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¿Quién es el responsable?

Redacción
29 de enero, 2015

Mientras se van apagando informativamente el asesinato de los redactores y colaboradores de Charlie Hebdo y los secuestrados y muertos del supermercado judío de París, en Internet van apareciendo voces discordantes con esa mayoría que se solidarizó con los asesinados y que apareció en los días posteriores al ataque terrorista.

Desde las más disparatadas teorías conspirativas hasta la crítica al quehacer de Charlie Hebdo con frases del tipo “No se pueden permitir esos crímenes, pero…”, las voces discordantes con la libertad de la expresión van tomando fuerza.

Por lo que no estaría mal recordar algunos puntos antes de dejar que los conspiranoicos y lo políticamente correcto sólo para ellos se hagan con el terreno.

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Los primeros responsables de los crímenes cometidos fueron los asesinos. A ellos les cupo la posibilidad de no matar. En el último momento (y desde muchas horas y días antes) pudieron optar por no asesinar. Nadie les puso la mano en el gatillo, les llevó hasta el lugar de los hechos y les obligo a accionar sus armas. El ser humano decide cómo quiere actuar y si asesinara a alguien, no importa si lo hago cumpliendo órdenes u obedeciendo fuerzas mayores, siempre tuve una opción alternativa: no hacerlo. Quizás a riesgo de mi propia vida. Pero esa es mi decisión y yo elijo.

Los muertos no son los culpables de su crimen. Como la chica con minifalda no es culpable de la violación, ni el hombre de piel negra del racismo, ni el indígena de la marginación. Yo decido si quiero violar o no, ser racista o no, marginar o no.

Puedo alegar que las circunstancias me empujan a actuar de una determinada manera, pero siempre, en última instancia, yo elijo. Siempre puedo decir no. Insisto, incluso con el precio de mi vida. Porque no somos objetos predeterminados, que sólo puedan funcionar en una dirección.

Ahora bien, sí soy responsable de cómo utilizo la libertad de expresión y correr el riesgo de verme sometido a un juicio de faltas por atacar el honor de las personas. En un régimen de derecho que ampara esa libertad de expresión, también se ampara la posibilidad del otro de defenderse cuando se siente violentado. Defenderse legalmente, en un juzgado, no a tiros, ni a cuchilladas.

Es lo que tiene la libertad. Si no me gusta Charlie Hebdo, no estoy obligado a leerlo. Si por leerlo, me siento herido, puedo acudir a un tribunal a defender mi honor mancillado. Pero en ningún caso justificaré al asesino, porque siempre pudo no asesinar, ni comenzaré a esgrimir excusas, ni peros que en el fondo no tratan más que de ocultar mi tácita aprobación de los métodos violentos contra aquellos que no comparten mi opinión.

Afortunadamente, en este mundo occidental, del que tantos recuerdan su raíz cristiana, la Inquisición desapareció hace siglos y los seres racionales dirimimos nuestras diferencias en el diálogo o en la callada por respuesta, no en la hoguera, ni con un kalashnikov en la mano.

¿Quién es el responsable?

Redacción
29 de enero, 2015

Mientras se van apagando informativamente el asesinato de los redactores y colaboradores de Charlie Hebdo y los secuestrados y muertos del supermercado judío de París, en Internet van apareciendo voces discordantes con esa mayoría que se solidarizó con los asesinados y que apareció en los días posteriores al ataque terrorista.

Desde las más disparatadas teorías conspirativas hasta la crítica al quehacer de Charlie Hebdo con frases del tipo “No se pueden permitir esos crímenes, pero…”, las voces discordantes con la libertad de la expresión van tomando fuerza.

Por lo que no estaría mal recordar algunos puntos antes de dejar que los conspiranoicos y lo políticamente correcto sólo para ellos se hagan con el terreno.

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Los primeros responsables de los crímenes cometidos fueron los asesinos. A ellos les cupo la posibilidad de no matar. En el último momento (y desde muchas horas y días antes) pudieron optar por no asesinar. Nadie les puso la mano en el gatillo, les llevó hasta el lugar de los hechos y les obligo a accionar sus armas. El ser humano decide cómo quiere actuar y si asesinara a alguien, no importa si lo hago cumpliendo órdenes u obedeciendo fuerzas mayores, siempre tuve una opción alternativa: no hacerlo. Quizás a riesgo de mi propia vida. Pero esa es mi decisión y yo elijo.

Los muertos no son los culpables de su crimen. Como la chica con minifalda no es culpable de la violación, ni el hombre de piel negra del racismo, ni el indígena de la marginación. Yo decido si quiero violar o no, ser racista o no, marginar o no.

Puedo alegar que las circunstancias me empujan a actuar de una determinada manera, pero siempre, en última instancia, yo elijo. Siempre puedo decir no. Insisto, incluso con el precio de mi vida. Porque no somos objetos predeterminados, que sólo puedan funcionar en una dirección.

Ahora bien, sí soy responsable de cómo utilizo la libertad de expresión y correr el riesgo de verme sometido a un juicio de faltas por atacar el honor de las personas. En un régimen de derecho que ampara esa libertad de expresión, también se ampara la posibilidad del otro de defenderse cuando se siente violentado. Defenderse legalmente, en un juzgado, no a tiros, ni a cuchilladas.

Es lo que tiene la libertad. Si no me gusta Charlie Hebdo, no estoy obligado a leerlo. Si por leerlo, me siento herido, puedo acudir a un tribunal a defender mi honor mancillado. Pero en ningún caso justificaré al asesino, porque siempre pudo no asesinar, ni comenzaré a esgrimir excusas, ni peros que en el fondo no tratan más que de ocultar mi tácita aprobación de los métodos violentos contra aquellos que no comparten mi opinión.

Afortunadamente, en este mundo occidental, del que tantos recuerdan su raíz cristiana, la Inquisición desapareció hace siglos y los seres racionales dirimimos nuestras diferencias en el diálogo o en la callada por respuesta, no en la hoguera, ni con un kalashnikov en la mano.