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Para qué me invitan, si ya saben cómo me hacen a un lado.

Adriana Lopez
16 de enero, 2016

Qué día tan importante es hoy. Mi esposo va a debutar a nivel nacional en el grupo de los dirigentes del país. Me dijo su secretaria que tenía que comprarme un vestido muy elegante y bonito, porque vamos a estar todo el día frente a las cámaras. La estilista vino a las casa desde las seis de la mañana, lo cual no tiene sentido porque salí de casa hasta tarde. Me hizo ponerme el maquillaje que no usaba desde mi día de graduación en el colegio y qué mala idea es estrenar zapatos en un día importante.

De evento en evento hemos estado juntos todo el día. Bueno, digo juntos simbólicamente pero la verdad nos hemos mantenido separados. Él cumpliendo con sus responsabilidades y yo apoyándolo desde mi asiento. Tengo que ser una buena esposa, siempre me lo he recordado a mi misma. Y en éstas últimas semanas, me lo he recordado más. No importa la verdad si jamás figuro en los eventos a los que asistimos; al final… la noticia es él, no yo.

Después de acá, nos vamos al teatro. Allá habrán invitados de honor, un gran escenario y un protocolo que cumplir. Me han dicho que debo acompañarlo hasta el escenario. Si, me acaban de confirmar que aquellas cuatro sillas blancas que están en el costado izquierdo son las que las cuatro esposas de los protagonistas de hoy, debemos ocupar. Se ven ubicadas en un lugar alejado de la mesa central, pero como repito: la noticia es él, no yo.

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Las personas quizá no tienen una idea de quién soy. Pocas veces nos hacen una semblanza en el periódico o se toman la tarea de preguntar a qué nos dedicamos. La mayoría cree que somos amas de casa o madres de tiempo completo, las buenas esposas del Organismo Ejecutivo. No saben que muchas veces también nosotras dejamos atrás nuestra vida personal, con tal de que ellos (nuestros maridos) cumplan sus sueños. A la mitad de las personas que están en éste teatro, no las conozco. Y a la otra mitad ni siquiera le importa saber quién soy yo. La mayor preocupación del staff siempre fue que me viera bien, no que me conocieran bien.

Total, que el acto ya comenzó y estoy a punto de hacer mi entrada triunfal. Bueno, mejor dicho, es él quien hará su entrada triunfal. Deberían de darnos un premio por aparecer tan sonrientes y sumisas junto al excelentísimo señor, mientras unos tacones tan insoportables nos lastiman los pies y le pedimos a todos los santos que no nos tropecemos con alguna grada y hagamos el bochorno de la vida. Llegamos a la últimas gradas del escenario: uno, dos, tres. “Y ahora sí mi amor, te voy a dejar en tu lugar”, -me dicen sus ojos. Me lleva de la mano hasta las cuatro sillas blancas. Saludo a mis compañeras que llegaron antes que yo.

Qué buena vista tengo desde acá y ahora sólo me queda esperar a que vuelva por mi, me lleve al frente a saludar y me devuelva a mi silla. Suena triste, pero no lo es. O al menos, eso me dijeron las mujeres que ya llevan bastante tiempo en éste ambiente. “Pareciera que somos un adorno más, pero en el fondo nosotras sabemos que no, que todo es por apoyarlos y mostrarles nuestro amor incondicional.” Y yo les creí, creí que iba a ser bonito estar sentada a un lado del escenario viendo como todos ponen sus ojos en el hombre al que yo le di fuerzas para estar ahí. Pero al final no me gustó, me sentí olvidada.

Cuando llegamos a casa después de éste día agotador, no tuve corazón para decirle como me sentí. Y por un momento llegué a creer que a esto se referían las veteranas cuando me dijeron: “No nos podemos quejar, nuestros hombres son hombres ocupados.”, pero no me duro mucho. Al siguiente día me levanté con la llamada de su secretaria para decirme que necesito usar otro vestido nuevo hoy y que debí hacer una nueva cita con la estilista para las siete. Yo sólo colgué el teléfono, me metí a la cama de nuevo y dije con un bostezo atravesado: “Para qué me invitan, si ya saben cómo me hacen a un lado.”

