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Poder coercitivo de la manipulación (Parte I)

Redacción República
02 de septiembre, 2014

Si se refiere a la manipulación como una estructura
estrictamente discursiva, es indudable su papel coercitivo dado que designa la
operación ejercida por un hombre sobre otro hombre. Vista desde este ángulo, la
manipulación se ubica en la dimensión cognoscitiva, lo que permite definirla
como una comunicación donde el destinador-manipulador conduce al
destinatario-manipulado hacia una carencia de libertad (obediencia) hasta verse
obligado a aceptar el contrato.

El fundamento de la estructura manipulativa consiste
en la victimización. Para que estas estructuras surtan efecto deseado, en
primer lugar es necesario hacer que el destinatario (público) se identifique
con destinador. Para ello resulta muy conveniente el uso constante y
reiterativo del pronombre “nosotros” y las formas verbales
correspondientes lo que produce un impacto en el destinatario a nivel de su
inconsciente.

Otro elemento imprescindible en el discurso
manipulativo que permite la victimización es la identificación de “ellos”
(los otros)
que representan un peligro real o potencial para “nosotros”.
Para tal efecto se seleccionan las metáforas políticas referentes a la guerra,
desastres naturales, situaciones políticas vigentes en la memoria del
destinatario, colores recurrentes, apodos y sobrenombres, símbolos nacionales e
históricos, alusiones.

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En algunos discursos, sobre todo proselitistas, el
enemigo virtual se menciona por su nombre. Este enemigo puede ser un político
de la oposición, una persona o una institución ideológicamente contraria al
destinador, un país “enemigo”. Los ejemplos más representativos son los
discursos de Hitler quien nombra a los franceses, gitanos, judíos y comunistas
como los enemigos de nosotros, los alemanes; Pútin (nosotros, los
rusos que confían en el gobierno y votan por él y ellos, la oposición,
pagada por los EEUU y los propios EEUU); Fidel Castro (nosotros, los
cubanos y revolucionarios, amenazados por ellos, los yanquis,
imperialistas); Maduro (nosotros, los venezolanos y revolucionarios,
amenazados por ellos, los empresarios, la oposición, los yanquis,
imperialistas); Álvaro Colom (nosotros, los buenos guatemaltecos y el
gobierno y ellos, los empresarios, la oposición), etc.

El concepto de autopresentación positiva y de
denigración de los otros – oposición, enemigos reales o, lo que sucede más
seguido, imaginarios – funciona en el discurso político en conjunto con la
exageración y énfasis en las acciones positivas del destinador y el restar la
importancia de lo positivo del accionar de los otros y, al mismo tiempo,
ocultar las acciones negativas propias (o rechazarlas), mientras que los
errores y lo negativo de la oposición obtiene tamaños exagerados. En esta
estructura, además de las metáforas, se recurre a los sofismas populistas como,
por ejemplo, falacia ad misericordiam, provocando lástima y compasión del público
destinatario. Otro recurso importante y ampliamente utilizado como sofisma
populista para sostener la autopresentación positiva en la manipulación es la
falacia de falsa autoridad mediante las frases como todos saben, sin duda,
etc.

Se puede ver que el destinatario como persona se
convierte en un objeto de la manipulación debido a las aspiraciones de los
destinadores políticos de dominar la conciencia y la opinión de la gente. El
emisor crea una realidad discursiva y dentro de ella atribuye a los signos que,
en este contexto específico, cambian de significado para el receptor. Esta
imposición de la interpretación de la realidad se efectúa de tal manera que el
objeto, sin darse cuenta, cree y está seguro de actuar por su propia voluntad.

A través de las técnicas adecuadas de la supresión
de la voluntad, se imponen las ideas convenientes que, posteriormente, llevan
al objeto manipulado al cambio de su comportamiento de acuerdo con los fines
del manipulador. Pero a diferencia de la violencia física, en la que el
destinatario es un enemigo y se le impone la voluntad del destinador a fuerza,
la manipulación es una especie de colaboración y hasta seducción.

Además de los discursos propiamente políticos, cuyo
claro objetivo es manipular al público en general, otra medio manipulativo en
su esencia es el género de opinión. La influencia en la mentalidad del público
en este tipo de comunicación se basa también en la coerción al ejercer la
presión sobre los lectores. La era de la tecnología que debería de disminuir
este proceso, aparentemente lo ha explotado para convertirse en el método
favorito de los manipuladores.

El reflejo de esto son los comentarios que dejan
los lectores en los medios de comunicación electrónicos, tomando en cuenta que
cada blog o periódico en línea es leído en su mayoría por los seguidores tanto
de los autores como de las ideas de estos. De esta manera la mayoría de los consumidores
de cada artículo concreto voluntariamente se someten a la “autoridad
intelectual” del autor, dejándose así manipular sus propios criterios. El
proceso y la estructura de la manipulación en los medios de comunicación siguen
siendo los mismos que en cualquier discurso propagandístico y su fuerza radica
en la coerción.

En la política el concepto de manipulación a menudo
es equivalente del maquiavelismo. Las asociaciones entre los dos términos no
son en vano: la única forma de ejercer el poder absoluto es a través de la
represión de la voluntad de las masas, el sometimiento de la opinión pública y
la deslegitimación de la oposición. Estos procesos obtienen su efecto solamente
por medio de la manipulación, dado que la relación entre el poder y su
contraparte se establece a través del discurso. Tal vez todo esto sea la razón
del porqué el populismo es sinónimo de las izquierdas políticas (tanto de corte
socialista como así llamados “social-demócratas”) que, después de lograr su
objetivo de llegar al poder, intentan permanecer en él indefinidamente,
convirtiéndose en gobernantes autoritarios, siempre utilizando como medio la manipulación.


