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Estado de naturaleza vs estado civil

Redacción
27 de marzo, 2015

Algunos de los pesos pesados del pensamiento político hicieron profundas disquisiciones sobre la sociedad. ¿Qué es? ¿Por qué surgió? Según una de sus teorías, antes que se formara la sociedad los hombres se encontraban en un estado de caos, cada individuo podía ejercer total violencia contra los demás con tal asegurar su autoconservación. Era el denominado estado de naturaleza, estado que, en palabras de Hobbes, implicaba una permanente guerra de todos contra todos.

Sin embargo, en un momento de la historia los hombres caen en cuenta que no pueden seguir viviendo de una forma tan precaria, por lo que deciden renunciar al uso personal de la violencia y delegarle esa potestad a una autoridad. Este es el contrato social que da origen al estado civil; se elimina la anarquía que implica esa guerra de todos contra todos creando un gobierno encargado de mantener el orden entre las personas.

Pues bien, si creemos que el estado de naturaleza es una época histórica ya superada probablemente estemos equivocados. Basta hojear los periódicos, hablar con conocidos o transitar por las calles para desmentirnos: la violencia personal es moneda corriente en Guatemala. El país es tierra de nadie; aquí se hace escuchar el más fuerte, el que no tiene suficiente arraigo moral como para controlar sus conductas frente a la sociedad.

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Este estado de naturaleza tiene varias formas de manifestarse, una de ellas es la conflictividad social. Son titulares de nuestros periódicos problemas como manifestaciones (que se apellidan “pacíficas” pero que de pacíficas no tiene nada), paros y bloqueos en las arterias principales del país, invasiones a la propiedad privada, toma de instalaciones, linchamientos. Y en muchos de estos casos resultan personas heridas o incluso muertas.

¿Y el gobierno mientras tanto? Sólo hace presencia cuando el caos ya se desató y poco puede hacer desde entonces. La inactividad estatal tiene varios motivos, uno de ellos es la corrección política. Hay temas que por ser sumamente sensibles, las autoridades prefieren no tratarlos de manera frontal y honesta. Por ejemplo, son constantes las manifestaciones que paralizan la circulación de vehículos y que suelen degenerar en violencia. En esos casos la autoridad tiene la obligación de disciplinar a los manifestantes pero no lo hace porque luego se les acusará de represivos o racistas.

¿Y los ciudadanos mientras tanto? Ya acostumbrados al estado de naturaleza del que no salimos pero tratando de convencernos que vivimos en el estado civil. Comentamos indignados (aunque desensibilizados) sobre la conflictividad social pero luego seguimos con la rutina de nuestras vidas, deseando que nunca tengamos la mala fortuna de ser víctima de la violencia, aunque todos estamos conscientes que en cualquier momento lo podemos ser.

¿Qué debemos hacer? Primero entender que el mal tiene dos características que lo hace aún más temible: su gran fuerza expansiva y una total incapacidad de frenar por su propia cuenta. Luego debemos abandonar toda discusión ideológica superficial y trabajar juntos, socialistas, liberales y conservadores, derecha e izquierda, por construir una autoridad fuerte pero no arbitraria, siempre sometida al imperio de la ley, que use la fuerza cuando sea necesario pero que todos sus actos sean públicos y sujetos al escrutinio del ciudadano. Si logramos esto, las próximas generaciones no tendrán que vivir en el estado de naturaleza en el que nosotros nacimos.

Estado de naturaleza vs estado civil

Redacción
27 de marzo, 2015

Algunos de los pesos pesados del pensamiento político hicieron profundas disquisiciones sobre la sociedad. ¿Qué es? ¿Por qué surgió? Según una de sus teorías, antes que se formara la sociedad los hombres se encontraban en un estado de caos, cada individuo podía ejercer total violencia contra los demás con tal asegurar su autoconservación. Era el denominado estado de naturaleza, estado que, en palabras de Hobbes, implicaba una permanente guerra de todos contra todos.

Sin embargo, en un momento de la historia los hombres caen en cuenta que no pueden seguir viviendo de una forma tan precaria, por lo que deciden renunciar al uso personal de la violencia y delegarle esa potestad a una autoridad. Este es el contrato social que da origen al estado civil; se elimina la anarquía que implica esa guerra de todos contra todos creando un gobierno encargado de mantener el orden entre las personas.

Pues bien, si creemos que el estado de naturaleza es una época histórica ya superada probablemente estemos equivocados. Basta hojear los periódicos, hablar con conocidos o transitar por las calles para desmentirnos: la violencia personal es moneda corriente en Guatemala. El país es tierra de nadie; aquí se hace escuchar el más fuerte, el que no tiene suficiente arraigo moral como para controlar sus conductas frente a la sociedad.

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Este estado de naturaleza tiene varias formas de manifestarse, una de ellas es la conflictividad social. Son titulares de nuestros periódicos problemas como manifestaciones (que se apellidan “pacíficas” pero que de pacíficas no tiene nada), paros y bloqueos en las arterias principales del país, invasiones a la propiedad privada, toma de instalaciones, linchamientos. Y en muchos de estos casos resultan personas heridas o incluso muertas.

¿Y el gobierno mientras tanto? Sólo hace presencia cuando el caos ya se desató y poco puede hacer desde entonces. La inactividad estatal tiene varios motivos, uno de ellos es la corrección política. Hay temas que por ser sumamente sensibles, las autoridades prefieren no tratarlos de manera frontal y honesta. Por ejemplo, son constantes las manifestaciones que paralizan la circulación de vehículos y que suelen degenerar en violencia. En esos casos la autoridad tiene la obligación de disciplinar a los manifestantes pero no lo hace porque luego se les acusará de represivos o racistas.

¿Y los ciudadanos mientras tanto? Ya acostumbrados al estado de naturaleza del que no salimos pero tratando de convencernos que vivimos en el estado civil. Comentamos indignados (aunque desensibilizados) sobre la conflictividad social pero luego seguimos con la rutina de nuestras vidas, deseando que nunca tengamos la mala fortuna de ser víctima de la violencia, aunque todos estamos conscientes que en cualquier momento lo podemos ser.

¿Qué debemos hacer? Primero entender que el mal tiene dos características que lo hace aún más temible: su gran fuerza expansiva y una total incapacidad de frenar por su propia cuenta. Luego debemos abandonar toda discusión ideológica superficial y trabajar juntos, socialistas, liberales y conservadores, derecha e izquierda, por construir una autoridad fuerte pero no arbitraria, siempre sometida al imperio de la ley, que use la fuerza cuando sea necesario pero que todos sus actos sean públicos y sujetos al escrutinio del ciudadano. Si logramos esto, las próximas generaciones no tendrán que vivir en el estado de naturaleza en el que nosotros nacimos.