Para qué me invitan, si ya saben cómo me hacen a un lado.

Adriana Lopez
16 de enero, 2016

Qué día tan importante es hoy. Mi esposo va a debutar a nivel nacional en el grupo de los dirigentes del país. Me dijo su secretaria que tenía que comprarme un vestido muy elegante y bonito, porque vamos a estar todo el día frente a las cámaras. La estilista vino a las casa desde las seis de la mañana, lo cual no tiene sentido porque salí de casa hasta tarde. Me hizo ponerme el maquillaje que no usaba desde mi día de graduación en el colegio y qué mala idea es estrenar zapatos en un día importante.

De evento en evento hemos estado juntos todo el día. Bueno, digo juntos simbólicamente pero la verdad nos hemos mantenido separados. Él cumpliendo con sus responsabilidades y yo apoyándolo desde mi asiento. Tengo que ser una buena esposa, siempre me lo he recordado a mi misma. Y en éstas últimas semanas, me lo he recordado más. No importa la verdad si jamás figuro en los eventos a los que asistimos; al final… la noticia es él, no yo.

Después de acá, nos vamos al teatro. Allá habrán invitados de honor, un gran escenario y un protocolo que cumplir. Me han dicho que debo acompañarlo hasta el escenario. Si, me acaban de confirmar que aquellas cuatro sillas blancas que están en el costado izquierdo son las que las cuatro esposas de los protagonistas de hoy, debemos ocupar. Se ven ubicadas en un lugar alejado de la mesa central, pero como repito: la noticia es él, no yo.

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Las personas quizá no tienen una idea de quién soy. Pocas veces nos hacen una semblanza en el periódico o se toman la tarea de preguntar a qué nos dedicamos. La mayoría cree que somos amas de casa o madres de tiempo completo, las buenas esposas del Organismo Ejecutivo. No saben que muchas veces también nosotras dejamos atrás nuestra vida personal, con tal de que ellos (nuestros maridos) cumplan sus sueños. A la mitad de las personas que están en éste teatro, no las conozco. Y a la otra mitad ni siquiera le importa saber quién soy yo. La mayor preocupación del staff siempre fue que me viera bien, no que me conocieran bien.

Total, que el acto ya comenzó y estoy a punto de hacer mi entrada triunfal. Bueno, mejor dicho, es él quien hará su entrada triunfal. Deberían de darnos un premio por aparecer tan sonrientes y sumisas junto al excelentísimo señor, mientras unos tacones tan insoportables nos lastiman los pies y le pedimos a todos los santos que no nos tropecemos con alguna grada y hagamos el bochorno de la vida. Llegamos a la últimas gradas del escenario: uno, dos, tres. “Y ahora sí mi amor, te voy a dejar en tu lugar”, -me dicen sus ojos. Me lleva de la mano hasta las cuatro sillas blancas. Saludo a mis compañeras que llegaron antes que yo.

Qué buena vista tengo desde acá y ahora sólo me queda esperar a que vuelva por mi, me lleve al frente a saludar y me devuelva a mi silla. Suena triste, pero no lo es. O al menos, eso me dijeron las mujeres que ya llevan bastante tiempo en éste ambiente. “Pareciera que somos un adorno más, pero en el fondo nosotras sabemos que no, que todo es por apoyarlos y mostrarles nuestro amor incondicional.” Y yo les creí, creí que iba a ser bonito estar sentada a un lado del escenario viendo como todos ponen sus ojos en el hombre al que yo le di fuerzas para estar ahí. Pero al final no me gustó, me sentí olvidada.

Cuando llegamos a casa después de éste día agotador, no tuve corazón para decirle como me sentí. Y por un momento llegué a creer que a esto se referían las veteranas cuando me dijeron: “No nos podemos quejar, nuestros hombres son hombres ocupados.”, pero no me duro mucho. Al siguiente día me levanté con la llamada de su secretaria para decirme que necesito usar otro vestido nuevo hoy y que debí hacer una nueva cita con la estilista para las siete. Yo sólo colgué el teléfono, me metí a la cama de nuevo y dije con un bostezo atravesado: “Para qué me invitan, si ya saben cómo me hacen a un lado.”