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Zeitgeist

Redacción República
09 de septiembre, 2014

Con esta palabra de origen germánico, el
filosofo idealista alemán Hegel describía lo que él llamaba era el “espíritu de
la época”. Ese espíritu, en su concepción filosófica, es parte del devenir
histórico y de ese proceso evolutivo de la humanidad, que permea prácticamente
todos los aspectos de una comunidad, en lo político, lo económico, lo social y
lo cultural. Dicho en palabras menos densas, es de lo que las personas hablan,
lo que piensan y cómo actúan en un momento determinado de su existencia.


Si tomamos un álbum de recortes de
periódico, es muy fácil situar el estado de cosas en una sociedad simplemente
con leer los temas que eran objeto de discusión, el lenguaje y las modas. Todo
esto se convierte en una especie de ecosistema, muy cerrando en sí mismo, que
genera identidades y que se auto alimenta. Todo esto, hasta que un evento clave
o un personaje líder rompen esa dinámica y produce grandes cambios, es decir,
libera ciertas fuerzas o energías en la sociedad, que comienzan a crear un
nuevo ciclo y con ello un nuevo “espíritu de época”. Y es así como nuevas
ideas, palabras, gestos, empiezan a surgir, haciendo un nuevo y muy
diferenciado capítulo de ese álbum de recortes al que hacíamos referencia.


¿Por qué viene al caso de nuestro país hacer
esta reflexión? Hoy estamos viviendo un muy particular “zeitgeist”. Todo el
mundo habla de “derechos”. Grupos de minoría se convierten en referentes de la
normalidad social, imponiendo códigos de conducta a todo el resto de la sociedad.
Los funcionarios internacionales tienen que ajustarse a ese “mindsetting” o
simplemente ven truncadas sus carreras. En lo político, el populismo y el
autoritarismo toman carta de ciudadanía, se les ve con interés y hasta con
nostalgia y los académicos reaccionan con simpatía, vencidos frente al peso de algunos
resultados. Una cierta mediocridad
destila y recorre los liderazgos profesionales, más preocupados por la
promoción social que por el ejercicio responsable de su profesión liberal. En
los cuadros políticos, todos están sentados a la misma mesa, fingiendo que
discuten y debaten los temas nacionales pero al final, saben que los réditos les llegaran
por turnos. Finalmente los medios de comunicación comienzan a ponerse al
servicio de una dinámica de linchamientos entre unos y otros, que en otras
latitudes ha presagiado el final de la libertad de expresión.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

¿Es sostenible un cuadro así? ¿Estamos
condenados a vivir en ese Zeitgeist?. Por supuesto que no. Es posible que pueda
comprometerse a una generación o dos en este hábitat cultural, pero siempre hay
puntos de inflexión. Lo importante es no dejarse vencer. Lo importante es
perseverar. Hay quienes se han sentido sobrepasados, pensando que estas
atmósferas llegaron para quedarse. Stefan Zweig, por ejemplo, uno de los
grandes escritos y pensadores austríacos de la primera mitad del siglo XX, frente
a la catástrofe nazi que invadía y contaminaba todo lo que tocaba en la Europa
de entreguerras, optó por suicidarse. Si
tan solo hubiera esperado unos cuantos años, se habría dado cuenta que aquél
“Zeitgeist”, al cabo de apenas una década, no existía más.


Tiempos para retomar la decencia, la
rectitud, la firmeza de convicciones, la
actitud noble, el trabajo esforzado, podrán llegar más temprano que tarde en la
medida en que esos “puntos de inflexión” ocurran igualmente más temprano. Pero
esto requiere de un liderazgo muy valiente que pueda opinar ”a rebours” o a contracorriente, pues una
de las tareas de quienes promueven ese adelgazamiento moral de las sociedades
es silenciar a quienes no piensan como ellos, a base de golpes de mayoría o a
base de ponerles etiquetas. Un ejemplo
muy interesante, extraído de la historia de la iglesia, lo proporciona San
Atanasio. Vencido por una mayoría de obispos articulados por Arrio, Atanasio
dejó el concilio de Tiro con el sentimiento que la Iglesia había abandonado sus
creencias. Pero lejos de romper con la Iglesia o simplemente morir alejado de
su fé, su perseverancia y testimonio en un ambiente hostil, le reportó finalmente
asistir a la corrección institucional de la doctrina de su iglesia.


Cuando veamos un entorno pálido, mediocre,
vulgar, cuando no violento y sin referentes de valores y principios, cuando
todo ello parezca ser el “zeitgeist” que nos ha tocado vivir, debemos
preguntarnos a nosotros mismos si nos corresponde ser mas como un Zweig o si se
nos está llamando a tener la catadura moral de un Atanasio.

