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El país de las viejas sorpresas

Redacción República
07 de septiembre, 2014

Guatemala parece destinada a ser un país
que se muerde la cola… eternamente. Su historia pareciera no tener solución de
continuidad. Las cosas se repiten y se repiten, no importa quién gobierne, ni
importa si estamos en 1940 o en el 2014. Las explosivas denuncias hechas hace
unos días por la CICIG (que al parecer al fin descubrió para que fue creada) y
el Ministerio Público sobre el reo Byron Lima Oliva no son tan nuevas ni tan
frescas como uno podría imaginarse al abrir los periódicos de estas últimas jornadas.
Me explico: si usted encuentra por allí el libro Hombres contra Ombres de Efraín de los Ríos, o Historia de una prisión, de Rafael Montúfar, verá que no le estoy
mintiendo. Ya sea que gobierne Manuel Estrada Cabrera, Jorge Ubico u Otto Pérez
Molina, las cárceles guatemaltecas son un submundo en donde las cosas funcionan
siempre, al revés.

En el caso de Efraín de los Ríos, que
estuvo cumpliendo condena en la fatídica Penitenciaría Central (La Tencha, como
le llamaban todos en aquellos años), allá por finales de los años treinta e
inicios de los cuarenta, nos relata cómo uno preso, apodado por todos “Tata
dios”, era quien reinaba con violencia brutal en esos oscuros pasajes. En el
caso de Estrada Cabrera, Wenceslao Chacón hacía lo propio. Eran presos o autoridades
corruptas que dominaban las vidas de las cárceles, enriqueciéndose en el
proceso. Tata dios torturaba, interrogaba, castigaba, asignaba tareas y concedía
o negaba favores, permitía o negaba visitas. Todo, al igual que el ex oficial
Lima, desde el interior de la cárcel.

Así que esas supuestas sorpresas no
debieron haber sorprendido a nadie. Si no era Lima, habría sido otro. Recuerdo
que antes, el protagonista del orden en la cárcel fue Noe de Jesús Beteta, otro
exmilitar, el que purga condena por acuchillar más de veinte veces a la
antropóloga Myrna Mack. Me parece que se les vuelve costumbre, es que para eso
están entrenados, para obedecer y para impartir órdenes.

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Me parece especialmente escalofriante
que Guatemala no pueda escapar de su terrible pasado, el que nos recordó Lima
Oliva desde los pasillos de la Torre de Tribunales cuando gritó que el actual
Ministro de Gobernación, Mauricio López Bonilla, era uno de los “mata amarrados”,
esos que a sangre fría eliminaban a los torturados dándoles el tiro de gracia,
(secuestrados por el ejército o la judicial) cuando ya no servían a los
propósitos de la “inteligencia militar”, haciendo gala de su conocimiento de
los truculentos pasados de uno de muchos. Lima no hizo más que levantar la
esquina de la alfombra, pero aún así, los fantasmas del pasado se alborotaron. Parece que Guatemala está todo el tiempo girando en círculos, incapaz de
escapar de su pasado. 

Escalofriante pero no sorprendente del todo, pues para
quien haya leído
Sierra Madre, las
memorias del ex comandante guerrillero Palma Lau, perteneciente a la ORPA,
habrá podido enterarse que el Ministro de Gobernación protagonizó, cuando era
un oficial medio del ejército, un golpe maestro al infiltrar a este grupo
guerrillero y matar a varios de sus integrantes. Creo que la operación se llamó
Xibalbá, o algo así. Pido disculpas, pero no tengo mi copia del libro a la mano
para verificar los datos. Cierto o no, si López Bonilla fue o no un “mata
amarrados”, como acusó Byron Lima, parece que nadie se escapa de las cosas
terribles que hizo durante los años oscuros de nuestra historia reciente, y más
penoso aún es que vuelen las acusaciones, pero siempre queda la impresión de que
nunca se hace justicia, de que nunca se hace una investigación seria, de que
nunca, nadie, paga por lo que hace, en este paraíso de la impunidad que se
llama Guatemala.

