayudan a templar las pasiones sociales y políticas del momento y a
proponer caminos que ayuden a mejorar. Redescubrir la riqueza de la tercera
edad, no como un tema meramente de salud pública sino de trascendencia cultural
y social es un reto que desde las comunidades indígenas nos interpela.


La próxima vez que alguien quiera
plantearnos la dicotomía indígena-ladino en términos de una contradicción
política o cultural, replanteamos los términos de la conversación. Lejos de
dejarnos llevar por la presión para separarnos o para uniformarnos, cambiemos
el enfoque. Qué nos une?, que podemos
aprender del otro? Esta es sin duda la mejor ruta de entendimiento.