Zeitgeist

Redacción República
09 de septiembre, 2014

Con esta palabra de origen germánico, el
filosofo idealista alemán Hegel describía lo que él llamaba era el “espíritu de
la época”. Ese espíritu, en su concepción filosófica, es parte del devenir
histórico y de ese proceso evolutivo de la humanidad, que permea prácticamente
todos los aspectos de una comunidad, en lo político, lo económico, lo social y
lo cultural. Dicho en palabras menos densas, es de lo que las personas hablan,
lo que piensan y cómo actúan en un momento determinado de su existencia.


Si tomamos un álbum de recortes de
periódico, es muy fácil situar el estado de cosas en una sociedad simplemente
con leer los temas que eran objeto de discusión, el lenguaje y las modas. Todo
esto se convierte en una especie de ecosistema, muy cerrando en sí mismo, que
genera identidades y que se auto alimenta. Todo esto, hasta que un evento clave
o un personaje líder rompen esa dinámica y produce grandes cambios, es decir,
libera ciertas fuerzas o energías en la sociedad, que comienzan a crear un
nuevo ciclo y con ello un nuevo “espíritu de época”. Y es así como nuevas
ideas, palabras, gestos, empiezan a surgir, haciendo un nuevo y muy
diferenciado capítulo de ese álbum de recortes al que hacíamos referencia.


¿Por qué viene al caso de nuestro país hacer
esta reflexión? Hoy estamos viviendo un muy particular “zeitgeist”. Todo el
mundo habla de “derechos”. Grupos de minoría se convierten en referentes de la
normalidad social, imponiendo códigos de conducta a todo el resto de la sociedad.
Los funcionarios internacionales tienen que ajustarse a ese “mindsetting” o
simplemente ven truncadas sus carreras. En lo político, el populismo y el
autoritarismo toman carta de ciudadanía, se les ve con interés y hasta con
nostalgia y los académicos reaccionan con simpatía, vencidos frente al peso de algunos
resultados. Una cierta mediocridad
destila y recorre los liderazgos profesionales, más preocupados por la
promoción social que por el ejercicio responsable de su profesión liberal. En
los cuadros políticos, todos están sentados a la misma mesa, fingiendo que
discuten y debaten los temas nacionales pero al final, saben que los réditos les llegaran
por turnos. Finalmente los medios de comunicación comienzan a ponerse al
servicio de una dinámica de linchamientos entre unos y otros, que en otras
latitudes ha presagiado el final de la libertad de expresión.

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¿Es sostenible un cuadro así? ¿Estamos
condenados a vivir en ese Zeitgeist?. Por supuesto que no. Es posible que pueda
comprometerse a una generación o dos en este hábitat cultural, pero siempre hay
puntos de inflexión. Lo importante es no dejarse vencer. Lo importante es
perseverar. Hay quienes se han sentido sobrepasados, pensando que estas
atmósferas llegaron para quedarse. Stefan Zweig, por ejemplo, uno de los
grandes escritos y pensadores austríacos de la primera mitad del siglo XX, frente
a la catástrofe nazi que invadía y contaminaba todo lo que tocaba en la Europa
de entreguerras, optó por suicidarse. Si
tan solo hubiera esperado unos cuantos años, se habría dado cuenta que aquél
“Zeitgeist”, al cabo de apenas una década, no existía más.


Tiempos para retomar la decencia, la
rectitud, la firmeza de convicciones, la
actitud noble, el trabajo esforzado, podrán llegar más temprano que tarde en la
medida en que esos “puntos de inflexión” ocurran igualmente más temprano. Pero
esto requiere de un liderazgo muy valiente que pueda opinar ”a rebours” o a contracorriente, pues una
de las tareas de quienes promueven ese adelgazamiento moral de las sociedades
es silenciar a quienes no piensan como ellos, a base de golpes de mayoría o a
base de ponerles etiquetas. Un ejemplo
muy interesante, extraído de la historia de la iglesia, lo proporciona San
Atanasio. Vencido por una mayoría de obispos articulados por Arrio, Atanasio
dejó el concilio de Tiro con el sentimiento que la Iglesia había abandonado sus
creencias. Pero lejos de romper con la Iglesia o simplemente morir alejado de
su fé, su perseverancia y testimonio en un ambiente hostil, le reportó finalmente
asistir a la corrección institucional de la doctrina de su iglesia.


Cuando veamos un entorno pálido, mediocre,
vulgar, cuando no violento y sin referentes de valores y principios, cuando
todo ello parezca ser el “zeitgeist” que nos ha tocado vivir, debemos
preguntarnos a nosotros mismos si nos corresponde ser mas como un Zweig o si se
nos está llamando a tener la catadura moral de un Atanasio.