El país de las viejas sorpresas

Redacción República
07 de septiembre, 2014

Guatemala parece destinada a ser un país
que se muerde la cola… eternamente. Su historia pareciera no tener solución de
continuidad. Las cosas se repiten y se repiten, no importa quién gobierne, ni
importa si estamos en 1940 o en el 2014. Las explosivas denuncias hechas hace
unos días por la CICIG (que al parecer al fin descubrió para que fue creada) y
el Ministerio Público sobre el reo Byron Lima Oliva no son tan nuevas ni tan
frescas como uno podría imaginarse al abrir los periódicos de estas últimas jornadas.
Me explico: si usted encuentra por allí el libro Hombres contra Ombres de Efraín de los Ríos, o Historia de una prisión, de Rafael Montúfar, verá que no le estoy
mintiendo. Ya sea que gobierne Manuel Estrada Cabrera, Jorge Ubico u Otto Pérez
Molina, las cárceles guatemaltecas son un submundo en donde las cosas funcionan
siempre, al revés.

En el caso de Efraín de los Ríos, que
estuvo cumpliendo condena en la fatídica Penitenciaría Central (La Tencha, como
le llamaban todos en aquellos años), allá por finales de los años treinta e
inicios de los cuarenta, nos relata cómo uno preso, apodado por todos “Tata
dios”, era quien reinaba con violencia brutal en esos oscuros pasajes. En el
caso de Estrada Cabrera, Wenceslao Chacón hacía lo propio. Eran presos o autoridades
corruptas que dominaban las vidas de las cárceles, enriqueciéndose en el
proceso. Tata dios torturaba, interrogaba, castigaba, asignaba tareas y concedía
o negaba favores, permitía o negaba visitas. Todo, al igual que el ex oficial
Lima, desde el interior de la cárcel.

Así que esas supuestas sorpresas no
debieron haber sorprendido a nadie. Si no era Lima, habría sido otro. Recuerdo
que antes, el protagonista del orden en la cárcel fue Noe de Jesús Beteta, otro
exmilitar, el que purga condena por acuchillar más de veinte veces a la
antropóloga Myrna Mack. Me parece que se les vuelve costumbre, es que para eso
están entrenados, para obedecer y para impartir órdenes.

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Me parece especialmente escalofriante
que Guatemala no pueda escapar de su terrible pasado, el que nos recordó Lima
Oliva desde los pasillos de la Torre de Tribunales cuando gritó que el actual
Ministro de Gobernación, Mauricio López Bonilla, era uno de los “mata amarrados”,
esos que a sangre fría eliminaban a los torturados dándoles el tiro de gracia,
(secuestrados por el ejército o la judicial) cuando ya no servían a los
propósitos de la “inteligencia militar”, haciendo gala de su conocimiento de
los truculentos pasados de uno de muchos. Lima no hizo más que levantar la
esquina de la alfombra, pero aún así, los fantasmas del pasado se alborotaron. Parece que Guatemala está todo el tiempo girando en círculos, incapaz de
escapar de su pasado. 

Escalofriante pero no sorprendente del todo, pues para
quien haya leído
Sierra Madre, las
memorias del ex comandante guerrillero Palma Lau, perteneciente a la ORPA,
habrá podido enterarse que el Ministro de Gobernación protagonizó, cuando era
un oficial medio del ejército, un golpe maestro al infiltrar a este grupo
guerrillero y matar a varios de sus integrantes. Creo que la operación se llamó
Xibalbá, o algo así. Pido disculpas, pero no tengo mi copia del libro a la mano
para verificar los datos. Cierto o no, si López Bonilla fue o no un “mata
amarrados”, como acusó Byron Lima, parece que nadie se escapa de las cosas
terribles que hizo durante los años oscuros de nuestra historia reciente, y más
penoso aún es que vuelen las acusaciones, pero siempre queda la impresión de que
nunca se hace justicia, de que nunca se hace una investigación seria, de que
nunca, nadie, paga por lo que hace, en este paraíso de la impunidad que se
llama Guatemala.