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La joya de la abuelita

Redacción
11 de febrero, 2015

Había un gobernante guatemalteco que no hace mucho hacía referencia en temas de la política local a la ” joya de la abuelita”. Con ello quería significar aquello que realmente importa, aquello que estando guardando quizá en un cofre, es lo que más se aprecia, lo que más se atesora y por supuesto, en el caso de los familiares avorazados, a lo que más se le quiere echar el guante en la primera ocasión que se tenga.

En estos tiempos que vivimos, también tenemos como sociedad una versión moderna de la “joya de la abuelita”. Me refiero a la Constitución Política de la República, a esa figura casi etérea a la que todo el mundo hace referencia pero pocos se han tomado la molestia de leerla, tan siquiera para pasar de su preámbulo. Es curioso pero hoy algunos personajes buenos y otros por supuesto nada buenos, asignan todas las responsabilidades, todas nuestras nubes negras a ese frío catalogo de normas, como si la constitución misma fuera la que ha escogido en las elecciones y la que tomado las decisiones. Para muchos es muy cómodo “pegarle a la piñata”, pues nadie sale herido y con ello se saltan de un brinco generaciones de políticos irresponsables, ganando en ese camino la buena voluntad de aquellos que quieren esconder su “esconder”, apelando a la típica amnesia que nos caracteriza.

Liderar “un movimiento de reformas”, cambiar nuestro modelo político, actualizar el contrato social, quitar las ataduras legales que inmovilizan al estado, darle a la carta magna un carácter de proyecto ideológico reivindicador o despolitizar la justicia, son algunas de las consignas que he escuchado por estos días. Lo curioso del caso es que estos estribillos me recuerdan a esas voces que llaman al soldado a salir de la trinchera e iniciar la carga al descubierto, sin saber a dónde llegar o sin explicar los riesgos a los que se expone. Sin una idea clara, sin una propuesta concreta, estos llamados no son más que saltos al vacío.

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No soy de los que tienen fijación con lo escrito en piedra. No creo, como los antiguos babilonios lo hacían, que las normas de la justicia hayan quedado sentenciadas y para siempre en aquella estela de Hammurabi. Pero me resisto a esa tendencia de ahorrarse la molestia de pensar o de presentar un cuerpo de ideas y proyectos sobre los cuales conversar, discutir y convencer. Así sea incluso para llegar a la convicción de que nada va a cambiar, incluso si cambiamos las normas, si los que hacen la política no son cambiados.

Mi pensamiento se dirige pues a redescubrir el valor de lo que tenemos, a reenfocar los debates de estado por una senda más reflexiva y de contenidos, y a esquivar los atajos que a veces nos proponen los que quieren llevarse la joya de la abuelita y nada más.

La joya de la abuelita

Redacción
11 de febrero, 2015

Había un gobernante guatemalteco que no hace mucho hacía referencia en temas de la política local a la ” joya de la abuelita”. Con ello quería significar aquello que realmente importa, aquello que estando guardando quizá en un cofre, es lo que más se aprecia, lo que más se atesora y por supuesto, en el caso de los familiares avorazados, a lo que más se le quiere echar el guante en la primera ocasión que se tenga.

En estos tiempos que vivimos, también tenemos como sociedad una versión moderna de la “joya de la abuelita”. Me refiero a la Constitución Política de la República, a esa figura casi etérea a la que todo el mundo hace referencia pero pocos se han tomado la molestia de leerla, tan siquiera para pasar de su preámbulo. Es curioso pero hoy algunos personajes buenos y otros por supuesto nada buenos, asignan todas las responsabilidades, todas nuestras nubes negras a ese frío catalogo de normas, como si la constitución misma fuera la que ha escogido en las elecciones y la que tomado las decisiones. Para muchos es muy cómodo “pegarle a la piñata”, pues nadie sale herido y con ello se saltan de un brinco generaciones de políticos irresponsables, ganando en ese camino la buena voluntad de aquellos que quieren esconder su “esconder”, apelando a la típica amnesia que nos caracteriza.

Liderar “un movimiento de reformas”, cambiar nuestro modelo político, actualizar el contrato social, quitar las ataduras legales que inmovilizan al estado, darle a la carta magna un carácter de proyecto ideológico reivindicador o despolitizar la justicia, son algunas de las consignas que he escuchado por estos días. Lo curioso del caso es que estos estribillos me recuerdan a esas voces que llaman al soldado a salir de la trinchera e iniciar la carga al descubierto, sin saber a dónde llegar o sin explicar los riesgos a los que se expone. Sin una idea clara, sin una propuesta concreta, estos llamados no son más que saltos al vacío.

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No soy de los que tienen fijación con lo escrito en piedra. No creo, como los antiguos babilonios lo hacían, que las normas de la justicia hayan quedado sentenciadas y para siempre en aquella estela de Hammurabi. Pero me resisto a esa tendencia de ahorrarse la molestia de pensar o de presentar un cuerpo de ideas y proyectos sobre los cuales conversar, discutir y convencer. Así sea incluso para llegar a la convicción de que nada va a cambiar, incluso si cambiamos las normas, si los que hacen la política no son cambiados.

Mi pensamiento se dirige pues a redescubrir el valor de lo que tenemos, a reenfocar los debates de estado por una senda más reflexiva y de contenidos, y a esquivar los atajos que a veces nos proponen los que quieren llevarse la joya de la abuelita y nada más.