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El consejo de Nietzsche

Redacción
25 de febrero, 2015

Este filósofo de origen prusiano, cuyos escritos y pensamientos fueron formulados en la última parte del siglo XIX, ha sido la fuente de la que han bebido innumerables pensadores, académicos, comunicadores y generaciones de estudiantes a lo largo del siglo XX, y por qué no, de nuestros mismos tiempos. Su mensaje era muy claro: construir una cultura de los anti-valores, sobre los cuales destruir los vestigios de la civilización occidental como la conocemos, y crear a partir de ellos una nueva sociedad, guiada por la imposición de los más fuertes y de aquellos que ejercen la voluntad de poder. Este mensaje, tan disruptivo como provocador, fue finalmente el germen de los monstruos que conocimos durante el siglo pasado, y constituyó el fundamento doctrinario de no pocos regímenes, que terminaron entre otras cosas, creando los hornos crematorios.

Este conjunto de ideas, aun cuando hoy no sean citados con referencias a su autor, siguen permeando y en distintas modalidades, aspectos fundamentales de nuestra cultura. En el caso de nuestro país abundan ejemplos de la aplicación cotidiana de esta filosofía. Festejar por ejemplo al “más listo” aunque no igualmente ético; admirar y hasta convivir con la riqueza material de aquellos que hacen sus fortunas a partir de robar al erario público; celebrar al comunicador que tiene palabras de confrontación; reconocer y premiar a quien quiere quitar y repartir en vez de crear y producir son algunas muestras de ese masoquismo colectivo.

Esta semana, Guatemala estará muy convulsionada con eventos asociados al retorno de un personaje de la política. Todo el ambiente se ha prestado para ofrecernos una muestra más del folklore nitzscheano del sistema político. Por ejemplo, viejos rostros del pasado, que se deleitan con las encuestas recientemente publicadas (y cuyos resultados quizá se explican a la luz de esos anti valores de los que hablábamos) pregonan hoy el regreso de sus “viejos buenos tiempos”. Los medios de comunicación, en una mezcla de morbo periodístico y ganas de romper el aburrimiento electoral han dado cobertura de tiempo completo a este episodio, que en otras circunstancias no hubiera sido más que un retorno con vergüenza y discreción. También los políticos, en una actitud de cautela, espera o de aprovechamiento de la oportunidad, reaccionan como aquellos franceses que viendo a Napoleón preso en la Isla de Elba le denostaban, pero que percibiéndolo ya a las afueras de Paris, le celebraban como al gran libertador.

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Pero lo que más me ha sorprendido, en la mejor tradición Nitszcheana de los anti valores, ha sido el llamado a una especie de regeneración moral de la sociedad, desde y a partir de aquellos que tanto daño le hicieron. No hay quien tenga una ventana hacia al alma de las personas, decía Tomas Moro en una conocida película biográfica, como para absolver o condenar de antemano cualquier signo de arrepentimiento. Pero sí que es cierto que aquellos que tienen responsabilidades públicas, aquellos en quienes las personas depositan las decisiones que afectan a vidas y haciendas, deben tener una catadura moral muy por encima del promedio, para dejar atrás sus grandes vicios o defectos y enmendar en su tarea pública. Hoy, por los signos que veo, no parece ser el caso. Ojalá y no tengamos más de ese anti valor -casi podría oír uno a Nietzsche dar el consejo- de querer golpear y de gustar ser golpeado. No debemos dejar que eso sea lo que guíe la política de Guatemala en los próximos años.

El consejo de Nietzsche

Redacción
25 de febrero, 2015

Este filósofo de origen prusiano, cuyos escritos y pensamientos fueron formulados en la última parte del siglo XIX, ha sido la fuente de la que han bebido innumerables pensadores, académicos, comunicadores y generaciones de estudiantes a lo largo del siglo XX, y por qué no, de nuestros mismos tiempos. Su mensaje era muy claro: construir una cultura de los anti-valores, sobre los cuales destruir los vestigios de la civilización occidental como la conocemos, y crear a partir de ellos una nueva sociedad, guiada por la imposición de los más fuertes y de aquellos que ejercen la voluntad de poder. Este mensaje, tan disruptivo como provocador, fue finalmente el germen de los monstruos que conocimos durante el siglo pasado, y constituyó el fundamento doctrinario de no pocos regímenes, que terminaron entre otras cosas, creando los hornos crematorios.

Este conjunto de ideas, aun cuando hoy no sean citados con referencias a su autor, siguen permeando y en distintas modalidades, aspectos fundamentales de nuestra cultura. En el caso de nuestro país abundan ejemplos de la aplicación cotidiana de esta filosofía. Festejar por ejemplo al “más listo” aunque no igualmente ético; admirar y hasta convivir con la riqueza material de aquellos que hacen sus fortunas a partir de robar al erario público; celebrar al comunicador que tiene palabras de confrontación; reconocer y premiar a quien quiere quitar y repartir en vez de crear y producir son algunas muestras de ese masoquismo colectivo.

Esta semana, Guatemala estará muy convulsionada con eventos asociados al retorno de un personaje de la política. Todo el ambiente se ha prestado para ofrecernos una muestra más del folklore nitzscheano del sistema político. Por ejemplo, viejos rostros del pasado, que se deleitan con las encuestas recientemente publicadas (y cuyos resultados quizá se explican a la luz de esos anti valores de los que hablábamos) pregonan hoy el regreso de sus “viejos buenos tiempos”. Los medios de comunicación, en una mezcla de morbo periodístico y ganas de romper el aburrimiento electoral han dado cobertura de tiempo completo a este episodio, que en otras circunstancias no hubiera sido más que un retorno con vergüenza y discreción. También los políticos, en una actitud de cautela, espera o de aprovechamiento de la oportunidad, reaccionan como aquellos franceses que viendo a Napoleón preso en la Isla de Elba le denostaban, pero que percibiéndolo ya a las afueras de Paris, le celebraban como al gran libertador.

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Pero lo que más me ha sorprendido, en la mejor tradición Nitszcheana de los anti valores, ha sido el llamado a una especie de regeneración moral de la sociedad, desde y a partir de aquellos que tanto daño le hicieron. No hay quien tenga una ventana hacia al alma de las personas, decía Tomas Moro en una conocida película biográfica, como para absolver o condenar de antemano cualquier signo de arrepentimiento. Pero sí que es cierto que aquellos que tienen responsabilidades públicas, aquellos en quienes las personas depositan las decisiones que afectan a vidas y haciendas, deben tener una catadura moral muy por encima del promedio, para dejar atrás sus grandes vicios o defectos y enmendar en su tarea pública. Hoy, por los signos que veo, no parece ser el caso. Ojalá y no tengamos más de ese anti valor -casi podría oír uno a Nietzsche dar el consejo- de querer golpear y de gustar ser golpeado. No debemos dejar que eso sea lo que guíe la política de Guatemala en los próximos años.