[email protected]


Poder coercitivo de la manipulación (Parte I)

Redacción República
02 de septiembre, 2014

Si se refiere a la manipulación como una estructura
estrictamente discursiva, es indudable su papel coercitivo dado que designa la
operación ejercida por un hombre sobre otro hombre. Vista desde este ángulo, la
manipulación se ubica en la dimensión cognoscitiva, lo que permite definirla
como una comunicación donde el destinador-manipulador conduce al
destinatario-manipulado hacia una carencia de libertad (obediencia) hasta verse
obligado a aceptar el contrato.

El fundamento de la estructura manipulativa consiste
en la victimización. Para que estas estructuras surtan efecto deseado, en
primer lugar es necesario hacer que el destinatario (público) se identifique
con destinador. Para ello resulta muy conveniente el uso constante y
reiterativo del pronombre “nosotros” y las formas verbales
correspondientes lo que produce un impacto en el destinatario a nivel de su
inconsciente.

Otro elemento imprescindible en el discurso
manipulativo que permite la victimización es la identificación de “ellos”
(los otros)
que representan un peligro real o potencial para “nosotros”.
Para tal efecto se seleccionan las metáforas políticas referentes a la guerra,
desastres naturales, situaciones políticas vigentes en la memoria del
destinatario, colores recurrentes, apodos y sobrenombres, símbolos nacionales e
históricos, alusiones.

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En algunos discursos, sobre todo proselitistas, el
enemigo virtual se menciona por su nombre. Este enemigo puede ser un político
de la oposición, una persona o una institución ideológicamente contraria al
destinador, un país “enemigo”. Los ejemplos más representativos son los
discursos de Hitler quien nombra a los franceses, gitanos, judíos y comunistas
como los enemigos de nosotros, los alemanes; Pútin (nosotros, los
rusos que confían en el gobierno y votan por él y ellos, la oposición,
pagada por los EEUU y los propios EEUU); Fidel Castro (nosotros, los
cubanos y revolucionarios, amenazados por ellos, los yanquis,
imperialistas); Maduro (nosotros, los venezolanos y revolucionarios,
amenazados por ellos, los empresarios, la oposición, los yanquis,
imperialistas); Álvaro Colom (nosotros, los buenos guatemaltecos y el
gobierno y ellos, los empresarios, la oposición), etc.

El concepto de autopresentación positiva y de
denigración de los otros – oposición, enemigos reales o, lo que sucede más
seguido, imaginarios – funciona en el discurso político en conjunto con la
exageración y énfasis en las acciones positivas del destinador y el restar la
importancia de lo positivo del accionar de los otros y, al mismo tiempo,
ocultar las acciones negativas propias (o rechazarlas), mientras que los
errores y lo negativo de la oposición obtiene tamaños exagerados. En esta
estructura, además de las metáforas, se recurre a los sofismas populistas como,
por ejemplo, falacia ad misericordiam, provocando lástima y compasión del público
destinatario. Otro recurso importante y ampliamente utilizado como sofisma
populista para sostener la autopresentación positiva en la manipulación es la
falacia de falsa autoridad mediante las frases como todos saben, sin duda,
etc.

Se puede ver que el destinatario como persona se
convierte en un objeto de la manipulación debido a las aspiraciones de los
destinadores políticos de dominar la conciencia y la opinión de la gente. El
emisor crea una realidad discursiva y dentro de ella atribuye a los signos que,
en este contexto específico, cambian de significado para el receptor. Esta
imposición de la interpretación de la realidad se efectúa de tal manera que el
objeto, sin darse cuenta, cree y está seguro de actuar por su propia voluntad.

A través de las técnicas adecuadas de la supresión
de la voluntad, se imponen las ideas convenientes que, posteriormente, llevan
al objeto manipulado al cambio de su comportamiento de acuerdo con los fines
del manipulador. Pero a diferencia de la violencia física, en la que el
destinatario es un enemigo y se le impone la voluntad del destinador a fuerza,
la manipulación es una especie de colaboración y hasta seducción.

Además de los discursos propiamente políticos, cuyo
claro objetivo es manipular al público en general, otra medio manipulativo en
su esencia es el género de opinión. La influencia en la mentalidad del público
en este tipo de comunicación se basa también en la coerción al ejercer la
presión sobre los lectores. La era de la tecnología que debería de disminuir
este proceso, aparentemente lo ha explotado para convertirse en el método
favorito de los manipuladores.

El reflejo de esto son los comentarios que dejan
los lectores en los medios de comunicación electrónicos, tomando en cuenta que
cada blog o periódico en línea es leído en su mayoría por los seguidores tanto
de los autores como de las ideas de estos. De esta manera la mayoría de los consumidores
de cada artículo concreto voluntariamente se someten a la “autoridad
intelectual” del autor, dejándose así manipular sus propios criterios. El
proceso y la estructura de la manipulación en los medios de comunicación siguen
siendo los mismos que en cualquier discurso propagandístico y su fuerza radica
en la coerción.

En la política el concepto de manipulación a menudo
es equivalente del maquiavelismo. Las asociaciones entre los dos términos no
son en vano: la única forma de ejercer el poder absoluto es a través de la
represión de la voluntad de las masas, el sometimiento de la opinión pública y
la deslegitimación de la oposición. Estos procesos obtienen su efecto solamente
por medio de la manipulación, dado que la relación entre el poder y su
contraparte se establece a través del discurso. Tal vez todo esto sea la razón
del porqué el populismo es sinónimo de las izquierdas políticas (tanto de corte
socialista como así llamados “social-demócratas”) que, después de lograr su
objetivo de llegar al poder, intentan permanecer en él indefinidamente,
convirtiéndose en gobernantes autoritarios, siempre utilizando como medio la manipulación.


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